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Annie Morris: La geometría frágil del ser

Publicado el: 24 Junio 2025

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 8 minutos

Annie Morris desarrolla un lenguaje escultórico único a través de sus “Stacks”, torres precarias de esferas coloreadas que desafían la gravedad. Formada junto a Giuseppe Penone, esta artista británica transforma la experiencia del duelo en celebración de la vida, creando obras de una belleza impresionante y universal.

Escuchadme bien, panda de snobs. Aquí está Annie Morris, esta artista británica que nos cuenta las historias más humanas con bolas de yeso coloreadas. En un mundo donde el arte contemporáneo a veces parece divertirse jugando al más sofisticado, Morris nos recuerda que la belleza a menudo nace de la simplicidad cruda y de la emoción pura. Sus esculturas “Stack”, esas torres precarias de esferas pintadas con pigmentos puros, llevan en sí una verdad tan universal que se vuelve casi incómoda para nuestra época marcada por el cinismo.

Nacida en 1978 en Londres, Annie Morris desarrolla un lenguaje plástico que encuentra sus raíces en la experiencia más dolorosa que existe: la pérdida de un hijo. En 2014, enfrentada a la muerte in utero de su primer hijo, encuentra en la creación escultórica un medio para expresar lo inexpresable. Pero atención, no nos equivoquemos: Morris no es una artista del lamento. Es quien transforma el duelo en celebración, la fragilidad en fuerza que desafía las leyes de la física.

El universo de Morris se ancla profundamente en una comprensión intuitiva del equilibrio precario que rige nuestras existencias. Sus “Stacks” se elevan como tótems contemporáneos, cada esfera descansando sobre la siguiente en un equilibrio que desafía la razón. Esculpidas en espuma y luego cubiertas de yeso y arena antes de ser pintadas con pigmentos puros, ultramar, verde viridiano, ocre, estas obras respiran una vitalidad impactante. La propia artista las describe como “personajes” que dialogan entre sí en su taller londinense de Stoke Newington, ese antiguo almacén de hummus que comparte con su marido, el artista Idris Khan.

La formación de Morris con Giuseppe Penone en la École nationale supérieure des Beaux-Arts de Paris entre 1997 y 2001 merece una atención especial. Penone, figura destacada del Arte Povera, desarrolló a lo largo de su carrera una filosofía artística que sitúa la relación entre el hombre y la naturaleza en el centro de su investigación [1]. Este movimiento italiano de los años 1960, teorizado por el crítico de arte Germano Celant, defendía el uso de materiales “pobres” y un enfoque directo, sin artificios, de la creación artística [2]. En Penone, esta filosofía se manifiesta en una exploración constante de los procesos naturales y su interacción con la intervención humana. Sus esculturas de árboles en bronce, sus impresiones corporales en la materia vegetal, o sus reflexiones sobre la respiración y el crecimiento atestiguan una visión del mundo en la que el arte se convierte en un medio para revelar los vínculos misteriosos que unen a todos los seres vivos.

Esta influencia del Arte Povera se refleja claramente en el enfoque de Morris, aunque su lenguaje plástico se aleja formalmente de ella. Como Penone, ella privilegia una relación directa con sus materiales, esculpiendo a mano cada esfera en la espuma, aplicando el yeso y la arena por capas sucesivas, manipulando los pigmentos puros con una sensualidad que recuerda los gestos primitivos del alfarero. Pero donde Penone explora la temporalidad geológica y vegetal, Morris se interesa por la temporalidad humana, esos momentos de quiebre donde la vida revela su fragilidad fundamental. Sus esculturas llevan en sí esa tensión permanente entre construcción y colapso que caracteriza la existencia humana. Cada “Stack” parece desafiar las leyes de la gravedad, mantenido en equilibrio por una varilla de acero invisible que atraviesa las esferas, creando esa ilusión de precariedad que es todo su encanto y su fuerza metafórica.

La enseñanza de Penone también transmitió a Morris esta atención particular a las cualidades intrínsecas de los materiales. El artista italiano consideraba que cada materia posee su propia memoria, sus propias capacidades expresivas que hay que revelar en lugar de restringir. Esta filosofía resuena profundamente en la práctica de Morris, que pasa horas experimentando las reacciones de los pigmentos sobre el yeso rugoso, buscando preservar esa textura polvorienta y frágil que caracteriza los colores puros recién sacados del bote. Ella explica querer que sus esculturas conserven ese aspecto de pintura “no secada”, esa inmediatez que hace vibrar el color en la luz.

Esta búsqueda de la inmediatez nos conduce naturalmente hacia el segundo eje de reflexión que suscita la obra de Morris: su relación compleja con el existencialismo, especialmente en su dimensión más concreta y carnal. Si se puede acercar el enfoque de la artista británica a ciertas preocupaciones existencialistas, es menos por una filiación intelectual directa que por una convergencia intuitiva hacia cuestionamientos fundamentales sobre el ser, la angustia y la autenticidad de la existencia.

El existencialismo, tal como se desarrolló en el siglo XX, especialmente a través de las obras de Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, coloca en el centro de su reflexión la cuestión de que la existencia precede a la esencia, la libertad radical del individuo frente a un mundo carente de un sentido preestablecido [3]. Esta filosofía, nacida en el contexto de la posguerra europea, interroga frontalmente la angustia como reveladora de nuestra condición humana. Para Sartre, la angustia nace de la conciencia de nuestra libertad absoluta y de la responsabilidad aplastante que de ella se deriva. Estamos “condenados a ser libres”, arrojados a un mundo donde debemos elegir constantemente quién queremos ser, sin garantía divina ni natural que guíe nuestros pasos.

Esta dimensión existencialista encuentra un eco impactante en la obra de Morris, particularmente en la génesis de sus “Stacks”. La experiencia del duelo perinatal que atraviesa la artista en 2014 la confronta brutalmente con la absurda realidad fundamental de la existencia, con esa precariedad que puede hacer que nuestras vidas se tambaleen en cualquier momento. Pero en lugar de sucumbir a la desesperación o a la resignación, Morris elige el acto creativo como afirmación de su libertad frente a lo trágico. Sus esculturas se convierten entonces en metáforas de esa condición humana descrita por los existencialistas: construcciones frágiles e improbables que se mantienen en pie a pesar de todo, desafiando la gravedad y la entropía por la sola fuerza de la voluntad creadora.

La autenticidad, valor cardinal del existencialismo, se manifiesta en Morris en esa capacidad para transformar la experiencia más dolorosa en obra de arte sin jamás caer en el patetismo o la complacencia. Como recuerda Sartre en “El ser y la nada”, la autenticidad consiste en asumir plenamente su condición y sus elecciones, en rechazar la mala fe que nos haría huir de nuestra responsabilidad. Morris encarna esta exigencia de autenticidad al negarse a ocultar las cicatrices de su experiencia tras un discurso estetizante. Sus “Stacks” llevan en sí esa verdad cruda de la existencia, esa fragilidad asumida que constituye su fuerza política y emocional.

La dimensión corpórea del existencialismo también encuentra su traducción en la práctica de Morris. Para los filósofos existencialistas, el cuerpo no es un simple vehículo del alma sino el lugar mismo de nuestro ser-en-el-mundo, nuestra interfaz sensible con la realidad. Morris desarrolla esta intuición en su relación física con los materiales, en esos gestos repetidos de escultura, lijado y pintura que inscriben su presencia corporal en la obra. Cada esfera lleva las huellas de sus manos, cada color testimonia su gestualidad particular. El proceso creativo se convierte así en una forma de meditación activa, un medio para anclarse en el presente a pesar del dolor del pasado.

Este enfoque existencialista se encuentra también en la recepción de la obra. Morris rechaza deliberadamente imponer una lectura unívoca de sus esculturas. Invita al espectador a construir su propia relación con la obra, a proyectar sus propias angustias y esperanzas en esos equilibrios precarios. Esta apertura a la interpretación múltiple corresponde perfectamente al ideal existencialista de la libertad individual y la responsabilidad del sujeto frente al sentido.

La evolución reciente de la práctica de Morris hacia el tapiz y las obras sobre papel enriquece aún más esta dimensión existencialista. Sus dibujos obsesivos, realizados a menudo de noche en una especie de trance creativo, evocan esas “figuras de mujeres-flor” donde el rostro desaparece tras la floración. Estas obras, que ella luego traduce en tapices cosidos a mano, hablan de metamorfosis, del ciclo de la vida y de la muerte, de esa transformación perpetua que caracteriza la existencia humana según el pensamiento existencialista.

La instalación de Morris en el pabellón Oscar Niemeyer del Château La Coste en 2022 ilustra perfectamente esta síntesis entre la herencia del Arte Povera y la sensibilidad existencialista. En este espacio arquitectónico de curvas sensuales, sus esculturas de bronce coloreado dialogan con el paisaje provenzal en una armonía que no tiene nada de decorativa. Al contrario, afirman esta capacidad del arte para transformar nuestras relaciones con el mundo, para revelar la belleza oculta en nuestras fragilidades más profundas.

Hoy, mientras Morris prepara nuevas exposiciones, especialmente en Corea del Sur, y continúa explorando las posibilidades del vitrales en sus proyectos para Claridge’s, su obra se impone como una de las voces más auténticas de su generación. Ella nos recuerda que el arte verdadero nace siempre de ese encuentro entre una sensibilidad particular y las preguntas universales de nuestro tiempo. Sus “Stacks” continuarán durante mucho tiempo llamándonos la atención por su capacidad para metamorfosear el dolor en belleza, la precariedad en fuerza, lo íntimo en universal.

En un mundo donde el arte contemporáneo a menudo se dispersa en la multiplicación de soportes y conceptos, Annie Morris nos ofrece esta lección de humildad y profundidad: a veces, basta con unas cuantas bolas coloreadas apiladas para decir lo esencial de lo que somos. Y quizás eso sea, al final, el genio de esta artista discreta que trabaja en la sombra de su taller londinense: recordarnos que la sofisticación más alta nace a menudo de la mayor sencillez, y que la verdadera belleza siempre se oculta donde menos se la espera.


  1. Giuseppe Penone, Respirar la sombra, catálogo de exposición, Kunstmuseum Winterthur, 2008.
  2. Germano Celant, Arte Povera, Gabriele Mazzotta Editore, Milán, 1969.
  3. Jean-Paul Sartre, El existencialismo es un humanismo, Éditions Nagel, París, 1946.
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Referencia(s)

Annie MORRIS (1978)
Nombre: Annie
Apellido: MORRIS
Género: Femenino
Nacionalidad(es):

  • Reino Unido

Edad: 47 años (2025)

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