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Rainer Fetting supera el arte conceptual

Publicado el: 11 Julio 2025

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 11 minutos

Rainer Fetting transforma la brutalidad berlinesa en poesía cromática. Cofundador de los “Neue Wilde”, este pintor y escultor alemán explora las mutaciones urbanas contemporáneas a través de retratos, paisajes y desnudos expresionistas. Entre Berlín y Nueva York, forja un lenguaje pictórico que resiste a la uniformización conceptual.

Escuchadme bien, panda de snobs: Rainer Fetting no solo pinta cuerpos desnudos o paisajes urbanos, sino que disecciona el alma de una época en la que la realidad se volatiliza ante nuestros ojos. Este nativo de Wilhelmshaven, nacido en 1949, ha pasado su carrera transformando la brutalidad berlinesa en poesía cromática, pero más allá de esta evidencia superficial, su obra revela una comprensión intuitiva de lo que Jean Baudrillard llamaría la hiperrealidad de nuestra condición contemporánea. En un mundo donde los simulacros han reemplazado a lo auténtico, Fetting erige sus lienzos como bastiones de resistencia contra la uniformización conceptual que corrompe el arte desde los años setenta.

Cofundador de la Galerie am Moritzplatz en 1977, junto a Salomé, Helmut Middendorf y Bernd Zimmer, Fetting se inscribe desde el inicio en este movimiento de los “Neue Wilde” que barrió Alemania a finales de los años ochenta. Pero reducir su trayectoria a esta sola etiqueta sería mostrar una miopía crítica lamentable. Porque aunque los “Nuevos Salvajes” alemanes reaccionan visceralmente contra el intelectualismo frío del arte conceptual y minimalista, Fetting lleva esta revuelta mucho más lejos, hacia territorios inexplorados donde se encuentran lo íntimo y lo político, lo corporal y lo urbano, lo real y su representación.

El hombre que nos interesa aquí no es ni un nostálgico ni un reaccionario. Formado en carpintería antes de unirse a la Escuela de Bellas Artes de Berlín bajo la dirección de Hans Jaenisch, Fetting posee ese conocimiento táctil de la materia que se refleja en cada uno de sus gestos pictóricos. Sus pinceles no acarician el lienzo, lo labran, cavando surcos coloreados donde se anidan los afectos de una generación desgarrada entre la herencia del pasado alemán y las promesas de un futuro incierto. Esta gestualidad, a la vez brutal y sensual, encuentra su realización en obras que interrogan frontalmente la noción misma de representación.

El simulacro y la imagen: Fetting a prueba de Baudrillard

Para captar la originalidad profunda de la empresa fettingiana, conviene confrontarla con los análisis que Jean Baudrillard desarrolla en Simulacros y Simulación [1]. El filósofo francés describe allí un mundo donde “el simulacro nunca es lo que oculta la verdad, es la verdad la que oculta que no hay ninguna”. Esta afirmación, que podría parecer críptica, ilumina sin embargo con una nueva luz la obra de nuestro pintor alemán. Porque Fetting, a diferencia de muchos de sus contemporáneos, no busca crear simulacros, esas copias sin original que pueblan nuestro entorno mediático. Se empeña, por el contrario, en recuperar, bajo las capas de artificio que cubren nuestra época, algo que se parecería a una verdad primera.

Tomemos sus famosas representaciones del Muro de Berlín. Cuando Fetting pinta “Erstes Mauerbild” en 1977, no se limita a documentar una realidad geopolítica. Revela la esencia profundamente teatral de esta frontera, transformada por los medios en símbolo mundial de la división del mundo. Pero donde Baudrillard diagnosticaría la “precesión de los simulacros”, ese proceso por el cual el mapa precede al territorio, Fetting realiza un movimiento inverso. Sus colores ácidos, sus empastes generosos devuelven una materialidad a lo que ya no era más que una imagen televisiva. El muro recupera su pesadez de hormigón, su violencia de obstáculo físico, su capacidad para desgarrar la carne tanto como a las familias.

Esta resistencia a la hiperrealidad de Baudrillard se expresa con una fuerza particular en los autorretratos del artista. Cuando se representa como Gustaf Gründgens en 1974, Fetting no se limita a jugar con los códigos del travestismo. Interroga la construcción de la identidad en una sociedad donde los roles se multiplican infinitamente. Gründgens, actor homosexual que sobrevivió al nazismo cultivando la ambigüedad de su posición, se convierte bajo el pincel de Fetting en un espejo deformante en el que se reflejan las contradicciones de la época. El artista no crea un simulacro más, sino que revela la naturaleza fundamentalmente simulada de toda identidad social.

Este enfoque encuentra su prolongación lógica en las pinturas neoyorquinas de los años ochenta. Expatriado en la metrópoli estadounidense gracias a una beca del DAAD, Fetting descubre una ciudad que encarna por sí sola todos los excesos de la civilización de la imagen. Sin embargo, sus lienzos de ese período nunca caen en la trampa de la celebración acrítica del espectáculo urbano. Sus taxis amarillos, sus paisajes de Manhattan bañados en luz artificial mantienen una extrañeza, una distancia crítica que los preserva de la seducción fácil. Fetting pinta Nueva York como un teatro a gran escala, pero nunca nos deja olvidar que se trata de un teatro.

Baudrillard afirma que ahora vivimos en el imaginario de la pantalla, la interfaz y la reproducción, es decir, en la producción de simulacros que reemplazan la realidad. Fetting parece haber sentido esta importante mutación antropológica. Sus músicos, esos bateristas y guitarristas capturados en la energía de la actuación, nunca son simples ilustraciones del rock’n’roll. Interrogan nuestra relación con los íconos, esas figuras mediáticas que han reemplazado a los antiguos héroes mitológicos. Cuando pinta a Jimi Hendrix o Bob Dylan, Fetting no reproduce sus imágenes oficiales. Las recompone, las deforma, revela la parte de artificio que entra en su construcción legendaria.

La cuestión de la autenticidad atraviesa toda la obra de Fetting como un hilo conductor. En un mundo donde, según Baudrillard, ya no hay original ni copia, el artista alemán mantiene obstinadamente la exigencia de una verdad pictórica. Esta verdad no reside en la fidelidad a un modelo exterior, sino en la sinceridad del gesto creador. Cada pincelada lleva la huella de una presencia, de una subjetividad que se niega a disolverse en el anonimato de las imágenes de masas. En este sentido, Fetting se une paradójicamente a Baudrillard en su denuncia de lo inauténtico, pero donde el filósofo diagnostica una fatalidad histórica, el pintor opone la resistencia del arte.

Arquitectura y espacio: La fenomenología del lugar urbano

Si la obra de Fetting dialoga con los análisis de Baudrillard en cuanto a la representación, también encuentra resonancias profundas en la reflexión arquitectónica contemporánea. El arte de Fetting no se limita a representar el espacio urbano, sino que revela la estructura profunda, esa geometría invisible que organiza nuestras vidas. En esto, se une a las preocupaciones de arquitectos como Daniel Libeskind o Peter Eisenman, que cuestionan la capacidad de la arquitectura para transmitir significado en un mundo desencantado.

Las vistas berlinesas de Fetting, desde “Alte Fabrik Moritzplatz” (1977) hasta los paisajes de la reunificación, muestran una comprensión aguda del espacio como construcción social. Berlín, ciudad desgarrada y luego cosida, se convierte bajo su pincel en un laboratorio arquitectónico donde se experimentan nuevos modos de habitar. Pero Fetting nunca se posiciona como un urbanista benevolente. Su mirada sigue siendo la del artista, es decir, quien revela las tensiones ocultas, los disfuncionamientos, las bellezas inesperadas de un entorno en constante mutación.

Esta sensibilidad hacia la arquitectura encuentra su máxima expresión en las esculturas del artista. La estatua de Willy Brandt, instalada en la sede del SPD, no solo honra la memoria del canciller. A través de sus superficies rugosas, sus volúmenes deliberadamente imperfectos, cuestiona el estatus del encargo público en un espacio democrático. Fetting rechaza la estética suave del monumento oficial para proponer una efigie que lleva las marcas de la historia. Esta rugosidad asumida hace eco de las experimentaciones de los arquitectos deconstructivistas, que rompen voluntariamente la armonía clásica para revelar los conflictos subyacentes de nuestra época.

La isla de Sylt, donde Fetting mantiene un taller desde hace décadas, ofrece un contrapunto necesario a la agitación urbana. Pero incluso en estos paisajes aparentemente idílicos, el artista mantiene una vigilancia crítica. Sus casas frisias, sus dunas azotadas por los vientos del norte nunca son simples postales. Cuestionan nuestra relación con la naturaleza en una civilización que ha transformado hasta los espacios más salvajes en productos de consumo turístico. Las rosas silvestres de Sylt, bajo el pincel de Fetting, se convierten en testimonios frágiles de una autenticidad amenazada.

Este enfoque del espacio revela una dimensión filosófica frecuentemente descuidada de la obra de Fetting. El artista no se limita a pintar lugares, explora la manera en que estos lugares nos moldean. Sus interiores neoyorquinos, bañados por esa luz artificial que no conoce ni día ni noche, revelan el impacto de la arquitectura en nuestros ritmos biológicos, nuestras formas de relación. De igual modo, sus vistas de Berlín capturan esa sensación de extrañeza que atrapa al habitante de una ciudad en constante reconstrucción.

Esta conciencia arquitectónica se manifiesta incluso en la composición de sus lienzos. Fetting estructura sus obras como tantos espacios habitables, reservando zonas de respiración, puntos de tensión, perspectivas que guían la mirada. Sus propios retratos obedecen a esta lógica espacial: los cuerpos que representa no flotan en un vacío neutro, sino que habitan entornos precisos que participan en su definición. Esta atención al espacio habitado sitúa a Fetting en la línea de los grandes maestros de la pintura de interiores, de Vermeer a Bonnard, pero enriquecida con una conciencia contemporánea de los desafíos urbanos.

La cuestión del monumento también atraviesa la obra escultórica de Fetting. Sus bronces de Henri Nannen o Helmut Schmidt no buscan la glorificación, sino más bien la complejidad psicológica. Estas efigies ásperas, con superficies tormentosas, rechazan la idealización para proponer un enfoque más matizado de la memoria colectiva. En esto, Fetting se une a las reflexiones de James E. Young sobre el “contra-monumento”, esas obras que cuestionan las modalidades tradicionales de la conmemoración.

Este enfoque también revela la influencia duradera de su paso por Nueva York. La metrópolis estadounidense, con sus verticales vertiginosas y horizontales infinitas, ha marcado profundamente su concepción del espacio. Sus lienzos de este periodo exploran los efectos de la gran escala en la percepción humana, esa sensación de sublime urbano que atrapa al peatón en los cañones de Manhattan. Pero Fetting evita la trampa de la fascinación por el gigantismo. Sus Nueva York permanecen a la altura del hombre, anclados en la experiencia corporal de quien recorre la ciudad.

La evolución reciente de su trabajo confirma esta preocupación constante por el espacio habitado. Sus últimas series exploran las transformaciones del Berlín contemporáneo, esa mutación de una ciudad de la división hacia una metrópolis europea. Pero siempre, Fetting mantiene esa distancia crítica que le permite revelar los desafíos ocultos tras las transformaciones urbanas más espectaculares.

La eterna cuestión del estilo

Al final de este recorrido, se impone una evidencia: Rainer Fetting ha forjado un lenguaje pictórico de una singularidad rara en el panorama artístico contemporáneo. Esta singularidad no procede de una búsqueda de originalidad a toda costa, sino de una necesidad interior que impulsa al artista a inventar los medios plásticos adecuados a su discurso. Su estilo, forjado en los años berlineses de finales de los años setenta, ha sabido evolucionar sin nunca traicionarse, mostrando una coherencia ejemplar.

La técnica de Fetting, esa manera tan particular de dejar fluir el color manteniendo la precisión del dibujo, revela un dominio consumado de los recursos pictóricos. Sus empastes generosos no son gratuitos: traducen una visión del mundo donde la materia resiste, donde las formas no se dejan domesticar fácilmente. Esta resistencia de la materia pictórica hace eco a la resistencia política y social que el artista siempre ha manifestado frente a los conformismos de su época.

El uso del color en Fetting es particularmente interesante. Sus cromatismos ácidos, lejos de buscar un efecto decorativo, traducen una percepción aguda de las mutaciones del entorno visual contemporáneo. Estos amarillos chillones, estos rojos eléctricos, estos azules sintéticos llevan la huella de nuestra época industrial y mediática. Pero Fetting evita la trampa de la simple denuncia. Sus colores, incluso los más artificiales, conservan una potencia emocional que los redime de su origen tecnológico.

El dibujo de Fetting revela una formación clásica nunca renunciada. Sus cuerpos, incluso deformados por la expresividad del gesto, mantienen esa precisión anatómica que revela años de observación paciente. Esta tensión entre tradición y modernidad, entre saber académico y libertad expresiva, constituye una de las fuerzas mayores de su arte. Le permite evitar tanto la trampa del pasado como la de la tabla rasa modernista.

La evolución estilística de Fetting también revela una capacidad de adaptación notable a los contextos geográficos y culturales. Sus años neoyorquinos enriquecieron su paleta con una luminosidad renovada, mientras que sus estancias en Sylt agudizaron su percepción de los fenómenos atmosféricos. Esta plasticidad estilística, lejos de revelar inconsistencia, evidencia una atención constante a la realidad en sus manifestaciones más diversas.

La cuestión de la influencia también merece ser planteada. Aunque Fetting reivindica abiertamente su filiación con Van Gogh, Kirchner o los maestros de la figuración expresionista, nunca se ha limitado a reproducir sus fórmulas. Cada influencia es asimilada, transformada, reinventada según las necesidades de su discurso personal. Esta capacidad para metabolizar los legados del pasado sin alienarse constituye una de las cualidades mayores de todo gran artista.

El arte de Fetting nos recuerda que la modernidad no reside en la ruptura sistemática con el pasado, sino en la capacidad de reinventar constantemente los medios de expresión artística. En este sentido, su obra se inscribe en la gran tradición de la pintura europea al mismo tiempo que afronta los retos estéticos de nuestra época. Esta síntesis lograda entre continuidad e innovación hace de Fetting uno de los pintores más importantes de su generación.

En un momento en que muchos artistas se pierden en las facilidades del arte conceptual o en los encantos del mercado, Fetting mantiene la exigencia de un arte que no transige ni con la calidad plástica ni con la ambición intelectual. Su obra nos recuerda que la pintura, lejos de ser un arte superado, conserva recursos expresivos inagotables para quien sabe explorarlos con inteligencia y sensibilidad.

Rainer Fetting ha transformado los retos de su época en oportunidades de creación. Frente a la disolución contemporánea de los puntos de referencia, ha sabido mantener la exigencia de un arte que cuestiona sin moralizar, que revela sin dogmatizar. Esta lección de inteligencia artística merece ser meditaday por todos aquellos que reflexionan sobre el futuro de la creación contemporánea.


  1. Jean Baudrillard, Simulacres et Simulation, París, Galilée, 1981.
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Referencia(s)

Rainer FETTING (1949)
Nombre: Rainer
Apellido: FETTING
Género: Masculino
Nacionalidad(es):

  • Alemania

Edad: 76 años (2025)

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