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Felix González-Torres, el mago de las emociones puras

Publicado el: 10 Diciembre 2024

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 8 minutos

Felix González-Torres (1957-1996) convierte caramelos en manifiesto político y bombillas eléctricas en declaración de amor. Sus obras minimalistas se despliegan como poemas visuales en el espacio, susurrándonos verdades incómodas con una elegancia desarmante en lugar de imponernos mensajes grandilocuentes.

Escuchadme bien, panda de snobs que acudís a las inauguraciones con vuestros comentarios pseudo-intelectuales sobre el arte contemporáneo. Voy a hablaros de Felix González-Torres (1957-1996), ese artista que logró el éxito de transformar caramelos en manifiestos políticos y bombillas eléctricas en declaraciones de amor incandescentes. Y si pensáis que os voy a dar un nuevo análisis consensuado y políticamente correcto, os estáis engañando a vosotros mismos hasta el codo.

González-Torres es probablemente uno de los artistas más subversivos que América ha producido en el siglo XX. No porque buscara impactar, dejemos eso a los aficionados, sino porque infiltró el sistema del arte con una sutileza diabólica. Imagínense un poco: logró introducir montones de caramelos en los museos más importantes del mundo, convencer a coleccionistas adinerados de comprar pilas de papel destinadas a desaparecer, y transformar guirnaldas luminosas de supermercado en obras de arte principales. Si esto no es subversión de alto nivel, no sé qué es.

Tomemos sus famosas “pilas de caramelos”. A primera vista, nada más simple: montones de golosinas envueltas que brillan en el suelo de las galerías. Se invita a los visitantes a servirse, y cada noche, un empleado del museo recompone meticulosamente la pila. Algunos ven en ello una forma de generosidad artística, una democratización del arte. Pero es mucho más retorcido que eso. Cuando González-Torres crea “Sin título” (Retrato de Ross en L.A.) en 1991, fija el peso inicial en 79 kilos, exactamente el peso de su amante Ross Laycock en buen estado de salud. Con el paso de los días, la pila disminuye como el cuerpo de Ross carcomido por el sida, antes de ser “resucitada” cada mañana. Es un memento mori de los tiempos modernos, un recordatorio constante de nuestra fragilidad colectiva.

Pero González-Torres no se detiene en la metáfora personal. Transforma esta experiencia íntima en un acto político. En plena crisis del sida, cuando la comunidad gay era estigmatizada y el gobierno Reagan se mantenía criminalmente en silencio, él elige no gritar su ira sino destilarla en gestos de una elegancia devastadora. Los caramelos ya no son simples golosinas, se convierten en células que se dispersan, cuerpos que desaparecen, recuerdos que se comparten.

Esta estrategia de la infiltración sutil, González-Torres la perfeccionó como nadie. Tomemos sus “cortinas de perlas”, esas cascadas de perlas que parecen salir directamente de un apartamento pequeño-burgués de los años 70. Las instala en los museos como separaciones entre espacios, obligando a los visitantes a atravesarlas físicamente. Es una experiencia a la vez sensual y perturbadora. Las perlas acarician tu piel como besos furtivos, pero también te recuerdan que toda frontera es porosa, que los límites entre público y privado, entre personal y político, siempre son negociables.

Su serie de relojes gemelos, “Sin título” (Amantes Perfectos), lleva esta lógica aún más lejos. Dos relojes idénticos colgados lado a lado, sincronizados al principio pero que, inevitablemente, se desincronizan con el tiempo. Es una metáfora del amor y la muerte de una simplicidad fulminante. Pero también es una crítica acerada a nuestra obsesión por la normalización de las relaciones amorosas. Estos dos relojes que laten a su propio ritmo nos recuerdan que el amor no sigue convenciones sociales, que existe en un tiempo propio.

González-Torres era un maestro en el arte de transformar objetos cotidianos en bombas de tiempo conceptuales. Sus pilas de papel blanco, por ejemplo, parecen de una banalidad desconcertante. Pero al invitar a los visitantes a servirse, convierte cada hoja en un vehículo potencial de sentido y memoria. El papel se vuelve un soporte de proyección, un espacio de posibilidades infinitas. Y, sobre todo, cuestiona la idea misma de la obra de arte como objeto único y valioso.

Esta puesta en cuestión del estatus de la obra de arte es particularmente evidente en sus instalaciones luminosas. Guirnaldas de bombillas ordinarias, como las que se encuentran en cualquier feria, se transforman en líneas de luz que dibujan geometrías efímeras en el espacio. Las bombillas se funden, se reemplazan, la configuración cambia en cada instalación. La obra ya no es un objeto acabado sino un proceso en constante evolución.

Los carteles (billboards) de González-Torres son quizás sus obras más audaces. En 1991, instala en las calles de Nueva York una serie de carteles publicitarios que muestran simplemente una cama deshecha, las sábanas aún arrugadas por los cuerpos ausentes. Es una imagen de una intimidad conmovedora, pero también es un acto de resistencia política. En plena epidemia del sida, cuando los cuerpos homosexuales son invisibilizados o demonizados, elige mostrar no la enfermedad ni la muerte, sino las marcas del amor y del deseo.

Lo fascinante en González-Torres es su capacidad para hacer coexistir distintos niveles de lectura. Sus obras funcionan como caballos de Troya conceptuales. Se presentan con un aspecto seductor y accesible, pero transportan en su interior cargas explosivas que cuestionan nuestras certezas sobre el arte, el amor, la política y la muerte.

Tome su serie “Bloodworks” de 1989. Gráficos abstractos que parecen ser datos científicos cualquiera. En realidad, son las curvas de células T de pacientes con sida, transformadas en composiciones geométricas de una belleza estremecedora. González-Torres logra la proeza de hacer visible lo invisible, de transformar datos médicos en una meditación sobre la fragilidad de la vida.

Su uso de la repetición es particularmente significativo. Los caramelos, las hojas de papel, las bombillas se presentan siempre en grandes cantidades, creando acumulaciones que evocan tanto la abundancia como la pérdida. Esta estrategia resuena con las teorías de Walter Benjamin sobre la reproducción mecánica del arte, pero González-Torres la lleva en una dirección radicalmente nueva. La reproducción ya no es una pérdida del aura sino una multiplicación de las posibilidades de sentido.

La influencia de la fenomenología de Maurice Merleau-Ponty también es evidente en su trabajo. La importancia concedida a la experiencia corporal, a la manera en que habitamos físicamente el espacio, es central en obras como las cortinas de cuentas o las pilas de caramelos. El espectador ya no es un simple observador sino un participante activo en la creación del sentido.

González-Torres también revolucionó la noción de propiedad en el arte. Sus certificados de autenticidad, que acompañan cada obra, son obras maestras de la subversión institucional. Especifican que la obra puede reproducirse indefinidamente, que su forma puede cambiar y que los materiales pueden ser reemplazados. Es una redefinición radical de lo que significa poseer una obra de arte.

La dimensión temporal está omnipresente en su trabajo. Ya sea en los relojes que se desincronizan, las pilas que disminuyen, las bombillas que se funden, González-Torres nos recuerda constantemente nuestra propia temporalidad. Pero a diferencia de la tradición de las vanitas en la historia del arte, no se trata simplemente de recordarnos nuestra mortalidad. Siempre está la posibilidad de la renovación, del renacimiento.

Esta tensión entre desaparición y renovación está en el corazón de su obra. Las pilas se reconstituyen, las bombillas se reemplazan, los caramelos se reabastecen. Es un ciclo sin fin que evoca los grandes ciclos de la vida y la muerte, pero también la persistencia de la memoria y el amor. González-Torres nos muestra que la pérdida no es el fin, sino una transformación.

Su enfoque del minimalismo es particularmente interesante. Utiliza el vocabulario formal del minimalismo, la geometría simple, la repetición, los materiales industriales, pero inyecta una carga emocional y política que era precisamente lo que los minimalistas trataban de evitar. Es una forma de desviación sutil que muestra su comprensión profunda de los códigos del arte contemporáneo.

La forma en que González-Torres aborda la cuestión de la identidad también es notable. Aunque abiertamente gay y políticamente comprometido, rechaza sistemáticamente la representación directa. No hay cuerpos martirizados, no hay consignas militantes, ni imágenes explícitas. En su lugar, crea obras que hablan de amor, pérdida y resistencia de una manera tan universal que tocan a todo el mundo, al tiempo que mantienen su especificidad política.

Su trabajo con la luz merece una atención particular. Desde guirnaldas luminosas hasta reflejos en las cortinas de perlas, la luz siempre se utiliza como un material en sí mismo. Crea espacios, define volúmenes, genera emociones. Pero es una luz frágil, precaria, que puede apagarse en cualquier momento. Como la vida misma.

La última obra importante de González-Torres, “Untitled” (Last Light) de 1993, es quizás la más emotiva. Una simple guirnalda de bombillas que desciende del techo como una cascada de luz. Es a la vez un testamento artístico y una declaración de amor a la vida, una obra que nos habla de finitud mientras irradia esperanza.

En un mundo del arte contemporáneo a menudo dominado por lo espectacular y lo provocativo, Felix González-Torres nos recuerda que la verdadera radicalidad puede residir en los gestos más simples. Nos muestra que se puede ser profundamente político sin ser didáctico, poético sin ser sentimental, conceptual sin ser hermético.

Su influencia en el arte contemporáneo es inmensa y sigue creciendo. Abrió el camino a una forma de arte que puede ser a la vez accesible y compleja, personal y política, efímera y duradera. Nos mostró que el arte no es solo una cuestión de objetos para contemplar, sino de experiencias para compartir y de significados para construir colectivamente.

La próxima vez que te encuentres frente a una obra de Felix González-Torres, no te limites a admirarla desde lejos. Toma un caramelo, atraviesa la cortina de perlas, lleva una hoja de papel. Porque es en esa interacción, en esa participación activa, donde su arte cobra todo su sentido. Nos recuerda que el arte, como la vida, no está hecho para permanecer fijo en un pedestal, sino para circular, transformarse, desaparecer y renacer constantemente.

González-Torres nos dejó demasiado pronto, llevado por el SIDA en 1996, pero su obra sigue brillando como sus guirnaldas luminosas, frágil y persistente, recordándonos que incluso en los momentos más oscuros, la belleza y el amor siempre encuentran una manera de sobrevivir.

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Referencia(s)

Felix GONZALEZ-TORRES (1957-1996)
Nombre: Felix
Apellido: GONZALEZ-TORRES
Género: Masculino
Nacionalidad(es):

  • Cuba

Edad: 39 años (1996)

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