Escuchadme bien, panda de snobs, cuando el arte contemporáneo chino se nos sirve como un menú degustación en un restaurante con estrellas, cuidadosamente dosificado, políticamente aceptable y estéticamente previsible, suele ser una señal para desconfiar. Pero Cao Jun, este artista nacido en 1966 en Jiangyan, provincia de Jiangsu, es de otra pasta. Rompe nuestras expectativas con una audacia que me pone la piel de gallina.
Mirad sus lienzos de la serie “Universo” y tratad de no sentiros absorbidos en un vórtice cósmico de azules profundos y oro flameante. Cao Jun no es del tipo que te invita educadamente a contemplar un paisaje. No, te lo lanza con fuerza, de cabeza, sin salvavidas. No es una invitación, es una convocatoria.
La ironía exquisita en este trabajo reside en la forma en que logra casar la técnica ancestral de la tinta china con una visión casi alucinatoria del espacio-tiempo que habría hecho jubilar a Stephen Hawking. Estas salpicaduras de tinta parecen contener el ADN mismo del universo. De nebulosas a agujeros negros, galaxias espirales a explosiones de estrellas, Cao Jun pinta el cosmos no como una realidad observada sino como una experiencia psicodélica vivida.
No es sorprendente que su serie “Universo” ganara la medalla de oro en el Salón del Carrousel del Louvre en 2013. Los franceses siempre han sabido reconocer cuándo alguien desafía las convenciones con inteligencia en lugar de con una provocación gratuita. Y eso es precisamente lo que hace Cao Jun.
Pero curiosamente, estas explosiones cósmicas me evocan tanto lo infinitamente grande como lo infinitamente pequeño. La abstracción en Cao Jun nos remite a la filosofía taoísta y a esta idea fundamental expresada por Lao Tseu de que “lo muy pequeño y lo muy grande se encuentran” [1]. En sus pinturas como “Turning Around the Universe” o “Opening and Closing”, Cao Jun da forma visual a la máxima taoísta según la cual “el Tao es grande, el cielo es grande, la tierra es grande, y el hombre también es grande”, cuatro grandezas que se reflejan unas en otras.
Este enfoque me recuerda al concepto de “correspondencias” de Baudelaire, cuando escribía en Las flores del mal que “los perfumes, los colores y los sonidos se corresponden” [2]. Cao Jun establece correspondencias similares entre los microcosmos y los macrocosmos, entre lo tangible y lo etéreo. Las corrientes de tinta sobre sus lienzos pueden evocar tanto una vista aérea de un delta fluvial como una fotografía tomada por el telescopio Hubble.
La trayectoria de este artista es tan fascinante como su obra. Graduado en ingeniería minera por la Universidad de Ciencias y Tecnologías de Shandong en 1989, abandona progresivamente esta carrera predestinada para dedicarse al arte. Esta trayectoria no convencional es sin duda lo que da a su trabajo esa calidad de observación científica combinada con una libertad de expresión artística desenfrenada.
Miren cómo manipula la tinta en su serie de flores de loto. Estas composiciones no son solo bonitas representaciones botánicas. Cao Jun disecciona la flor de loto como un biólogo analizaría un espécimen, pero con la sensibilidad de un poeta. No es Linneo catalogando especies, es Rimbaud explorando las vocales. Encuentro particularmente impactante la manera en que yuxtapone la precisión casi fotográfica de los detalles con salpicaduras de tinta que parecen venir de otro mundo, como si la realidad objetiva se disolviera ante nuestros ojos.
En 2002, Cao Jun emigra a Nueva Zelanda y funda una galería en Auckland. Este desarraigo geográfico coincide con un giro en su enfoque artístico. La influencia occidental comienza a impregnar su trabajo, no como una concesión a un nuevo mercado, sino como una exploración sincera de nuevas posibilidades expresivas.
Ahí es donde su trabajo se vuelve realmente apasionante para mí. Comienza a trascender las categorías fáciles de “arte oriental” o “arte occidental”. No está ni en la pura continuación de la tradición china, ni en la imitación servil de los códigos occidentales. Tampoco está en una fusión superficial que diluiría las dos tradiciones. No, Cao Jun crea un lenguaje visual que le pertenece únicamente a él.
Su enfoque me recuerda lo que el filósofo François Jullien escribe sobre las diferencias fundamentales entre el pensamiento chino y occidental. Jullien señala que donde el pensamiento occidental busca captar la esencia de las cosas, el pensamiento chino se interesa más por las transformaciones continuas [3]. En las obras de Cao Jun, esta perspectiva es manifiesta: sus composiciones no fijan una realidad estable sino que capturan estados transitorios, mutaciones, pasajes.
Tomen su serie “Nuevo estilo Song”, donde se inspira en la pintura de la dinastía Song (960-1279) al mismo tiempo que infunde una sensibilidad contemporánea. No es una simple reproducción nostálgica, sino una reinterpretación vital que hace dialogar los siglos. Los paisajes montañosos tradicionales se metamorfosean en visiones semiabstractas donde el tiempo mismo parece suspendido. “Los tiempos antiguos y nuevos coexisten”, como escribe el crítico de arte chino Shang Hui sobre su obra [4].
Lo que encuentro particularmente estimulante es la forma en que Cao Jun utiliza el color. Mientras que la tradición china suele privilegiar las variaciones sutiles de negro, Cao Jun no duda en emplear azules eléctricos, rojos sangre y dorados llamativos. Esta audaz cromática no es gratuita, sino que sirve a su visión cósmica. Su azul característico, literalmente llamado “azul Cao Jun”, se ha convertido en su marca registrada, hasta el punto de ser comercializado por una empresa occidental de materiales artísticos. Es un azul que evoca tanto las profundidades oceánicas como las vastedades celestiales.
Esta paleta no deja de recordar los experimentos de Vassily Kandinsky, que buscaba explorar las propiedades espirituales y emocionales de los colores [5]. Cao Jun comparte la convicción de que el color no es simplemente decorativo, sino que posee una dimensión metafísica. Su azul no es solo azul, es una puerta hacia otras dimensiones de la conciencia.
En sus obras más recientes, Cao Jun integra materiales como la hoja de oro, creando superficies que cambian según el ángulo de visión y la luz. Estas obras se vuelven casi interactivas, invitando al espectador a moverse para captar todas sus matices. Esta cualidad cinética añade una dimensión temporal a su trabajo, una cuarta dimensión que trasciende la superficie bidimensional.
Pero no se equivoquen, Cao Jun no es solo un técnico virtuoso ni un malabarista de estilos. Detrás de la belleza formal se esconde una profunda interrogación sobre nuestro lugar en el universo. Sus paisajes cósmicos nos confrontan con nuestra insignificancia frente a la inmensidad del cosmos, al mismo tiempo que nos recuerdan que estamos hechos de la misma materia que las estrellas.
Esta tensión entre lo infinito y lo finito, entre lo efímero y lo eterno, atraviesa toda su obra. Me recuerda a lo que el filósofo Emil Cioran escribía en “La caída en el tiempo”: “Oscilamos entre un abismo y otro, entre dos infinitos igualmente hostiles” [6]. Los remolinos de tinta y color de Cao Jun parecen visualizar esta oscilación vertiginosa.
Pero atención, si les hablo de filosofía y cosmología, no es para intelectualizar en exceso un trabajo que funciona antes que nada a nivel visceral. Cao Jun no es un ilustrador de ideas abstractas. Sus obras te impactan primero en el estómago antes de ascender al cerebro. Son sensuales, táctiles, casi carnales en su materialidad.
Quizá ahí reside su mayor hazaña: reconciliar lo sensible y lo inteligible, el cuerpo y el espíritu, en un mismo gesto artístico. En un mundo del arte contemporáneo donde a menudo parece que hay que elegir entre una belleza vacía de sentido y una conceptualidad árida, Cao Jun nos recuerda que es posible pensar con los sentidos y sentir con el intelecto.
Su formación inicial en ingeniería le ha dado un entendimiento íntimo de los materiales, de su composición química y de sus propiedades físicas. Aborda la pintura con la precisión de un científico y la libertad de un poeta. Esta dualidad es especialmente evidente en su forma de manejar los pigmentos minerales, cuyas reacciones imprevisibles con el agua y la tinta explota.
Se podría ver en este enfoque una metáfora de su posición en la encrucijada de las culturas. Ni completamente chino en su práctica, ni occidentalizado en su visión, Cao Jun ocupa ese espacio fértil del entre dos, donde las aparentes contradicciones se disuelven para dar paso a una nueva síntesis.
Esta posición me recuerda al concepto de “tercer espacio” teorizado por Homi Bhabha, ese espacio liminal que no es ni uno ni otro, sino algo nuevo e híbrido [7]. Las obras de Cao Jun encarnan perfectamente este “tercer espacio” cultural y estético, donde las tradiciones dialogan sin disolverse.
Su trayectoria geográfica, desde China a Nueva Zelanda y luego a Estados Unidos, refleja esta trayectoria artística. Es un artista nómada, no solo físicamente sino también intelectual y espiritualmente. Cruza las fronteras como sus tintas atraviesan el papel, con fluidez y determinación.
En 2018, el McMullen Museum of Art de Boston dedicó una exposición importante a su trabajo, titulada “Cao Jun: Hymns to Nature”. Este título es revelador. A pesar de toda su sofisticación técnica y conceptual, el arte de Cao Jun sigue siendo fundamentalmente un himno a la naturaleza, no la naturaleza domesticada y pintoresca de las postales, sino la naturaleza en su dimensión cósmica, misteriosa y a veces aterradora.
Esta exposición, curada por el filósofo John Sallis y la historiadora del arte Nancy Netzer, destacó la dimensión filosófica de su obra. Como escribe Sallis, “las obras de Cao Jun son una meditación visual sobre la relación entre el ser humano y el cosmos” [8]. Esta meditación no es abstracta sino encarnada en la propia materia de la pintura.
En un mundo del arte contemporáneo a menudo cínico y autorreferencial, la obra de Cao Jun ofrece un soplo de aire fresco, o más bien, una inmersión en las profundidades oceánicas y celestes. Nos recuerda que el arte aún puede maravillarnos, desorientarnos y reconectarnos con algo más grande que nosotros.
Así que la próxima vez que te encuentres con una obra de Cao Jun, no te limites a admirarla cortésmente como un bello objeto decorativo. Déjate envolver por sus olas de tinta, piérdete en sus azules cósmicos y, quizás, solo quizás, sentirás ese escalofrío metafísico que solo el gran arte puede provocar.
- Lao Tseu, “Tao Te King”, traducción de Liou Kia-hway, Gallimard, 1967.
- Charles Baudelaire, “Las Flores del Mal”, poema “Correspondencias”, 1857.
- François Jullien, “Proceso o creación. Una introducción al pensamiento de los letrados chinos”, Seuil, 1989.
- Shang Hui, “Cao Jun: En busca del sentido filosófico profundo en la creación de pintura con tinta”, Journal de la Culture Chinoise, 2024.
- Vassily Kandinsky, “De lo espiritual en el arte y en la pintura en particular”, Denoël, 1954.
- Emil Cioran, “La caída en el tiempo”, Gallimard, 1964.
- Homi K. Bhabha, “Los lugares de la cultura. Una teoría poscolonial”, Payot, 2007.
- John Sallis, “Cao Jun: Himnos a la naturaleza”, catálogo de la exposición, McMullen Museum of Art, Boston College, 2018.
















