English | Español

Martes 18 Noviembre

ArtCritic favicon

Karin Kneffel contra las certezas visuales

Publicado el: 19 Septiembre 2025

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 13 minutos

Karin Kneffel elabora pinturas hiperrealistas que perturban nuestras certezas visuales. Sus composiciones mezclan interiores burgueses, frutas monumentales y arquitecturas modernistas en juegos de reflejos complejos. La artista alemana construye metódicamente imágenes que cuestionan nuestra relación con la realidad y revelan los mecanismos engañosos de la percepción contemporánea.

Escuchadme bien, panda de snobs: si todavía buscáis certezas en el arte contemporáneo, seguid vuestro camino. Karin Kneffel no está aquí para consolaros con verdades tranquilizadoras sobre lo que creéis ver. Esta mujer de 68 años, antigua alumna de Gerhard Richter, ha pasado las últimas cuatro décadas construyendo un corpus pictórico que actúa como un veneno lento contra nuestros hábitos visuales. Sus lienzos hiperrealistas no son ventanas al mundo, sino espejos deformantes que nos reflejan la imagen de nuestra propia incapacidad para distinguir lo auténtico de lo ficticio.

“Mi interés por crear arte es producir un sentimiento de duda, algo que aún no he captado del todo” [1]. Esta declaración de la artista resuena como un manifiesto. Kneffel no pinta para revelar, sino para perturbar. Sus composiciones son “imposibilidades perfectamente construidas” que colapsan “lugares e incidentes heterogéneos” [1]. Aquí tenemos a una pintora que asume plenamente la naturaleza ficticia de su medio mientras explota su potencia representacional. Esta tensión constituye el núcleo neurálgico de su trabajo.

La arquitectura de la mirada

La obra de Kneffel mantiene una relación compleja con la arquitectura moderna, particularmente visible en sus intervenciones sobre las obras de Ludwig Mies van der Rohe. En 2009-2010, durante la exposición “House on the Edge of Town” en el Museo Haus Esters en Krefeld, se apropia de las villas modernistas diseñadas por el arquitecto para interrogar la persistencia del pasado en el presente. Estos edificios, pensados según los principios de transparencia y racionalidad, se convierten bajo su pincel en espacios de memoria estratificada donde se superponen diferentes temporalidades.

El enfoque de Kneffel frente al legado modernista revela una inteligencia crítica notable. En lugar de ceder a la nostalgia o a la fácil denuncia, ella elige pintar “una imagen de una imagen de la imagen que experimentamos hoy” [2]. Este método de puesta en abismo visual se une a las preocupaciones de la arquitectura contemporánea sobre la cuestión de la reinterpretación de los modelos históricos.

Las trece pinturas de esta serie transforman los espacios de Mies van der Rohe en teatros de la ambigüedad. Kneffel despliega allí su técnica característica de reflejos y superficies mojadas para difuminar las fronteras entre interior y exterior, entre pasado y presente. Esta estrategia pictórica encuentra un eco directo en la filosofía arquitectónica de Mies, que buscaba disolver él mismo los límites tradicionales del espacio doméstico. Sin embargo, donde el arquitecto buscaba la claridad y la depuración, la pintora introduce la confusión y la duda.

La instalación de 2014 en el Pabellón Mies van der Rohe de Barcelona lleva esta lógica a su paroxismo. Al colocar una de sus telas frente a la claraboya del pabellón, Kneffel crea un dispositivo donde la arquitectura se vuelve cómplice de la ilusión pictórica. El espectador se encuentra atrapado en un juego de múltiples reflejos donde la realidad del edificio se mezcla con las ficciones de la pintura. Esta intervención supera la simple exposición para convertirse en una reflexión sobre la naturaleza de la percepción arquitectónica en sí misma.

La artista comprende que la arquitectura moderna, con su pretensión de funcionalidad pura, no escapa a las construcciones simbólicas. Sus pinturas revelan las dimensiones psicológicas y emocionales que los espacios modernistas intentan reprimir. Al pintar los interiores de época con sus muebles y sus obras de arte, expone las contradicciones entre el ideal modernista y la realidad burguesa de sus comitentes.

Esta investigación del espacio arquitectónico se acompaña de una reflexión sobre el estatus del arte en el espacio doméstico. Kneffel pinta las obras de Chagall, Kirchner o Macke tal como aparecían en las casas Lange y Esters, y luego las sigue en sus localizaciones museísticas actuales. Esta “arqueología visual” revela cómo el desplazamiento de las obras modifica su significado y su impacto estético.

El uso recurrente de superficies reflectantes en estas composiciones no obedece a un simple efecto decorativo. Constituye una metáfora de la condición moderna, donde no cesamos de ver imágenes de imágenes. La arquitectura de vidrio de Mies van der Rohe, concebida para revelar y unificar, se convierte en Kneffel en el símbolo de una época donde la transparencia oculta tanto como revela.

El psicoanálisis de lo cotidiano

Más allá de sus exploraciones arquitectónicas, la obra de Kneffel revela una profunda comprensión de los mecanismos psíquicos que rigen nuestra relación con los objetos y los espacios domésticos. Sus naturalezas muertas monumentales y sus escenas de interior funcionan como cámaras de eco del inconsciente colectivo, donde se cristalizan los deseos y las angustias de la burguesía contemporánea.

La artista lo reconoce sin rodeos: no utiliza “el color, la pintura al óleo, de manera ingenua” [2]. Esta conciencia técnica se combina con una lucidez psicológica. Kneffel sabe que sus frutos sobredimensionados, sus animales con una mirada demasiado humana y sus interiores cuidados despiertan estructuras sentimentales enterradas en nosotros. Juega deliberadamente en la frontera que separa la emoción auténtica del kitsch, esa “marca de fábrica” que “apela a las estructuras sentimentales que duermen en cada uno de nosotros” [3].

Sus retratos de animales de los años 1990 ilustran perfectamente esta estrategia de ambivalencia emocional. Estas criaturas nos miran con “sus ojos abiertos de par en par, las fosas nasales muy abiertas, las orejas caídas, casi riéndose” [3]. El efecto es impactante: proyectamos en esos rostros animales una humanidad que nos incomoda. El espectador se encuentra atrapado en un mecanismo de proyección y retirada que revela la fragilidad de nuestras certezas perceptivas.

Esta investigación de los mecanismos proyectivos encuentra su realización en los interiores recientes de la artista. Los espacios domésticos que pinta funcionan como pantallas de proyección para nuestros fantasmas de confort y seguridad. Pero estos interiores siempre se ven a través de un cristal empañado, detrás de gotas de agua o reflejos parásitos que transforman el espacio familiar en un territorio inquietante.

El uso recurrente del motivo de la ventana en su trabajo no es casual. La ventana, ese “ojo de la casa” según la expresión consagrada, se convierte para Kneffel en el lugar de una interrogación sobre los límites entre lo íntimo y lo público, entre el interior y el exterior. Pero, a diferencia de la tradición pictórica que convierte la ventana en un marco transparente hacia el mundo, ella la convierte en un filtro deformante que revela la imposibilidad de una mirada neutral.

Sus composiciones recientes con mujeres de la limpieza introducen una dimensión social en este psicoanálisis de lo doméstico. Estas figuras, a menudo tomadas del cine de Hitchcock o Billy Wilder, encarnan la parte reprimida del confort burgués. Recuerdan que el orden doméstico descansa en un trabajo invisible, generalmente femenino, que mantiene la ilusión de la espontaneidad del bienestar.

La artista desarrolla una verdadera “poética de la sospecha” que revela las dimensiones inconscientes de nuestra relación con los objetos. Sus naturalezas muertas no celebran la abundancia ni la belleza, sino que interrogan nuestra necesidad compulsiva de consumo visual. Las frutas que pinta son “demasiado reales” para ser verdaderas, sus superficies demasiado perfectas para no despertar desconfianza.

Este enfoque psicoanalítico de lo cotidiano encuentra su justificación teórica en la atención que Kneffel presta a los procesos de la percepción. Ella comprende que “no podemos ver ninguna cosa tal como es, siempre vemos la representación que tenemos de las cosas” [4]. Esta lucidez la lleva a construir imágenes que exponen nuestros mecanismos perceptivos en lugar de confortarlos.

El uso sistemático del enfoque igual en sus composiciones perturba nuestros hábitos visuales. En la realidad, nuestro ojo hace constantemente el enfoque, creando una jerarquía entre los planos. Al pintar todo con la misma nitidez, Kneffel crea un espacio “imaginario” donde “presente e historia pueden fusionarse” [4]. Esta técnica revela la naturaleza construida de nuestra percepción y su anclaje en esquemas culturales determinados.

La política de la imagen

La obra de Kneffel florece en un contexto posterior a la Guerra Fría donde las certezas ideológicas se desmoronan en favor de una sociedad de la imagen generalizada. Su trabajo puede interpretarse como una respuesta artística a las transformaciones del espacio público alemán y europeo desde la reunificación. Al elegir pintar interiores burgueses y objetos de consumo, ella interroga las nuevas relaciones de poder que emergen en una sociedad pacificada en la superficie.

La técnica hiperrealista de la artista no es una simple virtuosidad técnica. Constituye una toma de posición estética y política en un mundo saturado de imágenes digitales. Frente a la progresiva desmaterialización de la producción artística, Kneffel reivindica la lentitud y la materialidad de la pintura al óleo. Cada lienzo requiere meses de trabajo, cada detalle se conquista frente a la facilidad de lo digital.

Esta resistencia a través de la lentitud adquiere una dimensión política cuando se considera el contexto de producción de sus obras. Formada en la Alemania Occidental de los años 1980, Kneffel pertenece a una generación que vivió la caída del Muro de Berlín y la unificación. Sus pinturas de interiores pueden interpretarse como una meditación sobre la identidad alemana en reconstrucción, entre herencia moderna y realidades contemporáneas.

La atención que presta a los objetos cotidianos revela una conciencia aguda de las mutaciones sociales en curso. Sus naturalezas muertas no muestran productos de lujo ni símbolos de poder, sino las frutas, los muebles y los animales domésticos que componen el entorno de la clase media. Esta democracia del objeto pintado traduce una visión igualitaria del arte que rechaza las jerarquías tradicionales entre lo noble y lo trivial.

Su trabajo sobre las arquitecturas modernistas de Mies van der Rohe también puede interpretarse como una reflexión sobre el legado político de la modernidad. Al mostrar cómo estos espacios utópicos se han convertido en museos, ella revela el relativo fracaso del proyecto moderno de transformación social a través de la arquitectura. Sus pinturas exponen la distancia que separa las ambiciones revolucionarias de las vanguardias de su recuperación museística actual.

El empleo recurrente de la figura del voyeur en sus composiciones introduce una dimensión crítica sobre la sociedad de vigilancia contemporánea. Al situarnos sistemáticamente en posición de observadores indiscretos, ella revela nuestra complicidad con los mecanismos de control social. Sus ventanas empañadas y sus superficies reflectantes evocan las pantallas de vigilancia que pueblan el espacio urbano contemporáneo.

La cuestión de género también atraviesa su trabajo de manera sutil pero persistente. Formada en un entorno artístico dominado por hombres, ella tuvo que imponer sus temas contra los prejuicios de la época. “En aquella época, en la academia se consideraba que tal o cual motivo no debía ser pintado. Las frutas o los animales, por ejemplo. Demasiado decorativos, por lo que aún más inapropiados para una mujer” [4]. Esta resistencia a las prohibiciones de género atraviesa toda su obra.

La mecánica de la duda

Después de cuatro décadas de creación, Kneffel ha desarrollado una auténtica máquina para producir incertidumbre. Sus últimas obras, en particular la serie “Face of a Woman, Head of a Child” de 2021-2022, revelan un dominio técnico y conceptual que sitúa su arte al nivel de los más grandes. Estas docenas de dípticos sobre el tema de la madre y el niño marcan un punto de inflexión en su producción al introducir por primera vez la figura humana en el centro de sus preocupaciones.

Estos retratos, derivados de esculturas policromadas del Renacimiento nórdico, realizan una laicización radical de la iconografía cristiana. Al eliminar halos, velos y otros atributos religiosos, Kneffel “transforma los modelos en objetos altamente subjetivos, dotados de una vitalidad animada gracias al contorno y al color pictórico” [5]. Esta secularización revela la persistencia de las estructuras arquetípicas en el arte contemporáneo.

La técnica del díptico se revela particularmente eficaz para crear el efecto de duda buscado por la artista. Al separar madre e hijo en dos lienzos distintos, ella rompe la unidad tradicional del grupo sagrado al tiempo que preserva su vínculo por la semejanza fisionómica. Esta fragmentación genera una tensión emocional que perturba nuestros hábitos iconográficos.

La inclusión de su autorretrato con su hijo en esta serie introduce una dimensión autobiográfica inédita en su trabajo. Esta intrusión de lo personal en el corpus revela una evolución de la artista hacia una aceptación de la subjetividad. El hecho de que pinte estas obras en el momento en que se convierte en abuela añade una resonancia temporal que enriquece la lectura del conjunto.

El dominio técnico alcanzado en estas últimas obras roza el prodigio. Kneffel logra reproducir la textura de la madera pintada de las esculturas originales mientras conserva la fluidez de la pintura al óleo. Esta proeza revela una comprensión profunda de los desafíos de la traducción entre medios. Ella no pinta esculturas, sino la idea de escultura tal como puede existir en la pintura.

La elección de trabajar a partir de fotografías en lugar de del natural introduce una mediación adicional que enriquece la reflexión sobre la imagen. “Las fotografías son los originales ambivalentes sobre los que se basan la mayoría de sus pinturas” [6]. Esta ambivalencia constituye precisamente el terreno de juego de la artista. Ella transforma la imperfección del medio fotográfico en fuerza creativa.

La evolución técnica de Kneffel revela una paradoja fascinante: cuanto más domina su oficio, más complejas y difíciles de realizar se vuelven sus obras. “Me vuelvo más rápida, pero al mismo tiempo mis lienzos requieren más tiempo” [4]. Esta aparente contradicción refleja una ambición artística que no deja de crecer con la edad. Lejos de simplificarse, su arte se densifica y estratifica.

Esta complejidad creciente va acompañada de una conciencia aguda de la herencia pictórica. Kneffel no cesa de dialogar con la historia de la pintura, desde el Renacimiento nórdico hasta el pop art estadounidense. Pero este diálogo nunca consiste en una cita gratuita ni en un pastiche complaciente. Ella utiliza la historia como un reservorio de problemas estéticos a resolver en lugar de un museo para visitar.

El arte de Kneffel nos confronta con una verdad inquietante: ya no sabemos ver. Acostumbrados a los flujos de imágenes digitales, hemos perdido la capacidad de atención sostenida que requiere la pintura. Sus lienzos hiperrealistas nos obligan a ralentizar, a escrutar, a dudar de nuestras primeras impresiones. Funcionan como ejercicios de reeducación visual en un mundo de ciegos apresurados.

Su éxito comercial y crítico internacional, coronado por su representación en Gagosian desde 2012, testimonia la pertinencia de este enfoque. En un mercado del arte dominado por la inmediatez y la espectacularización, Kneffel propone una alternativa basada en la contemplación y la introspección. Sus obras, vendidas por varios cientos de miles de euros, demuestran que todavía existe un público para un arte exigente.

El ojo y la mano

Karin Kneffel nos enseña una lección fundamental: el arte no debe tranquilizar sino cuestionar, no confortar sino inquietar. Su obra constituye un antídoto precioso contra la fascinación perezosa y el consumo pasivo de imágenes. Al transformar la duda en método creador, abre nuevas perspectivas para la pintura contemporánea.

Su trayectoria artística testimonia una obstinación remarcable. Formada en la estela de Gerhard Richter, ha sabido desarrollar un lenguaje pictórico autónomo que, sin renegar de la herencia moderna, inventa sus propias soluciones plásticas. Esta independencia estética merece ser alabada en un entorno artístico a menudo sometido a los efectos de moda y presiones comerciales.

La amplitud del corpus constituido en cuarenta años sitúa definitivamente a Kneffel entre las figuras mayores de la pintura europea contemporánea. Sus obras, presentes en las mayores colecciones internacionales, seguirán alimentando por largo tiempo las reflexiones sobre la imagen y la percepción. Constituyen un testimonio único sobre las mutaciones de la sociedad occidental desde el fin de la Guerra Fría.

El compromiso pedagógico de la artista, que ha formado generaciones de estudiantes en Bremen y luego en Múnich, asegura la transmisión de su enfoque. Esta dimensión docente revela una concepción del arte como disciplina que exige rigor y perseverancia. En una época que privilegia la innovación permanente, Kneffel defiende las virtudes de la profundización y la maduración lenta.

Su arte nos recuerda finalmente que la pintura conserva recursos expresivos únicos que los nuevos medios no pueden igualar. La materialidad de la pasta, la lentitud de la ejecución, la presencia física de la obra crean condiciones de recepción irreemplazables. Persistiendo en esta vía contra viento y marea, Kneffel mantiene viva una tradición milenaria al mismo tiempo que la actualiza para nuestra época.

En un mundo que avanza hacia la abstracción digital y la inteligencia artificial, la obra de Karin Kneffel constituye un recordatorio saludable de la irreductible especificidad de la experiencia estética humana. Sus dudas pintadas nos ayudan a reencontrar nuestra propia capacidad de cuestionamiento. Y tal vez ahí radique su victoria más hermosa: haber transformado la incertidumbre en certeza creativa.


  1. Gagosian Gallery, “About Karin Kneffel”, sitio web de la galería Gagosian, consultado en 2025
  2. Sunil Manghani, “On situating painting: An interview with Karin Kneffel”, Journal of Contemporary Painting, Volumen 3, Números 1 y 2, 2017
  3. Noemi Smolik, “Karin Kneffel”, Artforum, traducción del alemán por Joachim Neugroschel
  4. Anke Brack, “Karin Kneffel: ‘Meine Bilder haben sich gut gehalten'”, Neue Zürcher Zeitung, 28 de noviembre de 2020
  5. Mousse Magazine, “Karin Kneffel ‘Face of a Woman, Head of a Child’ en Gagosian, Roma”, 26 de octubre de 2022
  6. Gagosian Quarterly, “The Actual Picture: On Karin Kneffel’s Painting”, octubre de 2022
Was this helpful?
0/400

Referencia(s)

Karin KNEFFEL (1957)
Nombre: Karin
Apellido: KNEFFEL
Género: Femenino
Nacionalidad(es):

  • Alemania

Edad: 68 años (2025)

Sígueme