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Georgia Russell: El bisturí y la metamorfosis

Publicado el: 1 Marzo 2025

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Exposición

Tiempo de lectura: 9 minutos

Con su bisturí, Georgia Russell transforma los libros en tótems tribales y los lienzos en territorios donde la luz se vuelve materia viva. Sus incisiones rítmicas sobre organza crean una coreografía visual donde los cortes se convierten en líneas de fuga, escapes hacia otro espacio-tiempo.

Escuchadme bien, panda de snobs. ¿Pensáis que sabéis todo sobre el arte contemporáneo con vuestras obras conceptuales incomprensibles y vuestras instalaciones pretenciosas? Permitidme hablaros de Georgia Russell, esta escocesa nacida en 1974 que se divierte deconstruyendo las superficies con un bisturí como otros usan un pincel. Ella transforma los libros en tótems tribales, las partituras en esculturas orgánicas y los lienzos en territorios visuales donde la luz se convierte en materia viva. No es una simple operación quirúrgica, es una poética de la metamorfosis.

En su taller de Méru, cerca de París, Russell practica una forma de alquimia visual que nos remite directamente a la esencia misma de la poesía tal como la concebía Mallarmé [1]. Porque, ¿qué es la poesía si no es ese arte de cortar el lenguaje para hacer surgir lo indecible? Mallarmé ya nos hablaba de esos “prismas” y de esos “blancos” que crean tanto sentido como las propias palabras. Russell hace exactamente eso: crea vacíos que se vuelven más elocuentes que los llenos. Sus incisiones rítmicas sobre el papel, el lienzo o el organza crean una coreografía visual donde los cortes se convierten en líneas de fuga, escapatorias hacia otro espacio-tiempo. “Corto y trazo el papel y juego con las gradaciones de tonos, punteadas por el movimiento de mis incisiones por donde la luz se infiltra”, dice ella. Este enfoque hace eco de la convicción mallarmeana de que la página nunca está realmente en blanco, sino que es un espacio de tensión entre lo visible y lo invisible. No es casualidad que una de las obras emblemáticas de Russell se titule “Cells of Light” (Células de luz), como para subrayar que sus cortes son receptáculos luminosos, espacios donde la luz se vuelve palpable.

Miren sus obras recientes, actualmente presentadas en la exposición “El patrón de la superficie” en la Galería Karsten Greve en París, del 18 de enero al 5 de abril de 2025. Estas telas de organza superpuestas, incisas con una precisión casi obsesiva, crean superficies que vibran como las ondas sonoras de una música que casi podría tocarse. El organza, ese tejido tan ligero como resistente, se convierte bajo su bisturí en una membrana translúcida que juega infinitamente con la luz. Eso es exactamente lo que Mallarmé buscaba en sus poemas: hacer visible lo invisible, dar cuerpo a lo que habitualmente es solo sugerencia. “Un golpe de dados nunca abolirá el azar”, escribía él [2], y Russell parece responder: “Un golpe de bisturí nunca abolirá la materia”. Ella transforma el acto de destrucción en un gesto creativo, dando vida a obras que literalmente respiran, como si tuvieran una vida autónoma.

Pero no se equivoquen: Russell no es una simple tecnófoba nostálgica de los libros en papel en la era digital. Ella participa en una reflexión mucho más profunda sobre nuestra relación con la superficie, la imagen, la representación. Esto me lleva al pensamiento de Bachelard y a su fenomenología de la imaginación [3]. Para Bachelard, la imaginación no es esa facultad de formar imágenes, sino más bien la de deformar las imágenes proporcionadas por la percepción. Russell encarna perfectamente esta concepción. Ella no se limita a representar la realidad, la transforma radicalmente para acceder a otra dimensión de la percepción.

Tomen sus esculturas de libros, esos volúmenes abiertos que se metamorfosean en criaturas casi humanas o en máscaras totémicas. Estas obras hacen pensar en las reflexiones de Bachelard sobre los elementos. Para él, cada elemento, el agua, el aire, el fuego, la tierra, evoca imágenes particulares que resuenan con nuestro inconsciente. En Russell, domina el aire, ese elemento que Bachelard asocia con la movilidad, la libertad, el movimiento perpetuo. Sus recortes dejan pasar el aire, creando una respiración entre las diferentes capas de materia. “La idea detrás de estas piezas es abrir una superficie plana para dejar entrar la luz, para dejar pasar el aire para que respire como pulmones”, explica ella. Esta dimensión bachelardiana es particularmente visible en sus obras tituladas “Waterbody”, donde el agua, otro elemento querido del filósofo, se evoca a través de azules profundos y recortes que crean la ilusión de un movimiento ondulante.

Bachelard nos enseña que la imaginación material se arraiga en nuestra relación sensual con los elementos. Russell lo ha entendido bien. Sus obras recientes inspiradas en la naturaleza transforman la observación minuciosa del mundo natural en meditaciones visuales sobre el movimiento y el crecimiento. Para ella, el color es “una materia viva y en movimiento que tiene su propia vida, como el agua o el viento”. Esta concepción dinámica de la materia es profundamente bachelardiana. El filósofo no cesaba de subrayar que la materia nunca es inerte, que siempre está en devenir, siempre susceptible de transformarse. Russell explora esta intuición a través de sus esculturas de papel que parecen crecer de forma orgánica, como si obedecieran a su propia lógica interna de crecimiento.

El pensamiento de Bachelard también nos ayuda a comprender por qué las obras de Russell son tan hipnóticas. El filósofo hablaba de una “ensoñación materializante” que nos conecta directamente con las sustancias del mundo. Frente a los lienzos recortados de Russell, entramos en una forma de contemplación activa donde nuestra mirada no se limita a deslizarse por la superficie, sino que penetra literalmente en las profundidades de la obra. Estos recortes crean pasajes, umbrales entre diferentes estados de la materia. Aquí se piensa en la noción bachelardiana de instante poético, ese momento en el que el tiempo ordinario queda suspendido para dar lugar a una verticalidad de la experiencia. Las obras de Russell son precisamente máquinas para producir tales instantes.

Lo que distingue a Russell de tantos otros artistas contemporáneos es que ella transforma un gesto aparentemente destructor, cortar, rebanar, incidir, en un acto profundamente creativo. Es como si ella invirtiera el proceso habitual de la creación artística. En lugar de añadir materia sobre una superficie virgen, ella la sustrae para hacer aparecer nuevas dimensiones. Este enfoque sustractivo evoca la escultura clásica donde, como decía Miguel Ángel, el artista libera la figura atrapada en el bloque de mármol. Pero en Russell no se trata tanto de liberar una forma preexistente, sino de crear un nuevo espacio-tiempo a través del acto mismo del corte.

Sus obras recientes usando organza llevan esta lógica aún más lejos. Esta tela industrial, a la vez sólida y etérea, se convierte bajo su bisturí en un soporte ideal para explorar los límites entre materialidad e inmaterialidad. Los efectos moiré creados por la superposición de las capas recortadas producen una confusión óptica que desestabiliza nuestra percepción. Ya no sabemos muy bien dónde comienza y dónde termina la superficie. Esta ambigüedad perceptiva recuerda las reflexiones de Merleau-Ponty sobre la visión [4]. Para el filósofo, ver nunca es un acto pasivo de recepción, sino una exploración activa donde todo nuestro cuerpo se compromete en la percepción. Frente a las obras de Russell, hacemos precisamente la experiencia de esa visión encarnada de la que hablaba Merleau-Ponty, donde ver también es tocar, moverse, habitar el espacio.

Los críticos a menudo han comparado a Russell con Lucio Fontana, lo que es tanto justo como reductivo. Por supuesto, ambos practican la incisión del lienzo como gesto fundacional. Pero donde Fontana buscaba abrir el lienzo hacia un más allá metafísico, Russell parece estar más interesada en las posibilidades formales y sensoriales que ofrece el acto de cortar. Su enfoque me recuerda más al de Henri Matisse en sus últimos años, cuando se volcaba hacia los papeles recortados. Como Matisse, Russell usa el recorte para crear una forma de dibujo negativo, donde es el espacio entre las formas lo que se vuelve significativo. “Es como dibujar al revés”, dice ella. Este enfoque se relaciona con la reflexión de Merleau-Ponty sobre lo visible y lo invisible, donde lo que no es percibido directamente contribuye sin embargo a estructurar nuestra experiencia visual.

Esta dimensión fenomenológica es particularmente evidente en su nueva exposición “The Pattern of Surface” actualmente en la Galerie Karsten Greve en París, donde Russell explora la noción misma de superficie como “espacio de interrogación entre lo visible y lo invisible”. Sus lienzos invitan al espectador a “mirar a través”, jugando con la tensión entre lo que se percibe y lo que está oculto. Este juego entre presencia y ausencia, entre lo que se muestra y lo que se sugiere, estuvo en el centro de las preocupaciones de Merleau-Ponty. Para él, lo visible siempre va acompañado de un invisible que no es su contrario, sino su prolongación, su revestimiento. Las obras de Russell manifiestan precisamente esta dialéctica. Las partes recortadas del lienzo no son simplemente ausencias, sino presencias negativas que estructuran activamente nuestra percepción del conjunto.

La dimensión temporal también es central en el trabajo de Russell. Sus gestos repetitivos, casi meditativos, imprimen en la materia la huella del tiempo dedicado a crear. Como ella misma explica: “La repetición crea el vacío y la materia. Estas marcas repetitivas crean una superficie y un objeto tridimensionales”. Esta aguda conciencia del tiempo que pasa, de la duración encarnada en el gesto artístico, responde a las reflexiones de Bergson sobre la duración [5]. Para el filósofo, la duración no es un tiempo abstracto, medible, sino una experiencia vivida, cualitativa, donde cada instante contiene en germen todos los instantes pasados. Las obras de Russell, con sus incisiones repetidas pero nunca idénticas, encarnan perfectamente esta concepción bergsoniana del tiempo como flujo continuo y heterogéneo.

Lo que me gusta de Russell es que hace sensible lo invisible. Sus recortes no son simples agujeros en la materia, sino aberturas hacia otro régimen de visibilidad. Crean umbrales, pasajes entre diferentes estados de la percepción. En esto, su trabajo se inscribe en una larga tradición artística que, desde Mallarmé hasta Merleau-Ponty, ha buscado explorar los límites de lo visible. Pero Russell lo hace con una frescura y una inventiva que renuevan completamente esta tradición. Ella no es una ilustradora de conceptos filosóficos, sino una artista que, a través de su singular práctica, produce su propio pensamiento visual.

Podría seguir analizando su trabajo durante horas, pero prefiero que vayan a ver por ustedes mismos estas obras que respiran, estas superficies que vibran, estos libros transformados en criaturas extrañas en la Galerie Karsten Greve en París, donde “The Pattern of Surface” está visible hasta el 5 de abril de 2025. Porque el arte de Russell no se cuenta, se vive. Es un arte que involucra todos nuestros sentidos, que nos invita a repensar nuestra relación con la superficie, la imagen, la representación. En un mundo saturado de imágenes planas e instantáneas, Russell nos recuerda que ver también es tocar, habitar, explorar. Sus obras son invitaciones al viaje, máquinas para ralentizar nuestra percepción, intensificarla, agudizarla.

Así que, vais, panda de snobs, salid de vuestras zonas de confort artísticas y dejad que esta escocesa, armada con un simple bisturí, reivente nuestra relación con la superficie y la profundidad, con lo visible y lo invisible, con la destrucción y la creación. El arte de Georgia Russell no es una moda pasajera ni un capricho del mercado. Es una aventura visual que nos recuerda por qué necesitamos el arte: para ver el mundo de otra manera, para percibirlo en toda su complejidad, para descubrir que la superficie nunca es simplemente una superficie, sino siempre ya una profundidad.


  1. Mallarmé, Stéphane. “Un golpe de dados nunca abolirá el azar”, Cosmopolis, mayo de 1897.
  2. Mallarmé, Stéphane. “Obras completas”, Éditions Gallimard, Bibliothèque de la Pléiade, 1998.
  3. Bachelard, Gaston. “La poética del espacio”, Presses Universitaires de France, 1957.
  4. Merleau-Ponty, Maurice. “El ojo y el espíritu”, Éditions Gallimard, 1964.
  5. Bergson, Henri. “Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia”, Félix Alcan, 1889.
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Referencia(s)

Georgia RUSSELL (1974)
Nombre: Georgia
Apellido: RUSSELL
Género: Femenino
Nacionalidad(es):

  • Reino Unido

Edad: 51 años (2025)

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