Escuchadme bien, panda de snobs. Si buscáis al artista que encarna de manera visceral la tensión entre el individuo y el colectivo en la China contemporánea, no busquéis más que Fang Lijun. Nacido en 1963 en Handan, en la provincia de Hebei, este hombre logró transformar cabezas calvas y rostros adustos en iconos de toda una época. Se convirtió, casi a su pesar, en el abanderado del “realismo cínico”, un término que nunca reivindicó realmente, pero que le queda pegado a la piel como un tatuaje indeleble.
Cuando el New York Times Magazine puso una de sus obras en portada en diciembre de 1993, Fang se convirtió al instante en la encarnación de una nueva ola artística china. Pero no os equivoquéis, tras su éxito comercial se esconde un artista que estuvo a punto de rechazar el mercado del arte de los años 90, considerando imprudente vender sus obras a precios increíbles. Aquí tenéis a un hombre que hizo de la negativa una forma de arte en sí misma.
Sus pinturas, xilografías y esculturas de cerámica son golpes visuales que te afectan directamente en el plexo solar. Sus personajes calvos, repetidos ad nauseam, no son simplemente firmas visuales fáciles de comercializar. Representan la despersonalización, la conformidad forzada, y paradójicamente, una forma sutil de resistencia. Es como si Fang nos dijera: “Esto es en lo que nos hemos convertido, seres sin individualidad, pero atención, somos conscientes de esta pérdida y es precisamente esa conciencia la que nos salva”.
La China post-Tiananmen de 1989 dio lugar a artistas como Fang, que tuvieron que navegar por las aguas turbias de una sociedad en rápida transición. Entre la represión política y la apertura económica, estos creadores encontraron en la ironía y el desapego las únicas respuestas posibles a un mundo que perdía sus referencias. Fang nunca pretendió ser un revolucionario, eso sería demasiado sencillo y peligroso. Prefirió ser un observador, un testigo que transforma su malestar existencial en imágenes impactantes.
Tome su obra monumental de 2003, inicialmente titulada “SARS” y luego renombrada “Sin título”, hoy expuesta en el Centro Pompidou en París, en el MoMA en Nueva York y en el Museo de Arte de Guangdong. Siete paneles de cuatro metros de altura llenos de rostros en tonos llamativos, impresos mediante bloques de madera. Una técnica china tradicional reinterpretada para expresar el malestar contemporáneo. Una obra tan poderosa que trasciende su contexto original para hablar a todos aquellos que se sienten ahogados en la masa humana.
¿Y qué decir de su serie de retratos a tinta, donde captura la esencia de sus amigos en expresiones exageradas, casi caricaturescas? Lejos de ser simples ejercicios técnicos, estas obras son exploraciones de la identidad individual en un país que durante mucho tiempo valoró lo colectivo en detrimento del individuo. Fang nos recuerda que detrás de cada rostro se esconde una historia única, aunque la sociedad intente borrarla.
Es ahí donde Fang encuentra el psicoanálisis, esa ciencia occidental del inconsciente individual que contrasta fuertemente con la ideología colectivista de la China maoísta. Sus figuras repetidas hasta la obsesión, sus masas de cabezas calvas que se extienden al infinito como un mar humano, no son ajenas a los análisis freudianos sobre la pérdida de identidad en la multitud. En su obra magistral “1991.6.1”, una enorme xilografía, una multitud de cabezas calvas se sitúa bajo una cabeza mayor con un dedo anónimo apuntando al cielo. Esta imagen poderosa evoca lo que Freud llamaba la “psicología de las masas”, donde el individuo abdica su juicio personal para fundirse en la mentalidad colectiva [1].
El dolor está en el corazón de la obra de Fang, como él mismo ha confesado: “Una vez que sientes el dolor, te das cuenta de lo preciosa que es la vida”. Esta frase podría salir de un manual de psicoanálisis lacaniano, donde el reconocimiento del sufrimiento es el primer paso hacia la autenticidad. Sus rostros deformados por el dolor o congelados en risas forzadas nos recuerdan que bajo el barniz social siempre se esconde la verdad cruda de nuestra condición humana.
Pero Fang no es solo un teórico del dolor con bata blanca. También es un practicante del arte, un maestro de diversas técnicas que van desde la pintura al óleo hasta la xilografía, pasando por la cerámica. De hecho, es en este último medio donde recientemente ha llevado su exploración artística al extremo, creando obras tan frágiles que parecen estar a punto de romperse. Esta fragilidad no es accidental, es el reflejo exacto de lo que Fang percibe como la condición humana moderna.
La transición de Fang hacia la cerámica no es casual. Tras estudiar este medio en la Escuela de Industria Ligera de Hebei en los años 80, ha regresado en los últimos años con un enfoque radicalmente diferente. Contrariamente a la tradición china de la porcelana, que valora la perfección, “solo una pieza de cada 999 se considera exitosa”, , Fang prefiere explorar las imperfecciones, las grietas, los defectos. “¿Por qué no tirar esta pieza perfecta y conservar las 999 imperfectas?”, se pregunta, desafiando así siglos de tradición cerámica china.
Este enfoque ha provocado la ira de muchos artesanos de Jingdezhen, el centro histórico de la porcelana en China. Pero Fang persiste, porque para él, la perfección es aburrida. Prefiere explorar lo que llama “el estado liminal”, ese momento preciso en el que una obra podría tanto comenzar como terminar, como “una persona de pie al borde de un acantilado”. ¿No es precisamente eso lo que Kierkegaard describía como el vértigo de la libertad, esa angustia existencial que nos asalta frente al vacío de las posibilidades?
Las referencias a la filosofía existencialista abundan en la obra de Fang. Sus personajes parecen siempre en un estado de espera, suspendidos entre el cielo y la tierra, ni completamente libres ni totalmente oprimidos. Evocan las descripciones de Sartre sobre el ser-para-sí, esa conciencia humana condenada a la libertad pero siempre tentada por la mala fe. En sus cuadros donde figuras se ahogan o flotan en el agua, Fang explora lo que Sartre llamaba “la viscosidad”, ese estado intermedio entre lo sólido y lo líquido que simboliza el estancamiento de la conciencia [2].
El agua es además un motivo recurrente en la obra de Fang. Él mismo ha explicado que “el agua está muy cerca de [su] comprensión de la naturaleza humana”. El agua es líquida, sin reglas fijas. Cuando la miras, cambia. A veces te parece muy bella, muy confortable, pero otras veces te parece aterradora”. Esta descripción evoca irresistiblemente los análisis de Bachelard sobre el imaginario del agua, a veces maternal y acogedora, otras veces hostil y mortífera.
La obra “1995.2” de Fang, que muestra una figura calva frente al mar, de espaldas al espectador, es especialmente emblemática de esta ambigüedad. Nadie puede decir lo que siente este personaje. ¿Es contemplación o desesperación? ¿Libertad o abandono? Esta indeterminación misma está en el corazón del enfoque de Fang, que rechaza las interpretaciones fáciles y unívocas.
En el fondo, Fang Lijun es un artista del paradoja. Utiliza formas simples y repetitivas para expresar la complejidad infinita de la experiencia humana. Emplea el humor y la ironía para hablar de temas profundamente graves. Usa técnicas tradicionales para crear obras decididamente contemporáneas. Y sobre todo, logra ser intensamente personal mientras habla de experiencias universales.
Su método de trabajo es en sí mismo paradójico. Mientras que la mayoría de los artistas se especializan en un medio o estilo, Fang trabaja simultáneamente en varios proyectos usando diferentes técnicas. “Si haces todos estos trabajos a la vez, serás especialmente consciente de las características de cada uno y hacia dónde deberías dirigirte”, explica. Este enfoque comparativo le permite ver posibilidades que otros artistas, encerrados en su especialidad, podrían pasar por alto.
Quizás esa capacidad para mantener juntos opuestos sea lo que hace a Fang un artista tan importante para nuestra época. En un mundo cada vez más polarizado, donde las tonalidades a menudo son aplastadas por certezas ideológicas, su obra nos recuerda el valor de la duda, la ambigüedad, el entre dos. Sus figuras no son ni heroicas ni patéticas, simplemente humanas, con toda la complejidad que eso implica.
Incluso su relación con el movimiento del “realismo cínico” es ambivalente. Aunque se le considera uno de sus pioneros, siempre ha mantenido cierta distancia con esa etiqueta. “Nunca he abrazado realmente el término Realismo Cínico”, afirma. Esta resistencia a las categorizaciones fáciles es característica de su enfoque artístico en general.
La fuerza de la obra de Fang Lijun radica en su capacidad para trascender contextos particulares y hablar a una experiencia humana más amplia. Aunque sus primeras obras nacieron en el contexto específico de la China posterior a Tiananmen, resuenan hoy mucho más allá de esas circunstancias iniciales. Como él mismo ha subrayado: “Estos sentimientos están conectados entre las personas. No importa de dónde vengas, sea de Inglaterra, Estados Unidos, África, China, todos estamos unidos por la empatía”.
En su reciente serie de retratos de amigos en tinta, comenzada durante la pandemia de COVID-19, Fang ha buscado fortalecer los lazos humanos a través de su arte. Estos retratos no pretenden capturar una semejanza fiel, sino expresar un sentimiento, una conexión emocional. Es un recordatorio de que el arte, en su mejor expresión, no es simplemente una representación del mundo, sino una forma de relacionarse con él.
A más de sesenta años, Fang continúa explorando nuevas direcciones artísticas, superando los límites de materiales y técnicas, enfrentándose a cuestiones existenciales fundamentales. Su trayectoria, desde la agitación de la Revolución Cultural hasta el reconocimiento internacional, atestigua no solo su resiliencia personal, sino también la capacidad del arte para transformar la experiencia del sufrimiento en una creación significativa.
Fang ha comparado su trayectoria artística con subir una escalera, o más bien un peldaño, paso a paso. Esta imagen de progreso gradual, sin grandes gestos dramáticos, revela su enfoque del arte y la vida. No hay revelaciones súbitas, ni transformaciones mágicas, solo un compromiso paciente con la realidad en toda su complejidad. Tal vez sea esta paciencia, esta perseverancia en la exploración de preguntas difíciles, lo que hace de Fang Lijun un artista tan importante para nuestro tiempo. En un mundo que a menudo valora la velocidad, lo espectacular y lo inmediato, su obra nos invita a ralentizar, a observar con atención, a habitar las contradicciones y ambigüedades que son parte integral de nuestra condición.
Así que sí, panda de snobs, si buscáis un arte fácil, seductor, que confirme vuestros prejuicios y adulce vuestro ego, pasaos de largo. Pero si estáis dispuestos a enfrentar preguntas profundas sobre la identidad, la libertad, la relación entre el individuo y la sociedad, entonces la obra de Fang Lijun os espera. No os ofrecerá respuestas simples ni consolaciones fáciles, sino algo mucho más valioso: un espacio para pensar, sentir y quizás, solo quizás, reconoceros en esos rostros calvos que nos miran con una intensidad perturbadora desde hace más de treinta años.
- Li Xianting, “Principales tendencias en el desarrollo del arte contemporáneo chino”, en China’s New Art, Post-1989, 1993, Hanart TZ Gallery, Hong Kong.
- Fang Lijun, What About Art, 2020, Pekín.
















