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Raymond Pettibon: Las olas de la insumisión

Publicado el: 4 Abril 2025

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 8 minutos

Raymond Pettibon convierte sus monumentales olas azules en manifiestos visuales donde diminutos surfistas enfrentan la inmensidad oceánica, metáfora perfecta del individuo frente a las fuerzas abrumadoras de la sociedad estadounidense, entre trascendencia sublime y crítica acerba del sueño californiano.

Escuchadme bien, panda de snobs, Raymond Pettibon no es del tipo que te tome de la mano al atravesar el paisaje artístico estadounidense. Te empuja a sus aguas turbulentas y te deja arreglártelas, entre sus olas monstruosas y sus dibujos a tinta cortantes como cuchillas de afeitar. Si buscas un arte que te acaricie y te tranquilice, sigue tu camino.

Nacido en 1957, este hijo de un profesor de inglés que escribía novelas de espionaje creció en el calor sofocante del sur de California, respirando el aire salado de Hermosa Beach mientras absorbía cómics, televisión, literatura y cultura punk. La América de Reagan le sirvió como saco de boxeo artístico, y todos somos espectadores asombrados. Con su trazo a veces minucioso, a veces desenfrenado, Pettibon nos ofrece desde hace más de cuarenta años una anatomía sin concesiones del alma estadounidense.

Sus dibujos a tinta negra, a veces realzados con toques de color, navegan entre lo sublime y lo grotesco, entre la poesía y la violencia. Pero quizás es en su relación con la filosofía nietzscheana donde Pettibon encuentra su combustible más poderoso. En esta obra monumental y fragmentada, se encuentra la misma voluntad de poder, el mismo escepticismo radical ante los ídolos contemporáneos que en el filósofo alemán. Cuando Nietzsche escribe en El ocaso de los ídolos que “no es la duda, sino la certeza lo que vuelve loco” [1], podría estar describiendo el efecto que las obras de Pettibon producen en el espectador.

¡Mirad a sus surfistas diminutos enfrentándose a olas titánicas! ¿No son estas figuras casi sacrificatorias ante la inmensidad oceánica la ilustración perfecta del superhombre nietzscheano? “Lo que no me mata me hace más fuerte”, nos recuerda el filósofo alemán, y estos surfistas, como el propio artista, buscan cabalgar las fuerzas que podrían aniquilarlos. En No Title (As to Me) de 2015, la monstruosa ola azul amenaza con engullir la frágil silueta del surfista, encarnación viva de esta lucha entre el hombre y las fuerzas que lo superan.

Esta recuperación del concepto nietzscheano de la voluntad de poder también se expresa en la elección de Pettibon de apropiarse y desviar los símbolos de la cultura estadounidense. Sus dibujos desconstruyen sin cesar la iconografía nacional, reduciendo a pedazos las certezas sociales y políticas. Esto es lo que Nietzsche llama la “transvaloración de todos los valores” [2], ese necesario derrumbe de los ídolos para permitir una nueva creación.

La filosofía de Nietzsche también se refleja en el enfoque fragmentario y aforístico de Pettibon. Sus dibujos, acompañados de textos enigmáticos, funcionan como pensamientos fulgurantes, rechazando la coherencia narrativa convencional. Esta fragmentación deliberada recuerda la escritura nietzscheana, hecha de destellos de lucidez más que de sistemas cerrados. Los textos que acompañan las imágenes de Pettibon nunca son explicaciones, sino intensificaciones del misterio.

Esta estética del fragmento, Pettibon la comparte con otro gigante de la literatura estadounidense: Walt Whitman. El poeta de Hojas de hierba, con su verso libre y su celebración del cuerpo y la experiencia sensorial, resuena profundamente en la obra de Pettibon. Como Whitman, quien escribía “Soy vasto, contengo multitudes” [3], Pettibon se niega a encerrarse en una identidad o estilo único. Sus dibujos contienen multitudes de referencias, voces y temporalidades.

La relación de Pettibon con la literatura estadounidense va mucho más allá de la simple cita. No se limita a ilustrar a Whitman, sino que lo incorpora a su visión artística, transformando sus palabras en armas contra la América contemporánea. Cuando Whitman canta a América y sus posibilidades infinitas, Pettibon desvirtúa ese canto para mostrar las promesas rotas del sueño americano. Esta tensión entre celebración y crítica, tan propia de Whitman, se convierte en Pettibon en una estrategia estética y política.

La celebración whitmaniana del cuerpo encuentra un eco perverso en los dibujos eróticos de Pettibon, donde la sexualidad aparece como una fuerza a la vez liberadora y destructora. “Si hay algo sagrado, es el cuerpo humano”, escribía Whitman [4], y Pettibon parece responder: sí, pero este cuerpo es también el lugar de todos los conflictos, de todas las violencias políticas y sociales.

La obra de Pettibon comparte con la de Whitman la capacidad de contener contradicciones, de ser simultáneamente crítica y compasiva. Cuando dibuja a Charles Manson o a toxicómanos, Pettibon nunca se coloca en una posición de superioridad moral. Presenta a sus sujetos en toda su complejidad, rechazando el juicio simplista. Este enfoque recuerda la forma en que Whitman, en su poema “El durmiente del valle” (una reinterpretación estadounidense del famoso poema de Rimbaud), miraba con ternura y horror los cuerpos de los soldados muertos durante la guerra civil.

Como el poeta que se consideraba “un cosmos, el hijo de Manhattan” [5], Pettibon es un cartógrafo obsesivo de América. Sus dibujos constituyen un atlas subjetivo y alucinado del país, de sus mitos fundadores a sus pesadillas contemporáneas. Dibuja América como Whitman la cantó, con una mezcla de amor y desesperación, reconociendo su belleza y su monstruosidad.

Esta cartografía whitmaniana se continúa en la representación que hace Pettibon de los espacios estadounidenses. Sus olas gigantes evocan no solo el océano Pacífico, sino también el sentimiento de inmensidad que Whitman sentía frente a las praderas y montañas. La naturaleza, en Pettibon como en Whitman, nunca es un simple decorado: es una presencia viva, a veces amenazante, con la que el ser humano debe negociar su lugar.

La influencia de Whitman se siente incluso en la concepción que Pettibon tiene de su papel como artista. Como el poeta que quería ser “el educador de los bárbaros” [6], Pettibon se ve como un testigo de su tiempo, un cronista de la América contemporánea. Sus dibujos, como los poemas de Whitman, proponen una educación estética y política, invitando al espectador a mirar de frente las contradicciones de la sociedad estadounidense.

Esta posición de testigo nunca es cómoda. Pettibon, como Whitman antes que él, sabe que forma parte de aquello que critica. No existe una posición externa, ni una torre de marfil desde donde se pueda juzgar al mundo sin estar uno mismo implicado. Esta lucidez dolorosa le da a la obra de Pettibon su particular potencia.

El legado de la escena punk californiana de los años 1980 también permanece visible en la obra de Pettibon. Su trabajo para el grupo Black Flag (cuyo fundador era su hermano, Greg Ginn) definió la estética visual del punk hardcore. Pero Pettibon siempre mantuvo distancia de este movimiento, negándose a ser reducido a un simple ilustrador de flyers y portadas de álbumes. Transformó esa energía punk en un lenguaje artístico personal, capaz de expresar una visión compleja del mundo contemporáneo.

Lo que sorprende en la evolución de su obra es su capacidad para mantenerse fiel a sus orígenes al mismo tiempo que amplía constantemente su vocabulario visual y sus preocupaciones temáticas. Los surfistas, los jugadores de béisbol, la violencia política, la sexualidad ambigua: estos motivos recurrentes son tratados con una profundidad creciente a lo largo de las décadas. Pettibon es como esas olas que no deja de dibujar: siempre en movimiento, siempre renovado, nunca agotado.

Su enfoque del dibujo es de una libertad rara. Puede pasar de un trazo minucioso, casi académico, a gestos expresionistas desenfrenados. Esta amplitud técnica refleja su rechazo a las categorías estrechas. Pettibon no es ni un artista elitista ni un artista popular: navega libremente entre estos mundos, tomando de cada uno lo que le sirve a su propósito. En ello, realiza el deseo de Whitman de una poesía que no sea ni elitista ni populista, sino simplemente humana.

La integración del texto en sus dibujos constituye una de sus innovaciones más significativas. Esos fragmentos de frases, esas citas reinterpretadas, esos comentarios enigmáticos no son leyendas explicativas, sino elementos constitutivos de la obra. Crean un espacio de tensión entre lo visual y lo verbal, entre lo que se muestra y lo que se dice. Este diálogo complejo entre texto e imagen convierte cada dibujo de Pettibon en una experiencia de lectura tanto como de visión.

Las referencias literarias que pueblan su obra van mucho más allá de Whitman. James Joyce, Henry James, Marcel Proust, William Blake: Pettibon toma libremente del canon occidental, transformando esas voces prestigiosas en un coro disonante que acompaña sus visiones de una América en descomposición. Esta erudición nunca es pedante: está al servicio de una exploración de las zonas oscuras de la psique americana.

La recepción crítica de su obra ha evolucionado considerablemente con el tiempo. Primero marginado como un simple ilustrador surgido de la escena punk, Pettibon ha sido reconocido progresivamente como uno de los artistas estadounidenses más importantes de su generación. Su retrospectiva en el New Museum en 2017, “A Pen of All Work”, consagró definitivamente su importancia histórica.

Pero Pettibon sigue siendo un artista esquivo, que rechaza dejarse encerrar en relatos cómodos de la historia del arte. Como él mismo declaró: “Las distinciones entre museos, galerías, libros, fanzines, high, low, comics, cartoons, arte comercial, bellas artes no sirven para nada útil, sobre todo cuando se aplican para marcar territorio o mantener a la gente alejada” [7]. Esta posición de principio explica la libertad radical que caracteriza su obra.

Lo que hace grande a Pettibon es su capacidad para crear un arte que nos enfrenta a verdades que preferiríamos ignorar, mientras rechaza la trampa del cinismo. Sus dibujos, por oscuros que sean, siempre contienen una chispa de humanidad, un apego obstinado a la posibilidad de una lucidez compartida. En un mundo cada vez más polarizado, donde el diálogo parece imposible, la obra de Pettibon nos recuerda que el arte todavía puede ser un espacio de pensamiento crítico y de resistencia.

Así que contemplad esas olas monstruosas, esos surfeadores diminutos, esos políticos grotescos, esos cuerpos entrelazados, esas palabras que atraviesan la imagen como relámpagos. Y recordad que, como escribe Pettibon en uno de sus dibujos más famosos: “El arte no es un espejo para reflejar el mundo, sino un martillo para darle forma” [8]. Un martillo que Pettibon maneja desde hace más de cuarenta años con una precisión devastadora.


  1. Nietzsche, Friedrich. El saber alegre, 1882, Libro 3, aforismo 347.
  2. Nietzsche, Friedrich. El Anticristo, 1888.
  3. Whitman, Walt. Hojas de hierba, “Canto a mí mismo”, 1855.
  4. Whitman, Walt. Hojas de hierba, “Oigo cantar a América”, 1860.
  5. Whitman, Walt. Hojas de hierba, “Saludo al mundo”, 1856.
  6. Whitman, Walt. Perspectivas democráticas, 1871.
  7. Pettibon, Raymond. Entrevista en Modern Matter, 2015.
  8. Esta cita es en realidad una adaptación de una frase atribuida a Karl Marx, que Pettibon retomó en algunos de sus dibujos.
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Referencia(s)

Raymond PETTIBON (1957)
Nombre: Raymond
Apellido: PETTIBON
Otro(s) nombre(s):

  • Raymond Ginn

Género: Masculino
Nacionalidad(es):

  • Estados Unidos

Edad: 68 años (2025)

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