Escuchadme bien, panda de snobs. Mientras vosotros discutíais sobre la supuesta muerte de la pintura figurativa en vuestros vernissages mundanos, una artista de origen macedonio establecida en Londres llevaba tranquilamente a cabo su propia insurrección visual. Elitsa Ristova, nacida en 1991, produce retratos de mujeres que no te miran, que te desafían. Y esa mirada, justamente, es toda la diferencia entre una imagen y un manifiesto.
El legado bizantino como lenguaje de resistencia
Ristova no surge de la nada. Su trabajo se enraíza en la historia artística de Macedonia del Norte, territorio marcado por siglos de dominación bizantina y otomana. Esta filiación no es anecdótica. El arte bizantino, con su frontalidad hierática y su rechazo del naturalismo, constituye el fundamento conceptual sobre el cual ella erige su propia práctica [1]. Donde el arte clásico grecorromano buscaba reproducir fielmente la realidad, la estética bizantina privilegiaba el enfoque simbólico, la representación espiritual más que la imitación física.
Esta distinción resulta central para comprender el trabajo de Ristova. En sus cuadros, las figuras femeninas se destacan sobre fondos monocromáticos, sus cuerpos pintados al óleo ofrecen una textura lisa que guía inexorablemente la mirada hacia sus rostros. Esta composición recuerda directamente a los iconos bizantinos donde los santos y Cristo aparecían frontalmente, suspendidos en un espacio intemporal dorado, desvinculados de toda contingencia terrestre. Los personajes bizantinos no residían en un lugar o época específicos, sino que existían en una esfera superior, trascendiendo el mundo material [1].
Ristova toma esta estrategia formal pero invierte radicalmente su función. Donde el icono bizantino invitaba a la contemplación mística y a la comunicación con lo divino, sus retratos exigen una confrontación directa con la subjetividad femenina contemporánea. Las jóvenes mujeres que pinta te fijan con una intensidad que rechaza categóricamente ser consumida por la mirada. Sus expresiones solemnes, su lenguaje corporal cerrado constituyen tantas barreras erigidas contra la cosificación. Esta frontalidad, heredada de Bizancio, se convierte en ella en una herramienta política de resistencia frente a la mirada masculina.
El uso de fondos lisos y vibrantes en Ristova evoca también la paleta cromática bizantina donde cada color llevaba un significado simbólico preciso. El oro representaba la luz divina, el rojo la vida sagrada, el azul la existencia humana [1]. En Ristova, estos planos monocromáticos ya no sirven al sagrado religioso sino que sacralizan la identidad femenina. El cerúleo profundo de algunas composiciones o los tonos cálidos que ella prefiere confieren a sus sujetos una presencia monumental, arrebatándolos a la banalidad de lo cotidiano para situarlos en un registro de dignidad y autoridad.
En la exposición “Portraits” presentada en la Korea International Art Fair en 2024, esta filiación bizantina aparece con una claridad impactante. Ristova explora deliberadamente las formas estilizadas y los tonos planos característicos del arte bizantino, rechazando el realismo en favor de una expresión más simbólica y emocional [2]. Este enfoque se inscribe en una lógica de reapropiación cultural. Originaria de un territorio impregnado de historia bizantina, ella no se limita a citar esta herencia, sino que la reactiva, la desvía, convirtiéndola en un arma estética al servicio de una causa feminista contemporánea.
Lo que hay que entender es que Ristova no produce pastiches bizantinos. Ella realiza una audaz traslación histórica. Si los iconos medievales servían para materializar la presencia divina a través de una semejanza cuidadosamente codificada, los retratos de Ristova materializan la presencia femenina autónoma, negándose a ser reducida a una imagen dócil. La frontalidad, la rigidez de las figuras, el hieratismo que caracterizaba el arte religioso bizantino se convierten en sus obras en marcadores visuales de una subjetividad que resiste, que se niega, que impone sus propios términos.
Virginia Woolf y la inscripción espacial de lo femenino
Si la influencia bizantina proporciona a Ristova su lenguaje formal, es en la literatura modernista, y particularmente en Virginia Woolf, donde se encuentra el equivalente conceptual de su enfoque. Woolf, figura central del Bloomsbury Group, dedicó su vida literaria a deconstruir las representaciones convencionales de las mujeres, a explorar su psicología compleja más allá de los estereotipos victorianos [3]. Su ensayo “Una habitación propia” sigue siendo un texto fundacional del feminismo moderno, argumentando que para crear libremente, las mujeres deben disponer de un espacio propio, material y simbólico, alejado de la dominación masculina.
Esta cuestión del espacio resulta central para leer la obra de Ristova. Sus retratos crean precisamente esa “habitación propia” visual que reclamaba Woolf. Los fondos monocromos, desprovistos de cualquier elemento narrativo o contextual, constituyen espacios protegidos donde las figuras femeninas existen para sí mismas, liberadas de la necesidad de justificarse o de ajustarse a las expectativas del espectador. En este espacio pictórico abstracto, no están definidas por su relación con los hombres, con los niños, con el trabajo doméstico. Son, simplemente, completas.
Woolf escribía que “las mujeres estimulan su imaginación por su gracia y su arte de vivir” [3]. Esta afirmación encuentra un eco poderoso en la forma en que Ristova elige y representa a sus modelos. Sus retratos no son estudios anatómicos neutrales, sino celebraciones de la agencia femenina, de la capacidad de las mujeres para ocupar el espacio con seguridad. El contacto visual directo que mantienen sus sujetos recuerda la frontalidad bizantina, ciertamente, pero también resuena con la reivindicación de una presencia femenina en Woolf que se niega a ser marginada o invisibilizada.
En “Mrs Dalloway” y “Al faro”, Woolf desplegaba una técnica narrativa innovadora, el flujo de conciencia, para penetrar la interioridad femenina y revelar su riqueza psicológica. Ristova realiza visualmente una operación similar. Al evitar deliberadamente el efecto trompe-l’oeil, ella subraya que sus creaciones deben percibirse como interpretaciones pintadas más que como simples imitaciones de la realidad. Este enfoque invita a los espectadores a considerar con cuidado, respeto y a veces veneración a los individuos representados, a la vez que cuestiona la noción del cuerpo femenino como objeto de consumo visual.
Woolf exploraba en sus novelas la fluidez sexual, la independencia femenina y la creatividad más allá de las convenciones [3]. “Orlando”, su novela más audaz, presenta a un personaje que atraviesa los siglos cambiando de sexo, cuestionando radicalmente las construcciones de género. Ristova, en su práctica contemporánea, continúa este cuestionamiento. Sus retratos de jóvenes mujeres del siglo XXI, provenientes de diversos entornos, representan una metrópoli postpandémica multicultural y polifacética. Esta diversidad no es cosmética sino política. Afirma que la experiencia femenina no puede reducirse a un único modelo, que se manifiesta en infinitas variaciones.
La relación de Woolf con la representación visual resultaba compleja y ambivalente. Criada en una familia donde el retrato ocupaba un lugar central, fotografiada por su tía Julia Margaret Cameron, pintada por su hermana Vanessa Bell, conocía íntimamente el poder y los peligros de la imagen [3]. Incluso escribió “Las palabras son un medio impuro… habría sido mucho mejor nacer en el silencioso reino de la pintura” [3]. Esta tensión entre lo verbal y lo visual, Ristova la resuelve a favor de este último. Sus retratos hablan sin palabras, comunican directamente mediante el color, la composición y la mirada.
La ensayista crítica Adam Szymanski señala que el trabajo de Ristova “es más audaz y más serio” que el de algunas contemporáneas, citando su cuadro de 2023 “Sweet Whispers of Time” donde dos figuras se entrelazan íntimamente contra un fondo azul cerúleo [4]. La fluidez de los trazos combinada con la posición graciosa de las figuras evoca una vulnerabilidad y una confianza mutua. Esta intimidad entre mujeres recuerda las relaciones que Woolf mantenía con Vita Sackville-West, Ottoline Morrell y otras, relaciones que alimentaban su imaginación creativa y cuestionaban las normas heteronormativas de su época.
El Bloomsbury Group, del que Woolf era la figura central, valoraba la igualdad sexual, la libertad intelectual y el debate abierto [3]. Estos valores se reflejan en las elecciones estéticas de Ristova. Al representar a mujeres de color, al celebrar diversas morfologías y expresiones identitarias, perpetúa ese espíritu de inclusividad y cuestionamiento de las jerarquías establecidas por el Bloomsbury Group. Sus lienzos constituyen espacios de libertad donde las normas sociales opresivas se suspenden y donde las mujeres pueden existir según sus propios términos.
La pintura como acto de afirmación
Comprender a Ristova exige abandonar las expectativas convencionales sobre lo que debería ser un retrato femenino. Su práctica se inscribe en una larga tradición de contestación feminista que atraviesa el arte del siglo XX pero que en ella adopta una forma específica, informada por su trayectoria personal. Procedente de una pequeña ciudad de Macedonia del Norte, alentada desde niña por su madre a perseguir sus ambiciones artísticas, estudió primero en la Universidad Goce Delčev de Štip antes de instalarse en Londres para obtener su máster en el London College of Contemporary Arts.
Este trayecto geográfico y cultural impregna su trabajo con una tensión productiva. Ristova no pinta desde el centro metropolitano establecido sino desde una posición de doble pertenencia, entre la herencia balcánica y la escena londinense contemporánea. Esta postura le permite ver lo que otros no ven, cuestionar lo que otros aceptan sin reflexión. Sus retratos revelan la naturaleza diversa y polifacética de una metrópoli del siglo XXI postpandémica, pero lo hacen movilizando estrategias visuales venidas de otro lugar, de otro tiempo, de otra historia.
La exposición “Equanimity of the Mind” que ella presentó en 2021 en el London College of Contemporary Arts mientras estaba como artista en residencia marcó un punto de inflexión en su carrera. El propio título revela sus preocupaciones. La ecuanimidad, esa capacidad para mantener la estabilidad emocional frente a los trastornos, se convierte en un atributo de las figuras que ella pinta. Sus rostros tranquilos, sus posturas seguras encarnan una fuerza tranquila que se niega a dejarse desestabilizar por las imposiciones externas. Esa ecuanimidad no es pasiva. Es, al contrario, una forma activa de resistencia.
En 2024, su participación en la Korea International Art Fair amplió aún más su audiencia. Presentado por la galería Waterhouse & Dodd Contemporary, su trabajo encuentra un público asiático que halla resonancias propias. La universalidad de su enfoque no proviene de un nivelado de las diferencias, sino, por el contrario, de su capacidad para articular preocupaciones específicas, una historia particular, una estética singular de modo que se crean puentes, se abren diálogos.
La cuestión económica no puede eludirse. Los resultados de subastas de Ristova han superado sistemáticamente las estimaciones por un factor de diez, con la obra Twirls and Twine (2020) vendida en Phillips en 2023 por más de 175.000 euros gastos incluidos. Esta espectacular valorización comercial suscita preguntas legítimas sobre la mercantilización del arte feminista. ¿Cómo puede una práctica que pretende ser crítica con la objetificación de los cuerpos femeninos circular en un mercado del arte estructurado por lógicas capitalistas y patriarcales?
La propia Ristova articula su filosofía artística en términos que escapan a lo mercantil. En una declaración, afirma que el arte le permite emprender “una odisea, desvelando las dimensiones interiores y exteriores de la existencia, descubriendo nuevas facetas de sí misma” y le proporciona “un lienzo para expresar libremente sus pensamientos y emociones” [5]. Esta concepción del arte como exploración existencial y expresión personal se inscribe en una tradición romántica que podría parecer superada. Pero Ristova demuestra que esta postura mantiene su pertinencia cuando se combina con una aguda conciencia política.
Sus lienzos sirven como exploración del retrato contemporáneo desde una perspectiva feminista, cuestionando normas arraigadas y amplificando voces marginadas. Ella busca involucrar a los públicos en encuentros visual e intelectualmente estimulantes que desencadenan conversaciones sobre género, poder y representación, abogando al final por una mayor inclusividad y equidad en el mundo del arte y más allá.
Esta ambición puede parecer desmedida para una artista aún al comienzo de su carrera. Sin embargo, la acogida crítica que recibe sugiere que toca algo fundamental. El crítico Adam Szymanski, escribiendo para MutualArt, coloca a Ristova junto a otras importantes retratistas de su generación como Anna Weyant y Chloe Wise, señalando que su trabajo se distingue por su audacia y seriedad [4]. Este reconocimiento valida un enfoque que rechaza las facilidades, que no busca seducir sino confrontar.
Lo que hace que el trabajo de Ristova sea particularmente potente en 2025 es su capacidad para articular preocupaciones urgentes sin caer en el didactismo. Sus pinturas no son panfletos ilustrados. Funcionan primero como objetos estéticos sofisticados, que dominan los códigos del medio pictórico. La paleta cromática cálida que despliega, la calidad táctil de sus superficies pintadas, la composición equilibrada de sus lienzos dan testimonio de un oficio consumado. Es precisamente esta excelencia técnica la que permite que su mensaje político pase sin reducirse a un eslogan.
La influencia del arte bizantino y la resonancia con Virginia Woolf no constituyen simples referencias eruditas destinadas a legitimar académicamente su práctica. Son herramientas activas, recursos movilizados para construir un lenguaje visual capaz de decir lo que debe decirse sobre la condición femenina contemporánea. Bizancio ofrece el modelo formal de la presencia no naturalizada, rechazando la ilusión mimética. Woolf proporciona el marco conceptual de la autonomía espacial y psicológica femenina. Ristova fusiona estos legados para producir algo nuevo.
Sus retratos no proponen una visión armoniosa o reconciliada de las relaciones de género. Mantienen una tensión productiva, una desconfianza que se niega a resolverse en una consolación fácil. La mirada que sus sujetos posan sobre el espectador no busca aprobación, ni solicita empatía. Simplemente afirma el derecho a existir plenamente, sin compromiso, sin excusa. Esta intransigencia formal constituye la fuerza mayor de su trabajo.
La cuestión de si Ristova logrará mantener esta exigencia a largo plazo sigue abierta. El mercado del arte posee una capacidad temible para digerir y neutralizar las prácticas más críticas. El reconocimiento institucional que empieza a recibir, los altos precios alcanzados por sus obras podrían eventualmente embotar el filo de su démarche. Pero por ahora, cada nuevo lienzo demuestra que su compromiso permanece intacto.
Elitsa Ristova pinta mujeres que no le deben nada a nadie. Mujeres que ocupan el espacio pictórico con una autoridad tranquila, que te miran sin pestañear, que se niegan a jugar el juego de la seducción visual. Esta simple propuesta, en un mundo saturado de imágenes femeninas producidas para y por el deseo masculino, constituye un acto político de rara radicalidad. Que este acto tome sus formas de la iconografía bizantina del siglo XII y su espíritu de una novelista inglesa de principios del siglo XX no disminuye en nada su pertinencia. Al contrario, demuestra que la lucha por la autodeterminación femenina atraviesa épocas y geografías, movilizando todas las herramientas disponibles para hacerse oír.
La pintura de Ristova nos recuerda que la imagen nunca es inocente, que siempre transmite relaciones de poder, jerarquías implícitas, asignaciones identitarias. Al elegir representar a jóvenes mujeres diversas en poses que cuestionan las convenciones de la representación femenina, no se limita a producir bellos objetos. Interviene en el campo de las representaciones visuales para crear un espacio de resistencia, un lugar donde otras imágenes se vuelven posibles, donde emergen otras formas de ver y ser vistas.
Es esta ambición la que hace de su trabajo mucho más que una simple contribución a la historia del retrato contemporáneo. Ristova no busca perfeccionar una tradición sino darle la vuelta, movilizar su potencia formal al servicio de un proyecto de transformación social. En un contexto donde las imágenes femeninas circulan masivamente en las redes sociales, donde los cuerpos de las mujeres siguen sometidos a una vigilancia y una objetificación constantes, sus pinturas ofrecen un contramodelo valioso. Muestran que otra economía visual sigue siendo posible, donde las mujeres ya no son objetos de la mirada sino sujetos que miran, donde ellas mismas definen los términos de su representación.
Esto es lo que se juega en estos lienzos aparentemente simples. Detrás de la superficie lisa y colorida, detrás de esos rostros calmos y esas miradas directas, se esconde una propuesta política compleja que se nutre en la historia del arte y la teoría feminista para construir un lenguaje visual contemporáneo capaz de cuestionar el orden establecido. Ristova demuestra que la pintura figurativa, lejos de ser un medio agotado, conserva un poder crítico considerable cuando se maneja con inteligencia y conciencia política. En sus manos, el retrato vuelve a ser lo que siempre debió ser: no un espejo complaciente sino un instrumento de cuestionamiento y transformación.
- Arte bizantino, artículo de Wikipedia, consultado en octubre de 2025.
- Korea International Art Fair 2024, sitio oficial KIAF. Presentación de la exposición “Portraits” de Elitsa Ristova.
- Virginia Woolf, artículo de Wikipedia, consultado en octubre de 2025.
- Adam Szymanski, “Unmasked Emotions: Portraits of Fondness and Frustration in the 2020s”, MutualArt, noviembre de 2023.
- Cita de Elitsa Ristova, Phillips Auction House, 2023.
















