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Martes 18 Noviembre

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Lynette Yiadom-Boakye: La revolución silenciosa

Publicado el: 15 Diciembre 2024

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 4 minutos

Lynette Yiadom-Boakye sacude la pintura figurativa con una audacia inédita. Esta británica de origen ghanés crea seres de ficción con una maestría técnica que haría palidecer a Velázquez. Sus retratos imaginarios son más reales que la naturaleza, más auténticos que nuestras realidades retocadas.

Escuchadme bien, panda de snobs, Lynette Yiadom-Boakye (nacida en 1977) sacude la pintura figurativa con una audacia que os dejará boquiabiertos. Esta británica de origen ghanés irrumpió en nuestras instituciones encorsetadas como un puñetazo en una galería de retratos victorianos. Os voy a decir por qué es una de las artistas más fascinantes de nuestra época, y por qué su trabajo merece vuestra atención, os guste o no.

Lo primero que llama la atención: pinta personajes que no existen. Sí, habéis leído bien. En un mundo obsesionado con lo real, los selfies y la autenticidad forzada, Yiadom-Boakye crea seres de ficción con una maestría técnica que haría palidecer a Velázquez. Sus retratos imaginarios son más reales que la vida, más auténticos que vuestras fotos retocadas de Instagram. Ahí reside su genio: nos hace creer en la existencia de personas que nunca han existido.

Tomemos “No Such Luxury” (2012), un lienzo monumental que te atrapa desde que entras en la sala. Una figura sentada frente a una taza de café te mira con una intensidad que te clava en el lugar. El personaje está ahí, indudablemente presente, pero totalmente libre de las convenciones sociales, las expectativas raciales, los corsés de género. Es una proeza magistral. Como cantaba Serge Gainsbourg en “Je suis venu te dire que je m’en vais”, hay esa misma tensión entre presencia y ausencia, entre lo mostrado y lo sugerido.

La paleta de Yiadom-Boakye es una sinfonía de marrones. Ella domina los matices como nadie, creando una profundidad que te atrapa en sus telas. Sus fondos oscuros no están ahí solo para decorar, son el escenario donde se desarrolla un drama silencioso, una meditación sobre la existencia misma. Es Sartre en pintura, amigos míos, existencialismo puro en lienzo.

Y luego está esa manera que ella tiene de jugar con el tiempo. Sus personajes flotan en un presente eterno, deliberadamente desconectados de cualquier temporalidad precisa. No hay zapatos que puedan fechar la obra, ni accesorios que la anclen en una época. Es Proust visual, una búsqueda del tiempo pictórico donde pasado y presente se funden en una misma eternidad.

Los títulos de sus obras son poemas en sí mismos, enigmáticos y evocadores como Rimbaud. “Una pasión como ninguna otra”, “El mucho alabado aire”, “Decirles dónde ha llegado”, son fragmentos de relatos que existen solo en nuestra imaginación. Como en “La Javanaise”, donde Gainsbourg juega con las palabras para crear una realidad alternativa, Yiadom-Boakye utiliza estos títulos como notas de música en una partitura visual.

Pero no se trata simplemente de estética. Su trabajo es profundamente político, aunque ella rechaza el papel de abanderada que algunos quieren imponerle. Al pintar figuras negras en la gran tradición de la pintura al óleo europea, no pide permiso para entrar en el canon artístico, se instala allí, punto final. Es Fanon en pintura, una descolonización de la imaginación artística que no se detiene en justificaciones.

Tomen “Una concentración” (2018), donde cuatro bailarines masculinos negros ocupan el espacio con una gracia que desafía los estereotipos. Es una respuesta contundente a siglos de arte occidental donde los cuerpos negros eran relegados a los márgenes. Como Simone de Beauvoir deconstruía los mitos de la feminidad, Yiadom-Boakye deconstruye las representaciones raciales con una sutileza devastadora.

Su técnica es impecable. Domina el claroscuro como los maestros holandeses, pero lo desvía para sus propios fines. Sus pinceladas son seguras, precisas, sin adornos innecesarios. Es Cézanne ácido, una pintura que sabe de dónde viene pero que no tiene intención de quedarse pacíficamente dentro de los límites prescritos.

Lo más fascinante quizás sea su manera de tratar la luz. En obras como “Complicación” (2013), crea atmósferas donde la luminosidad parece emanar de los personajes mismos. Es Caravaggio remezclado para el siglo XXI, con una aguda conciencia de los retos contemporáneos de la representación.

Lo que me hace hervir es oír a ciertos críticos hablar de su trabajo sólo en términos de identidad. Sí, ella pinta figuras negras. ¿Y qué? Rembrandt pintaba holandeses, nadie lo reduce a eso. Su arte trasciende esas categorizaciones fáciles, como una melodía de Gainsbourg trasciende las letras para tocar algo más profundo.

Yiadom-Boakye es una artista que entiende que la pintura no está muerta, a diferencia de lo que algunos quisieran hacernos creer. Le insufla nueva vida, nueva relevancia. Como Nietzsche que proclamó la muerte de Dios para afirmar mejor la necesidad de nuevos valores, ella proclama la muerte de los viejos códigos pictóricos para reinventar mejor la pintura.

Lo que hace la fuerza de Lynette Yiadom-Boakye es su capacidad para crear un mundo paralelo que nos hace dudar del nuestro. Sus personajes imaginarios están más vivos que muchos retratos de personas reales. Ahí reside su magia, en esta capacidad de trascender lo real para tocar una verdad más profunda. Sus cuadros nos dicen que están ahí, mientras nos recuerdan su naturaleza ficticia, en una paradoja que otorga todo su poder.

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Referencia(s)

Lynette YIADOM-BOAKYE (1977)
Nombre: Lynette
Apellido: YIADOM-BOAKYE
Género: Femenino
Nacionalidad(es):

  • Reino Unido

Edad: 48 años (2025)

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