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Lin Onus transforma el arte aborigen australiano

Publicado el: 3 Junio 2025

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 13 minutos

Lin Onus revoluciona el arte aborigen fusionando el hiperrealismo occidental y la iconografía tradicional. Sus paisajes acuáticos, donde nadan peces adornados con rarrk bajo reflejos de eucalipto, transforman la herida colonial en una belleza subversiva. Artista-activista, practica un sincretismo de combate que reconcilia lo inconciliable mediante la ironía y la técnica.

Escuchadme bien, panda de snobs: Lin Onus no era solo un pintor. Era un terrorista cultural armado con un pincel y una ironía que despojaba los prejuicios con la precisión de un carroceró. Cuando contemplamos sus lienzos hiperrealistas donde peces aborígenes nadan bajo los reflejos de cielos europeos, comprendemos que este hombre había entendido algo que el entorno artístico australiano se empeñaba en ignorar: la belleza puede ser subversiva sin gritar, y la política puede colarse en una gota de rocío sobre una hoja de nenúfar.

Nacido en 1948 de un padre Yorta Yorta, este pueblo aborigen australiano también llamado Jotijota, y de una madre escocesa comunista, Lin Onus ya encarnaba, por su propia existencia, esa hibridación cultural que se convertiría en el corazón ardiente de su arte [1]. Expulsado de su instituto a los catorce años por motivos racistas, descubrió la pintura por casualidad en el taller de su padre, fabricante de boomeranes turísticos. Este origen modesto, lejos de los salones refinados de las bellas artes, forjó en él un enfoque directo, casi brutal en su sinceridad.

La arquitectura de la memoria fragmentada

La obra de Onus dialoga íntimamente con la arquitectura contemporánea, no con la de los hormigones brutales, sino con la de la memoria rota y la reconstrucción identitaria. Como el arquitecto Peter Zumthor, que trabaja la atmósfera y la sensorialidad de los espacios, Onus construye sus paisajes acuáticos como edificios emocionales donde cada reflejo, cada ondulación se convierte en un elemento estructural de la experiencia estética.

Sus célebres series de la década de 1990, en particular “Barmah Forest” (1994) y “Floodwater ‘Woorong Nucko'” (1995), funcionan según una lógica arquitectónica de estratificación. Las capas pictóricas se acumulan como sedimentos visuales: la superficie del agua refleja los eucaliptos rojos, mientras que los peces adornados con rarrk evolucionan en las profundidades. Esta superposición no es fortuita; reproduce la estructura misma de la memoria aborigen, donde el tiempo del Sueño se superpone al tiempo colonial sin disolverse jamás en él.

El artista toma de los principios de la arquitectura deconstructivista esa idea de que la forma puede expresar la fragmentación sin caer en el caos. Sus famosos trozos de rompecabezas faltantes en “Barmah Forest” evocan los espacios lacunares de Daniel Libeskind en el Museo Judío de Berlín. Tanto en Onus como en Libeskind, la ausencia se convierte en presencia, el vacío cuenta la historia de las violencias indicibles. Pero donde el arquitecto utiliza zinc y hormigón, el pintor aborigen despliega transparencias acuáticas que transforman la herida en una belleza hipnótica.

Este enfoque arquitectónico también se manifiesta en sus instalaciones escultóricas. “Fruit Bats” (1991), ese centenar de murciélagos de fibra de vidrio colgados de un tendedero Hills Hoist, revela su genio del espacio. Transforma el patio trasero australiano, ese templo de la intimidad burguesa, en un territorio habitado por los espíritus precoloniales. La arquitectura doméstica se convierte en el escenario de una reconquista simbólica donde los tótems ancestrales recuperan la posesión del espacio urbano. Como un arquitecto invisible, Onus redibuja los volúmenes familiares inyectándoles una presencia sagrada que perturba el orden establecido.

Sus paisajes reflejados funcionan también como espacios arquitectónicos invertidos. Al pintar los árboles y el cielo en el agua en lugar de sobre ella, crea catedrales líquidas donde lo alto y lo bajo pierden su jerarquía colonial. Esta inversión espacial recuerda los experimentos del arquitecto Lebbeus Woods sobre arquitecturas gravitacionales alternativas. Onus construye espacios imposibles donde la física europea cede paso a la cosmogonía aborigen.

La influencia de la arquitectura se percibe también en su gestión de la luz. Como Louis Kahn, que consideraba la luz natural como material de construcción, Onus esculpe sus reflejos acuáticos con una precisión de orfebre. Cada destello sobre el agua se convierte en un punto de anclaje espacial, creando arquitecturas efímeras de pura luminosidad. Sus peces rayados de rarrk nadan en estas catedrales de luz como habitantes naturales de un mundo paralelo donde las leyes físicas obedecen a las reglas del Tiempo del Sueño.

Esta dimensión arquitectónica culmina en su serie de estanques japoneses pintados durante su residencia en el Centro Fujin Kaikan. Inspirado por la arquitectura paisajística nipona, Onus traslada los códigos estéticos de los jardines zen a la iconografía aborigen. Crea espacios contemplativos donde el agua se convierte en un medio espiritual, puente entre culturas. Estas obras revelan su capacidad para hacer dialogar las tradiciones arquitectónicas de todo el mundo con su visión aborigen contemporánea.

Al ocupar el espacio pictórico como un arquitecto de lo invisible, Lin Onus no se limita a pintar paisajes; edifica territorios de reconciliación donde las memorias enfrentadas encuentran un terreno común frágil pero auténtico [2]. Su arquitectura de la emoción transforma cada lienzo en una cámara de eco en la que resuenan las voces de sus ancestros y las de sus contemporáneos blancos, creando una acústica inédita de la coexistencia.

Los reflejos baudelairianos de la modernidad aborigen

Si la arquitectura estructura el espacio de Onus, es la poesía la que anima su alma. Más precisamente, una poesía baudeleriana de la modernidad urbana trasladada al universo aborigen contemporáneo. Como Charles Baudelaire captó la belleza inquietante del París haussmaniano, Onus capta la extrañeza melancólica de la Australia poscolonial donde las culturas se entrelazan sin fusionarse.

Sus obras proceden por correspondencias, ese principio querido por el poeta francés según el cual los perfumes, los colores y los sonidos se responden mutuamente. En Onus, los motivos tradicionales del rarrk dialogan con las técnicas hiperrealistas occidentales, creando sinestesias visuales inesperadas. Cuando pinta “Portrait of Jack Wunuwun” (1988), las rayas ceremoniales que escapan del pincel del anciano crean una música visual donde cada trazo se convierte en nota en una partitura intercultural.

Esta poética de las correspondencias alcanza su apogeo en sus paisajes acuáticos donde se mezclan lo visible y lo invisible, la superficie y la profundidad. Como Baudelaire transformaba los “tableaux parisiens” en revelaciones místicas, Onus transfigura los billabongs australianos en espejos del alma aborigen. Sus peces ornamentados que nadan bajo los reflejos de eucaliptos evocan esos “vastos pensamientos” que Baudelaire veía surgir “Del fondo de la oscuridad”. El artista aborigen comparte con el poeta francés esta capacidad de extraer lo eterno de lo transitorio, lo universal de lo particular.

La modernidad de Onus también toma de Baudelaire esta fascinación por el spleen urbano, esa melancolía propia de los desarraigados. Cuando crea “Michael and I are just slipping down to the pub for a minute” (Michael y yo solo vamos a bajar al pub un momento) (1992), esta imagen de un dingo cabalgando una raya en una ola de Hokusai, expresa con humor negro la experiencia del aborigen urbano atrapado entre dos mundos. La ironía se convierte aquí en máscara del sufrimiento, exactamente como en Baudelaire, donde el dandismo oculta la angustia existencial.

Sus instalaciones escultóricas revelan igualmente esta estética del choque baudelairiano. “Fruit Bats” transforma lo cotidiano doméstico en un extraordinario tótem con esa súbita cualidad que Baudelaire llamaba “lo eterno en lo efímero”. El tendedero cargado de murciélagos sagrados produce ese estremecimiento poético que el poeta buscaba en sus “Flores del mal”. Onus, como Baudelaire, comprende que la belleza moderna nace de la colisión entre lo prosaico y lo sublime.

La temporalidad de sus obras también adopta la lógica baudelairiana del tiempo fragmentado. Sus paisajes reflejados crean instantes suspendidos donde el pasado aborigen afloran en el presente colonial. Esta superposición temporal evoca la “memoria involuntaria” que Baudelaire teorizó antes que Proust. Cada reflejo acuático se convierte en una magdalena visual que despierta la memoria ancestral dormida.

Finalmente, el artista aborigen comparte con Baudelaire la convicción de que el arte debe testimoniar su época sin resignarse a ella. Cuando pinta “Hovering till the Rains Come” (Flotando hasta que lleguen las lluvias) (1994), esas criaturas marinas planeando sobre tierras áridas, traslada a la iconografía aborigen esa espera inquieta del cambio que Baudelaire expresaba en sus poemas urbanos. La esperanza y la angustia se mezclan en una belleza turbia que rechaza consolaciones fáciles.

Onus desarrolla así una poética del entre dos que recuerda a los “Pequeños poemas en prosa” de Baudelaire. Sus obras funcionan como poemas visuales donde cada elemento lleva una carga simbólica múltiple. La técnica hiperrealista se vuelve prosopopeya, dando voz a los elementos naturales silenciados por la colonización. Los animales tótem finalmente hablan su idioma en un mundo que había olvidado escucharlos.

Esta dimensión poética transforma cada obra de Onus en una “flor del mal” contemporánea, belleza nacida de la contradicción, de la imposible reconciliación entre mundos que todo opone. Como Baudelaire extraía la poesía de la fealdad urbana, Onus hace surgir la esplendor de la herida colonial. Su modernidad aborigen reinventa la tradición baudelairiana desplazándola hacia otras orillas, otras memorias, creando una poesía visual inédita que reconcilia lo inconciliable sin nunca suavizar las contradicciones.

El ojo de cocodrilo y la vigilancia invertida

En el corazón de la obra de Lin Onus palpita esa inteligencia táctica de la mirada que transforma sus lienzos en dispositivos de contra-vigilancia. Cuando pinta a este cocodrilo en “Mandiginingi” cuyo ojo asoma a la superficie del agua, fijando al espectador con una mirada imperturbable, invierte magistralmente las relaciones de poder. Ya no es el occidental quien observa al exótico aborigen, es la cultura ancestral que vigila a sus nuevos vecinos con la paciencia de un reptil.

Esta estrategia de la mirada subversiva atraviesa toda su producción madura. Sus instalaciones como “Fruit Bats” operan según la misma lógica: los tótems retoman posesión del espacio doméstico y observan silenciosamente los rituales burgueses. Estos murciélagos colgados en el tendedero no son decorativos; son centinelas de un mundo espiritual que nunca renunció a sus derechos. Onus transforma el arte en un sistema de alerta temprana para una cultura en reconquista.

Sus paisajes reflejados desarrollan una estética de la emboscada visual de una eficacia formidable. Los peces adornados con rarrk que nadan bajo la superficie parecen aguardar el momento propicio para emerger y revelar sus secretos. Esta tensión permanente entre lo visible y lo invisible crea una inquietante extrañeza que desestabiliza al espectador occidental acostumbrado a dominar visualmente el espacio aborigen.

El artista también despliega una ironía que funciona como ácido sobre las certezas coloniales. Cuando titula una obra “Michael and I are just slipping down to the pub for a minute”, desvía los códigos de la masculinidad australiana mientras inyecta una mitología aborigen. El dingo y la raya se convierten en compañeros de juerga en una Australia paralela donde los tótems han conservado su poder de transformación social.

Sus técnicas hiperrealistas sirven a esta estrategia de camuflaje cultural. Al dominar perfectamente los códigos estéticos occidentales, Onus adormece la desconfianza de su público blanco antes de deslizar contenidos subversivos. Esta astucia de la asimilación aparente le permite transmitir mensajes políticos radicales bajo el barniz de la belleza contemplativa. Practica un arte de guerrilla estética de una efectividad formidable.

La recurrencia del agua en su obra no es fortuita: simboliza esa fluidez táctica que le permite escapar de las categorizaciones reduccionistas. Ni del todo tradicional ni completamente contemporáneo, ni exclusivamente aborigen ni totalmente asimilado, Onus navega entre definiciones como sus peces que evolucionan entre dos aguas. Esta movilidad identitaria se convierte en arma de resistencia contra la asignación cultural.

Sus múltiples referencias, de Hokusai a Magritte, de la tradición Yorta Yorta a técnicas de carrocería, crean un mestizaje visual que desarma a la crítica. ¿Cómo atacar un arte que se nutre de todas las fuentes? ¿Cómo reducirlo a una casilla cuando atraviesa todas? Onus practica un sincretismo de combate que protege su mensaje por la propia complejidad.

El humor se convierte en su obra en un arma de destrucción masiva de los prejuicios. Sus obras más serias están atravesadas por una comicidad que desmitifica las jerarquías culturales. Al hacer coexistir lo sagrado y lo trivial, lo totémico y lo doméstico, revela el absurdo de las fronteras entre los mundos. Esta ligereza aparente oculta una crítica despiadada del orden colonial.

Su éxito comercial y crítico da testimonio de la eficacia de esta estrategia. Al seducir al mercado del arte blanco mientras conserva el reconocimiento de su comunidad aborigen, Onus logra esta proeza: hacer que sus opresores financien su resistencia. Sus obras más caras suelen ser las más subversivas, creando una ironía involuntaria que seguramente le hubiera divertido.

La posteridad confirma la precisión de sus intuiciones. Sus obras continúan perturbando e interrogando. Resisten los intentos de apropiación al conservar esa parte irreductible que escapa a los discursos convencionales sobre la reconciliación. Onus ha creado un arte que no se deja domesticar, ni siquiera por sus admiradores.

Esta dimensión combativa de su obra explica por qué sigue siendo necesaria. En una época donde las cuestiones identitarias se endurecen, Onus propone un modelo de resistencia a través de la belleza que evita las trampas del resentimiento estéril. Muestra que se puede ser fiel a las propias raíces mientras se enriquece lo universal, que se puede criticar sin odiar, resistir sin aislarse.

La alquimia de la imposible reconciliación

Casi 30 años después de su desaparición repentina, Lin Onus sigue nadando en las aguas turbias de nuestra época como esos peces totémicos que habitan sus lienzos. Su arte posee esa rara cualidad de resistir al tiempo manteniendo intacta su carga emocional y política. Cada nueva generación descubre en él significados inéditos, como si el artista hubiera programado sus obras para que evolucionaran con su época.

Porque Onus nunca ofreció soluciones definitivas al problema aborigen. Se contentó con plantear las preguntas adecuadas con una agudeza visual que trasciende los discursos. Sus paisajes reflejados aún interrogan: ¿dónde comienza la cultura aborigen? ¿dónde termina la influencia occidental? ¿Tienen sentido estas fronteras cuando todo se mezcla en el espejo del agua?

Sus instalaciones continúan perturbando nuestras certezas espaciales. “Fruit Bats” transforma siempre el espacio expositivo en un territorio disputado donde lo sagrado aborigen dialoga con lo ordinario occidental. Esta obra se niega a envejecer porque toca algo universal: la coexistencia difícil entre sistemas de valores incompatibles.

La ironía de Onus también mantiene su mordacidad contemporánea. Cuando hace cabalgar un dingo sobre una raya en una ola japonesa, anticipa nuestra época de mestizajes culturales acelerados. Su humor desacraliza las purezas identitarias que resurgen periódicamente en el debate público. Nos recuerda que la identidad es construcción, no esencia.

Su técnica hiperrealista también preserva su modernidad al resistir las modas artísticas sucesivas. Ni conceptual ni expresionista, ni minimalista ni maximalista, el arte de Onus escapa a las categorías cultivando una belleza intemporal que seduce más allá de las divisiones estéticas. Esta belleza se vuelve universal sin dejar de ser particular.

El artista aborigen nos legado sobre todo esta lección: la reconciliación no se decreta, se vive en la fricción cotidiana entre mundos diferentes [3]. Sus obras no celebran una armonía recuperada sino que exploran pacientemente las condiciones de la coexistencia. Transforman la herida colonial en material artístico sin negarla ni olvidarla jamás.

Onus sigue siendo ejemplar en su manera de habitar la contradicción sin resolverla. Aborigen urbano, tradicional y contemporáneo, local e internacional, encarna esas identidades múltiples que caracterizan nuestra época globalizada. Su trayectoria demuestra que se puede ser fiel a sus orígenes sin encerrarse en ellos, abrirse al mundo sin perderse en él.

Su influencia en el arte aborigen contemporáneo sigue siendo considerable. Toda una generación de artistas toma de su ejemplo la posibilidad de un arte aborigen urbano asumido, ni folclórico ni imitativo del arte occidental [4]. Onus liberó el arte aborigen de sus asignaciones mostrando que podía ser moderno sin renegar de sus fuentes.

Sus obras resisten finalmente la recuperación comercial manteniendo intacta su carga crítica. Incluso convertidas en objetos de colección, continúan cuestionando a sus poseedores sobre las condiciones de su apropiación. Transforman a cada comprador en cómplice involuntario de una crítica al mercado del arte que alimenta.

Lin Onus nos ha ofrecido esta cosa preciosa: un arte que consuela sin mentir, que reconcilia sin edulcorar, que reúne sin uniformizar. En nuestras sociedades fracturadas por identidades antagónicas, su ejemplo mantiene toda su pertinencia. Nos muestra que entre la asimilación y la separación existe esa tercera vía: la coexistencia creativa donde cada cultura se enriquece al contacto con la otra sin perder su alma.

El hombre que esperaba servir de puente entre las culturas ha tenido éxito más allá de sus expectativas. Sus obras continúan haciendo viajar las miradas y las consciencias entre orillas que todo opone. Demuestran que el arte puede transformar los antagonismos en diálogos, las heridas en bellezas, las imposibilidades en evidencias nuevas. Lin Onus seguirá siendo ese artificiero genial que hizo explotar nuestros prejuicios a golpes de pinceles para reconciliarnos mejor con nuestra humanidad compartida.


  1. Neale, Margo et al., Urban Dingo: The Art and Life of Lin Onus 1948-1996, Queensland Art Gallery, Brisbane, 2000.
  2. Smith, Sue, “The Last Urban Dingo”, Courier Mail, Brisbane, 24 de octubre de 1996.
  3. Sequeira, David, “Lin Onus: Eternal Landscape of the Artist’s Mind”, Margaret Lawrence Gallery, Universidad de Melbourne, 2019.
  4. Kleinert, Sylvia, “Lin Onus and the Question of Aboriginal Landscape Painting”, Art Monthly Australia, n.º 94, noviembre de 1996.
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Referencia(s)

Lin ONUS (1948-1996)
Nombre: Lin
Apellido: ONUS
Otro(s) nombre(s):

  • William McLintock Onus

Género: Masculino
Nacionalidad(es):

  • Australia

Edad: 48 años (1996)

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