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Mayuka Yamamoto: La infancia con disfraz de bestia

Publicado el: 22 Mayo 2025

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 9 minutos

En sus lienzos cautivadores, Mayuka Yamamoto captura la esencia ambigua de la infancia mediante retratos de niños vestidos con disfraces animales con expresiones indescifrables. Sus personajes enigmáticos, congelados en posturas estáticas sobre fondos de colores pastel, nos sumergen en un universo que oscila entre la dulzura y una inquietante extrañeza.

Escuchadme bien, panda de snobs. El arte no siempre es lo que creéis que es. Tomad a Mayuka Yamamoto, esta artista japonesa nacida en 1964 en Okayama, que pinta niños con ojos muy abiertos que llevan disfraces de animales. Podríais pensar que son simplemente imágenes tiernas e inofensivas, destinadas a colgarse en las habitaciones infantiles para ayudar a los niños a dormir. Pero estaríais equivocados, terriblemente equivocados.

Desde 2002, el año en que comenzó a pintar a sus primeros “niños-animales” tras el nacimiento de su hija, Yamamoto nos sumerge en un universo ambiguo donde la inocencia y la inquietud coexisten sin pudor. Sus lienzos, ejecutados con una impecable técnica al óleo, presentan rostros infantiles con miradas vacías, como si estos pequeños seres estuvieran prisioneros de una realidad que no comprenden. Los disfraces animales que los cubren no son simples disfraces; se han convertido en su segunda piel, una armadura protectora contra un mundo exterior amenazante.

Al observar detenidamente estas obras, se percibe una atmósfera cargada de una tensión palpable. Estos niños-animales nos miran con sus grandes ojos, en una actitud de aparente calma que oculta una profunda ansiedad. El genio de Yamamoto reside en su capacidad para crear una inquietud sutil a través de escenas aparentemente inocentes. El contraste entre los tonos pastel, el encanto infantil de los personajes y la extrañeza de su situación nos desestabiliza. Estamos ante una metamorfosis inacabada, donde lo humano y lo animal se funden en una criatura híbrida, detenida en un limbo perturbador.

Lo que distingue a Yamamoto en el panorama artístico contemporáneo japonés es su rechazo a formar parte plenamente del movimiento kawaii, esa estética de lo adorable que ha invadido la cultura popular nipona. Aunque sus obras puedan parecer a primera vista adscribirse a esta tendencia, se alejan por su carácter ambiguo y melancólico. Sus niños-animales no son mascotas alegres; son testigos silenciosos de una infancia que se desvanece, de una inocencia perdida.

La influencia de las catacumbas de Palermo en el trabajo de Yamamoto es interesante. Durante una visita que la marcó profundamente, quedó impactada por la visión de las momias de niños, alineadas con sus mejores ropas, vestigios de un amor parental que trasciende la muerte. “Recuerdo que inicialmente sentí que buscaba algo, pero no sabía qué”, confesó ella. “Simplemente están ahí, de pie, en sus vestidos. El espacio estaba lleno del amor de las madres por sus hijos” [1]. Este encuentro con esos pequeños cuerpos congelados en la eternidad grabó en su mente una imagen imborrable que nutrió su trabajo artístico.

Los niños pintados por Yamamoto están, como esas momias, en un estado de suspensión temporal. No corren, no juegan, no ríen. Permanecen inmóviles, sentados o de pie, en posturas estáticas que evocan esos pequeños cuerpos preservados en las catacumbas. La paleta suave y desvanecida que utiliza refuerza esta impresión de un tiempo detenido, como si el polvo de los siglos se hubiera posado sobre estas enigmáticas figuras.

Esta fascinación por la preservación del cuerpo infantil nos remite a las reflexiones del antropólogo Philippe Ariès sobre la evolución de la concepción de la infancia en las sociedades occidentales. En su obra “El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen”, Ariès demuestra cómo el niño, durante mucho tiempo considerado un simple adulto en miniatura, se convirtió progresivamente en un sujeto con entidad propia, con sus especificidades y su valor propio [2]. Las pinturas de Yamamoto parecen cuestionar esta construcción social de la infancia, representando seres que no son ni completamente niños ni completamente animales, como si su identidad estuviera en constante negociación.

El arte de Yamamoto explora las zonas oscuras de la conciencia infantil, esos territorios donde se mezclan los miedos arcaicos y los deseos inconfesados. En ello, su trabajo hace eco de las teorías psicoanalíticas de Melanie Klein sobre el desarrollo psíquico del niño. Klein destacó la importancia de los fantasmas primitivos en la construcción de la personalidad, mostrando cómo el niño proyecta sobre el mundo exterior sus conflictos internos [3]. Las criaturas híbridas de Yamamoto pueden verse como manifestaciones visuales de esos fantasmas originarios, donde lo humano y lo animal se confunden en un esfuerzo por comprender un mundo complejo y a menudo amenazante.

La melancolía que impregna la obra de Yamamoto no es ajena a la de Yoshitomo Nara, otra figura destacada del arte contemporáneo japonés. Ambas comparten una infancia marcada por la ausencia: padres demasiado ocupados trabajando, soledad en un Japón en plena transformación económica. Pero donde Nara expresa su rebeldía a través de personajes con expresiones a veces agresivas, Yamamoto opta por una resignación silenciosa, una forma de retiro del mundo. Sus niños-animales parecen haber aceptado su condición híbrida como un medio de supervivencia en un universo adulto incomprensible.

Hay algo profundamente japonés en esa aceptación del entre-dos, esa capacidad para habitar un espacio liminal. La cultura japonesa, nutrida por el sintoísmo y el budismo, siempre ha otorgado un lugar importante a los seres del entre-mundo, a las criaturas que no son ni totalmente humanas ni totalmente animales o divinas. Los yokai, esos espíritus y monstruos del folclore nipón, pueblan una imaginación donde las fronteras entre los reinos son porosas. Yamamoto se inscribe en esta tradición al tiempo que la reactualiza a través del prisma de la sensibilidad contemporánea.

Lo que hace que el trabajo de Yamamoto sea tan conmovedor es la manera en que apela a nuestra propia nostalgia por la infancia. Reconocemos en estas figuras híbridas nuestros propios recuerdos de una época en que las fronteras entre realidad e imaginación eran difusas, donde podíamos convertirnos, durante un juego, en el animal que llevábamos dentro. “Creo que la razón principal por la que empecé a dibujar imágenes de niños es porque recordé mi infancia a través de mi experiencia cuidando niños”, explica ella. “Creo que eso me recuerda mis sentimientos de aquella época, como tener miedo y querer ser protegida por algo cálido y suave” [4].

Esta búsqueda de protección, este deseo de acurrucarse en el calor de un pelaje imaginario, resuena en cada uno de nosotros. Los disfraces animales que llevan sus personajes son como mantas de seguridad, murallas contra las agresiones del mundo exterior. Evocan esos peluches que los niños aprietan contra sí para tranquilizarse, esos objetos transicionales teorizados por Winnicott, que permiten negociar el paso entre el mundo interno y el mundo externo.

El éxito comercial de Yamamoto es innegable. Sus obras se venden a precios de oro en las casas de subastas asiáticas, coleccionadas por aficionados al arte de todo el mundo, incluido el actor hongkonés Tony Leung. ¿Significa esto que su arte se ha convertido en una simple mercancía, un producto calibrado para satisfacer los gustos de una élite adinerada en busca de emociones fáciles? No lo creo. A pesar de la seducción inmediata que ejercen sus imágenes, su poder perturbador permanece intacto. Continúan acosándonos mucho tiempo después de que hemos desviado la mirada.

La técnica pictórica de Yamamoto es particularmente interesante. Formada inicialmente en grabado en la universidad de arte Musashino de Tokio, desarrolló un estilo donde los contornos precisos se combinan con superficies de tonos suaves y vaporosos. Su método de trabajo, nacido de la necesidad de conciliar la creación artística y la maternidad, es fascinante. Comienza pintando sobre pequeños lienzos que puede sostener fácilmente, como “un niño pequeño”, y luego reproduce sus composiciones en formatos más grandes. Este enfoque, dictado por restricciones prácticas, se ha convertido en su firma artística.

Los fondos neutros sobre los que se destacan sus personajes refuerzan su aislamiento, su soledad existencial. Estos niños-animales flotan en un espacio indeterminado, fuera del tiempo y del lugar, como suspendidos en su propio universo interior. A veces, un elemento decorativo mínimo, un taburete o un juguete, ancla la escena en una realidad tangible, pero estos objetos parecen pertenecer ellos mismos a un mundo onírico.

La paleta cromática de Yamamoto privilegia los tonos pastel, los azules pálidos, los rosas desteñidos, los beiges y los blancos ligeramente cremosos. Estos colores evocan tanto la inocencia de la infancia como la fragilidad de la memoria que se desvanece. Crean una atmósfera etérea, como si estas escenas nos llegaran a través del filtro del recuerdo. Esta estética de la delicadeza contrasta con la carga emocional subyacente, creando una tensión que está en el corazón de la experiencia estética que nos ofrece la artista.

La mirada de los niños-animales de Yamamoto constituye sin duda el elemento más impactante de sus cuadros. Estos ojos bien abiertos, fijados en el espectador o perdidos en una contemplación interior, son los verdaderos centros nerviosos de sus composiciones. Nos interrogan, nos desafían, quizá nos imploran. Su expresividad paradójica, a la vez intensa e indescifrable, crea un efecto espejo donde proyectamos nuestras propias emociones, nuestros propios recuerdos de infancia.

La obra de Yamamoto nos confronta con nuestras propias contradicciones frente a la infancia. Idealizamos ese periodo como una edad de oro de inocencia y libertad, a la vez que sabemos que también está atravesado por angustias y terrores nocturnos. Queremos proteger a los niños reconociendo que la sobreprotección puede ser asfixiante. Las criaturas híbridas de Yamamoto encarnan estos paradoxos: sus disfraces animales son a la vez refugios y prisiones, expresiones de su imaginación y marcas de su alienación.

Lo que da fuerza al arte de Mayuka Yamamoto es su capacidad para crear un puente entre la experiencia subjetiva de la infancia y las preguntas universales sobre la identidad, la vulnerabilidad y el paso del tiempo. Sus niños-animales son metáforas visuales de nuestra condición humana, atrapada entre naturaleza y cultura, entre instinto y razón. Nos recuerdan que todos llevamos dentro un niño perdido que busca su lugar en un mundo demasiado grande, demasiado complejo, a veces demasiado aterrador.

En un Japón contemporáneo marcado por el envejecimiento de la población y la disminución de la natalidad, donde los niños se han convertido en seres raros y preciosos, los cuadros de Yamamoto adquieren una resonancia particular. Parecen decirnos que la infancia se ha convertido en un territorio en vías de desaparición, un espacio mental y emocional que debemos preservar, no embalsamándolo como esos pequeños cuerpos de las catacumbas de Palermo, sino reconociendo su complejidad y fragilidad.

Así que la próxima vez que vean un cuadro de Mayuka Yamamoto en una galería, no se limiten a admirar su superficie seductora. Sumérjanse en esas miradas de niños-animales, déjense atrapar por su extrañeza familiar. Quizá encuentren en ellas un fragmento de su propia infancia, ese tiempo suspendido donde todo era posible, donde el mundo era a la vez maravilloso y aterrador. Porque ese es el poder del verdadero arte: reconectarnos con lo que hemos perdido sin saberlo.


  1. Entrevista a Mayuka Yamamoto por Morgan Laurens para NotRealArt, “Los enigmáticos ‘Animal Boys’ de la pintora Mayuka Yamamoto”, 2022.
  2. Ariès, Philippe. “El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen”, Éditions du Seuil, París, 1960.
  3. Klein, Melanie. “El psicoanálisis de los niños”, Presses Universitaires de France, París, 1959.
  4. Declaración de Mayuka Yamamoto durante la exposición “Menagerie” en la GR Gallery, Nueva York, 2023.
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Referencia(s)

Mayuka YAMAMOTO (1964)
Nombre: Mayuka
Apellido: YAMAMOTO
Otro(s) nombre(s):

  • 山本 麻友香 (Japonés)

Género: Femenino
Nacionalidad(es):

  • Japón

Edad: 61 años (2025)

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