Escuchadme bien, panda de snobs: todavía existen artistas que se atreven a enfrentarse a la materia pura sin refugiarse tras los subterfugios conceptuales de nuestra época. Nikola Vudrag, escultor croata nacido en 1989, pertenece a esa rara especie que prefiere el peso del acero a las charlas teóricas. Formado en las academias de Rijeka y Zagreb, donde fue coronado mejor estudiante en 2012, este heredero de una línea de metalúrgicos transforma el hierro en meditaciones tangibles. Sus esculturas monumentales, expuestas desde Venecia hasta Malta pasando por Dubái, cuestionan nuestra relación con el mito, la forma y el tiempo con una audacia que corta en el panorama actual del arte contemporáneo.
La obra de Vudrag se despliega a través de varias series distintas: los doce trabajos de Heracles que revisitan la mitología griega, los diamantes geométricos en acero Corten, la serie Net-Work compuesta por miles de barras metálicas soldadas, y las intervenciones monumentales en el espacio público. Su vocabulario plástico bebe tanto de la geometría y la física como de los relatos antiguos, creando un lenguaje escultórico que rechaza la facilidad del decorativo. Sus Atlas y Prometeo, presentados durante la 60ª Bienal de Venecia, encarnan esta doble exigencia: rigor formal y profundidad simbólica. El artista no busca seducir sino confrontar al espectador con preguntas esenciales sobre la condición humana.
Platón habita el taller de Vudrag, aunque el escultor no siempre lo nombre explícitamente. La distinción platónica entre el mundo de las ideas y el de las apariencias sensibles encuentra en su trabajo una resolución inesperada. Cuando Vudrag crea sus diamantes luminosos, donde la luz surge de los intersticios de una carcasa de acero oxidado, no se limita a un juego formal: materializa el paso de lo inteligible a lo sensible. Estas esculturas se convierten en metáforas operativas de la teoría de las formas. El acero, materia prima e industrial, sirve de molde a una luz que representa la idea misma. De día, estas obras revelan su estructura cruda, sus soldaduras visibles, su pesadez terrestre. De noche, la luz interior las metamorfosea en esquemas geométricos, en puras abstracciones luminosas que parecen desafiar su propia materialidad.
Esta dialéctica entre materia e idea atraviesa toda la producción de Vudrag. En sus Manzanas de las Hespérides, expuestas en la primera Bienal de Malta, la luz no decora: constituye el sentido mismo de la obra. El artista evoca explícitamente a Platón y Aristóteles cuando describe su proceso creativo, reconociendo que “solo el mundo imaginario de las ideas puede alcanzar la forma perfecta” mientras que nuestra realidad permanece necesariamente imperfecta. Esta lucidez filosófica le ha llevado a invertir su enfoque: en lugar de perseguir vanamente la perfección en la forma positiva, crea cascos metálicos que moldean el vacío, permitiendo que la luz, esa vieja metáfora platónica del conocimiento, habite el espacio negativo. El resultado produce un efecto asombroso: formas monumentales y rugosas de día, dibujos de luz elegantes de noche, como si la Idea emergiera literalmente de la materia.
El uso sistemático del acero Corten refuerza esta dimensión filosófica. Vudrag aprecia la ironía de este material que se protege mediante su propia corrosión, transformando lo que habitualmente destruye los metales en un mecanismo de preservación. Describe esta mezcla de metales nobles y ordinarios como “la sangre de la tierra, algo así como el icor, ese fluido etéreo de los mitos homéricos conocido como la sangre de los dioses y de los titanes” [1]. Esta concepción casi animista del material supera la anécdota poética: inscribe el trabajo escultórico en una cosmogonía donde la materia misma posee una dimensión mitológica. El acero se convierte en portador de una memoria y una intencionalidad que resuenan con los relatos antiguos que Vudrag revisita. Atlas que lleva el peso del mundo, Prometeo encadenado por haber robado el fuego: estas figuras mitológicas encuentran en el Corten envejecido un medio que amplifica su carga simbólica.
La escultura monumental posee una historia larga y tumultuosa, salpicada de monumentos conmemorativos pomposos, celebraciones totalitarias y fracasos espectaculares. Vudrag se inscribe en esta tradición secular a la vez que la reorienta hacia preocupaciones contemporáneas. Su monumento a Nikola Tesla, esa “escultura-línea de transmisión” de doce metros de altura que pesa dos toneladas, combina funcionalidad y estética, diseño urbano y patrimonio nacional. Este tipo de obra pública exige un dominio técnico formidable: cálculos estáticos, cimentaciones con veinte metros cúbicos de hormigón, coordinación de equipos de diez personas o más. Son pocos los escultores contemporáneos que pueden aspirar a esta ambición a gran escala. La mayoría prefieren instalaciones efímeras y intervenciones discretas, como si la monumentalidad se hubiera vuelto sospechosa por principio.
Sin embargo, Vudrag reivindica esta escala sin complejos. Su Poseidón de cuatro metros, erigido frente al mar, su violín interactivo que permite a los transeúntes tocar notas, su Enso en la plaza principal de Čakovec: estas intervenciones urbanas rechazan la modestia posmoderna. Afirman que la escultura aún puede estructurar el espacio público, crear referencias simbólicas, suscitar experiencias colectivas. Esta ambición lo acerca paradójicamente a los minimalistas estadounidenses, especialmente a Richard Serra, cuya cercanía material y visual han subrayado varios críticos. Las placas de acero Corten de Vudrag, su pátina característica, su presencia física imponente mantienen un diálogo evidente con la obra de Serra. Pero donde Serra privilegiaba la abstracción pura y la fenomenología de la percepción espacial, Vudrag reintroduce la figura y el relato mitológico.
Esta diferencia merece que se la analice detenidamente. El minimalismo de los años 1960-1970 había eliminado toda referencia externa a la obra misma: la escultura solo hablaba de sí misma, de su peso, de su volumen, de su relación con el espacio. Vudrag hereda esta lección formal, geometría rigurosa, franqueza de los materiales y rechazo del modelado pictórico, pero la contradice en su propio principio al reinyectar contenido simbólico. Sus animales poligonales, sus figuras mitológicas, sus máscaras de la serie Net-Work permanecen reconocibles a pesar de su tratamiento geométrico. El artista realiza así una síntesis audaz entre la pureza minimalista y la tradición representativa, entre la abstracción contemporánea y la narración antigua. Esta posición, por supuesto, lo expone a las críticas de ambos bandos: demasiado figurativo para los puristas de la abstracción, demasiado geométrico para los amantes de la escultura clásica.
La cuestión de la tradición metalúrgica añade una capa adicional a esta problemática. Vudrag insiste regularmente en su filiación familiar: su padre y su abuelo eran metalúrgicos, y aprendió su saber hacer desde la infancia a través del juego. Esta transmisión generacional del gesto técnico no es baladí en una época en la que la mayoría de los artistas subcontratan la fabricación de sus obras a talleres especializados. Vudrag moldea él mismo el acero en su taller de trescientos cincuenta metros cuadrados, antiguo sitio industrial transformado en espacio de creación. Esta proximidad física con el material, este conocimiento íntimo de sus propiedades y resistencias informan directamente las formas que produce. El artista no dibuja esculturas que otros ejecutarían: piensa como herrero tanto como escultor, dejando que el material guíe parcialmente el proceso creativo.
Este enfoque contrasta violentamente con la desmaterialización creciente del arte contemporáneo. Mientras que algunos artistas se contentan con producir conceptos, instrucciones o archivos digitales, Vudrag defiende una concepción arcaica y saludable del arte como confrontación física con la materia. Sus manos llevan las huellas de esta lucha: quemaduras de soldadura, cortes, callosidades. Todo su cuerpo participa en la elaboración de las obras monumentales que requieren fuerza y resistencia. Esta dimensión artesanal podría parecer retrógrada si no se acompañara de una apertura a las tecnologías contemporáneas. Vudrag usa el escaneo 3D para documentar sus esculturas, crear modelos digitales, planificar las versiones a diferentes escalas. Integra sistemas de iluminación LED en algunas piezas, explotando las posibilidades de lo digital sin renunciar a la primacía del trabajo manual.
Su trayectoria reciente testimonia un reconocimiento internacional creciente. La venta de la obra “Sumeran Maiden from the NET-WORK cycle (2023)” en una subasta benéfica en Varsovia por cerca de 190.000 euros al martillo causó sensación, estableciendo su cotización en el mercado del arte. Esta cifra vertiginosa podría despertar sospechas: ¿no consagra el mercado a menudo a los artistas más insípidos? Pero en el caso de Vudrag, la valorización comercial acompaña un reconocimiento institucional legítimo. Sus participaciones en las bienales de Venecia y Malta, sus encargos públicos en Croacia, sus exposiciones en galerías parisinas consolidadas, su papel como creador de las piezas del euro croata: este currículum no admite ninguna contestación.
El artista se muestra además consciente de los peligros del éxito comercial. Interrogado sobre sus proyectos futuros, menciona su necesidad de retirarse regularmente a su taller, lejos del ruido mediático, para reencontrar “la soledad, la introspección y los libros viejos, caminando casi por la delgada línea entre la razón y la locura en busca de un nuevo momento personal “¡Eureka!”” [1]. Esta formulación refleja una comprensión aguda del proceso creativo como un equilibrio precario entre el control racional y el abandono inspirado. Vudrag lee muchísimo, filosofía, mitología e historia de las ciencias, y esta erudición nutre su trabajo sin jamás cargarlo de un pedantería estéril. Sus esculturas hablan primero visualmente, por su presencia física y su fuerza plástica, antes de entregar sus capas de sentido a los espectadores que se tomen el tiempo de descifrarlas.
Queda la cuestión del mito, omnipresente en su obra. ¿Por qué ese recurso sistemático a los relatos griegos? Vudrag responde él mismo: “Si la historia se ha repetido bajo diversas formas durante miles de años, debe haber un cierto mensaje al que hay que prestar atención. Finalmente, los que he descifrado y comprendido me han ayudado a entenderme mejor a mí mismo y al mundo que me rodea” [1]. Esta justificación podría parecer ingenua si se olvidara que los mitos griegos constituyen efectivamente un reservorio inagotable de arquetipos psicológicos y de estructuras narrativas universales. Atlas cargando el mundo, Prometeo robando el fuego, Heracles realizando sus doce trabajos: estas figuras encarnan experiencias humanas fundamentales que aún resuenan hoy. El escultor no las trata como curiosidades arqueológicas sino como matrices de sentido siempre activas.
Su interpretación del dúo Atlas-Prometeo ilustra este enfoque vivo del mito. Atlas se convierte en la mano que surge del suelo y agarra una columna clásica, simbolizando la carga y la fuerza necesarias para llevar el mundo. Prometeo se reduce a una mano tirada por una cadena, representando la rebelión y la búsqueda del conocimiento a costa de terribles consecuencias. Vudrag conecta explícitamente estas dos figuras con el destino humano: Atlas lleva la cabeza, sede del mundo ideal; Prometeo representa el espíritu consciente que habita esa cabeza. Su destino común de estrés y presión eternos constituye, según el artista, una experiencia humana universal. Esta lectura existencialista de los mitos antiguos evita la trampa de la alegoría simplista: las esculturas no traducen mecánicamente un sentido preestablecido sino que abren un espacio de reflexión sobre nuestra condición.
La amplitud de la producción de Vudrag impresiona tanto como su calidad. En una decena de años de carrera, ha creado decenas de esculturas públicas, participado en más de sesenta exposiciones y ganado varios premios. Este ritmo de trabajo sostenido exige una organización rigurosa del taller, una gestión precisa de los encargos y los plazos, competencias que superan con mucho el marco estrictamente artístico. Vudrag se revela también como empresario, gestor y comunicador. Su soltura mediática, su capacidad para explicar su trabajo de manera accesible, su habilidad para negociar con las instituciones y los coleccionistas: estos talentos extra-artísticos han contribuido sin duda a su rápido ascenso. Algunos puristas quizás vean en ello una concesión a las exigencias del mercado, pero esta crítica parece injusta. Un artista que desea realizar esculturas monumentales en el espacio público debe necesariamente dominar estas dimensiones pragmáticas.
Llega el momento de tirar algunos hilos. La obra de Nikola Vudrag se inscribe en una tradición escultórica multisécular mientras la doblega según líneas de fuerza contemporáneas. Su fidelidad al acero y al trabajo manual, heredada de una transmisión familiar, se conjuga con una conciencia aguda de los desafíos filosóficos y estéticos de nuestra época. El diálogo que establece entre minimalismo y figuración, entre abstracción geométrica y narración mitológica, entre monumentalidad e intimidad crea un espacio singular en el campo de la escultura actual. Ni tradicionalista nostálgico ni vanguardista provocador, Vudrag ocupa una posición intermedia que podría parecer incómoda pero que se revela finalmente fecunda. Demuestra que sigue siendo posible esculpir la materia de manera ambiciosa sin renunciar a la profundidad conceptual, crear obras públicas monumentales sin caer en lo pomposo, y beber de los mitos antiguos sin caer en el academicismo polvoriento.
Su uso de la luz como elemento escultórico parte de la constatación platónica de la imposibilidad de alcanzar la perfección formal en el mundo sensible para inventar una solución original: la forma negativa, el molde metálico que recibe la luz. Esta inversión es testimonio de una inteligencia plástica que no se limita a ilustrar ideas filosóficas, sino que las hace trabajar en la propia materia. El óxido protector del acero Corten, que él compara con la sangre de los dioses, deja de ser una simple propiedad química para convertirse en una metáfora operativa del tiempo que preserva en lugar de destruir. Estos desplazamientos semánticos, estas condensaciones simbólicas constituyen la misma esencia de su trabajo: impiden que sus esculturas se reduzcan a alegorías transparentes, otorgándoles a la vez una densidad de significado que supera la pura presencia física.
Nikola Vudrag es aún un joven artista. Le quedan, si el destino lo permite, varias décadas de creación por delante. Es difícil predecir las evoluciones que tomará su obra: ¿otros materiales, otras escalas, otras temáticas? El propio artista menciona con entusiasmo los trabajos de Hércules que aún quedan por terminar, sugiriendo que no ha agotado las posibilidades del filón mitológico. Pero sea cual sea la dirección que elija, ya habrá demostrado que un escultor del siglo XXI puede aún enfrentarse al acero y al mito con una exigencia que rechaza las facilidades de la época. Esta intransigencia en la búsqueda de una visión personal, esta capacidad para conjugar rigor formal y generosidad simbólica, esta obstinación por esculpir en lugar de divagar: eso es lo que merece ser reconocido en Nikola Vudrag. El resto, los récords de subastas, las bienales prestigiosas y las distinciones, no es más que espuma en la superficie de un trabajo paciente y obstinado que abre su surco en el acero como en el tiempo.
- Julien Delagrange, “Una conversación con Nikola Vudrag”, Contemporary Art Issue, 2024
















