Escuchadme bien, panda de snobs. Sé que os gusta pasear por galerías mientras sorbéis champán y pretendéis entender lo que observáis. Pero hoy vamos a hablar de alguien que realmente merece vuestra atención: John Haverty.
Este nato en Boston nacido en 1986 y galardonado con el prestigioso Luxembourg Art Prize en 2016 no es un artista estándar que pinta paisajes bonitos para decorar vuestro apartamento burgués. No. Haverty es un creador de universos fascinantes, un explorador de los rincones más oscuros de nuestra sociedad, armado no con un machete sino con un bolígrafo y acuarelas.
El trabajo de Haverty es un equilibrio precario entre belleza y repulsión. Utilizando técnicas tradicionales como la acuarela y el bolígrafo sobre papel, crea mundos fantásticos poblados por criaturas híbridas que parecen surgir de las pesadillas colectivas de nuestra época. Sus composiciones densas, coloridas y saturadas de detalles minúsculos exigen una atención sostenida. Cada centímetro cuadrado cuenta una historia diferente, como una serie de mininovelas visuales interconectadas.
Lo que realmente distingue a Haverty es su método de creación. Piloto para American Airlines, trabaja a menudo en salas de descanso de aeropuertos y habitaciones de hotel. Esta existencia nómada lo ha llevado a desarrollar un enfoque único: recorta sus dibujos y los pega sobre vinilo para crear collages evolutivos que pueden reorganizarse indefinidamente. Su obra “Gangrena” es literalmente una infección artística que se propaga y devora el espacio a su alrededor.
El título “Gangrena” no es elegido al azar. Como la infección que corroe la carne si no se trata, Haverty nos muestra una sociedad corroída por la sobrepoblación, el consumismo excesivo, la contaminación y las guerras. Nos recuerda que si dejamos estos problemas sin vigilancia, inevitablemente nos destruirán. Es una advertencia visual, un grito de alarma disfrazado de fiesta para los ojos.
Esta visión apocalíptica no es ajena a los cuadros de Hieronymus Bosch, uno de los artistas que influye en Haverty. Pero mientras Bosch estaba obsesionado con el pecado y la condenación en un contexto religioso medieval, Haverty traslada esas preocupaciones a nuestra época contemporánea y sus ansiedades propias: la globalización, el impacto humano en el medio ambiente, el caos político.
La densidad gráfica de sus obras corresponde al horror vacui, ese miedo al vacío que empuja a llenar cada espacio disponible. Este enfoque visual es particularmente pertinente en nuestra época de sobrecarga informativa, donde nuestros cerebros son bombardeados constantemente con estímulos. Haverty no te deja ningún respiro visual, ningún espacio para respirar. Te fuerza a absorberlo todo, como somos forzados a absorber el flujo constante de información alarmante de nuestro cotidiano mediático.
Tomemos un momento para examinar su proceso creativo. “Trabajo mejor dejando a mi subconsciente vagar y manifestarse libremente”, explica. “Los bolígrafos sirven como escobas que ilustran mi proceso de pensamiento. Los resultados suelen ser relatos ambiguos que son familiares, pero muy exagerados [1]“. Este método espontáneo y directo produce obras que parecen a la vez planificadas y caóticas, como si hubieran evolucionado orgánicamente en lugar de haber sido conscientemente construidas.
El aspecto satírico de su trabajo es esencial para comprender su alcance. Haverty no es solo un ilustrador fantástico que crea mundos imaginarios para nuestro placer estético. Usa esos mundos como un espejo deformante que refleja nuestra propia realidad. Sus exageraciones visuales ayudan a construir “un país de las maravillas irradiando paranoia”, como él mismo lo describe.
Lo que me impresiona particularmente en sus collages es su aspecto temporal. Cada sección es una “pintura de carretera”, nacida en un entorno diferente y captando un momento específico. El conjunto forma una especie de diario visual, un catálogo de pensamientos en constante evolución. Esta dimensión diacrónica añade una profundidad adicional a su trabajo: no sólo miramos una imagen fija, sino una acumulación de experiencias y reflexiones.
Haverty se inscribe en una tradición de artistas que utilizan el arte como herramienta de crítica social. Pero lo hace con una frescura y originalidad innegables. Su trabajo nos recuerda extrañamente las grabados de Francisco de Goya, en particular su serie “Los Caprichos”. Al igual que Goya, Haverty utiliza la exageración y el absurdo para exponer las locuras de la sociedad. Pero mientras que Goya trabajaba en blanco y negro, Haverty nos inunda con un diluvio de colores vivos.
Estos paralelismos con Goya no son fortuitos. Ambos artistas comparten una preocupación fundamental por los excesos y absurdos de sus respectivas épocas. Los “Caprichos” de Goya, con su famosa grabado “El sueño de la razón produce monstruos”, encuentran un eco en el trabajo de Haverty. Sus criaturas fantásticas también parecen nacidas de un sueño colectivo de la razón, de una sociedad que ha dejado de ser vigilante frente a los peligros que la amenazan.
La dimensión política del trabajo de Haverty es particularmente impactante en nuestra época de polarización extrema. Sus obras “echan una mirada crítica a la pendiente resbaladiza sobre la que nosotros, como sociedad, nos deslizamos cómodamente [2]“. Él plantea la pregunta: ¿hasta dónde es demasiado lejos? ¿En qué momento los problemas que ignoramos se volverán insuperables?
Precisamente esta cuestión da a su trabajo una urgencia particular. En una cultura de la atención cada vez más fragmentada, donde los problemas sistémicos se ahogan en un flujo de información trivial, Haverty utiliza la sobrecarga visual como estrategia para captar y mantener nuestra atención. Él entiende que en nuestro mundo hiperconectado, la atención se ha convertido en un bien raro y valioso.
Esta estrategia recuerda las teorías de Herbert Marcuse sobre la “desublimación represiva”, ese proceso por el cual la cultura dominante absorbe y neutraliza la crítica transformándola en entretenimiento. Haverty parece consciente de esta trampa y la esquiva hábilmente. Sus obras son indudablemente atractivas en el plano estético, pero esa belleza sirve para atraernos hacia un enfrentamiento con verdades inquietantes.
Marcuse, figura central de la Escuela de Frankfurt, proponía que el verdadero arte debía mantener una distancia crítica respecto a la sociedad que critica. Esta distancia permite al arte preservar su potencial utópico, su capacidad para imaginar alternativas al statu quo. El trabajo de Haverty encarna perfectamente esta tensión productiva: nos muestra nuestro mundo, pero transformado por una imaginación que rechaza las limitaciones del “realismo” convencional.
En su ensayo “La dimensión estética”, Marcuse escribe que el arte auténtico “rompe con la conciencia dominante, revoluciona la experiencia [3]“. Los collages de Haverty operan precisamente esa ruptura. Nos arrancan de nuestra percepción habitual del mundo y nos obligan a verlo desde un ángulo nuevo y perturbador. Esta función del arte es especialmente importante en una época en la que la realidad misma parece cada vez más absurda e irracional.
Marcuse veía en el arte un refugio para la “negatividad”, para la negativa a acomodarse a un mundo injusto. Las obras de Haverty encarnan esa negatividad, no en un sentido nihilista, sino como una forma de resistencia crítica. Dicen “no” al statu quo, se niegan a aceptar como normal lo que es fundamentalmente patológico en nuestra organización social y nuestra relación con el medio ambiente.
Esta dimensión política es inseparable de la forma misma que adopta su arte. La elección del collage como medio principal no es casual. El collage, con su yuxtaposición de elementos dispares forzados en una nueva unidad, refleja la naturaleza fragmentada de nuestra experiencia contemporánea. También permite una forma de crecimiento orgánico que imita el desarrollo canceroso de los problemas sociales que Haverty busca exponer.
El aspecto evolutivo de sus obras es particularmente significativo. “Gangrene” nunca está realmente terminada; continúa creciendo, extendiéndose, devorando más espacio. Esta cualidad procesual resuena con la noción marcusiana de que el verdadero arte debe resistir el cierre, la finalidad, mantener abierta la posibilidad de un futuro diferente. Las obras de Haverty están en devenir perpetuo, así como nuestra realidad social está constantemente en flujo.
Otro aspecto interesante del trabajo de Haverty es su relación con el tiempo y el espacio. Creada en gran parte en aeropuertos y hoteles, sus obras se producen literalmente en estos “no lugares” que el antropólogo Marc Augé define como espacios de tránsito, caracterizados por la soledad y la similitud. Estos espacios sin identidad se convierten paradójicamente en puntos de anclaje de una creatividad nómada que trasciende las fronteras geográficas.
Esta dimensión nómada se refleja en el contenido mismo de sus obras, que abordan problemas globales más que locales. Haverty es un artista verdaderamente cosmopolita, no en el sentido elitista del término, sino como alguien que percibe el mundo como un sistema interconectado donde las acciones locales tienen consecuencias globales.
Volviendo ahora a la especificidad visual de su trabajo. El uso que hace del color es especialmente notable. A diferencia de muchos artistas que tratan temas oscuros con una paleta oscura, Haverty emplea colores vivos y saturados. Este contraste entre el contenido inquietante y el resplandor visual crea una tensión productiva que amplifica el impacto de sus obras. Es como si la gangrena que representa estuviera paradójicamente llena de vida, llena de actividad aun cuando señala la muerte.
Este enfoque me recuerda a las películas de Wes Anderson, con su estética cuidada y colorida que a menudo sirve como contrapunto a temas de melancolía, pérdida e inadaptación social. Como Anderson, Haverty entiende que la belleza puede ser un vehículo poderoso para verdades perturbadoras. La seducción estética nos atrae a un espacio donde somos más propensos a enfrentar lo que preferiríamos ignorar.
La comparación con el cine no es fortuita. Las obras de Haverty tienen una cualidad cinematográfica innegable. Sus vastos collages invitan a la mirada a moverse, a seguir microrelatos, a descubrir conexiones inesperadas entre diferentes secciones. Como un director, guía nuestra atención a través de un paisaje visual complejo, usando la composición para crear momentos de tensión y relajación.
Esta dimensión narrativa es fundamental en su trabajo. A pesar de la aparente fragmentación, hay una coherencia subyacente, un hilo conductor que conecta los elementos dispares. No es una narración lineal, sino más bien una red de asociaciones y resonancias que invita al espectador a construir su propio recorrido interpretativo.
Esta apertura interpretativa es una de las grandes fortalezas de su arte. Haverty no nos impone una lectura única de sus obras. Crea un espacio de reflexión donde nuestras propias preocupaciones y perspectivas pueden dialogar con su visión. Es un arte que nos involucra activamente en lugar de reducirnos a consumidores pasivos.
Esta cualidad participativa es particularmente valiosa en nuestra época de consumo cultural acelerado. En un mundo donde el arte se reduce a menudo a imágenes de Instagram consumidas en unos segundos antes de ser desplazadas hacia arriba, el trabajo de Haverty exige y recompensa un compromiso prolongado. No se puede “consumir” una de sus obras con una mirada rápida; requiere que se le dedique tiempo, que se exploren sus detalles, que uno se deje absorber por su universo.
En este sentido, su trabajo representa una forma de resistencia a la aceleración cultural contemporánea. En su libro “Aceleración”, el sociólogo Hartmut Rosa analiza cómo nuestra relación con el tiempo ha sido fundamentalmente transformada por la modernidad tardía, creando una sensación perpetua de falta de tiempo [4]. El arte de Haverty nos invita a desacelerar, a tomarnos el tiempo necesario para una verdadera contemplación.
Rosa sugiere que la aceleración constante de nuestro ritmo de vida conduce a una forma de alienación, una pérdida de conexión significativa con el mundo. Las obras de Haverty, con su densidad de detalles que requieren una atención sostenida, crean lo que Rosa llamaría un momento de “resonancia”, una experiencia donde establecemos una relación más profunda y auténtica con nuestro entorno.
Esta capacidad para crear momentos de resonancia en un mundo caracterizado por la alienación y la desconexión es una de las funciones más importantes del arte contemporáneo. El trabajo de Haverty no solo nos ofrece una crítica social, sino también un espacio alternativo donde podemos desacelerar, contemplar y quizás redescubrir una forma de compromiso más significativa con el mundo.
Es interesante notar que el propio Haverty vive en esta tensión entre aceleración y contemplación. Su doble vida como empleado de American Airlines y como artista encarna esta contradicción moderna. Por un lado, participa en una de las industrias más emblemáticas de la compresión espacio-temporal que caracteriza la globalización. Por otro lado, crea obras que exigen precisamente el tipo de atención lenta y sostenida que esta compresión tiende a erosionar.
Esta tensión productiva informa toda su obra. Sus collages son simultáneamente productos de la globalización (creados en aeropuertos y hoteles de todo el mundo) y comentarios críticos sobre sus consecuencias. Encarnan la contradicción central de nuestra época: somos a la vez beneficiarios y víctimas de las fuerzas que hemos liberado.
El hecho de que Haverty utilice medios tradicionales como la acuarela y el bolígrafo en lugar de técnicas digitales también es significativo. En un mundo cada vez más virtual, hay algo fundamentalmente táctil y físico en su proceso creativo. Esta materialidad arraigada forma un contrapunto interesante a la fluidez y efimeridad de las imágenes digitales que dominan nuestro paisaje visual cotidiano.
Esta preferencia por los medios tradicionales no es un simple conservadurismo artístico. Más bien refleja una conciencia aguda de las cualidades específicas que estos medios ofrecen. La acuarela, con su fluidez e imprevisibilidad relativa, permite una forma de diálogo entre la intención del artista y las propiedades del material. El bolígrafo, humilde herramienta cotidiana, se convierte en sus manos en un instrumento de precisión capaz de crear detalles microscópicos.
Esta alquimia de lo banal, esta capacidad de transformar materiales ordinarios en visiones extraordinarias, está en el corazón de la práctica de Haverty. Atestigua una inventiva que se niega a dejarse limitar por las aparentes fronteras de sus herramientas. Es una lección que haríamos bien en aplicar a nuestra propia relación con un mundo que a menudo parece imponernos sus restricciones como fatalidades.
El trabajo de John Haverty nos invita a una forma de lucidez valiente. Nos pide mirar de frente las monstruosidades que hemos creado colectivamente, no para sumergirnos en la desesperación, sino para recordarnos nuestra capacidad de acción. Sus obras nos muestran que incluso frente al horror, conservamos nuestra facultad de asombro. Quizás ésta sea la mayor hazaña de Haverty: crear un arte que reconoce plenamente la gravedad de nuestra situación mientras reafirma el valor de la imaginación como fuerza de resistencia y transformación. En un mundo donde la imaginación está cada vez más colonizada por las fuerzas del mercado, esta reafirmación no sólo es estéticamente poderosa, sino también políticamente necesaria.
Así que la próxima vez que veas una obra de John Haverty, tómate el tiempo para sumergirte verdaderamente en ella. Déjate desconcertar, perturbar, quizás incluso molestar por sus mundos fantásticos. Porque es precisamente en esa perturbación, en esa alteración de nuestras percepciones habituales, donde reside la posibilidad de un despertar, de una toma de conciencia que podría ser el primer paso hacia una relación más lúcida y responsable con nuestro mundo en crisis.
- Haverty, John. “Declaración del artista”, New American Paintings, MFA Annual, edición nº 117, 2015.
- Haverty, John. “Horror Vacui”, New American Paintings, 2015.
- Marcuse, Herbert. La dimensión estética: Para una crítica de la estética marxista, Éditions de Minuit, 1979.
- Rosa, Hartmut. Aceleración: Una crítica social del tiempo, La Découverte, 2010.
















