Escuchadme bien, panda de snobs, Liang Yuanwei está aquí y ni siquiera lo sabéis. En su taller de Pekín, esta artista china nacida en 1977 teje obstinadamente su propio universo estético, lejos de los fuegos artificiales que parecen hoy definir el arte contemporáneo chino. Sus lienzos, donde se entrelazan motivos florales minuciosamente pintados, son como mapas topográficos de un territorio interior, un espacio donde el tiempo mismo parece suspendido.
No os equivoquéis. La obra de Liang no es una simple celebración de la belleza ni un ejercicio decorativo. Es una meditación visual, una forma de resistencia silenciosa. En una época donde el arte parece a menudo reducido a una sucesión de efectos espectaculares y mensajes ruidosos, Liang Yuanwei nos invita a ralentizar, a observar, a contemplar. Una invitación que todos deberíamos aceptar, si aún tuviéramos la capacidad de atención necesaria.
Lo que llama la atención primero en el trabajo de Liang son esos motivos florales obsesivos. Flores, más flores, siempre flores. Pero cuidado, ¡no se equivoquen! No se trata de flores naturales, como las que uno admiraría en un jardín o en un ramo. No, las flores de Liang son motivos industriales, tomados de tejidos manufacturados, esos estampados omnipresentes en nuestra vida cotidiana a los que ya ni prestamos atención. Estas flores, que simbolizan a la vez la naturaleza y su imitación comercial, se convierten bajo sus pinceles meticulosos en piezas de un juego conceptual fascinante.
Liang Yuanwei trabaja como una arqueóloga al revés. En lugar de desenterrar las huellas del pasado, ella sepulta el presente bajo capas sucesivas de significado. Cada lienzo es el resultado de un protocolo riguroso: la artista divide su lienzo en secciones, trabaja una sección por día, sin volver jamás al trabajo del día anterior. Un proceso que evoca irresistiblemente la técnica ancestral del fresco, donde la artista debía pintar sobre un enlucido todavía fresco, obligándola así a trabajar por secciones llamadas “giornate” (las jornadas) [1].
Esta analogía con el fresco no es fortuita y nos conduce al corazón de una de las dimensiones esenciales de la obra de Liang: su diálogo con la historia del arte occidental. Tras haber explorado durante años las posibilidades formales de los motivos florales, la artista se centró en el estudio profundo de los frescos romanos antiguos y del Renacimiento italiano. En 2016, se desplazó a Roma para estudiar el arte romano del siglo IV y las técnicas de restauración de frescos. Esta inmersión en una tradición pictórica milenaria influyó profundamente en su comprensión de la materialidad de la pintura y su relación con el tiempo.
El estudio de los frescos le permitió percibir la pintura no solo como un medio expresivo, sino como un proceso temporal concreto, en el que cada jornada de trabajo se inscribe materialmente en la obra final. Como ella misma explica: “En los frescos romanos antiguos y los del Renacimiento, hay una comprensión a la vez simple y profunda del mundo visual, que ha atravesado toda la cultura occidental” [2]. Esta dimensión temporal, que impregna la técnica misma de Liang, nos recuerda las reflexiones de Henri Bergson sobre la duración como experiencia cualitativa del tiempo, distinta del tiempo cronométrico.
Para Bergson, el tiempo vivido no puede reducirse a una sucesión de instantes medibles. Es más bien una duración pura, un flujo continuo donde pasado y presente se entrelazan. “La duración pura”, escribe él en “Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia”, “es la forma que toma la sucesión de nuestros estados de conciencia cuando nuestro yo se deja vivir, cuando se abstiene de establecer una separación entre el estado presente y los estados anteriores” [3]. Esta concepción bergsoniana del tiempo encuentra un eco impresionante en el proceso creativo de Liang Yuanwei, donde cada jornada de trabajo se inscribe en un continuo indivisible, cada gesto pictórico porta en sí la memoria de los gestos anteriores.
Los lienzos de Liang, con sus motivos repetitivos pero nunca idénticos, encarnan esta tensión entre el instante y la duración. Cada flor pintada es a la vez un momento aislado de creación y un elemento de una totalidad que sólo se revela en la duración. La obra entera se convierte así en una cartografía del tiempo vivido, un espacio donde la duración bergsoniana se materializa ante nuestros ojos.
Pero la obra de Liang no se limita a dialogar con la filosofía occidental. También se nutre de las fuentes de la tradición pictórica china, en particular la pintura docta de la dinastía Yuan (1271-1368). Como ella confesaba en una entrevista: “Comencé a interesarme por el arte de la dinastía Song, luego por el de la dinastía Yuan, que marca los inicios de la pintura docta. Estos doctos utilizaban sus obras para expresar sus ideas políticas, sus afiliaciones y sus aspiraciones” [4].
Lo que fascina a Liang en esta tradición es la manera en que los artistas doctos supieron desarrollar un lenguaje pictórico codificado para expresar posiciones filosóficas y políticas. La técnica del pincel, la elección de motivos, la composición, todos esos elementos formales estaban cargados de significados que solo los iniciados podían descifrar. De igual forma, Liang usa la repetición obsesiva de motivos florales como un lenguaje cifrado, un sistema de signos que habla de nuestra relación con el tiempo, la belleza, la industria y la tradición.
Esta dimensión de código secreto nos lleva a considerar la obra de Liang desde el ángulo de la teoría lingüística de Saussure. Para el lingüista suizo, el signo lingüístico une no una cosa y un nombre, sino un concepto (el significado) y una imagen acústica (el significante). En el arte de Liang, los motivos florales funcionan como significantes visuales cuyo significado no es fijo sino fluctuante, dependiendo del contexto y de la interpretación.
Las flores que Liang pinta incansablemente son signos ambivalentes. Por una parte, remiten a los tejidos industriales de los que proceden, símbolos de la producción en masa y de la estandarización estética. Por otra, mediante el proceso meticuloso de su reproducción pictórica, se transforman en objetos únicos, cargados de una presencia singular. Como Saussure demostró para el lenguaje, el significado surge aquí no de la relación entre el signo y su referente, sino de las relaciones diferenciales entre los signos dentro de un sistema.
Este juego de signos es particularmente evidente en su serie emblemática “Golden Notes” (2010), donde dos inmensos lienzos gemelos presentan el mismo motivo floral tratado con variaciones sutiles de color y textura. Como explica la artista: “En esta pintura doble, no utilicé el color oro en ninguna parte, pero creé la impresión de oro a través de las relaciones entre los colores” [5]. Esta hazaña pictórica ilustra perfectamente cómo, en el sistema semiótico de Liang, el significado emerge no de los elementos aislados sino de sus relaciones recíprocas.
El interés de Liang por la lingüística estructural no es explícito en sus declaraciones, pero su obra manifiesta una aguda conciencia de los mecanismos de significado que gobiernan nuestra percepción del mundo. Al transformar motivos florales industriales en signos artísticos complejos, nos invita a reconsiderar nuestra relación con las imágenes que saturan nuestro entorno cotidiano.
Esta exploración de las estructuras de significado nos conduce a otra dimensión fundamental de la obra de Liang: su crítica implícita a la sociedad de consumo. Al elegir como punto de partida de su trabajo motivos florales procedentes de tejidos producidos en serie, la artista señala la banalización de la belleza en nuestro mundo industrializado. Como ella explica: “Quise deliberadamente vaciar estas imágenes de su valor. Las flores son el elemento decorativo más banal que existe, y al repetir constantemente estos motivos, los hago cada vez más pálidos” [6].
Este enfoque evoca la crítica de la sociedad del espectáculo desarrollada por Guy Debord. Para el pensador francés, nuestra sociedad contemporánea se caracteriza por una acumulación infinita de espectáculos, donde “todo lo que se vivía directamente se ha alejado en una representación” [7]. Los motivos florales que Liang se apropia son precisamente tales espectáculos: imitaciones industriales de la naturaleza, representaciones estandarizadas de la belleza que han perdido todo vínculo con la experiencia directa.
Pero donde Debord adopta una postura abiertamente crítica, Liang desarrolla una estrategia más sutil. En lugar de rechazar esas imágenes espectaculares, las somete a un proceso de transformación que las reinvierte de una presencia auténtica. Por su trabajo manual minucioso, por la atención extrema que presta a cada detalle, combate la alienación espectacular desde el propio interior de sus formas. Sus flores, aunque provienen de motivos industriales, recuperan bajo su pincel una singularidad perdida, un aura que Walter Benjamin podría haber reconocido.
Este proceso de transformación es particularmente evidente en su serie “2013”, donde la artista exploró de manera sistemática las posibilidades de un mismo motivo floral. A lo largo de los lienzos, este motivo inicialmente reconocible se metamorfosea progresivamente, volviéndose cada vez más abstracto, hasta convertirse en una pura exploración del color y la textura. Esta evolución formal ilustra perfectamente la forma en que Liang logra trascender sus materiales iniciales, transmutando el espectáculo en experiencia.
El arte de Liang Yuanwei nos enfrenta a una contradicción productiva: por un lado, acepta plenamente las condiciones de nuestro mundo industrializado y consumista; por otro, les resiste a través de una práctica lenta, atenta, casi meditativa. Esta tensión no se resuelve sino que se mantiene viva en cada una de sus obras, invitándonos a habitar también ese espacio intermedio, ese lugar donde la crítica y la aceptación pueden coexistir.
En un mundo donde el arte contemporáneo chino se percibe a menudo a través del prisma reduccionista del comentario político o de la apropiación irónica de los símbolos tradicionales, Liang Yuanwei traza un camino singular. Su obra, aunque inscrita profundamente en el contexto chino, trasciende las fronteras culturales para hablarnos de preocupaciones universales: el tiempo, la belleza, la autenticidad, la repetición.
Si tuvieras que retener solo una cosa de su trabajo, sería tal vez esa rara capacidad de transformar lo ordinario en extraordinario, no mediante un gesto espectacular o provocador, sino por un compromiso paciente con la materia. En cada uno de sus lienzos, Liang nos recuerda que la atención es la forma más radical de generosidad. En un mundo que valora la velocidad y la eficiencia, su arte es un elogio a la lentitud y a la presencia. Y en estos tiempos distraídos que son los nuestros, ¿no es exactamente eso lo que necesitamos?
- Procaccini, A. (2018). “La técnica del fresco y las ‘jornadas’ de trabajo”. Studi di Conservazione e Restauro, vol. 45.
- Liang, Y. (2017). Entrevista con Artron News, “Con los frescos, el pop art y la pintura culta: el recorrido artístico ‘retroactivo’ de Liang Yuanwei”, 27 de abril de 2017.
- Bergson, H. (1889). Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia. París: Félix Alcan.
- Liang, Y. (2017). “La artista femenina más representativa de China en los años 70: mi lenguaje artístico es una elección racional”, Entrevista para YT Nuevos Medios, 19 de agosto de 2017.
- Liang, Y. (2010). “Liang Yuanwei habla sobre la creación de la exposición ‘Golden Notes'”, Artforum China, 15 de noviembre de 2010.
- Liang, Y. (2014). “Flores y símbolos: entrevista sobre el proceso creativo”, Trueart, 3 de febrero de 2014.
- Debord, G. (1967). La sociedad del espectáculo. París: Buchet/Chastel.
















