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Josh Smith : El arte del aislamiento productivo

Publicado el: 7 Octubre 2025

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 11 minutos

Josh Smith crea desde Brooklyn una obra pictórica que cuestiona los fundamentos de la expresión contemporánea. A través de sus series repetitivas – palmeras, firmas, monocromos – este artista nacido en 1976 explora los territorios ambiguos entre sinceridad y artificio, proponiendo una estética de la autenticidad construida perfectamente adaptada a nuestra época.

Escuchadme bien, panda de snobs: Josh Smith pinta como se respira, con esa urgencia vital que caracteriza a los verdaderos creadores de nuestra época. En su almacén de Brooklyn, transformado en un complejo artístico tentacular, este artista nacido en 1976 en una base militar de Okinawa elabora desde hace más de dos décadas una obra que cuestiona los mismos fundamentos de la expresión pictórica contemporánea. Sus lienzos, ya representen palmeras tropicales de colores chillones, segadoras con muecas o sus propias firmas repetidas hasta el infinito, constituyen un corpus artístico de una coherencia perturbadora bajo su aparente dispersión.

La obra de Smith se inscribe en esa tradición del arte contemporáneo que asume plenamente su condición posmoderna, navegando entre la sinceridad y el cinismo con una habilidad desconcertante. Sus pinturas, realizadas en un estilo deliberadamente “descuidado”, exploran los territorios ambiguos donde se encuentran la expresión auténtica y la reproducción mecanizada, la emoción cruda y el cálculo conceptual.

La sociología del aislamiento creador

El enfoque creativo de Josh Smith revela una dimensión sociológica particularmente sorprendente que aclara las condiciones de producción artística en la metrópoli contemporánea. Su proceso de creación se articula en torno a lo que él mismo denomina “locked in”, un estado de aislamiento voluntario que puede extenderse durante varios meses en su taller-residencia de Brooklyn. Esta práctica del retiro creativo cuestiona directamente las modalidades de sociabilidad artística en una ciudad como Nueva York, donde la presión competitiva y la hiperestimulación constituyen los datos fundamentales de la existencia creativa.

El artista describe con una lucidez notable esta condición paradójica: “Paso largos periodos solo, a veces meses. A veces no salgo de mi taller durante seis meses” [1]. Esta declaración revela una estrategia de resistencia frente a lo que Georg Simmel ya identificaba a comienzos del siglo XX como los efectos alienantes de la vida metropolitana moderna. Smith desarrolla una forma de “blasé” invertido: en lugar de protegerse de la sobreinformación urbana por indiferencia, elige la sustracción radical.

Esta práctica del aislamiento no responde a una simple misantropía artística, sino que se inscribe en una economía psíquica compleja donde la soledad se convierte en la condición necesaria para la emergencia de una expresión auténtica. “Para ser un buen artista, creo que hay que tener la sensación de caer. Es incómodo y es un modo de vida un poco insano” [1]. Esta metáfora de la caída evoca los análisis que Zygmunt Bauman dedicaba a la “modernidad líquida”, donde el individuo contemporáneo debe reinventar constantemente sus modos de existencia sin poder apoyarse en estructuras estables.

El taller de Smith funciona como un microcosmos social autónomo, equipado con múltiples espacios de trabajo, una biblioteca con estanterías metálicas que llegan hasta el techo e incluso un jardín subterráneo donde el artista cultiva sus verduras. Esta configuración espacial refleja una voluntad de autosuficiencia que responde a los disfuncionamientos de la sociabilidad urbana contemporánea. El artista no se limita a huir de la sociedad; reconstruye una versión miniaturizada y controlada de ella.

La dimensión sociológica de esta práctica también aparece en la manera en que Smith articula creación y mediación social. Sus pinturas se convierten en vectores de comunicación diferida con un público al que no puede encontrar directamente. “Intento hacer mi trabajo para que guste a muchas personas diferentes: niños y adultos. Quiero que la gente mire mi trabajo y entienda exactamente cómo se ha hecho” [1]. Esta transparencia técnica constituye una forma de generosidad social que compensa el aislamiento del proceso creativo.

La excepcional productividad de Smith se ilumina bajo este ángulo sociológico. Sus series repetitivas, palmeras, firmas y monocromos, funcionan como rituales para conjurar la soledad. La repetición del gesto pictórico crea una temporalidad alternativa a la de la socialización urbana, una temporalidad cíclica y apacible que permite al artista recuperar una forma de contacto con el mundo sin sufrir sus violencias.

Este enfoque sociológico revela cómo el arte contemporáneo desarrolla estrategias de supervivencia frente a las patologías de la modernidad avanzada. El aislamiento de Smith no es una huida de lo social, sino un método para revelar sus contradicciones e inventar nuevas formas de vínculo colectivo por medio de la obra de arte.

El hedonismo trágico: un enfoque psicoanalítico

La obra de Josh Smith despliega un registro emocional complejo que llama a una lectura psicoanalítica atenta a los mecanismos de defensa y a las formaciones del inconsciente que estructuran su producción artística. Sus pinturas revelan lo que podría calificarse como un hedonismo trágico, una economía libidinal donde la búsqueda del placer estético choca constantemente con la angustia existencial y las manifestaciones depresivas.

El artista evoca sin rodeos su relación con la depresión: “Muchos de mis trabajos ilustran mi depresión, en particular las pinturas abstractas” [1]. Este reconocimiento explícito de la dimensión sintomática del arte abre camino a una comprensión de los mecanismos de sublimación en funcionamiento en su práctica. Según la teoría freudiana, la sublimación permite desviar los impulsos hacia objetos socialmente valorados, transformando el sufrimiento psíquico en creación estética.

Las series repetitivas de Smith funcionan como formaciones obsesivas que intentan dominar la angustia mediante la ritualización del gesto creador. Sus palmeras tropicales, pintadas compulsivamente en colores saturados, evocan fantasías de fuga hacia un más allá edénico que contrasta violentamente con la realidad de su aislamiento en Brooklyn. Esta dialéctica entre el deseo de evasión y el encierro real revela los mecanismos de negación característicos de ciertas organizaciones neuróticas.

La práctica de las firmas repetidas constituye un caso particularmente revelador de esta dinámica psíquica. Al pintar obsesivamente su propio nombre, Smith escenifica una problemática narcisista fundamental: la afirmación compulsiva del yo frente a la angustia de desaparición. “Josh Smith” se convierte en un significante flotante, vacío de su carga subjetiva por la repetición misma, revelando la inconsistencia fundamental de la identidad moderna.

La evolución reciente hacia los monocromos rojos de la exposición “Living with Depression” marca una intensificación de esta economía psíquica. El rojo, color tradicionalmente asociado con el impulso de vida pero también con la agresividad y la sangre, funciona como una pantalla proyectiva donde se despliegan los afectos más arcaicos. El propio artista reconoce esta ambivalencia: “El rojo es repulsivo. También es seductor” [2].

Este enfoque psicoanalítico también ilumina la relación particular que Smith mantiene con la temporalidad creativa. Sus períodos de aislamiento prolongado evocan los mecanismos regresivos mediante los cuales el sujeto intenta recuperar un estado anterior a la socialización traumática. “No hay nada como ir a tu taller con dos bolsas de Fritos y seis Red Bulls. Y luego, ya sabes, trabajas toda la noche y en realidad, estás solo” [1]. Esta ritualización de la soledad creativa revela un intento de reconstrucción de un espacio transicional, en el sentido que Donald Winnicott daba a esta noción.

La productividad excepcional del artista puede entenderse como una formación reactiva frente a la angustia depresiva. La acumulación compulsiva de obras funciona como una negación de la pérdida y de la finitud. “Tener muchos bastidores me hace sentir rico. Porque podrías hacer cualquier cosa con ellos. No sé qué hacer con el dinero, pero sé qué hacer con los bastidores” [1].

Esta economía psíquica revela cómo el arte contemporáneo puede funcionar como un dispositivo terapéutico, permitiendo al sujeto metabolizar sus conflictos internos a través de la creación plástica. Las obras de Smith constituyen tantos intentos de reparación simbólica, esfuerzos por devolver sentido y coherencia a una existencia fragilizada por las patologías de la modernidad tardía.

La epifanía de lo cotidiano y la resistencia al tiempo

En el laberinto creativo de Josh Smith se dibuja una estética de la resistencia temporal que encuentra sus raíces en una filosofía del instante particularmente sofisticada. Sus obras, aunque aparentemente gestuales y espontáneas, revelan una meditación profunda sobre las modalidades de presencia en el mundo y sobre las posibilidades de salvamento de la cotidianidad mediante el arte.

El enfoque de Smith se inscribe en esa tradición moderna que, desde Charles Baudelaire, busca extraer lo eterno de lo transitorio. Sus palmeras tropicales, pintadas con la urgencia de gestos repetitivos, funcionan como epifanías de lo banal, transformando clichés turísticos en revelaciones estéticas. Esta alquimia de lo cotidiano evoca los análisis que György Lukács dedicó a la “desintricación” en su Teoría de la novela, esa capacidad del arte para revelar lo extraordinario escondido en lo ordinario.

La temporalidad creativa de Smith opera según una lógica de acumulación intensiva que recuerda las estrategias desarrolladas por las vanguardias históricas para resistir la aceleración moderna. Sus series repetitivas no son una simple compulsión, sino un método para densificar el tiempo, para crear bolsas de resistencia frente a la velocidad destructora de la metrópoli contemporánea. “Pinto por series de temas muy específicos y simples, frutas, animales, paisajes y mitos, que a menudo parecen hechos febrilmente y en la búsqueda de una expresión honesta y no mediada” [1].

Esta búsqueda de inmediatez revela paradójicamente una aguda conciencia de la mediación. Smith desarrolla una estética de la “mala” pintura que asume plenamente su carácter construido y artificial. Sus colores “directamente salidos del tubo”, sus gestos “descuidado”, su rapidez de ejecución constituyen tantas estrategias para interrumpir los mecanismos tradicionales de sublimación del arte y para recuperar una forma de contacto directo con lo real.

Este enfoque temporal se articula en torno a una concepción particular de la finitud creativa. Smith evoca regularmente la sensación de que cada exposición podría ser la última: “Siento que todas las exposiciones podrían ser mi última exposición” [1]. Esta conciencia de la precariedad transforma cada gesto pictórico en una urgencia existencial, confiriendo a sus obras una intensidad particular que se asemeja a lo que Heidegger llamaba “el ser-para-la-muerte”.

El taller del artista funciona como una máquina del tiempo donde se superponen diferentes capas cronológicas. Sus pinturas se solapan, se cubren, se reciclan en un proceso continuo de estratificación memoriosa. “Pinto sobre muchas cosas, hasta que puedas decir que un lienzo es demasiado grueso” [1]. Esta práctica de la sobrepintura revela una concepción del tiempo donde cada obra lleva en sí las trazas de sus estados anteriores.

La dimensión filosófica de este enfoque aparece claramente en la manera en que Smith articula repetición y diferencia. Cada palmera, cada firma, cada monocromo constituye una variación infinitesimal que revela la imposibilidad de la reproducción pura. Esta estética de la différance, en el sentido que Jacques Derrida le dio al término, transforma la repetición en un método de revelación de lo único y lo irreemplazable.

La obra de Smith desarrolla así una temporalidad alternativa a la del consumo cultural contemporáneo. Sus pinturas requieren tiempo, paciencia, una forma de atención ralentizada que contrasta con la economía del instante característica de nuestra época. Proponen una experiencia de la duración que resiste las lógicas de la obsolescencia programada y de la rotación acelerada de las imágenes.

Hacia una artificialidad auténtica

Al término de este recorrido crítico por el universo pictórico de Josh Smith, conviene medir el verdadero alcance de su empresa artística y evaluar su contribución al arte contemporáneo. Su obra revela una inteligencia estratégica notable que le permite navegar entre los escollos del cinismo posmoderno y los de la ingenuidad neoexpresionista, inventando un tercer camino que bien podría constituir una de las respuestas más pertinentes a los desafíos estéticos de nuestra época.

La fuerza singular de Josh Smith reside en su capacidad para asumir plenamente la artificialidad constitutiva del arte contemporáneo al tiempo que preserva una forma de autenticidad expresiva. Sus pinturas nunca pretenden una espontaneidad pura, pero tampoco caen en el cálculo conceptual frío. Desarrollan lo que podríamos llamar una “artificialidad auténtica”, una sinceridad construida que corresponde exactamente a las condiciones de existencia de la subjetividad contemporánea.

Esta posición estética revela una comprensión profunda de las mutaciones antropológicas de nuestro tiempo. En una sociedad donde la autenticidad misma se ha convertido en una mercancía, donde la espontaneidad se programa y donde la emoción se formatea, Smith propone un camino de emancipación mediante la aceptación lúcida de estas contradicciones. Sus obras nos enseñan a ser auténticamente artificiales, sinceramente construidos, verdaderamente ficticios.

La evolución reciente de su trabajo, marcada por la introducción de las redes sociales y YouTube en su práctica artística, confirma esta inteligencia estratégica. En lugar de resistirse nostálgicamente a las nuevas tecnologías de la comunicación, Smith las integra como nuevos medios artísticos, transformando Instagram en obra de arte y YouTube en taller público. Este enfoque revela una capacidad de adaptación notable que le permite mantener la pertinencia de su cuestionamiento estético frente a las rápidas transformaciones del panorama cultural contemporáneo.

El impacto sociológico de su trabajo también es particularmente interesante. Al documentar minuciosamente sus procesos de aislamiento creativo y teorizar su propia práctica de la soledad productiva, Smith ofrece un modelo alternativo de éxito artístico que no pasa por la socialización mundana tradicional. Demuestra que es posible construir una carrera internacional preservando una forma de interioridad y autenticidad personal.

Su contribución a la historia de la pintura contemporánea resulta decisiva. Al reconciliar figuración y abstracción, expresividad y conceptualismo, rapidez de ejecución y sofisticación teórica, Josh Smith abre nuevas posibilidades para un medio que muchos consideraban agotado. Sus obras demuestran que la pintura aún puede sorprender, emocionar e interpelar sin renunciar a su dimensión crítica.

La obra de Josh Smith constituye un laboratorio privilegiado para comprender las condiciones de posibilidad del arte en la sociedad contemporánea. Revela cómo un creador puede preservar su autonomía estética mientras se adapta a las exigencias del mercado, cómo puede mantener una alta exigencia formal asumiendo la dimensión entretenida del arte, cómo puede reivindicar su singularidad a la vez que propone una experiencia universalmente accesible.

Esta síntesis paradójica de contrarios podría constituir una de las respuestas más fecundas a las aporías del arte contemporáneo. Al rechazar las facilidades del radicalismo y las del conformismo, Josh Smith inventa una vía intermedia que preserva la complejidad de lo real sin renunciar a la eficacia estética. Su obra nos enseña que es posible ser simultáneamente popular y exigente, accesible y sofisticado, tradicional y novador.

Quizá ahí resida la enseñanza más valiosa de esta obra: en su demostración de que el arte aún puede constituir un espacio de libertad auténtica, siempre que se acepten con lucidez las limitaciones de su época y se transformen en material creativo. Josh Smith nos muestra que es posible pintar hoy sin nostalgia ni cinismo, con esa forma de sabiduría práctica que caracteriza a los verdaderos artistas de su tiempo.


  1. Ross Simonini, “The Interview: Josh Smith”, ArtReview, 2019
  2. “Josh Smith: Living with Depression”, Spike Art Magazine, 2023
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Referencia(s)

Josh SMITH (1976)
Nombre: Josh
Apellido: SMITH
Género: Masculino
Nacionalidad(es):

  • Estados Unidos

Edad: 49 años (2025)

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