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Katherine Bernhardt y la anarquía jubilosa del pop

Publicado el: 15 Abril 2025

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 10 minutos

Katherine Bernhardt transforma el universo consumista en un carnaval pictórico deslumbrante. Sus lienzos exuberantes, donde se amontonan sandías, cigarrillos y Panteras Rosas, orquestan un desfile delirante de objetos en un espacio sin jerarquía, revelando una mirada de frescura desarmante sobre nuestro mundo saturado de imágenes.

Escuchadme bien, panda de snobs: Katherine Bernhardt no es la artista que creéis conocer. Sus lienzos exuberantes, rebosantes de colores ácido y de imágenes extraídas de nuestro universo consumista, no son simplemente arreglos lúdicos de objetos pop. No, lo que Bernhardt nos entrega es una deconstrucción jubilosa de las jerarquías estéticas, una júbilo cromático que hace explotar las convenciones artísticas con una desaprensión deliberada que oculta una profundidad insospechada. Esta oriunda de Missouri, considerada por algunos como la “chica mala” del arte contemporáneo, evade toda categorización fácil, no es ni completamente pop, ni totalmente abstracta, ni verdaderamente figurativa. Ocupa un territorio pictórico singular, un espacio donde el caos reina como amo pero donde cada elemento encuentra misteriosamente su lugar.

En su taller de St. Louis, esta artista ha desarrollado un enfoque pictórico que algunos calificarían de caótico, otros de liberador. Bernhardt trabaja como una fuerza de la naturaleza, una tormenta colorida que cae sobre el lienzo con una energía casi meteorológica. Frontal a sus inmensos lienzos dispuestos en el suelo, algunos de hasta diez metros de largo, como el presentado en Art Basel Unlimited en 2018, traza con spray contornos aproximados de sandías, cigarrillos, Panteras Rosas o tiburones martillo, antes de verter acrílico diluido que se extiende, fusiona y forma charcos multicolores. No combate los accidentes, los provoca, los acoge, baila con ellos. El agua se convierte en su cómplice esencial, como ella misma confiesa: “Me gusta el agua en mis pinturas. El agua trabaja sobre mis pinturas para mí y las transforma.” Esta colaboración con los elementos, esta aceptación de lo aleatorio, da a sus obras una dimensión casi atmosférica, como si estuviéramos observando un extraño fenómeno meteorológico en lugar de una pintura.

Este método evoca lo que Georges Bataille denomina en L’Expérience intérieure la “soberanía”, esa parte de la existencia que escapa a la racionalidad utilitaria y se entrega al juego, al gasto improductivo. “No puedo pintar algo útil”, parece decir Bernhardt a través de sus obras donde se amontonan desordenadamente Doritos, trozos de sandías y teléfonos móviles, como en un puesto caótico de supermercado tras un terremoto. Para Bataille, la soberanía es esa parte de nosotros que desafía el orden establecido, que rehúsa la sumisión a los fines productivos. Las pinturas de Bernhardt celebran precisamente esa soberanía, esa libertad desenfrenada que se emancipa de las limitaciones de la “buena pintura” [1].

El enfoque de Bernhardt también recuerda lo que Susan Sontag describía en sus Notes on Camp como una sensibilidad que “ve todo entre comillas” y que valora lo que es “bueno porque es horrible” [2]. Hay algo indudablemente kitsch en la forma en que Bernhardt se apropia de estos símbolos de pacotilla consumista, los Crocs, Pac-Man, E.T., Garfield, las sandías, los smartphones, para transfigurarlos en un verdadero carnaval pictórico. Estos tótems de nuestra contemporaneidad consumista, ella los arranca de su banalidad para insuflarles una vida nueva, explosiva, vibrante. No se contenta con representar estos objetos, sino que orquesta su delirante desfile en un espacio carente de jerarquía visual o simbólica. En este alegre caos visual, una barra de Xanax puede convivir con un personaje de dibujos animados, un paquete de Doritos puede flotar junto a un cigarrillo o un tiburón martillo, todos tratados con el mismo entusiasmo formal, la misma jubilación cromática. Es precisamente esta ausencia de jerarquía la que da a su obra su dimensión profundamente contemporánea, reflejando un mundo donde las categorías tradicionales se derrumban, donde las distinciones entre cultura alta y baja se difuminan.

Pero no se equivoquen: detrás de la aparente despreocupación técnica se oculta un dominio consumado del medio. Como destaca su galerista Phil Grauer: “La gente simplemente se siente seducida por su ímpetu y admira la forma en que sus obras son al mismo tiempo intrínsecamente imperfectas e intrínsecamente bellas, pintadas con una maestría perfecta”. Esta tensión entre dominio y abandono confiere a sus obras una energía bruta que cautiva de inmediato.

A diferencia de tantos artistas contemporáneos que construyen laboriosamente un discurso teórico alrededor de sus obras, Bernhardt rechaza obstinadamente intelectualizar su práctica. Esto lo afirma sin rodeos en una entrevista para Artspace en 2015: “Creo que la buena pintura no necesita todo eso. Creo que los mejores pintores no intelectualizan su propio arte, simplemente hacen cosas. Se trata más de elecciones de colores y combinaciones de colores.” Esta postura no es una simple provocación, sino una verdadera ética artística. Ella rechaza los discursos pomposos que a menudo rodean el arte contemporáneo, prefiriendo atenerse a lo esencial: el color, la forma, la materia.

Cuando se le pregunta por qué pinta objetos cotidianos, responde con una simplicidad desarmante: “Tienen buenos colores y buenas formas. El papel higiénico es un óvalo cuadrado. Un cigarrillo es una línea. Una aleta dorsal es un triángulo, al igual que un Dorito.” Este enfoque formal, casi ingenuo, que reduce los objetos a sus características visuales elementales, revela una mirada de una frescura extraordinaria sobre nuestro mundo saturado de imágenes. Bernhardt posee lo que el escritor Milan Kundera llamaba “la sabiduría de la incertidumbre”, esa capacidad para ver el mundo sin el filtro de ideas preconcebidas, de teorías hechas.

La pintura de Bernhardt también nos recuerda lo que Maurice Blanchot llamaba “el espacio literario”, un lugar donde las cosas son liberadas de su utilidad, donde existen en una pura presencia. En El espacio literario, Blanchot escribe que el arte “no es la realidad de las cosas, sino su metamorfosis, su no realidad magnificada, su retroceso hacia la pureza de su esencia” [3]. ¿No es exactamente esto lo que hace Bernhardt cuando arranca los objetos cotidianos de su contexto funcional para propulsarlos al espacio pictórico? Un Garfield, en sus lienzos, ya no es un personaje de cómic, sino que se convierte en una mancha naranja vibrante, un signo puro, desconectado de su significado inicial.

Esta radical descontextualización también me recuerda los escritos del italiano Italo Calvino en La Máquina Literatura, donde habla de la capacidad de la literatura para “desfamiliarizar” los objetos cotidianos, para hacerlos visibles de nuevo al arrancarlos de su banalidad [4]. Al ver tantas sandías, tiburones o bolsas de patatas fritas, dejamos de verlos realmente. Al pintarlos con esta extraña combinación de precisión y aproximación, Bernhardt nos obliga a mirarlos de nuevo, a redescubrir su extrañeza fundamental.

Algunos críticos han visto en sus obras un comentario sobre el consumismo estadounidense. Es posible, pero la propia Bernhardt rechaza esa lectura demasiado evidente. “Quizás”, dice ella cuando se le sugiere una interpretación ecológica de sus tiburones nadando entre rollos de papel higiénico. Lo que está claro es que sus pinturas capturan la experiencia contemporánea en toda su cacofonía visual y su sobrecarga de información. En un mundo donde estamos constantemente bombardeados con imágenes, logos y productos, Bernhardt absorbe ese caos y lo retranscribe en sus lienzos con una energía frenética que evoca nuestra propia experiencia diaria.

El crítico de arte Christopher Knight escribió que sus pinturas muestran “el mundo inundado por el paraíso y el infierno de los productos de consumo”. Esta fórmula captura perfectamente la ambivalencia que suscitan sus cuadros: celebran la vitalidad colorida de nuestra cultura material a la vez que sugieren la frenética alienación de nuestra relación con los objetos. Hay algo profundamente estadounidense en esta tensión entre el asombro y la crítica, entre la fascinación y la distancia.

Italo Calvino, otra vez él, hablaba en Lecciones americanas de las cualidades esenciales de la literatura del futuro: ligereza, rapidez, exactitud, visibilidad, multiplicidad [5]. ¿No se podría decir que las pinturas de Bernhardt encarnan precisamente estas cualidades? La ligereza en su toque fluido y acuoso, la rapidez en su ejecución enérgica, la exactitud en su síntesis de las formas, la visibilidad en sus colores brillantes y la multiplicidad en su yuxtaposición de elementos dispares.

Su método de trabajo mismo es un reflejo de esta multiplicidad: Bernhardt es una coleccionista compulsiva, una recolectora de imágenes y referencias, una absorbente insaciable de cultura visual. Está en constante movimiento, física e intelectualmente. Como ella misma dice: “Soy una trabajadora incansable y no paro hasta que estoy exhausta.” Esta energía frenética se refleja en su pintura, en esas composiciones que parecen siempre a punto de explotar, de desbordarse del marco.

De sus viajes a Marruecos, donde importa alfombras bereberes para su tienda Magic Flying Carpets (aventura comercial paralela a su carrera artística), a sus estancias en Puerto Rico, donde ha adquirido una casa brutalista en San Juan, ella absorbe las influencias cromáticas y formales de culturas diversas. Este nomadismo no es simplemente un gusto por el exotismo, sino un verdadero método de trabajo, una manera de alimentar constantemente su imaginación visual. Su casa rosa de St. Louis, famosa desde un reportaje del New York Times, es ella misma una extensión de su universo pictórico: un entorno total donde se acumulan obras de arte, muebles vintage, objetos encontrados y textiles coloridos.

Su paleta saturada evoca tanto los tejidos africanos como los colores de las Antillas, mientras que su enfoque del motivo repetitivo recuerda a los tejidos batik y a las alfombras marroquíes. Esta geografía personal, esta cartografía afectiva se encuentra en sus lienzos: un espacio donde las fronteras entre culturas se desvanecen, donde las referencias se mezclan libremente, creando un nuevo esperanto visual que habla a todos sin distinción de origen, edad o entorno social.

En sus propias palabras: “Siempre intento pintar las cosas más evidentes, las más descuidadas, y hacerlas divertidas o animadas en mis pinturas.” Esta búsqueda de lo banal transformado está en el corazón de su enfoque. Como los ready-mades de Duchamp, sus pinturas nos invitan a reconsiderar nuestra relación con los objetos cotidianos, pero con una sensualidad y una exuberancia que el maestro del conceptual no tenía.

Katherine Bernhardt es sin duda una de las pocas artistas que logra capturar el espíritu de nuestra época sin caer en el cinismo o la nostalgia. No se lamenta de la sociedad de consumo, la celebra mientras la transfigura. No llora la pérdida de sentido, crea nuevas constelaciones significativas a partir de los escombros culturales que nos rodean. Y sobre todo, nunca se toma demasiado en serio, una cualidad rara en el mundo del arte contemporáneo.

Sus pinturas nos recuerdan lo que Susan Sontag escribió en Against Interpretation: “En lugar de una hermenéutica, necesitamos una erótica del arte” [6]. Los lienzos de Bernhardt son precisamente eso: una experiencia sensorial directa, un asalto cromático que evita nuestra tendencia a la sobreinterpretación. Nos invitan a entregarnos al puro placer del color y la forma, a recuperar una relación lúdica y sensual con las imágenes que pueblan nuestra cotidianidad.

Quizás ahí radique la fuerza realmente subversiva de su obra: en su capacidad para reencantar nuestra relación con el mundo material, para insuflar alegría y extrañeza en nuestras interacciones con los objetos más banales. Ella deconstruye las jerarquías estéticas no mediante un discurso teórico, sino por el acto mismo de pintar, por ese gesto democrático que pone en el mismo plano a E.T., una bolsa de Doritos y una sandía.

Su serie de pinturas sobre E.T., presentada en su exposición “Done with Xanax” en la galería Canada en 2019, es emblemática de este enfoque. El título en sí juega con la ambigüedad entre la referencia personal y el comentario sobre la cultura farmacéutica contemporánea. Al pintar a este personaje emblemático de la cultura popular de los 80, Bernhardt no se limita a la nostalgia; crea un puente entre su infancia y nuestro presente saturado de medicamentos, ansiedad y refugio en la cultura pop. Como escribió su hermana Elizabeth en un texto que acompaña la exposición: “Katherine y E.T. tienen mucho en común… Al crecer en un suburbio, ella se identificó inmediatamente con E.T., quien también aterrizó en un entorno suburbano y no pudo entender cómo escaparlo mientras sufría un gran dolor existencial”.

En un mundo artístico a menudo dominado por el conceptual austero o el comentario social didáctico, Bernhardt nos recuerda que el arte puede ser tanto crítico como gozoso, complejo y accesible, sofisticado e inmediato. Ella logra este raro prodigio: crear obras que hablan tanto a los niños como a los coleccionistas experimentados, a los novatos como a los críticos avezados. Esta universalidad no es fruto de un cálculo cínico, sino de una autenticidad fundamental, de una fidelidad a su visión personal que trasciende las divisiones habituales del mundo del arte.

Entonces dejad de buscar mensajes ocultos en esos Panteras Rosas y esas rodajas de sandía. Dejad que os inunde la ola cromática, ese tsunami de colores ácido que aniquila las jerarquías entre la alta y la baja cultura. Porque si el arte de Bernhardt nos dice algo, es que la vida contemporánea es un alegre caos, y nuestra única respuesta posible es abrazar esta anarquía colorida con una risa liberadora.


  1. Bataille, Georges. La experiencia interior. París: Gallimard, 1943.
  2. Sontag, Susan. “Notas sobre el camp” en Contra la interpretación y otros ensayos. Nueva York: Farrar, Straus and Giroux, 1966.
  3. Blanchot, Maurice. El espacio literario. París: Gallimard, 1955.
  4. Calvino, Italo. La máquina literatura. París: Seuil, 1993.
  5. Calvino, Italo. Lecciones americanas: Ayuda-memoria para el próximo milenio. París: Gallimard, 1989.
  6. Sontag, Susan. “Contra la interpretación” en Contra la interpretación y otros ensayos. Nueva York: Farrar, Straus and Giroux, 1966.
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Referencia(s)

Katherine BERNHARDT (1975)
Nombre: Katherine
Apellido: BERNHARDT
Género: Femenino
Nacionalidad(es):

  • Estados Unidos

Edad: 50 años (2025)

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