Escuchadme bien, panda de snobs. ¿Pensáis que entendéis el arte contemporáneo porque frecuentáis las inauguraciones de las galerías de moda y podéis citar tres nombres de artistas emergentes? Permítanme hablarles de María Berrío, esta artista colombiana que destrona a sus ídolos prefabricados con una delicadeza subversiva que probablemente nunca hayan entendido.
En su reciente exposición “The End of Ritual” en la galería Victoria Miro de Londres, Berrío presenta nueve grandes pinturas collage que sacuden nuestras percepciones como un terremoto bajo nuestros pies. Estas obras monumentales no les invitan amablemente a contemplarlas; los atrapan en su universo con la intensidad de un agujero negro cósmico.
Si buscan obras de arte que se limiten a decorar sus salones asépticos, pasen de largo. Berrío trabaja como una cirujana obsesiva, recortando y superponiendo delicados papeles japoneses, aplicando acuarelas y a veces trazos de carbón para crear superficies pegadas en múltiples capas. ¿El resultado? Composiciones que reúnen recuerdos fragmentados, identidades fragmentadas e historias dispersas con una coherencia que roza el milagro artístico.
Detengámonos un momento en su técnica. Cada obra es un testimonio meticuloso de papeles superpuestos, como si la artista reconstruyera pacientemente un mundo roto, pedazo a pedazo. Este método no es solo una proeza técnica, sino que encarna la metáfora central de su trabajo: la supervivencia en un mundo fracturado requiere reunir los fragmentos para dar sentido al caos. Eso es precisamente lo que hace Berrío a través de sus collages: reconstituye un orden aparente a partir de piezas dispares, manteniendo visible la fragilidad inherente a esta reconstrucción.
Para la mayoría de las obras expuestas, Berrío colaboró con miembros del colectivo de danza neoyorquino GALLIM. ¿Se imaginan la escena? La artista proporcionó vestuarios para la troupe, incluidos estos máscaras felinas de un realismo inquietante que aparecen en varios lienzos, y luego fotografió a los bailarines en plena actuación para servir de referencia a sus pinturas. El resultado es impactante: gestos expresivos capturados desde ángulos perturbadores, como en “Cheyava Falls” (2024), donde las poses no naturales sugieren una actuación forzada, reflejando la presión de conformarse en un espacio donde la autonomía personal a menudo se ve comprometida.
Lo que sorprende inmediatamente en estas obras es su calidad claustrofóbica. Las perspectivas parecen deliberadamente deformadas, los ángulos aplanados y las figuras presentan proporciones desfasadas. Estas distorsiones no son errores técnicos sino elecciones deliberadas que reflejan la visión desestabilizadora de la artista. Los mundos que ella crea son a la vez familiares y profundamente extraños, como si observáramos la realidad a través de un prisma distorsionador.
En “The Spectators”, una bailarina que prueba un disfraz en una fábrica de ropa se levanta la máscara para mirarnos fijamente. En el fondo, bajo la mirada vigilante de un supervisor masculino, filas de costureras observan la escena. Este juego entre observadores y observados plantea una cuestión fundamental: ¿qué significa mirar y ser mirado? ¿Quién tiene realmente el poder en esta dinámica de la mirada?
Varias obras, entre ellas “Elysium Mons” y “Anseris Mons”, toman sus títulos de volcanes situados en Marte. Estos cuadros representan sujetos cuyos rostros, cuando no están ocultos bajo máscaras, son casi indistinguibles entre sus trajes con patrones complejos y su maquillaje teatral cargado. A través de esta elección de títulos, Berrío parece atraer nuestra atención sobre la insignificancia de la humanidad frente a la inmensidad del cosmos, recordándonos nuestra posición humilde en un universo vasto e imprevisible.
La ropa fragmentada y superpuesta de las figuras se asemeja a topografías en movimiento, un efecto reforzado por el uso de perspectivas disjuntas por parte de la artista, que nos sumergen en los mundos desestabilizados que ella representa. Los materiales delicados que Berrío aplica en sus lienzos contrastan fuertemente con sus composiciones caóticas y evocan la vulnerabilidad de la humanidad y del medio ambiente. Estas obras son metáforas de la supervivencia, ensamblando fragmentos para dar sentido a un mundo roto.
Subvirtiendo el sueño de los conquistadores españoles de la mítica ciudad del oro sudamericana, “El Dorado” de Berrío representa una escena de mercado llena de vida pero carente de tesoros materiales, presentando una perspectiva alternativa sobre el valor. En primer plano, una figura sirve comida desde un carrito. A la derecha, grupos de niños juegan mientras adultos vestidos de manera sencilla se relajan y socializan. A la izquierda, en un ángulo obtuso, una mujer con un atuendo elaborado y de apariencia costosa está tumbada torpemente en una silla. La yuxtaposición de estos diferentes personajes, tanto en términos de composición como de apariencia, evoca el desequilibrio de poder asociado a las jerarquías sociales y subraya los aspectos deshumanizantes del materialismo. Para Berrío, la verdadera riqueza parece residir en las conexiones humanas, no en el oro.
Pero más allá de esta evidente crítica social, el trabajo de Berrío se inscribe en una exploración profunda de lo carnavalesco y lo teatral. Las máscaras y los disfraces que aparecen en sus obras no son solo accesorios decorativos, constituyen un lenguaje visual que explora las nociones de identidad, transformación y actuación social.
La máscara, en particular, es un motivo recurrente y complejo en su trabajo. Objeto ambivalente por excelencia, la máscara revela tanto como oculta. Permite a quien la lleva liberarse de las inhibiciones habituales a la vez que crea una barrera protectora entre el individuo y el mundo exterior. En las obras de Berrío, las máscaras felinas crean una atmósfera a la vez lúdica y siniestra, sugiriendo que nuestras interacciones sociales son ellas mismas formas de mascaradas ritualizadas.
Esta dimensión performativa se refuerza con la colaboración de la artista con bailarines profesionales. El cuerpo en movimiento se convierte en un vehículo de expresión que trasciende los límites del lenguaje verbal. Los gestos capturados en sus cuadros, a menudo torcidos, estirados o congelados en posiciones incómodas, sugieren estados emocionales complejos que resisten una interpretación simple.
Hay algo profundamente teatral en el enfoque de Berrío. Sus composiciones se parecen a escenas de piezas surrealistas donde los actores están atrapados entre fuerzas contradictorias: el deseo de autenticidad y las presiones de la conformidad social, la expresión individual y las expectativas colectivas, la libertad personal y las limitaciones institucionales.
El teatro, como sistema de signos y convenciones, ofrece un paralelismo fructífero para comprender la obra de Berrío. En el teatro, aceptamos colectivamente una ficción mientras mantenemos la conciencia de su carácter artificial. De manera similar, los mundos creados por Berrío operan según una lógica interna coherente a la vez que señalan constantemente su naturaleza construida mediante perspectivas imposibles y yuxtaposiciones improbables.
El crítico Fredric Jameson escribió que “la historia es lo que duele, es lo que rechaza el deseo” [1]. Esta frase resuena particularmente con la obra de Berrío, que reconoce el dolor histórico, especialmente el relacionado con desplazamientos forzados, migraciones y violencias políticas, insistiendo al mismo tiempo en la posibilidad del deseo y la imaginación como fuerzas de resistencia.
Porque a pesar de la violencia simbólica que impregna sus obras, Berrío mantiene una fe inquebrantable en la capacidad humana para crear belleza a partir del caos. Su arte es una forma de resistencia estética que afirma que incluso en un mundo fracturado, el acto creativo sigue siendo una fuente vital de sentido y conexión.
En ello, su trabajo hace eco a las teorías del sociólogo Zygmunt Bauman sobre la “modernidad líquida” [2], esta condición contemporánea caracterizada por la inestabilidad permanente de identidades, relaciones e instituciones. En tal contexto, sugiere Bauman, los individuos están constantemente forzados a reinventarse frente a estructuras sociales en perpetua mutación.
Las figuras que pueblan los cuadros de Berrío parecen estar precisamente comprometidas en este proceso de reinvención continua. Sus cuerpos fragmentados, sus rostros enmascarados o ensombrecidos, sus poses incongruentes, todos estos elementos sugieren identidades en flujo, seres en transición que negocian su lugar en un mundo cuyas reglas cambian constantemente.
Lo que Berrío captura tan magistralmente es esa tensión fundamental entre fragmentación y cohesión, entre disolución y recomposición. Sus collages, construidos minuciosamente a partir de cientos de trozos de papel rasgados y luego cuidadosamente ensamblados, encarnan literalmente ese proceso. La técnica se une así perfectamente con el discurso: la forma y el fondo se fusionan en una expresión coherente de nuestra condición contemporánea.
Pero Berrío va más allá de una mera observación sociológica. Su trabajo contiene una dimensión profundamente utópica que merece ser destacada. A través de sus composiciones caóticas pero cuidadosamente orquestadas, sugiere la posibilidad de una armonía que surge del desorden, de una comunidad que se reforma después de la catástrofe.
En particular, su tratamiento de las figuras femeninas es revelador. Las mujeres que habitan sus obras no están representadas como víctimas pasivas de las fuerzas que las mueven, sino como agentes activas de su propio destino. Su mirada directa, su presencia corporal afirmada, su relación íntima con su entorno, todos estos elementos sugieren una forma de resistencia silenciosa pero poderosa.
Esta dimensión feminista no es anecdótica en la obra de Berrío. Se inscribe en una tradición artística latinoamericana que a menudo ha utilizado el cuerpo femenino como sitio de contestación política y social. Como demostró la exposición “Radical Women: Latin American Art, 1960-1985” (presentada en el Museo de Brooklyn en 2018), las artistas mujeres de América Latina históricamente han desarrollado estrategias visuales innovadoras para desafiar las estructuras patriarcales y coloniales de poder.
Berrío se inscribe en esta línea mientras desarrolla un lenguaje visual distintivamente contemporáneo. Sus collages multiculturalmente inspirados, que integran técnicas y materiales japoneses en composiciones con referencias colombianas, reflejan una sensibilidad globalizada que trasciende las categorizaciones simplistas.
La artista misma ha mencionado cómo su trabajo se alimenta de su experiencia de inmigración: “Es similar a mi manera de pensar. Ensamblo ideas de la realidad, de la imaginación, de todo lo que veo y siento. Cuando miras estas obras, hay un sentimiento caótico que a veces conduce a la abstracción, y es similar en mi cabeza. Mis ideas son caóticas y muy emocionales” [3].
Esta declaración revela cuán intrínsecamente ligado está el proceso creativo de Berrío a su experiencia personal de desplazamiento y adaptación. Sus collages no son simplemente objetos estéticos desconectados de la realidad, sino manifestaciones concretas de una conciencia diaspórica que navega constantemente entre diferentes mundos, lenguajes y sistemas de referencia.
Hay algo profundamente cinematográfico en la forma en que Berrío construye sus imágenes. Los encuadres inesperados, las yuxtaposiciones surrealistas, las múltiples perspectivas, todos estos elementos evocan las técnicas del montaje cinematográfico, donde el sentido emerge de la colisión entre diferentes tomas.
Esta cualidad cinematográfica es particularmente evidente en obras como “The Spectators”, donde diferentes escenas parecen desarrollarse simultáneamente en un espacio comprimido. El ojo del espectador es invitado a recorrer la superficie del lienzo como una cámara que se movería a través de diferentes espacios-tiempo, revelando progresivamente nuevas dimensiones narrativas.
Para ser franco, lo que más me gusta del trabajo de Berrío es su capacidad para crear obras que funcionan a diferentes niveles de lectura. A primera vista, sus collages seducen por su belleza formal, su riqueza cromática y su virtuosismo técnico. Pero cuanto más se detiene uno, más descubre las capas de significado que se ocultan, los comentarios sociopolíticos sutiles, las alusiones históricas y las resonancias psicológicas.
Esta complejidad es rara en el panorama artístico contemporáneo, donde demasiadas obras se contentan con un formalismo vacío o un mensaje político simplista. Berrío, ella, rechaza esta dicotomía reductora. Su arte es a la vez visualmente cautivador e intelectualmente estimulante, sensual y cerebral, personal y político.
En una época en la que la atención es un bien escaso y la mayoría de las imágenes se consumen en unos segundos en pantallas, los collages de Berrío exigen y recompensan una contemplación prolongada. Resisten la lógica de la inmediatez e invitan a una forma de compromiso más profunda, más meditativa.
Quizás ahí reside la verdadera radicalidad de su trabajo: en su insistencia en la lentitud, la complejidad y la ambigüedad en una época caracterizada por la velocidad, la simplificación y la polarización. Sus collages nos recuerdan que ciertas experiencias estéticas, emocionales, existenciales, no pueden reducirse a fórmulas simples o mensajes unívocos.
Volviendo a la exposición “The End of Ritual”, este título es particularmente evocador. En un mundo donde los rituales tradicionales pierden progresivamente su dominio, donde las comunidades se fragmentan y las certezas se derrumban, ¿qué sucede con nuestra capacidad para dar sentido a nuestra existencia? ¿Cómo mantener un sentimiento de cohesión social frente a las fuerzas centrífugas del individualismo y la tecnología?
Estas preguntas atraviesan implícitamente el trabajo de Berrío. Sus collages pueden verse como intentos de crear nuevos rituales visuales para una época post-tradicional, nuevas mitologías para un mundo desencantado. A través de su proceso meticulosamente artesanal, reafirma el valor del tiempo, la atención y el cuidado en una cultura de aceleración y distracción.
Al capturar momentos de resiliencia y transformación, las pinturas impactantes de Berrío celebran la capacidad de las comunidades para unirse frente al caos. En una época en la que las estructuras políticas se derrumban, “The End of Ritual” nos recuerda que la autonomía puede ser reconquistada, incluso en medio del desorden.
Y si después de todo esto no estáis convencidos, realmente me pregunto qué hacéis en una galería de arte contemporáneo. Quizás deberíais volver a vuestros NFTs falsos y dejar que los adultos aprecien el verdadero trabajo de una artista que, a diferencia de tantas otras, realmente tiene algo que decir y sabe cómo decirlo de manera extraordinaria.
- Fredric Jameson, “The Political Unconscious: Narrative as a Socially Symbolic Act”, Cornell University Press, 1981.
- Zygmunt Bauman, “Modernidad líquida”, Polity Press, 2000.
- María Berrío, entrevista con Artnet News, 2024.
- Victoria Looseleaf, “María Berrío: ‘A Cloud’s Roots'”, Art Now LA, 2019.
















