Escuchadme bien, panda de snobs: Atul Dodiya hace estallar nuestras certezas con la delicadeza de un ladrón que te haría un favor reorganizando tu salón. Este artista de Mumbai no se limita a pintar; realiza operaciones quirúrgicas sobre la historia del arte, suturando a Picasso con Gandhi, injertando Bollywood sobre Piero della Francesca con la audacia tranquila de un médico que sabe exactamente dónde clavar su bisturí.
Desde su taller en Ghatkopar, en esta Mumbai que digiere diariamente sus contradicciones como un estómago sobredimensionado, Dodiya fabrica imágenes que nos hablan de nosotros mismos con una precisión inquietante. Sus lienzos no son simples superficies pintadas, sino territorios donde se encuentran los fantasmas de nuestro tiempo. Cuando traslada a su esposa Anju al estilo de los retratos de Fayum, no es una coquetería de taller, sino una meditación sobre la persistencia del amor a través de los siglos.
La formación parisina del artista, ese año 1991-1992 pasado en la Escuela de Bellas Artes, funciona como un revelador químico en su obra. Confrontado por primera vez con los originales de sus maestros, Dodiya comprende que el arte no es una religión monoteísta sino un sincretismo generoso. Esta revelación transforma su práctica en una arqueología activa del presente, donde cada capa de sentido revela una estrato temporal diferente.
El inconsciente como taller: cuando el psicoanálisis ilumina la creación
La relación entre el arte de Dodiya y los mecanismos del inconsciente revela una proximidad fascinante con los descubrimientos freudianos sobre la construcción de la memoria [1]. Como Freud intuyó ya en 1910 en su análisis de Leonardo da Vinci, el artista opera por condensación y desplazamiento, esos dos mecanismos fundamentales que el psicoanálisis ha identificado en el trabajo del sueño. En Dodiya, esta operación se manifiesta en su serie de “Girlfriends”, donde los rostros de maestros antiguos se superponen a los rasgos contemporáneos en un proceso que evoca la formación de recuerdos-pantalla.
El artista procede por asociaciones libres visuales, ensamblando elementos aparentemente dispares que revelan, bajo el análisis, una coherencia profunda. Sus gabinetes de instalación, especialmente la serie “Broken Branches” creada tras los disturbios de Gujarat de 2002, funcionan como cámaras de análisis donde los objetos dialogan entre sí según una lógica que no es la de la consciencia racional. Cada elemento, fotografía amarillenta, fragmento textil, cita pintada, actúa como un significante que remite a otros significantes en una cadena asociativa infinita.
Este método recuerda la técnica de la atención flotante querida por los psicoanalistas, donde la escucha no se fija en ningún elemento particular para dejar emerger las conexiones inesperadas. Dodiya practica una atención flotante visual, recolectando imágenes, objetos y referencias sin una jerarquía preestablecida, lo que permite que los acercamientos se realicen según una lógica inconsciente. Sus lienzos se convierten entonces en lugares de revelación donde lo reprimido cultural y personal retorna en forma plástica.
El uso recurrente del retrato en su obra también se esclarece desde el ángulo psicoanalítico. El retrato, en Dodiya, nunca es una simple representación, sino siempre un desplazamiento. Cuando pinta a Bindu al estilo de Sayed Haider Raza, opera una condensación temporal que revela los vínculos ocultos entre un ícono popular y la vanguardia pictórica. Esta operación de desplazamiento permite que el inconsciente colectivo indio se exprese a través de formas aparentemente anodinas.
La repetición, otro mecanismo central del inconsciente, estructura profundamente la práctica de Dodiya. Sus series, ya sean los paneles metálicos o los paisajes en miniatura, funcionan como variaciones sobre un tema obsesivo, revelando mediante sus diferencias los contenidos latentes que sustentan la obra. Esta compulsión de repetición, que Freud identificó como más allá del principio de placer, se convierte en el artista en una herramienta para explorar el inconsciente cultural indio.
La temporalidad particular de sus obras evoca también la concepción freudiana del después-coup, donde un evento pasado cobra sentido solo a la luz de una experiencia posterior. Las referencias al arte europeo en la obra de Dodiya solo funcionan plenamente iluminadas por su experiencia parisina de 1991-1992, del mismo modo que sus evocaciones a Gandhi revelan su urgencia solo después de la experiencia traumática de los disturbios comunitarios.
Arquitectura de la memoria: el espacio como manuscrito temporal
La obra de Dodiya revela una comprensión intuitiva de la arquitectura como soporte mnemotécnico, concepto que ya desarrollaban los retóricos antiguos, esos profesores del arte oratorio, en su arte de la memoria [2]. Sus instalaciones funcionan como “palacios de la memoria” contemporáneos, donde cada elemento ocupa una posición estratégica en la economía general del recuerdo. Este enfoque encuentra su manifestación más evidente en sus famosos paneles metálicos, esas superficies corrugadas que transforman el acto de pintar en una negociación con la restricción arquitectónica.
El panel, elemento de arquitectura vernácula de los bazares indios, se convierte bajo el pincel de Dodiya en un testimonio urbano estratificado. Como esos manuscritos medievales donde varios textos se superponen sobre el mismo pergamino, los paneles del artista portan simultáneamente varias temporalidades: la de su función comercial originaria, la de su desvío artístico, y la de las imágenes que soportan. Esta estratificación temporal evoca directamente las teorías de André Corboz sobre el territorio como palimpsesto, donde cada época deja sus huellas sin borrar completamente las anteriores.
La arquitectura en Dodiya no se limita a los elementos construidos sino que se extiende a la estructuración misma del espacio pictórico. Sus composiciones proceden por zonas y compartimentos, creando arquitecturas internas que evocan a veces las miniaturas mogolas, a veces los polípticos góticos. Este enfoque modular le permite yuxtaponer temporalidades heterogéneas sin jerarquizarlas, reproduciendo la lógica misma de la ciudad india donde templos milenarios y centros comerciales ultramodernos coexisten sin solución de continuidad.
La noción de umbral, central en la arquitectura, encuentra en Dodiya una traducción plástica particularmente rica. Sus gabinetes acristalados funcionan como umbrales temporales, permitiendo el paso entre el espacio del espectador y el de la memoria. Estos dispositivos evocan los relicarios medievales, esas arquitecturas en miniatura diseñadas para hacer presente lo ausente, para actualizar el pasado en el instante de la contemplación.
El uso de fotografías en sus instalaciones revela otra dimensión arquitectónica de su trabajo. Estas imágenes, a menudo tomadas en museos europeos o americanos, captan no solo las obras sino su entorno arquitectónico: los marcos dorados, los paneles expositivos, los juegos de sombra y luz. Dodiya comprende que la arquitectura museística participa plenamente del sentido de la obra, que constituye un elemento activo de su recepción. Al trasladar estos fragmentos de arquitectura institucional a sus propias composiciones, realiza una crítica sutil de la geografía cultural mundial.
La cuestión de la escala, fundamental en arquitectura, atraviesa toda la obra de Dodiya. Sus “baby shutters”, versiones miniaturizadas de sus grandes contraventanas, cuestionan nuestra relación con la monumentalidad y lo íntimo. Esta variación de escala no es un simple ejercicio formal sino una interrogación sobre las condiciones de recepción del arte en un mundo donde la reproducción digital ha abolido las jerarquías tradicionales entre original y copia, entre gran formato y pequeño.
La arquitectura temporal de Dodiya se manifiesta finalmente en su concepción seriada del trabajo. Como un arquitecto que desarrolla un programa según diferentes condiciones del sitio, el artista desarrolla sus temas según modalidades que revelan cada vez nuevos aspectos del motivo inicial. Este enfoque evoca las variaciones que Borromini desarrollaba sobre el tema de la elipse, revelando mediante el agotamiento sistemático de las posibilidades formales la riqueza insospechada de un elemento arquitectónico simple.
Mumbai, matriz del mundo
Es imposible comprender a Dodiya sin captar su relación simbiótica con Mumbai, esa ciudad que funciona menos como decorado y más como colaboradora activa de su obra. Mumbai no solo produce imágenes; produce una forma particular de ver, un régimen escópico que transforma la cacofonía visual en armonía compleja. Dodiya creció en esta metrópoli que digiere diariamente sus contradicciones, donde un barrio chabolista puede estar junto a un rascacielos sin que nadie se escandalice.
Esta geografía urbana se refleja en su manera de componer. Sus lienzos proceden por acumulación y yuxtaposición, reproduciendo la lógica misma de la ciudad india donde nada se planifica pero todo acaba encontrando su lugar. Cuando pinta a su hermana niña sobre una persiana comercial, no hace más que reproducir a escala del arte esa coexistencia de lo privado y lo público que caracteriza la vida mumbaikar.
La formación del artista en la Sir J.J. School of Art también ancla su obra en una tradición pictórica específicamente india. Esta institución, creada por los británicos pero rápidamente aprovisionada por artistas locales, encarna perfectamente esta capacidad de desvío creativo que caracteriza el arte indio contemporáneo. Dodiya hereda esta tradición de adaptación creativa, transformando las influencias europeas en un lenguaje personal.
El uso que hace del cine popular revela otra faceta de su arraigo urbano. Bollywood no es para él un depósito de imágenes cursis, sino un laboratorio del imaginario colectivo indio. Sus referencias a Satyajit Ray o a las comedias románticas de los años 1960 evidencian una cultura cinéfila que va mucho más allá del simple gusto personal para constituir un verdadero método de análisis social.
La historia como material plástico
La relación de Dodiya con la historia revela una concepción no lineal del tiempo que trastorna nuestras costumbres del pensamiento occidental. En su obra, Picasso puede ser contemporáneo de Tagore, y las miniaturas mogolas dialogan con los carteles de Bollywood sin jerarquía cronológica. Este enfoque evoca la concepción india del tiempo cíclico, donde pasado y presente se entrelazan sin solución de continuidad.
Su serie dedicada a Gandhi ilustra perfectamente esta temporalidad alternativa. Creada en reacción a los disturbios de Gujarat de 2002, no propone una evocación nostálgica del Mahatma sino una actualización urgente de su mensaje. Dodiya comprende que Gandhi no pertenece al pasado sino que constituye un recurso activo para pensar el presente. Sus retratos del líder independentista funcionan como iconos en el sentido bizantino del término: ventanas abiertas a una realidad espiritual siempre accesible.
El uso de la cita en Dodiya responde menos a la erudición que a la necesidad existencial. Cuando reproduce un detalle de Piero della Francesca o retoma una composición de Picabia, no se trata de un homenaje respetuoso sino de una apropiación activa. Estos préstamos funcionan como injertos que modifican el tejido mismo de la obra receptora, creando hibridaciones inesperadas que revelan potencialidades ocultas de las obras originarias.
Técnica del préstamo creativo
Una de las fortalezas de Dodiya reside en su capacidad para transformar la cita en creación original. Sus “Girlfriends” no copian a los maestros antiguos sino que los reinterpretan según una sensibilidad contemporánea que revela sus potencialidades ocultas. Esta metodología evoca la de los músicos de jazz que transforman un estándar reinventándolo, manteniendo la estructura armónica mientras modifican completamente la expresión.
La maestría técnica del artista, su capacidad para reproducir fielmente estilos muy diversos, podría parecer simple virtuosismo. Pero esta habilidad sirve a un proyecto más ambicioso: demostrar que la forma nunca es neutra, que siempre lleva un contenido ideológico que puede ser desviado, subvertido, reorientado. Cuando Dodiya pinta retratos de cine en estilo hiperrealista, revela los mecanismos de seducción de la industria del entretenimiento.
La cuestión del público
A diferencia de muchos artistas contemporáneos que se dirigen prioritariamente a iniciados, Dodiya mantiene un diálogo constante con su público originario: sus vecinos de Ghatkopar, su familia, sus amigos de la infancia. Esta fidelidad no es sentimental sino estratégica. Le permite probar la legibilidad de sus obras ante un público no especializado, garantizando que sus mensajes no se pierdan en los meandros del arte conceptual.
Esta atención al público popular explica quizás su resistencia a las sirenas del arte internacional. Aunque expuesto en los museos más grandes del mundo, Dodiya conserva una práctica artesanal que evoca a los pintores de carteles de bazares. Esta fidelidad a la artesanía tradicional en un mundo dominado por las nuevas tecnologías responde menos a la nostalgia que a la resistencia política.
El arte de Dodiya revela finalmente una verdad simple pero perturbadora: la vanguardia auténtica no nace de la ruptura con el pasado sino de su reinvención creativa. Al negarse a elegir entre tradición y modernidad, entre local y global, entre popular y culto, propone una tercera vía que podría definir el arte del siglo XXI. En un mundo fracturado por identidades exclusivas, Dodiya nos recuerda que la creación auténtica siempre nace del mestizaje generoso.
Sus obras funcionan como laboratorios donde se experimentan nuevas formas de síntesis cultural. Nos enseñan que no es necesario renunciar a la singularidad para dialogar con lo universal, que es posible estar profundamente arraigado y ser auténticamente cosmopolita. En esto, Atul Dodiya encarna perfectamente las posibilidades y contradicciones de nuestra época globalizada.
- Sigmund Freud, Ensayos de psicoanálisis aplicado, París, Gallimard, 1971.
- André Corboz, “El territorio como palimpsesto”, Diogène, n.º121, 1983.
















