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Lisa Brice : Emancipación en azul cobalto

Publicado el: 9 Octubre 2025

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 9 minutos

Lisa Brice transforma la historia del arte occidental revisitando las obras maestras clásicas. Esta artista sudafricana pinta mujeres emancipadas en tonos de azul cobalto, creando un universo donde sus heroínas escapan de los códigos tradicionales para conquistar su autonomía visual y narrativa.

Escuchadme bien, panda de snobs. Lisa Brice pinta como otros respiran: con esa urgencia vital que distingue a los verdaderos artistas de los fabricantes de imágenes. En sus lienzos saturados de azul cobalto, esta sudafricana instalada en Londres desde 1999 no se limita a revisitar la historia del arte occidental. La desmantela, la recompone y la proyecta en un universo donde las mujeres dejan de ser finalmente objetos para convertirse en los sujetos de su propia existencia.

La obra de Brice se inscribe en un enfoque que evoca las teorías desarrolladas por Michel Foucault sobre las relaciones entre poder y representación [1]. Como el filósofo francés demostró en sus análisis de los dispositivos de control social, la manera en que representamos los cuerpos revela las estructuras de dominación que rigen nuestras sociedades. Brice parece haber integrado esta lección con una agudeza notable. Sus mujeres azules, con cigarrillos en los labios y miradas impenetrables, escapan a los códigos visuales tradicionales de la feminidad. No se presentan al espectador, existen independientemente de su mirada. Esta autonomía recién conquistada se expresa particularmente en su serie Untitled (2023), donde una artista desnuda se pinta examinando sus partes íntimas, transformando así L’Origine du monde de Courbet en un acto de emancipación feminista. La mujer ya no es el objeto de la mirada masculina, sino la autora de su propia representación.

Esta estrategia de reapropiación encuentra sus raíces en los movimientos feministas de los años 60, cuando el autoexamen ginecológico se convirtió en un acto político de reconquista del saber médico y de la sexualidad femenina. Brice se inscribe en esta línea haciendo del autorretrato un gesto de resistencia. Sus mujeres se miran, se pintan, se transforman según su propia voluntad. Habitan espacios liminares, bares, estudios y habitaciones, tradicionalmente codificados como masculinos o como lugares de transacción sexual, pero imponen allí sus propias reglas. La artista desplaza así las figuras históricas de Manet, Degas y Vallotton a un presente alternativo donde la pasividad cede el lugar a la agencia. En Untitled (after Vallotton) (2023), la mujer negra de La Blanche et la Noire se convierte en pintora a su vez, invirtiendo las relaciones de poder inherentes a la obra original.

La elección del azul en Brice nunca es anecdótica. Este color que dominaba el arte occidental como símbolo de riqueza y divinidad, que Picasso utilizó para expresar la melancolía y que Yves Klein se apropió hasta hacerlo su territorio exclusivo, se convierte aquí en el instrumento de una liberación visual. Brice bebe de la imaginería del carnaval de Trinidad y Tobago, donde los “Blue Devils” se cubren de pintura azul para escapar a las restricciones sociales ordinarias. Esta referencia cultural transforma el color en una máscara de emancipación. El azul borra las distinciones raciales, difumina las identidades fijas y crea un espacio de posible transformación. También evoca esa hora particular del crepúsculo, ese momento suspendido entre el día y la noche donde todo puede cambiar.

La influencia del cine en la obra de Brice es particularmente interesante. La artista trabajó como diseñadora de storyboards antes de volver a la pintura, y esta experiencia se refleja en la construcción de sus imágenes [2]. Sus composiciones poseen esa cualidad cinematográfica que convierte cada lienzo en un fotograma extraído de una película imaginaria. Las mujeres de Brice parecen captadas en esos momentos intermedios muy queridos por los grandes directores, cuando los personajes dejan de interpretar su papel social para revelar su verdadera naturaleza. Esta estética evoca las películas de la Nouvelle Vague francesa, donde las heroínas de Godard o Truffaut conquistaban su libertad mediante pequeñas revoluciones cotidianas.

El enfoque cinematográfico de Brice también se manifiesta en su tratamiento del espacio y del tiempo. Sus lienzos funcionan como secuencias narrativas abiertas, donde el espectador reconstruye la historia a partir de pistas visuales. Las cortinas de perlas, los espejos, las pantallas que estructuran sus composiciones crean un juego complejo de revelación y ocultación que evoca el montaje cinematográfico. En Untitled (after Manet & Degas) (2023), la reconstrucción del bar de las Folies-Bergère se convierte en un set de rodaje donde las actrices habrían tomado el control de la cámara. Las referencias a las Bebedoras de absenta de Degas y a la Ciruela de Manet ya no son citas nostálgicas sino elementos de una sintaxis visual contemporánea.

Esta dimensión temporal compleja revela una de las principales fuerzas de la obra de Brice: su capacidad para crear un diálogo entre pasado y presente sin caer en la simple parodia. La artista no se limita a modernizar obras maestras del pasado, las hace colisionar con nuestra época para revelar sus presupuestos ideológicos. Su versión de Ofelia transforma a la virgen suicida de Millais en una mujer combativa que entra en un bar, cerveza en mano y cigarrillo en el pico. Esta metamorfosis no es gratuita: revela cómo el arte occidental ha celebrado durante mucho tiempo la pasividad femenina, incluso en la muerte.

Los espacios que pinta Brice, bares, estudios y apartamentos, son tantos territorios reconquistados donde florece una sociabilidad femenina autónoma. Sus mujeres beben, fuman, se desnudan, pintan según sus propios deseos, lejos de la mirada masculina normalizadora. Esta geografía de la libertad encuentra su plena expresión en su reciente exposición “Lives and Works” donde la artista juega con los códigos biográficos de la historia del arte. El título hace referencia a las Vidas de Vasari a la vez que evoca la fórmula administrativa que identifica a los artistas por su lugar de residencia. Brice cuestiona así los mecanismos de construcción de la reputación artística y la manera en que la biografía influye en la recepción de las obras.

La técnica pictórica de Brice participa plenamente de esta estética de la emancipación. Sus aplicaciones de pintura, generosas sin ser empastadas, sus contornos difusos que hacen vibrar las formas, su manera de dejar entrever el lienzo en algunos lugares atestiguan un enfoque espontáneo que rechaza la perfección pulida. Esta gestualidad libre se opone a las convenciones de la pintura de género tradicional donde la virtuosidad técnica servía con frecuencia para magnificar la objetivación de los cuerpos femeninos. En Brice, la pintura recupera su dimensión táctil y sensual sin caer jamás en la complacencia.

La artista también desarrolla una relación original con la serie y la repetición. Sus numerosos estudios al óleo sobre papel de calco funcionan como un laboratorio visual donde experimenta con las poses, los encuadres, las interacciones entre personajes. Este método recuerda al de los cineastas que multiplican las tomas para captar el instante justo. El papel de calco, material de transferencia y superposición, se convierte en metáfora de la transmisión cultural y de la reapropiación artística. Brice puede así hacer migrar sus figuras de una composición a otra, creando un universo coherente donde sus heroínas azules evolucionan con total libertad.

El humor discreto que atraviesa la obra de Brice constituye un arma formidable contra las pesanteces del arte oficial. Sus guiños a los maestros antiguos nunca caen en la reverencia ciega. Cuando transforma a la camarera de Manet en DJ contemporánea o hace posar a Gertrude Stein junto a anónimos de Trinidad, revela lo arbitrario de las jerarquías culturales. Esta insolencia controlada evoca el espíritu de los surrealistas que, un siglo antes, ya dinamitaron las convenciones burguesas del arte.

La dimensión internacional de la obra de Lisa Brice merece ser destacada. Artista sudafricana formada en Ciudad del Cabo, residente londinense, habituada a los talleres de Trinidad, encarna esa generación de artistas nómadas que construyen su estética en movimiento. Sus referencias visuales beben tanto del arte occidental como de las culturas caribeñas o africanas. Esta hibridación cultural se traduce visualmente en detalles reveladores: una copa de vino francés reemplazada por una cerveza Stag de Trinidad, una boina parisina cambiada por un sombrero tipo bucket tropical. Estas sustituciones aparentemente anecdóticas revelan en realidad un enfoque postcolonial sutil que descentra la mirada occidental sin caer en reivindicaciones simplistas.

El tratamiento de la desnudez en Brice ilustra perfectamente este enfoque matizado. Sus mujeres desnudas nunca son vulnerables ni complacientes. Asumen su cuerpo con una desenfado que desactiva toda tentativa de voyeurismo. Esta naturalidad conquistada se opone radicalmente a los códigos de la pintura académica donde la desnudez femenina era sistemáticamente erotizada para el placer masculino. En Brice, la desnudez vuelve a ser un estado natural libre de sus connotaciones morales o sexuales restrictivas.

La evolución reciente en la obra de Brice hacia formatos más monumentales da testimonio de una ambición creciente. Sus lienzos de gran tamaño transforman el acto de mirar en una experiencia física. El espectador se encuentra inmerso en esos universos azules donde la frontera entre lo real y lo imaginario se difumina. Esta estrategia de inmersión revela una comprensión profunda de los desafíos contemporáneos de la pintura frente a la competencia de las imágenes digitales. Brice no busca rivalizar con la tecnología, sino reivindica la especificidad insustituible de la experiencia pictórica.

La crítica podría reprochar a Lisa Brice cierta complacencia decorativa en el uso del azul o una tendencia a la ilustración en sus referencias cinematográficas. Tales reproches serían injustos porque desconocerían la coherencia profunda de un enfoque que hace del color y de la narración los instrumentos de una crítica social sutil. El azul de Brice nunca es gratuito, lleva una carga simbólica y política que se despliega a lo largo de toda su obra. Asimismo, sus préstamos al cine no son una anécdota cultural sino una reflexión sobre los modos contemporáneos de construcción del imaginario colectivo.

El arte de Lisa Brice se impone hoy como una de las propuestas más logradas de la pintura figurativa contemporánea. Su trabajo va mucho más allá del marco del arte feminista para interrogar los mecanismos de representación que moldean nuestra percepción del mundo. Al liberar a sus heroínas de las jaulas históricas que las aprisionaban, abre un espacio de posibilidades donde el arte vuelve a ser un territorio de experimentación y libertad. Sus mujeres azules, con cigarrillos en los labios y miradas orgullosas, encarnan esa reconquista de la autonomía creativa que escasea atrocemente en nuestra época de estandarización visual.

En un mundo donde las imágenes proliferan sin cesar, donde la representación de los cuerpos femeninos oscila entre la mercantilización y la moralización, la obra de Lisa Brice propone una tercera vía: la de la dignidad recuperada. Sus mujeres no son ni víctimas ni objetos de consumo, son simplemente humanas en toda la complejidad de este término. Esta humanidad reconquistada constituye quizás la herencia más hermosa que pueda dejar una artista de nuestro tiempo. Porque más allá de las cuestiones de género o de representación, de eso se trata: devolver al arte su capacidad para revelar lo más auténtico de nosotros.

La obra de Lisa Brice nos recuerda que la pintura sigue siendo un arte de resistencia, capaz de subvertir los códigos dominantes e inventar nuevas maneras de ver. En sus azules profundos y sus gestos liberados, dibuja los contornos de un mundo donde la creación artística volvería a ser sinónimo de emancipación colectiva. Una lección valiosa para nuestra época, que tanto necesita reencontrar el camino de la autenticidad.


  1. Michel Foucault, Vigilar y castigar: Nacimiento de la prisión, París, Gallimard, 1975.
  2. Lisa Brice, entrevista con Aïcha Mehrez, Tate Etc, n.º 43, verano de 2018.
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Referencia(s)

Lisa BRICE (1968)
Nombre: Lisa
Apellido: BRICE
Género: Femenino
Nacionalidad(es):

  • Sudáfrica

Edad: 57 años (2025)

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