Escuchadme bien, panda de snobs, vosotros que contempláis el arte como se degusta una tostada con aguacate en un brunch dominical, creyendo entender lo que realmente significa “la abstracción” en el siglo XXI. No habéis entendido nada. Ding Yi es precisamente el artista que expone vuestra ignorancia y superficialidad en materia de arte contemporáneo chino.
Desde 1988, este artista de Shanghái se impuso una disciplina casi monástica: pintar incansablemente y exclusivamente cruces, esos pequeños “+” y “×” que constituyen el lenguaje visual más radical del arte contemporáneo chino. Pero no os equivoquéis: en estas rejillas obsesivas se esconde una potencia intelectual que trasciende el simple gesto repetitivo.
La serie “Appearance of Crosses”, que abarca ahora más de tres décadas, representa una de las exploraciones más rigurosas y coherentes de la historia reciente del arte. Ding Yi ha creado un lenguaje pictórico radicalmente depurado, una forma de expresión que rechaza las facilidades del relato y del expresionismo, tan dominantes en el arte chino de la era posmao. Su obstinación por pintar estas cruces, día tras día, constituye una forma de resistencia silenciosa frente al ruido del mundo.
Para entender a Ding Yi, hay que sumergirse en la filosofía de Ludwig Wittgenstein, ese pensador que dedicó su vida a interrogar los límites del lenguaje y la representación. En su “Tractatus Logico-Philosophicus”, Wittgenstein sostiene que “los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo” [1]. Esta idea encuentra un eco sorprendente en la obra de Ding Yi que, al limitarse voluntariamente a un vocabulario visual minimalista, la cruz, explora paradójicamente el infinito de posibilidades pictóricas.
Pero lo que hace que el trabajo de Ding Yi sea tan pertinente es que va mucho más allá del simple ejercicio formal. Sus rejillas no son abstracciones desvinculadas de la realidad, sino filtros a través de los cuales podemos percibir la realidad socioeconómica de la China contemporánea. Como brillantemente anotó Wittgenstein: “De lo que no se puede hablar, hay que callar” [2]. Ding Yi ha encontrado en sus cruces una forma de hablar de lo indecible, de representar lo irrepresentable, la transformación vertiginosa de China.
Mirad atentamente sus cuadros de los años 1990, sus tonos oscuros, sus cruces cuidadosamente trazadas con regla. Luego observad la evolución hacia colores fluorescentes, estructuras más complejas y menos rígidas que caracterizan su trabajo tras 1998. Lo que veis es la metamorfosis de Shanghái y de toda China, el paso de una sociedad poscomunista austera a una hiperpotencia económica deslumbrante, caótica y consumista.
El trabajo manual minucioso que requiere cada cuadro de Ding Yi, miles de pequeñas cruces pintadas a mano, nos recuerda también al filósofo Albert Camus y a su mito de Sísifo. “Hay que imaginar a Sísifo feliz”, escribía Camus, sugiriendo que es en la repetición misma de una tarea aparentemente absurda donde se puede encontrar sentido [3]. Ding Yi, como Sísifo, abraza plenamente la repetición, no como un castigo, sino como una liberación.
En su ensayo “El mito de Sísifo”, Camus explora la condición humana frente al absurdo del mundo. Escribe: “La lucha misma hacia las cimas basta para llenar el corazón de un hombre” [4]. Esta frase podría describir perfectamente la empresa artística de Ding Yi. Su trabajo no se orienta hacia un objetivo final, sino que encuentra su valor en el propio proceso de creación, en el acto de pintar cada cruz, día tras día, año tras año.
La disciplina casi monástica de Ding Yi evoca también lo que Camus llama “la revuelta metafísica”, una afirmación de valores en un mundo carente de sentido intrínseco. Ding Yi comenzó su serie “Appearance of Crosses” a finales de los años 80, un período de trastornos ideológicos en China. Al elegir centrarse exclusivamente en un motivo aparentemente insignificante, creó un espacio de libertad personal en medio del caos social y político.
Camus nos enseña que “crear es vivir dos veces” [5]. Para Ding Yi, el acto de creación es una forma de resistencia a la precariedad de la existencia. Cada cruz que pinta es una afirmación de su presencia en el mundo, una huella tangible de su existencia. La repetición no es estéril, sino generadora de sentido.
Lo verdaderamente notable de Ding Yi es que mantiene esta disciplina creativa durante varias décadas. Donde otros artistas cambian constantemente de estilo y tema, él profundiza sin cesar en una sola idea, explorando todas sus posibles ramificaciones. Esta constancia recuerda el pensamiento de Camus sobre la autenticidad: “Ser auténtico es llevar una idea hasta el final” [6].
Su obra también es una meditación sobre el tiempo. En una China que parece estar en constante aceleración, donde las ciudades se transforman radicalmente en pocos años, Ding Yi ofrece una temporalidad alternativa. Sus cuadros exigen tiempo, tiempo para crearlos, tiempo para mirarlos, tiempo para entenderlos. En esta lentitud deliberada, se puede ver una crítica implícita a la carrera desenfrenada hacia la modernización que caracteriza a la China contemporánea.
Pero volvamos a Wittgenstein y su concepción del lenguaje. Para él, el lenguaje no es simplemente una herramienta de comunicación, sino la estructura misma a través de la cual aprehendemos el mundo. Afirma que “los juegos de lenguaje forman parte de nuestra forma de vida” [7]. Las cruces de Ding Yi pueden verse como un “juego de lenguaje” pictórico, una gramática visual a través de la cual explora el mundo.
En sus “Investigaciones filosóficas”, Wittgenstein desarrolla el concepto de “ver como”, sugiriendo que nuestra percepción está siempre ya cargada de interpretación [8]. De igual manera, las rejillas de Ding Yi nos invitan a “ver como”, a ver la ciudad como una rejilla, a ver la industrialización como un motivo repetitivo, a ver la modernidad como una estructura.
Lo que distingue a Ding Yi de muchos otros artistas abstractos es que sus obras nunca son puramente formales. Siempre están ancladas en una realidad social e histórica específica. Como Wittgenstein subrayó, “la filosofía no es una doctrina, sino una actividad” [9]. El arte de Ding Yi tampoco es una simple doctrina estética, sino una actividad que se compromete constantemente con el mundo que lo rodea.
Tomen sus obras recientes, con sus estructuras más complejas y colores más vibrantes. Reflejan la evolución de Shanghái, que pasó de una ciudad industrial gris a una metrópolis mundial deslumbrante y caótica. Wittgenstein nos recuerda que “la imagen es un modelo de la realidad” [10]. Los cuadros de Ding Yi son precisamente eso, modelos de la realidad china contemporánea.
Pero hay más todavía. Al limitar voluntariamente su vocabulario visual, Ding Yi plantea preguntas profundas sobre los límites de la expresión artística. Como escribió Wittgenstein, “lo que puede ser mostrado no puede ser dicho” [11]. Algunas verdades solo pueden expresarse visualmente, y eso es precisamente lo que Ding Yi explora en su obra.
Esta restricción autoimpuesta también está presente en el pensamiento de Camus, quien ve en los límites humanos no como restricciones, sino como condiciones de posibilidad para la acción significativa. “El hombre no es nada en sí mismo. Sólo es una oportunidad infinita. Pero es el responsable infinito de esa oportunidad” [12]. Ding Yi, al elegir limitarse a las cruces, asume plenamente la responsabilidad de esta oportunidad infinita.
Las obras de Ding Yi nunca son estáticas, a pesar de la constancia de su motivo básico. Evolucionan, se transforman, responden a los cambios del mundo exterior. Esta dinámica recuerda la observación de Camus según la cual “la verdadera generosidad hacia el futuro consiste en darlo todo al presente” [13]. Cada cuadro de Ding Yi es un compromiso total con el presente, un intento de capturar la esencia de su época.
La decisión de Ding Yi de pintar exclusivamente cruces también puede verse como una forma de desafío existencial. Camus escribe que “rebelarse es afirmar la propia presencia a lo largo de la existencia” [14]. Al persistir en su singular enfoque artístico, Ding Yi afirma su presencia, su individualidad, en una sociedad que a menudo valora la conformidad.
Lo que resulta particularmente interesante en la trayectoria de Ding Yi es su evolución desde sus primeras obras rigurosamente geométricas hacia composiciones más libres y expresivas, conservando el motivo básico de la cruz. Esta evolución refleja el pensamiento tardío de Wittgenstein, que se alejó de una concepción rígida del lenguaje para explorar la fluidez y multiplicidad de los “juegos de lenguaje” [15].
Las obras de Ding Yi crean un espacio contemplativo en un mundo saturado de imágenes e información. Nos invitan a ralentizar, observar atentamente, considerar cómo simples variaciones de color, textura y composición pueden generar experiencias visuales radicalmente diferentes. Esta invitación a la contemplación hace eco de la insistencia de Camus en la importancia de la conciencia lúcida ante el absurdo del mundo [16].
A través de sus cuadros, Ding Yi nos recuerda que el arte no es simplemente una cuestión de expresión personal, sino también una forma de pensamiento visual. Como sugirió Wittgenstein, “pensar no es un proceso incorpóreo que da vida y sentido al hablar, y que se podría separar del hablar” [17]. De igual modo, para Ding Yi, pintar no es simplemente la ejecución de una idea preconcebida, sino una forma de pensamiento en acción.
La notable coherencia de la obra de Ding Yi durante más de tres décadas es testimonio de una rara determinación en el mundo del arte contemporáneo. Como escribe Camus, “para que un pensamiento cambie el mundo, primero debe cambiar la vida de quien lo sostiene” [18]. La práctica artística de Ding Yi no es simplemente un proyecto estético, sino un modo de vida, una ética de la creación.
Lo que hace que la obra de Ding Yi sea tan poderosa es su capacidad para ser a la vez personal y universal, específica y abstracta, rigurosa y emocional. Sus cuadros son espacios de tensión productiva entre orden y caos, estructura y libertad, tradición e innovación.
Mientras muchos artistas contemporáneos buscan impactar o seducir, Ding Yi sigue pacientemente su búsqueda artística con una integridad notable. Su compromiso inquebrantable con su visión única es en sí mismo un acto radical. Las cruces de Ding Yi no son simplemente motivos decorativos, sino signos cargados de significado, marcas que trazan los contornos de la experiencia contemporánea en China y más allá. Como Wittgenstein nos recuerda, “los signos por sí solos están muertos; sólo el uso les da vida” [19]. Es precisamente a través de su uso persistente y evolutivo que las cruces de Ding Yi adquieren su poder expresivo.
Y si aún no estáis convencidos de la grandeza de este artista, quizá prefiráis el arte que os cuenta una bonita historia, que ilustra amablemente una idea preconcebida del mundo. Pero recordad una cosa: mientras os complacéis en la comodidad del arte narrativo, Ding Yi continúa su rigurosa e inflexible exploración de las posibilidades fundamentales de la pintura, recordándonos que el arte auténtico no es el que confirma nuestras expectativas, sino el que las sacude y transforma.
- Ludwig Wittgenstein, “Tractatus Logico-Philosophicus”, 1921.
- Ídem.
- Albert Camus, “El Mito de Sísifo”, Ediciones Gallimard, 1942.
- Ídem.
- Ídem.
- Albert Camus, “Cuadernos I”, Ediciones Gallimard, 1962.
- Ludwig Wittgenstein, “Investigaciones filosóficas”, 1953.
- Ídem.
- Ludwig Wittgenstein, “Tractatus Logico-Philosophicus”, 1921.
- Ídem.
- Ídem.
- Albert Camus, “El Hombre Rebelde”, Ediciones Gallimard, 1951.
- Ídem.
- Ídem.
- Ludwig Wittgenstein, “Investigaciones filosóficas”, 1953.
- Albert Camus, “El Mito de Sísifo”, Ediciones Gallimard, 1942.
- Ludwig Wittgenstein, “Investigaciones filosóficas”, 1953.
- Albert Camus, “Cuadernos II”, Ediciones Gallimard, 1964.
- Ludwig Wittgenstein, “Cuadernos de Cambridge y de Skjolden”, 1969.
















