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Meguru Yamaguchi: El arte más allá de las fronteras

Publicado el: 5 Diciembre 2024

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 8 minutos

Las obras de Meguru Yamaguchi trascienden los límites tradicionales de la pintura, creando un nuevo lenguaje visual donde las pinceladas esculpidas en el espacio desafían nuestras percepciones. Su revolucionaria técnica “Cut & Paste” redefine las posibilidades de la expresión artística contemporánea.

Escuchadme bien, panda de snobs, es hora de hablar de un artista que pulveriza vuestras certezas estéticas con la precisión de un maestro zen y la audacia de un revolucionario. Meguru Yamaguchi (nacido en 1984 en Tokio) no es simplemente otro artista japonés que ha conquistado Nueva York. No, es un mago de la materia pictórica que transforma la herencia del expresionismo abstracto en algo tan radicalmente nuevo que vuestros pequeños referentes cómodos aún tiemblan.

Dejadme explicaros por qué su trabajo es tan fundamental para entender hacia dónde va el arte hoy. Todo comienza con su técnica “Cut & Paste”, que no es solo una simple innovación formal sino una verdadera ruptura epistemológica en la historia de la pintura. Cuando Yamaguchi extiende su pintura sobre hojas de plástico, las deja secar y luego las despega para pegarlas en otro lugar, no solo crea formas tridimensionales, cuestiona toda la noción de superficie pictórica que nos ha perseguido desde el Renacimiento. Esto es exactamente lo que Theodor Adorno habría llamado la “negación determinada” del arte convencional. Estos brochazos que parecen flotar en el espacio son una perfecta metáfora de nuestra época líquida, donde las identidades y certezas se disuelven más rápido que un tuit controvertido.

Lo que hace que su enfoque sea tan interesante es la manera en que integra su herencia de la caligrafía japonesa en esta actitud radicalmente contemporánea. A diferencia de tantos artistas asiáticos que explotan sus raíces culturales como un mero argumento de marketing, Yamaguchi realiza una verdadera transmutación de la tradición. Sus obras poseen esa cualidad que Roland Barthes, en “El Imperio de los signos”, identificaba como específicamente japonesa: una capacidad para vaciar el signo de su significado convencional y crear un nuevo tipo de significado, más fluido y más ambiguo. En sus composiciones, cada pincelada se convierte en un significante flotante, liberado de la tiranía del significado.

Su serie “Out of Bounds” es particularmente reveladora de este enfoque. Estas composiciones que literalmente desbordan su marco no son simplemente espectaculares, encarnan lo que Gilles Deleuze llamaba una “línea de fuga”, una escapatoria fuera de los sistemas establecidos de representación y pensamiento. Cada pincelada se convierte en un vector de desterritorialización, creando nuevos espacios de posibilidad artística. Es como si Yamaguchi hubiera logrado dar una forma física al concepto deleuziano de “rizoma”, sus composiciones no tienen ni principio ni fin, se desarrollan desde el medio, creando conexiones inesperadas y devenires múltiples.

Obsérvese con atención cómo utiliza el color. Estos azules profundos que dominan su trabajo no están ahí por azar. En una época en la que tantos artistas contemporáneos se ahogan en tonos pastel instagrammeables, Yamaguchi bucea en las profundidades del índigo con una intensidad que recuerda a los ukiyo-e de Hokusai. Pero donde Hokusai buscaba capturar la esencia de la ola, Yamaguchi libera la propia ola, dejándola desbordarse fuera del marco en un gesto de liberación pura. Esto es lo que Walter Benjamin habría reconocido como un momento de “choque”, donde la experiencia estética se vuelve tan intensa que altera nuestros modos habituales de percepción.

Su colaboración con marcas como Nike o Uniqlo podría parecer paradójica para un artista de esta envergadura. Pero Yamaguchi entiende intuitivamente lo que Benjamin había teorizado: en la era de la reproducción técnica, el arte debe encontrar nuevas maneras de mantener su aura. Al aplicar su visión artística a objetos cotidianos, no diluye su arte, lo democratiza, creando lo que Nicolas Bourriaud llamaría “momentos de socialidad”, puntos de contacto entre el arte conceptual más exigente y la vida diaria. Es una forma de resistencia sutil a la mercantilización del arte, usando las herramientas del capitalismo contra él mismo.

Lo más notable en su trayectoria quizás sea la manera en que ha transformado sus limitaciones iniciales en fuerzas creativas. No habiendo podido entrar en la universidad de arte de Tokio, desarrolló su propio enfoque, libre de las ataduras académicas. Esta marginalidad inicial se convirtió en el motor de su innovación. Como escribía Edward Said, la posición de exiliado, sea geográfica o institucional, puede convertirse en una fuente de creatividad y perspectiva única. Yamaguchi encarna perfectamente esta figura del artista como un outsider creativo, transformando su exclusión de los circuitos tradicionales en una posición de fuerza.

En sus obras más recientes, se observa una evolución fascinante hacia lo que yo llamaría una “materialidad trascendente”. Las pinceladas ya no son simplemente elementos formales, se convierten en entidades casi autónomas que parecen poseer su propia conciencia. Es como si Yamaguchi hubiera logrado dar vida a lo que Maurice Merleau-Ponty describía como la “carne del mundo”, esa textura primordial del ser que precede la división entre sujeto y objeto. Sus composiciones recientes, especialmente en la serie “Shadow Pieces”, exploran esta dimensión con una sutileza creciente, creando obras que parecen respirar y latir con su propia vida interior.

Lo que realmente distingue a Yamaguchi de la masa de artistas contemporáneos es que mantiene un equilibrio precario entre el caos y el control. Sus composiciones pueden parecer espontáneas, pero en realidad son el resultado de un dominio técnico excepcional. Esto es lo que Clement Greenberg habría llamado una “espontaneidad disciplinada”, una libertad que solo es posible gracias a una comprensión profunda de las limitaciones del medio. Cada gesto, cada decisión de composición es testimonio de una inteligencia artística que no deja nada al azar mientras preserva la frescura de la improvisación.

La manera en que utiliza el espacio negativo es particularmente reveladora de este dominio. En la tradición zen japonesa, el vacío no es una ausencia sino una presencia activa. Yamaguchi actualiza este concepto antiguo de forma radicalmente contemporánea. Los espacios entre sus pinceladas tridimensionales no son simplemente pausas en la composición, se convierten en campos de fuerza dinámicos que activan toda la obra. Esto es lo que Martin Heidegger, en “El origen de la obra de arte”, habría reconocido como el “claro del ser”, un espacio donde la verdad del arte puede manifestarse.

Su estudio en Brooklyn se ha convertido en una especie de laboratorio donde constantemente empuja los límites de lo que es posible con la pintura. Cada nueva serie revela nuevas posibilidades técnicas y conceptuales. Es exactamente este tipo de experimentación rigurosa que Susan Sontag defendía en “Contra la interpretación”, un compromiso con la materialidad del arte que genera nuevas formas de sensibilidad. Yamaguchi no se limita a crear obras de arte, inventa nuevos modos de percepción.

Hay algo profundamente político en este enfoque, aunque Yamaguchi nunca haga declaraciones explícitamente políticas en su trabajo. Como sugería Jacques Rancière, la política del arte no reside en sus mensajes o intenciones, sino en su capacidad para reconfigurar el “reparto de lo sensible”, la manera en que percibimos y comprendemos el mundo. Al crear obras que desafían nuestras expectativas sobre lo que la pintura puede ser y hacer, Yamaguchi participa en esta reconfiguración fundamental de nuestra experiencia estética.

Las implicaciones de su trabajo van mucho más allá del mundo del arte. En una época en la que estamos bombardeados con imágenes digitales efímeras, sus obras insisten en la materialidad y la presencia física. Es una forma de resistencia a lo que Paul Virilio llamaba la “desmaterialización” de la experiencia contemporánea. Sus pinceladas esculpidas en el espacio nos recuerdan que el arte aún puede ser una experiencia encarnada, táctil, tridimensional.

Su práctica también plantea preguntas sobre la naturaleza de la originalidad en el arte contemporáneo. En un mundo donde todo parece haber sido ya hecho, Yamaguchi aún encuentra maneras de sorprendernos. No es la originalidad fácil de la novedad por la novedad, sino lo que Harold Bloom llamaría una “ansiedad de la influencia” productiva, una manera de dialogar con la tradición mientras la transforma radicalmente. Su técnica “Cut & Paste” puede verse como una metáfora de este proceso mismo, deconstruyendo y recombinando elementos de la historia del arte para crear algo verdaderamente nuevo.

La influencia del movimiento Gutai en su obra es particularmente interesante en este sentido. Como Kazuo Shiraga antes que él, Yamaguchi busca liberar la pintura de sus restricciones tradicionales. Pero donde Shiraga utilizaba todo su cuerpo para crear sus obras, Yamaguchi adopta un enfoque más quirúrgico, más preciso. Es como si hubiera encontrado una manera de combinar la radicalidad del Gutai con la precisión de la caligrafía tradicional, creando una síntesis totalmente nueva.

Su trayectoria ilustra perfectamente lo que Pierre Bourdieu llamaba la “trayectoria social ascendente” en el campo artístico. Partiendo de los márgenes del mundo del arte, ha logrado crear su propio espacio, definiendo nuevas reglas del juego en lugar de conformarse con las existentes. Sus obras no son simplemente objetos estéticos, son intervenciones en el discurso mismo del arte contemporáneo, cuestionando nuestros supuestos sobre lo que el arte puede ser y hacer.

Lo que hace que la obra de Yamaguchi sea tan remarcable para nuestra época es que crea lo que el filósofo François Jullien llama “espacios de diferencia”, espacios de diferencia productiva entre las tradiciones artísticas occidentales y orientales. No se trata de una simple fusión o mestizaje superficial, sino de una verdadera transformación mutua que abre nuevas posibilidades para el arte contemporáneo.

Así que sí, podéis seguir maravillándoos con vuestras pequeñas pinturas bien correctas y vuestras instalaciones conceptuales predecibles. Mientras tanto, Meguru Yamaguchi estará allí, en su estudio de Brooklyn, empujando los límites de lo que es posible en el arte, una pincelada tridimensional a la vez. Y cuando se escriba la historia del arte del siglo XXI, os garantizo que él ocupará un lugar central. Pero no os preocupéis, siempre podréis fingir que estuvisteis entre los primeros en reconocer su genio. No diré nada.

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Referencia(s)

Meguru YAMAGUCHI (1984)
Nombre: Meguru
Apellido: YAMAGUCHI
Otro(s) nombre(s):

  • 山口歴 (Japonés)

Género: Masculino
Nacionalidad(es):

  • Japón

Edad: 41 años (2025)

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