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Miwa Komatsu y sus bestias divinas

Publicado el: 25 Marzo 2025

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 8 minutos

Las criaturas de Miwa Komatsu nos miran intensamente como para despertarnos de un largo sueño materialista. Nos recuerdan que no estamos separados de la naturaleza, sino que formamos parte de una red compleja de interdependencias con todos los seres vivos.

Escuchadme bien, panda de snobs, dejemos de mentirnos a nosotros mismos. El arte contemporáneo se ha convertido a menudo en un juego estéril de autorreferencias intelectuales, un circo aséptico donde nos felicitamos entre iniciados. Entonces surge Miwa Komatsu, esta artista japonesa nacida en 1984 en la prefectura de Nagano, que viene a trastocar nuestras certezas con sus visiones chamánicas y sus bestias mitológicas de ojos saltones. Nos recuerda una verdad fundamental: el arte aún puede ser una experiencia visceral, espiritual y transformadora.

No voy a hablarles de una artista que simplemente “encontró su estilo” o que “expresa su sensibilidad”. No. Komatsu es una vidente, una chamana, una intermediaria entre los mundos. Si el arte japonés contemporáneo a menudo ha oscilado entre la ternura kawaii y la sofisticación minimalista, Komatsu traza un tercer camino, el de una conexión directa con las fuerzas telúricas y cósmicas que nos rodean, esas fuerzas que nuestra modernidad digital ha intentado desesperadamente eliminar de nuestra existencia.

Tomemos sus komainu, esos perros-leones guardianes que pinta incansablemente en explosiones cromáticas. Estas criaturas de miradas penetrantes no son simples motivos decorativos tomados del folclore nipón. Son presencias, entidades que te miran y te atraviesan. Detrás de estas miradas incandescentes se oculta una invitación: la de despertar nuestro propio “tercer ojo”, esa capacidad intuitiva que todos hemos enterrado bajo capas de racionalidad occidental.

Lo que me impresiona en el trabajo de Komatsu es la manera en que logra reconciliar lo espiritual y lo contemporáneo sin caer en el kitsch New Age. Su enfoque me recuerda extrañamente las reflexiones del filósofo francés Henri Bergson sobre la intuición como método filosófico. Para Bergson, la intuición es esa capacidad de captar la realidad desde adentro, más allá de los marcos que nuestro intelecto impone a nuestra percepción. Él escribía: “La intuición es esa especie de simpatía intelectual por la cual uno se transporta al interior de un objeto para coincidir con lo que tiene de único y por tanto de inexpresable” [1]. Es exactamente lo que Komatsu nos propone: una experiencia directa, inmediata, no mediada de realidades espirituales.

El enfoque de Komatsu es diametralmente opuesto a la tradición analítica occidental que descompone, diseca y categoriza. Ella trabaja en un estado de semi-trance, preparándose mediante la meditación antes de abordar el lienzo. En su “live painting”, una performance que ha realizado en lugares espirituales como el santuario de Izumo o Koyasan, se convierte literalmente en el vehículo de energías que la atraviesan. Sus manos parecen guiadas por una inteligencia que la supera. Bergson habría reconocido en esta práctica la expresión misma de su teoría del ímpetu vital, esa fuerza creadora inmanente que sustenta la evolución y la creatividad humana.

En “Next Mandala, The Great Harmonization” (2021), obra monumental dedicada al templo To-ji de Kioto, Komatsu lleva este enfoque intuitivo a su paroxismo. Estos mandalas, inspirados en los mandalas del Diamante y de la Matriz de la tradición budista Shingon, no representan simplemente entidades divinas, sino que se convierten en portales energéticos. Como explica Bergson en “L’Évolution créatrice”, el verdadero arte no representa el mundo, crea uno nuevo [2]. Estos mandalas no son imágenes del cosmos, son cosmos en miniatura, universos vibratorios donde la energía circula entre las espirales del ADN y las bestias divinas que allí retozan.

Pero no crean que Komatsu es una mística desconectada de nuestro mundo contemporáneo. La filosofía que ella denomina “The Great Harmonization” (La Gran Armonización) es una respuesta directa a lo que los científicos llaman “The Great Acceleration” (La Gran Aceleración), ese período desde la Segunda Guerra Mundial marcado por una intensificación sin precedentes del impacto humano sobre la Tierra. Ante el agotamiento de los recursos planetarios, Komatsu propone una visión de coexistencia armoniosa entre todos los seres vivos. El arte aquí se convierte en un acto político, una toma de posición ecológica.

Lo que distingue profundamente a Komatsu de los artistas occidentales que se inspiran en espiritualidades “exóticas” es que ella no está en una búsqueda de apropiación sino en una encarnación auténtica. No pretende ser una chamana, ella es una chamana moderna. Su trabajo se inscribe en una larga tradición de prácticas espirituales japonesas que fusionan el sintoísmo, el budismo y creencias animistas ancestrales. Cuando declara que “realmente ve” a los espíritus desde su infancia, ¿quiénes somos nosotros para afirmar que no es verdad? Nuestro escepticismo occidental aquí queda desacertado.

Pasemos al segundo aspecto de lo que me gusta de Komatsu: su relación con la historia del arte y, más concretamente, con las vanguardias del siglo XX. Si observamos atentamente sus obras recientes como “Pure Energy Felt in the Forest” (2023), no podemos evitar pensar en el expresionismo abstracto estadounidense, especialmente en Pollock, en esa gestualidad liberada, esa pintura que se convierte en un rastro de la acción del cuerpo. Pero mientras Pollock sigue siendo fundamentalmente un formalista, a pesar de de sus pretensiones de captar energías primitivas, Komatsu va más allá al reintroducir figuras reconocibles dentro de esta explosión gestual.

El crítico de arte estadounidense Clement Greenberg, teórico del expresionismo abstracto, veía en la abstracción una marcha inevitable hacia la pureza del medio pictórico. Escribió: “La pintura modernista orientó su desarrollo hacia el abandono de la representación del espacio reconocible que habitamos” [3]. Komatsu desafía esta afirmación al traer lo figurativo, lo narrativo y lo mitológico al corazón de una pintura que, sin embargo, es decididamente contemporánea y formalmente audaz.

Lo que resulta aún más interesante es que Komatsu realiza esta hazaña sin caer jamás en la trampa del posmodernismo cínico y el juego de la cita donde todo es solo una referencia irónica a la historia del arte. Mientras que un Koons o un Murakami juegan con los signos y símbolos de la cultura pop en una propuesta a menudo irónica, Komatsu mantiene una sinceridad desconcertante. Ella realmente cree en lo que pinta. Esta autenticidad nos desconcierta en la era del simulacro generalizado.

En este sentido, Komatsu representa una alternativa refrescante a la estética posmoderna tal como la teorizó Frederic Jameson, quien veía en el arte contemporáneo una pérdida de profundidad histórica, un presente eterno sin anclaje [4]. La obra de Komatsu, por el contrario, se enraíza profundamente en tradiciones milenarias, a la vez que es decididamente contemporánea en su forma y sus preocupaciones ecológicas.

Hay algo profundamente subversivo en el hecho de que una joven japonesa se adueñe con tal autoridad de un territorio tradicionalmente dominado por figuras masculinas. En la cultura japonesa, los roles de sacerdotes sintoístas o monjes budistas han estado históricamente reservados a los hombres, aunque las mujeres a veces podían ocupar funciones de médiums (miko). Komatsu trasciende estas limitaciones históricas encarnando simultáneamente a una artista contemporánea reconocida internacionalmente y a una especie de sacerdotisa moderna. Durante sus performances de “live painting” en las que aparece vestida con un hakama blanco tradicional, se apropia de códigos rituales ancestrales a la vez que los reinventa.

Su presencia en instituciones prestigiosas como el British Museum es aún más notable dado que nunca ha suavizado su mensaje espiritual para agradar al mercado. A diferencia de muchos artistas que diluyen su visión para adaptarse a las expectativas del mundo del arte, Komatsu ha impuesto su cosmología personal sin compromisos. Su reciente exposición “Sacred Nexus” en la Whitestone Gallery de Hong Kong demuestra que continúa profundizando su búsqueda espiritual a la vez que amplía su audiencia internacional.

Lo que me conmueve particularmente de su obra es su visión del arte como “medicamento que salva y sana el corazón y el alma”. En nuestra época en la que el arte contemporáneo suele reducirse a una inversión financiera o a un entretenimiento para élites, esta concepción terapéutica y democrática del arte es revolucionaria. Komatsu nos recuerda que el arte aún puede ser un vehículo de transformación espiritual, una tecnología del alma.

Por supuesto, podríamos acusar a Komatsu de ingenuidad, reprocharle que crea demasiado literalmente en los espíritus y las energías que ella representa. Pero esta crítica pasaría por alto lo esencial: en un mundo que ha perdido sus referentes espirituales y que sufre un vacío existencial, el enfoque de Komatsu ofrece una alternativa al nihilismo circundante. Ella propone un reencantamiento del mundo que no es una regresión premoderna, sino una integración de espiritualidades ancestrales en un marco contemporáneo.

Mientras que las ciencias cognitivas y la física cuántica cuestionan nuestras concepciones materialistas de la conciencia y la realidad, el arte visionario de Komatsu encuentra una resonancia inesperada con ciertas investigaciones científicas de vanguardia. Tal vez no sea casualidad que ella incorpore estructuras que evocan el ADN en sus recientes mandalas. En la intersección de la espiritualidad tradicional y los cuestionamientos científicos contemporáneos, su obra se convierte en una especie de laboratorio visual donde se elaboran nuevas modalidades de percepción y conciencia.

Miwa Komatsu nos enfrenta a una cuestión fundamental: ¿y si esos “espíritus” que ella percibe no fueran simples proyecciones psicológicas sino aspectos de la realidad que nuestra racionalidad occidental ha hecho invisibles? ¿Y si el arte aún tuviera el poder de ponernos en contacto con dimensiones de la existencia que hemos olvidado? En un mundo que corre hacia su perdición ecológica, ¿no necesitamos estas nuevas/antiguas maneras de percibir nuestra relación con lo viviente?

El arte de Komatsu no es un retorno nostálgico a creencias premodernas, sino una propuesta para un futuro donde la espiritualidad y la conciencia ecológica se unen. Sus bestias divinas con ojos llameantes nos miran intensamente como para despertarnos de un largo sueño materialista. Nos recuerdan que no estamos separados de la naturaleza, que formamos parte de una red compleja de interdependencias con todos los seres vivos.

Os lo digo: Miwa Komatsu es una de las voces más singulares y necesarias del arte contemporáneo actual. En un paisaje artístico a menudo cínico y autorreferencial, ella aporta una sinceridad desarmante y una profundidad espiritual que nos había hecho mucha falta. No solo nos ofrece imágenes para contemplar, sino una experiencia transformadora, una invitación a despertar nuestra propia sensibilidad a las dimensiones invisibles que nos rodean.

Así que la próxima vez que os encontréis frente a una de sus obras, no os conforméis con una apreciación estética distante. Dejaos atravesar por la mirada de sus bestias divinas. Quizá veáis abrirse, aunque sea un instante, vuestro propio tercer ojo.


  1. Henri Bergson, “Introducción a la metafísica”, en La Pensée et le Mouvant, PUF, París, 1934.
  2. Henri Bergson, La evolución creadora, PUF, París, 1907.
  3. Clement Greenberg, “Modernist Painting”, en The Collected Essays and Criticism, Vol. 4, University of Chicago Press, 1993.
  4. Frederic Jameson, El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo tardío, Beaux-arts de Paris, 2011.
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Referencia(s)

Miwa KOMATSU (1984)
Nombre: Miwa
Apellido: KOMATSU
Otro(s) nombre(s):

  • 小松美羽 (Japonés)

Género: Femenino
Nacionalidad(es):

  • Japón

Edad: 41 años (2025)

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