Escuchadme bien, panda de snobs, pensáis que sabéis todo sobre el arte contemporáneo, pero mientras admiráis un plátano pegado a una pared preguntándoos si no estaría más bonito con una manzana, Michaël Borremans, tranquilamente atrincherado en su taller de Gante en Bélgica, nos ofrece una de las pinturas más inquietantes y seductoras de nuestra época. Digo “nosotros”, porque sí, incluyo incluso a los más reacios entre vosotros en esta experiencia colectiva.
Borremans apareció en el mundo del arte como un fantasma anacrónico, un espectro pictórico que vino a atormentarnos con cuadros que coquetean constantemente con la incomodidad y la belleza. Formado inicialmente como fotógrafo en la escuela Sint-Lucas de Gante, no se volvió hacia la pintura hasta los 34 años, demostrando que la vocación artística no espera necesariamente a la adolescencia para manifestarse. Esta llegada tardía a la pintura quizás explica esta madurez técnica inmediata, esta seguridad en el manejo del medio, como si los años de observación hubieran permitido una incubación perfecta de su estilo.
Al contemplar sus cuadros, no se puede evitar pensar en Velázquez, en Manet, en Degas. Pero reducir a Borremans a estas influencias sería como describir un iceberg hablando solo de su punta. Porque si la técnica recuerda a los grandes maestros, el contenido es decididamente contemporáneo, impregnado de una inquietante extrañeza que nos habla de nuestra condición actual. Sus personajes parecen flotar en un espacio-tiempo indefinido, desconectados de cualquier contexto geográfico o histórico. Están suspendidos en un vacío narrativo, como actores esperando sus instrucciones en un plató de filmación abandonado.
Lo que me gusta de su obra es esa capacidad para crear imágenes que parecen a la vez familiares y profundamente perturbadoras. Tome “The Angel” (2013), esta mujer con un vestido rosa pálido cuyo rostro ha sido completamente cubierto de negro. La composición es clásica, la luz perfectamente dominada, pero el anonimato forzado del modelo crea una tensión irresoluble. O también sus series “Black Mould”, donde figuras con capuchas puntiagudas bailan en una coreografía ritual tan cómica como inquietante. Estas figuras encapuchadas evocan simultáneamente al Ku Klux Klan, a los penitentes de la Semana Santa española, a los prisioneros de Abu Ghraib y a los monjes medievales. Borremans juega con estas referencias para crear un malestar que trasciende la época y habla de la permanencia de los ritos, de la violencia y de la absurdidad humana.
La obra de Borremans se inscribe profundamente en una reflexión cinematográfica, no solo por sus composiciones encuadradas como planos fijos, sino también por su concepción misma de la imagen. “Todo está siempre escenificado”, confiesa, “cuanto más me limito, más obtengo expresión” [1]. Este enfoque transforma sus cuadros en decorados, en espacios escénicos donde se representa un drama silencioso cuyo guion completo nunca conoceremos. Como en el cine de Lynch o Bergman, la ausencia de explicación narrativa se vuelve más elocuente que cualquier relato explícito.
Lo que Borremans comprende mejor que la mayoría de los pintores actuales es el poder de seducción inherente al medio. Utiliza la belleza como un cebo, como una herramienta estratégica para captar nuestra atención antes de sumergirnos en un universo mucho más complejo y ambiguo. “La belleza tiene una función de seducción”, admite sin falsa modestia. Pero esa belleza nunca es gratuita, nunca decorativa. Es el caballo de Troya que permite al artista infiltrar nuestras defensas estéticas para confrontarnos mejor con nuestras propias contradicciones.
Lo que hace que su trabajo sea tan relevante hoy en día es precisamente esa capacidad para desmontar los mecanismos de la imagen contemporánea mientras utiliza el lenguaje ancestral de la pintura. En una época en la que estamos bombardeados con imágenes digitales efímeras, donde la velocidad de circulación prima sobre la contemplación, los cuadros de Borremans imponen una temporalidad diferente. Nos obligan a desacelerar, a observar, a perdernos en sus detalles y sus misterios.
Tomemos su serie “Fire from the Sun” (2017), esas escenas inquietantes que muestran a niños regordetes, desnudos, jugando en medio de lo que parecen ser miembros humanos desmembrados. Estos cuadros provocaron una gran controversia cuando su libro “As Sweet as It Gets” apareció en un anuncio de Balenciaga en 2022. Para Borremans, fue “la mejor cosa posible” [2]. ¡Por fin se le veía como un artista subversivo! Esta polémica revela nuestra hipocresía colectiva: toleramos la violencia y el horror en la actualidad diaria, en las series de televisión que consumimos avidamente, pero nos escandalizamos cuando aparece en un contexto artístico donde se convierte en un espejo de nuestra propia monstruosidad.
El enfoque de Borremans se inscribe en una tradición pictórica que cuestiona nuestra relación con la imagen y la realidad. Como Magritte antes que él, otro pintor belga fascinado por lo extraño de lo cotidiano, utiliza la representación para subrayar mejor sus límites y sus paradojas. “Es realmente una cuestión filosófica sobre lo que puede ser la verdad”, explica. “Y la verdad está tanto en la mentira como en algo directo u honesto” [3]. Esta desconfianza hacia las certezas visuales está en el corazón de su enfoque, como un recordatorio constante de que toda imagen es una construcción, nunca una verdad absoluta.
El teatro también desempeña un papel esencial en el universo de Borremans. Sus personajes suelen presentarse como actores que llevan disfraces extraños, vestuarios que los transforman en objetos más que en sujetos. “De alguna manera, objectivizo a los humanos”, admite. “Los pinto como si fueran naturalezas muertas” [4]. Esta objetivización no es un ejercicio de estilo gratuito, sino una reflexión profunda sobre nuestra condición contemporánea, donde el individuo es cada vez más reducido a su superficie, a su imagen, perdiendo poco a poco su sustancia y su interioridad.
El humor negro que atraviesa su obra suele ser ignorado por críticos demasiado serios para percibirlo. Sin embargo, constituye una dimensión esencial de su trabajo. Frente a “The Badger’s Song”, esa escena absurda donde un tejón (¿o un oso?) presenta una hoja en blanco a un grupo de figuras encapuchadas, ¿cómo no sonreír ante la absurdidad de la situación? El mismo Borremans insiste en la importancia de la risa: “El humor es esencial en todas las cosas y en cada situación. Tomarse demasiado en serio es una forma de arrogancia” [5]. Este humor funciona como un contrapunto necesario a la gravedad de los temas abordados, creando una tensión dialéctica que enriquece la experiencia del espectador.
Pero el aspecto quizás más fascinante del trabajo de Borremans es su aguda consciencia de la fisicidad de la pintura. A diferencia de tantos artistas contemporáneos que delegan la ejecución de sus obras, él insiste en hacerlo todo él mismo, “incluso la preparación de las capas base, incluso la limpieza de los pinceles” [6]. Esta implicación total en el proceso material otorga a sus cuadros una presencia, una energía que ninguna producción delegada podría alcanzar. “Pintar es muy físico”, afirma. “Incluso cuando pinto a pequeña escala, pinto con todo mi cuerpo. Me muevo incluso cuando trabajo en una mesa. Es una especie de energía, y la energía pasa a la pintura” [7].
Esa energía es palpable en cada una de sus obras. La materia pictórica es a la vez sensual y espectral, creando una superficie que atrae y repele simultáneamente. Los rostros de sus personajes parecen emerger del lienzo como apariciones, sus carnaciones iluminadas por una luz interior que contrasta con los fondos oscuros e indefinidos. Ese dominio técnico nunca es ostentoso; siempre sirve al propósito, a la ambigüedad narrativa que el artista busca crear.
La cuestión del tiempo también es central en su trabajo. Sus cuadros parecen existir en un presente perpetuo, fuera de toda cronología identificable. La ropa de sus personajes es deliberadamente ambigua, no permitiendo ninguna datación precisa. “Quería hacer que el contexto fuera difuso. La ropa está un poco fuera del tiempo”, explica. “No está en el pasado. No está ni en el futuro” [8]. Esta atemporalidad no es una fuga nostálgica sino una estrategia para hablar del presente sin las limitaciones de una representación literal.
Lo que hace la singularidad de Borremans en el panorama artístico contemporáneo quizá sea esta posición paradójica: utilizar un medio ancestral para crear imágenes profundamente actuales, emplear técnicas tradicionales para explorar problemáticas decididamente contemporáneas. “Me considero claramente un pintor contemporáneo. Uso un medio antiguo, pero no es más que un maldito medio” [9], dice con esa franqueza desarmante que lo caracteriza.
Su arte nos recuerda que la pintura no está muerta, contrariamente a lo que algunos profetas de la desgracia han proclamado. Simplemente se ha liberado de sus funciones tradicionales, convirtiéndose en un espacio de exploración más abierto y también más arriesgado. En un mundo saturado de imágenes digitales efímeras, los cuadros de Borremans ofrecen una forma de resistencia, no por nostalgia de una edad dorada pasada, sino por la creación de experiencias visuales que desafían nuestra relación habitual con las imágenes.
Así que la próxima vez que visites una exposición de Michaël Borremans, olvida tus prejuicios sobre la pintura contemporánea. Déjate atrapar por esas figuras enigmáticas, esas escenas suspendidas entre lo banal y lo extraño. Y quizás, ante un cuadro particularmente perturbador, te sorprendas riendo nerviosamente ante la sublime absurdidad que te presenta. Porque ahí reside la fuerza de su obra: en esa capacidad para hacernos sentir simultáneamente la inquietud y el placer, la belleza y el horror, la risa y la angustia. Una experiencia completa, contradictoria y profundamente humana.
- Borremans, Michaël. Entrevista con Harriet Lloyd-Smith para Plaster Magazine, junio de 2024.
- Borremans, Michaël. Entrevista con Emily Steer para AnOther Mag, diciembre de 2024.
- Borremans, Michaël. Entrevista con Martin Herbert para ArtReview, junio de 2015.
- Borremans, Michaël. Entrevista con Harriet Lloyd-Smith para Plaster Magazine, junio de 2024.
- Idem.
- Borremans, Michaël. Entrevista con Daiga Rudzāte para Arterritory, noviembre de 2020.
- Idem.
- Borremans, Michaël. Entrevista con Katie White para Artnet, marzo de 2025.
- Borremans, Michaël. Entrevista con Daiga Rudzāte para Arterritory, noviembre de 2020.
















