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Ross Bleckner: Anatomía de la evanescencia

Publicado el: 7 Agosto 2025

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 14 minutos

Ross Bleckner desarrolla desde hace cuatro décadas una pintura de la impermanencia donde flores fantasmales, células coloreadas y constelaciones misteriosas evocan la fragilidad de la existencia. Sus obras, nacidas de la urgencia del sida, elaboran un lenguaje visual de la evanescencia que supera el simple testimonio para alcanzar lo universal.

Escuchadme bien, panda de snobs. Durante casi cuatro décadas, Ross Bleckner pinta la impermanencia con una obstinación que roza el ritual. Este neoyorquino nacido en 1949 nunca ha dejado de explorar las zonas liminales donde la vida se vuelca hacia la ausencia, donde la luz vacila antes de extinguirse, donde cada lienzo se convierte en un memento mori contemporáneo. Sus obras, ya sea desplegando puntos luminosos que flotan sobre fondos de ébano o haciendo florecer ramos fantasmales en la penumbra, nos enfrentan a esa verdad que preferimos ignorar: nuestra existencia pende de un hilo, una frágil membrana celular que nos separa del desastre.

El arte del umbral: Agamben y la condición liminar

La obra de Ross Bleckner encuentra una resonancia particular en el pensamiento de Giorgio Agamben, filósofo italiano que ha dedicado sus investigaciones a las zonas de indeterminación, esos umbrales donde las categorías se confunden y donde se abre un espacio de pura potencialidad [1]. Para Agamben, el umbral no es ni interior ni exterior al orden establecido, sino que constituye precisamente esa zona de indiferencia donde el adentro y el afuera se difuminan el uno en el otro. Esta concepción ilumina de una manera nueva la empresa pictórica de Bleckner, que opera constantemente en estos territorios inciertos donde la figuración se disuelve en la abstracción, donde la celebración de la vida coexiste con la evocación de la muerte, donde la belleza nace de la contemplación de la fragilidad.

Desde sus primeros trabajos en los años 1980, Bleckner revela esta preocupación por los estados liminales. Sus pinturas a rayas propias del arte óptico, esas bandas verticales que parecen vibrar y pulsar, crean una perturbación perceptual que nos sitúa exactamente en esa zona de indeterminación de la que habla Agamben. El ojo no logra fijar estas superficies cambiantes que oscilan entre presencia y ausencia, entre materialidad e ilusión óptica. Estas obras no son ni puramente abstractas ni totalmente figurativas, sino que ocupan un territorio intermedio, un umbral donde se juega algo esencial en nuestra relación con lo visible.

La aparición del sida en los años 1980 dará una nueva urgencia a esta estética del umbral. Bleckner comprende intuitivamente que esta epidemia transforma a su generación en un pueblo del umbral, comunidad de seres suspendidos entre la vida y la muerte, obligados a habitar esta zona de excepción donde las certezas se desmoronan. Sus “Cell Paintings” de este período materializan esta condición: estas células que flotan en el espacio pictórico evocan simultáneamente la estructura microscópica de lo vivo y su vulnerabilidad frente al virus. Ellas encarnan esa “vida desnuda” de la que habla Agamben, esa existencia reducida a su dimensión puramente biológica, despojada de toda protección simbólica.

El artista desarrolla entonces un vocabulario visual de un poder impresionante: velas que se apagan, pájaros que se desvanecen en la niebla, flores que se descomponen en la luz. Cada motivo funciona como un signo de esa condición liminal donde la belleza y la muerte se confunden. En “Architecture of the Sky” (1989), las cúpulas y bóvedas que flotan en la oscuridad evocan esos espacios sagrados donde, según Agamben, se articula la relación entre lo visible y lo invisible, entre la inmanencia y la trascendencia.

La técnica misma de Bleckner participa de esta estética del umbral. Sus esmaltes superpuestos, sus efectos de transparencia, sus juegos con la profundidad crean superficies que nunca se entregan completamente a la mirada. La imagen se forma y se deforma según el ángulo de visión, según la distancia, según la calidad de la luz. Esta inestabilidad perceptiva nos mantiene en un estado de vigilia contemplativa, en esa atención flotante que caracteriza la experiencia del umbral.

Más recientemente, con sus “Burn Paintings”, Bleckner radicaliza este enfoque utilizando un soplete para quemar literalmente sus lienzos. Este gesto destructor/creador ilustra perfectamente esa lógica del umbral donde la muerte se convierte en condición del renacimiento. El artista no destruye para aniquilar, sino para revelar potencialidades ocultas en la materia pictórica. El fuego, agente de destrucción por excelencia, se convierte aquí en instrumento de revelación, medio para acceder a formas de expresión que no podrían emerger de otro modo.

Este enfoque resuena con la concepción de Agamben del tiempo mesiánico, ese tiempo suspendido donde se abre la posibilidad de una transformación radical. Los lienzos quemados de Bleckner guardan la huella de esta violencia creadora, de ese instante en que algo nuevo surge de la destrucción de lo antiguo. Materializan esa “zona de no-saber” que menciona Agamben, ese espacio donde los seres son “salvados precisamente en su ser insalvables”.

La luz de Ariel: Plath y la poética de la incandescencia

Si la filosofía de Agamben nos ayuda a comprender la dimensión conceptual de la obra de Bleckner, es en la poesía de Sylvia Plath, y más concretamente en su colección “Ariel”, donde encontramos el equivalente literario de su búsqueda artística [2]. Al igual que Bleckner, Plath desarrolla una estética de la intensidad en la que la belleza nace del enfrentamiento directo con la finitud. Sus últimos poemas, escritos en los meses previos a su muerte en 1963, despliegan una incandescencia comparable a la que emanan los lienzos del artista estadounidense.

El propio poema “Ariel” ofrece una clave esencial para interpretar el universo de Bleckner. Plath describe allí una carrera a caballo que se convierte en metáfora de una carrera hacia la luz, donde el ser se regenera en el propio trance de su disolución. Esta dinámica de destrucción/regeneración impregna toda la obra de Bleckner, desde sus primeras obras de arte óptico (Op Art) hasta sus recientes pinturas de flores fantasmales.

El uso que hace Plath de la luz en “Ariel” ilumina especialmente el enfoque de Bleckner. En la poetisa, la luz nunca es simple iluminación, sino una fuerza dramática que revela tanto como consume. La “leona de Dios” que atraviesa el poema encarna esta energía ambivalente, destructora y creadora a la vez. De igual forma, los efectos luminosos de Bleckner nunca tienen como objetivo el mero efecto decorativo, sino que buscan captar esa calidad particular de la luz que se manifiesta en los momentos de vuelco, en aquellos instantes de gracia en los que lo ordinario revela su dimensión trágica.

La influencia de Plath en Bleckner se revela particularmente en su serie de pinturas de flores. Como la poetisa en sus “poemas de abejas” que concluyen el volumen “Ariel”, el artista transforma el motivo floral en una alegoría de la condición mortal. Sus ramos difusos, sus corolas que se deshacen en la luz, sus pétalos que parecen flotar en un espacio indefinido retoman la lección de Plath: hacer de la belleza natural el espejo de nuestra propia fragilidad.

Esta afinidad se profundiza al considerar la técnica de Bleckner. Sus efectos de desenfoque, sus transparencias, sus juegos sobre la disolución de la forma evocan directamente la escritura de Plath en sus últimos poemas. En ambas, la precisión técnica sirve una estética de la evanescencia. Plath cincela sus versos con una maestría desconcertante para decir lo indecible de la experiencia límite; Bleckner afila su técnica pictórica para captar esos momentos en que la realidad vacila sobre sus bases.

La noción de “resurrección” que atraviesa la obra de Plath encuentra su equivalente plástico en la propuesta de Bleckner. Cuando la poetisa menciona en “Lady Lazarus” ese arte de morir y renacer, describe una lógica que se encuentra en cada lienzo del artista. Sus motivos, aves, flores y velas, mueren en la imagen para renacer transfigurados. Acceden a una forma de belleza que solo existe a través de la prueba de su disolución.

La atención que Plath y Bleckner dedican a la calidad de la luz revela una sensibilidad común a los fenómenos liminares. En “Morning Song”, poema de apertura de “Ariel” según la intención original de la poetisa, Plath describe esa luz particular del alba que revela tanto como transforma. Esa misma calidad de luz atraviesa los lienzos de Bleckner: luz del entretiempo, ni del todo día ni del todo noche, que revela las formas en su fragilidad constitutiva.

La dimensión temporal de esta estética es particularmente interesante. Como los últimos poemas de Plath, las pinturas de Bleckner parecen captar instantes suspendidos, momentos donde el tiempo ordinario se distiende para dar paso a otra temporalidad. Sus pinturas “Constellation” de los años 1990 materializan esta suspensión: los puntos luminosos que constelan sus fondos oscuros evocan esas estrellas muertas cuya luz sigue llegándonos, creando una extraña contemporaneidad entre el presente y lo abolido.

Esta poética del tiempo encuentra su expresión más acabada en las obras recientes de Bleckner. Sus pinturas actuales, donde figuran escáneres cerebrales transformados en paisajes florales o cósmicos, ilustran esta capacidad de hacer coexistir temporalidades científica y poética, exactitud documental y visión lírica. Como Plath en sus últimos textos, Bleckner logra convertir el diagnóstico médico en materia para una transfiguración estética.

La economía de la desaparición

La evolución de Bleckner desde los años 1980 revela una lógica coherente: la de una economía de la desaparición donde cada aumento de visibilidad se acompaña de una pérdida equivalente. Sus primeras obras de arte óptico creaban efectos de aparición/desaparición solo por el juego de contrastes cromáticos. Los motivos parecían emerger y luego disolverse según la acomodación de la mirada, instaurando un régimen perceptual de inestabilidad permanente.

Esta dialéctica de la presencia y la ausencia se vuelve más compleja con la introducción de elementos figurativos. Sus aves de los años 1990 encarnan perfectamente esta economía: aparecen en la imagen como huellas de un paso, espectros de una presencia ya huida. Su aspecto difuso, su integración en fondos indeterminados los convierte en figuras liminares, ni totalmente presentes ni completamente ausentes.

Las velas constituyen otro motivo privilegiado de esta estética de la desaparición. Símbolo tradicional de la precariedad de la existencia, permiten a Bleckner introducir la dimensión temporal en sus composiciones. Una vela encendida es tiempo que se consume, materia que se transforma en luz y en humo. Al pintarlas, el artista fija paradójicamente lo que por naturaleza no puede ser fijado: el instante de la combustión, el momento en que la materia se vuelve inmaterial.

Esta preocupación por los fenómenos de transición se refleja en su manera de tratar el espacio pictórico. Sus composiciones evitan sistemáticamente las delimitaciones nítidas, los contornos precisos que permitirían a la mirada descansar en certezas formales. Todo parece en perpetua metamorfosis, captado en un estado intermedio entre varios estados posibles.

La reciente serie de los “Burn Paintings” radicaliza este enfoque al introducir el fuego como agente de transformación. El soplete se convierte aquí en instrumento pictórico, medio para revelar potencialidades ocultas en la materia. Esta técnica ilustra perfectamente la economía de la desaparición que rige la obra: para revelar, hay que destruir; para crear, hay que aceptar la pérdida.

Estas obras quemadas guardan en sí la huella del proceso que las engendró. Llevan los estigmas de su propia creación, materializan esa violencia fundadora que preside todo nacimiento artístico. En este sentido, cumplen el programa estético que Bleckner persigue desde sus comienzos: dar forma a lo informe, hacer visible lo invisible, convertir el arte en instrumento de revelación de fuerzas que nos superan.

Esta economía de la desaparición encuentra su justificación última en el contexto histórico que vio nacer la obra de Bleckner. La epidemia del sida de los años 1980 confrontó a su generación con la experiencia masiva de la desaparición. Amigos, amantes, colaboradores: todos podían caer de un día para otro en esa zona oscura donde la enfermedad transforma a los vivos en supervivientes. El arte de Bleckner nace de esta experiencia, de esta necesidad de testimoniar por quienes ya no pueden hacerlo.

Pero su obra supera el simple testimonio para proponer una estética de la supervivencia. Sus lienzos no se limitan a lamentar las desapariciones; elaboran un lenguaje plástico capaz de mantener una forma de presencia más allá de la ausencia. Sus motivos fantasmales, sus efectos de transparencia, sus juegos con la evanescencia crean un espacio donde los desaparecidos pueden continuar existiendo bajo una forma sublimada.

La técnica de la evanescencia

La originalidad técnica de Bleckner reside en su capacidad para desarrollar un vocabulario pictórico de la evanescencia. Sus veladuras superpuestas, sus efectos de transparencia, sus modelados difusos contribuyen a crear superficies que nunca se entregan del todo a la mirada. Esta contención técnica sirve a un propósito estético preciso: mantener la imagen en un estado de incertidumbre que imita la experiencia de la pérdida.

Sus “Cell Paintings” de los años 1980 ilustran perfectamente esta propuesta. Estas células coloreadas que flotan sobre fondos oscuros evocan simultáneamente la belleza microscópica de lo vivo y su vulnerabilidad ante la enfermedad. Su acabado deliberadamente ambiguo (nunca se sabe si se trata de células sanas o patológicas) mantiene al espectador en una incertidumbre que refleja la angustia de la época.

La maestría técnica de Bleckner se revela en su capacidad para crear efectos de profundidad sin recurrir a los códigos tradicionales de la perspectiva. Sus composiciones parecen adentrarse en el espacio solo por virtud de sus relaciones cromáticas y sus efectos materiáticos. Esta profundidad no euclidiana evoca la de los espacios mentales, los territorios de la memoria y del sueño donde las leyes físicas ordinarias ya no se aplican.

El uso que hace del color participa de esta estética de la indeterminación. Sus negros nunca son absolutos pero siempre dejan filtrar otras tonalidades. Sus blancos conservan el rastro de coloraciones sutiles que les impiden funcionar como contrastes puros. Esta economía cromática refinada crea ambientes que evocan la penumbra de las iglesias, la luz tenue de las habitaciones de enfermos, esas iluminaciones particulares que acompañan los momentos de recogimiento.

La evolución reciente de su técnica da testimonio de una radicalización de este enfoque. Sus “Burn Paintings” introducen el azar controlado como nuevo parámetro de creación. El fuego, manteniéndose bajo el control del artista, introduce una parte de imprevisible que complejiza el proceso creativo. Esta técnica permite a Bleckner alcanzar efectos de materia que ninguna técnica tradicional podría haber producido.

Estas obras quemadas revelan una belleza particular, la de los fenómenos de degradación controlada. Ofrecen lo que podría llamarse una estética de la cicatriz, donde la huella del trauma se convierte en fuente de una nueva belleza. En este sentido, cumplen el programa que Bleckner persigue desde sus inicios: transformar la experiencia de la pérdida en materia para contemplación estética.

La atención prestada a los efectos superficiales revela en Bleckner una concepción particular de la pintura. Sus lienzos nunca funcionan como simples soportes de imágenes sino como objetos físicos cuya materialidad participa plenamente en el sentido. Esta dimensión táctil de su obra invita a un enfoque contemplativo que va más allá del reconocimiento iconográfico simple.

Esta materialidad asumida distingue a Bleckner de los artistas conceptuales de su generación. Mientras muchos exploran las potencialidades desmaterializadas del arte contemporáneo, él mantiene una fidelidad a la pintura entendida como un saber hacer artesanal irremplazable. Esta posición no es nada nostálgica: procede de una convicción profunda de que ciertas experiencias solo pueden ser comunicadas mediante la mediación de la materia pictórica.

El legado y la posteridad

La obra de Ross Bleckner ocupa una posición singular en el panorama artístico contemporáneo. Ni completamente moderna ni francamente posmoderna, desarrolla una vía intermedia que toma prestado de ambas estéticas sin reducirse a ninguna. Esta posición intermedia le confiere una actualidad particular en un momento en que las categorías estéticas heredadas del siglo XX muestran sus límites.

Su influencia sobre las generaciones más jóvenes se manifiesta menos por filiaciones formales directas que por la transmisión de una ética artística. Bleckner ha demostrado que es posible tratar los temas más graves sin caer en el patetismo, hablar de la muerte sin complacencia morbosa, hacer del arte un instrumento de resistencia frente a lo inaceptable.

Esta lección resuena especialmente en un momento en que nuevas crisis ecológicas, sanitarias y sociales confrontan a los artistas a la necesidad de testimoniar sin ceder a la facilidad del miserabilismo. El ejemplo de Bleckner muestra que es posible mantener la exigencia estética incluso cuando la urgencia del testimonio podría justificar todos los atajos.

Su defensa obstinada de la pintura como medio irreemplazable también marcó su época. En un momento en que todo parecía anunciar la muerte de este arte supuestamente anticuado, Bleckner demostró que la pintura conservaba recursos expresivos únicos. Esta demostración contribuyó al regreso en gracia de la pintura en los años 1990 y 2000.

La obra de Bleckner también ilustra una cierta concepción del compromiso artístico. En lugar de caer en la denuncia directa o el activismo militante, eligió la vía oblicua de la sugerencia, la evocación, la metáfora. Este enfoque indirecto suele ser más eficaz que las demostraciones explícitas, ya que solicita la inteligencia y la sensibilidad del espectador en lugar de coaccionarlas.

Su trayectoria es finalmente testimonio de una fidelidad rara a una visión artística coherente. Desde hace cuarenta años, Bleckner explora el mismo territorio estético con una constancia que suscita admiración. Esta perseverancia le ha permitido profundizar progresivamente su enfoque, refinar sus medios expresivos y alcanzar una forma de maestría que es cada vez más rara en un mundo artístico obsesionado con la novedad.

La obra de Ross Bleckner nos recuerda que el arte auténtico siempre nace de la confrontación con lo esencial. Sus lienzos, ya desplieguen constelaciones misteriosas o ramos evanescentes, nos remiten a las cuestiones fundamentales que plantea la existencia humana. En ello, cumplen la misión más alta del arte: ayudarnos a habitar poéticamente un mundo que, sin ello, seguiría siendo inhabitable.


  1. Giorgio Agamben, “The Coming Community”, traducido por Michael Hardt, University of Minnesota Press, 1993.
  2. Sylvia Plath, “Ariel”, edición restaurada con introducción de Frieda Hughes, Harper Perennial Modern Classics, 2004.
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Referencia(s)

Ross BLECKNER (1949)
Nombre: Ross
Apellido: BLECKNER
Género: Masculino
Nacionalidad(es):

  • Estados Unidos

Edad: 76 años (2025)

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