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Sema Maskili y la anatomía del poder

Publicado el: 25 Abril 2025

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 12 minutos

Las composiciones de Sema Maskili presentan cuerpos que chocan con una violencia animal, anatomías entrelazadas y deformadas en espacios metafísicos. La artista cuestiona nuestra naturaleza humana, exponiendo cómo el poder corrompe y transforma, creando monstruos a partir de seres ordinarios.

Escuchadme bien, panda de snobs, los cuerpos desgarrados, deformados y entrelazados de Sema Maskili nos confrontan con nuestra salvajismo innato, aquel que intentamos desesperadamente ocultar bajo el barniz de nuestra supuesta civilización. Sus imponentes lienzos te agarran por la garganta desde la primera mirada. Imposible apartar la vista de esos amalgamas de carne donde la anatomía humana, maltratada por brochazos furiosos, se transforma en un teatro grotesco de nuestra bestialidad fundamental. Rara vez he visto una pintura contemporánea tan audaz en su manera de explorar los bajos fondos del alma humana.

Nacida en 1980 en Edirne, Turquía, Maskili ha forjado un estilo inimitable tras años de estudio riguroso en la Universidad de Bellas Artes Mimar Sinan en Estambul. Su formación clásica se refleja en su dominio técnico, pero es en la deformación expresionista donde encuentra su verdadera voz. Las influencias son evidentes: Gericault, Goya, Bacon, Freud, pero Maskili las digiere completamente para crear algo radicalmente personal. Y duele. Terriblemente duele. Su obra te arranca los ojos para forzarte a ver lo que preferirías ignorar.

Su serie “El poder crea monstruos”, que desarrolla desde 2017, constituye el culmen de su visión artística. El título en sí es una bofetada conceptual, directa, brutal, sin concesiones. En estas obras monumentales como “The Power Worshippers” (230 x 200 cm) o “Barbarians” (185 x 145 cm), Maskili nos muestra sin filtros lo que la voluntad de dominio hace a nuestros cuerpos y mentes. Las siluetas humanas chocan con una violencia animal, transformándose en masas de carne desarticuladas, privadas de identidad individual, reducidas a su impulso de dominio. La humanidad se rebaja a su dimensión más cruda, la de una lucha perpetua por la supremacía.

Esta exploración de la violencia inherente a la naturaleza humana evoca inevitablemente las teorías nietzscheanas sobre la “voluntad de poder”. Nietzsche, en “Más allá del bien y del mal”, afirma que “la vida misma es esencialmente apropiación, herida, conquista del extranjero y del más débil, opresión, dureza, imposición de sus propias formas, incorporación y, al menos en los casos más moderados, explotación” [1]. Es exactamente lo que Maskili captura en sus composiciones caóticas, ese impulso primordial de dominio que precede toda moral, esa fuerza vital que, cuando se pervierte, transforma a los seres humanos en depredadores de sus semejantes.

La pintura de Maskili no es sólo una ilustración de los conceptos nietzscheanos, sino que los lleva a su paroxismo visual, encarnándolos en cuerpos torturados que luchan por su supervivencia simbólica. En su visión, la “voluntad de poder” no es esa fuerza creadora que Nietzsche valorizaba a veces, sino más bien su cara destructiva, su deriva monstruosa cuando ya no está templada por ninguna consideración ética. Los cuadros de Maskili están poblados de superhombres degenerados, ebrios de su propio poder pero vacíos de toda humanidad.

Sus cuerpos no son simplemente cuerpos, son campos de batalla ideológicos, territorios disputados donde se libran luchas de poder viscerales. Mirad “Psicología de la muchedumbre” (110 x 85 cm), donde la dinámica de grupo se transforma en una horda incontrolable. La obra disecciona cómo el individuo, absorbido en la masa, se despoja de su humanidad para entregarse a los instintos más viles. Me impresiona la manera en que Maskili utiliza tonos de amarillo, verde y rosa cítrico para sugerir una atmósfera tóxica donde proliferan comportamientos abyectos. Sus elecciones cromáticas son de una precisión clínica, evocan la descomposición moral tan seguramente como la gangrena señala la muerte inminente de los tejidos.

A través de sus lienzos, Maskili se afirma como una de las voces más impactantes del arte contemporáneo turco. No es casualidad que ella haya sido una de las tres ganadoras del Luxembourg Art Prize en 2022, prestigioso premio internacional de arte contemporáneo. Su visión artística trasciende las fronteras culturales para alcanzar una verdad universal sobre nuestra condición humana. Ella forma parte de esas artistas raras que logran captar algo esencial de nuestra época, esa tensión entre nuestras aspiraciones civilizacionales y nuestros impulsos primitivos que amenaza constantemente con hacer estallar nuestro frágil contrato social.

La fuerza de Maskili reside en su rechazo categórico al esteticismo fácil. Ella rechaza la belleza convencional para crear imágenes que perturban y molestan profundamente. Sus cuerpos distorsionados recuerdan la visión de Michel Foucault sobre las relaciones de poder que se inscriben directamente en el cuerpo humano. En “Vigilar y castigar”, Foucault escribe que “el cuerpo está directamente inmerso en un campo político; las relaciones de poder ejercen sobre él una toma inmediata; lo invaden, lo marcan, lo entrenan, lo torturan, lo obligan a trabajos” [2]. Los cuerpos mutilados y entrelazados de Maskili ilustran perfectamente esta teoría, son el terreno donde se ejercen las relaciones de fuerza y dominación, los receptáculos pasivos de las violencias institucionales e interpersonales.

El enfoque foucaultiano del cuerpo como lugar de inscripción de las relaciones de poder encuentra en la obra de Maskili una traducción visual impactante. Cada deformación, cada distorsión anatómica puede interpretarse como la manifestación física de una violencia social normalizada. En “Bárbaros” (185 x 145 cm), los cuerpos amontonados, privados de rostro distinto, evocan esa “anatomía política” de la que habla Foucault, esos cuerpos dóciles producidos por los mecanismos disciplinarios de la sociedad moderna. Pero Maskili va más lejos al mostrar la rebelión de la carne contra esas restricciones, su rechazo a conformarse totalmente a las normas que buscan domesticarla.

Los espacios metafísicos en los que Maskili coloca sus figuras amplifican su alienación existencial. Estos fondos abstractos con transiciones luminosas abruptas, con sus colores bloqueados y sus paisajes inciertos, simbolizan un mundo que se escapa bajo nuestros pies, un universo carente de referencias estables donde los seres deambulan sin dirección. Son no-lugares en el sentido antropológico del término, espacios de transición donde la identidad y la historia personal se disuelven en el anonimato. Las figuras de Maskili parecen condenadas a una errancia perpetua en estos limbos pictóricos, ni del todo aquí ni del todo allá, suspendidas en un entre-dos incómodo que refleja la condición precaria del individuo contemporáneo.

En su obra “Autorretrato”, Maskili nos ofrece un momento de verdad cruda de una intensidad rara. Ella se representa con el cabello cortado, en homenaje a la resistencia de las mujeres iraníes tras la muerte de Mahsa Amini. Es un cuadro que trasciende la estética para alcanzar una dimensión política fuerte, un acto de solidaridad que inscribe su trabajo en las luchas feministas contemporáneas. A través de este gesto, Maskili afirma que el arte no es solo una exploración formal o conceptual, es una postura ética frente a los abusos de poder, una toma de palabra que compromete la responsabilidad de la artista frente a las injusticias de su tiempo.

Este retrato representa un momento clave en el camino de Maskili, el instante en que lo universal y lo particular, lo personal y lo político se unen en una síntesis poderosa. Al cortarse el cabello, la artista hace de su propio cuerpo el lugar de una resistencia simbólica. De este modo se une a la larga tradición de artistas que han utilizado su cuerpo como medio político, pero lo hace con una sobriedad que evita la trampa del espectáculo. No hay nada gratuito en este gesto; se inscribe en la lógica profunda de su trabajo sobre las dinámicas de poder y la cosificación de los cuerpos.

No esperes salir indemne de un encuentro con la obra de Maskili. Sus cuadros te acosarán, se incrustarán bajo tu piel como astillas dolorosas que ninguna pinza conceptual podrá extraer. Ella te obliga a enfrentar esa parte oscura que preferimos ignorar, nuestro potencial de monstruosidad cuando sucumbimos a la tentación del poder. Su obra es un espejo implacable tendido a una humanidad que generalmente prefiere los reflejos halagadores a las verdades perturbadoras.

Los planos de color violentos y los brochazos frenéticos de Maskili recuerdan al expresionismo alemán, pero con una intensidad contemporánea que da testimonio de las tensiones específicas de nuestro tiempo. Su paleta, a menudo dominada por verdes cadavéricos, rosas carne y amarillos enfermizos, refuerza la impresión de carne corrompida por la violencia sistémica. Estas elecciones cromáticas no son gratuitas; traducen una visión lúcida y desencantada de la humanidad, una mirada que ha atravesado las apariencias para alcanzar el núcleo duro de nuestra condición.

La técnica pictórica de Maskili es particularmente interesante. Su brochazo alterna entre la precisión anatómica heredada de los maestros clásicos y distorsiones expresionistas que traducen la violencia de las emociones. Esta dualidad técnica refleja perfectamente la tensión central de su obra, la que existe entre nuestro barniz de civilización y nuestras pulsiones primitivas. En algunas zonas de sus cuadros, controla perfectamente su medio, creando pasajes de una finura notable, antes de deslizarse hacia gestos más impulsivos, casi salvajes, que sugieren la pérdida de control, la irrupción del caos en el precario orden de la existencia humana.

El arte de Maskili se enmarca en una tradición pictórica que remonta a Goya y sus “Desastres de la guerra”, donde el horror se muestra sin concesiones. Como Goya, ella se niega a desviar la mirada de los abismos de la condición humana. Pero, a diferencia del maestro español, ella no documenta atrocidades históricas específicas, sino que explora únicamente los mecanismos psicológicos universales que las hacen posibles, las estructuras mentales que permiten a los seres humanos ordinarios cometer actos extraordinarios de crueldad. Es esta dimensión arquetípica la que da a su trabajo su potencia universal.

Algunos críticos podrían ver en su trabajo un pesimismo excesivo, una visión reductora del ser humano que no dejaría lugar a la trascendencia o a la redención. Pero eso sería perder lo esencial de su enfoque. Maskili no condena a la humanidad, la interroga con una lucidez implacable. Su pintura es un espejo deformante pero necesario que nos devuelve nuestra propia ambivalencia moral, a esas zonas grises de la conciencia donde nuestros principios declarados chocan con nuestros impulsos inconfesables. En ese sentido, su obra es profundamente ética, nos invita a una introspección incómoda pero potencialmente salvadora.

En “Power Causes Monsters Series (4)” (140 x 165 cm), Maskili aborda específicamente cómo las mujeres oprimidas pueden reproducir los mismos patrones de dominación entre ellas cuando se encuentran en un contexto que valora la competición y la jerarquía. Es un análisis fino de las dinámicas de poder que no se contenta con una visión binaria opresor/oprimido. Muestra cómo las estructuras de dominación se internalizan y se perpetúan en todos los niveles de la sociedad, cómo las víctimas pueden convertirse en verdugos a su vez en un ciclo perverso que no hace más que reforzar el sistema que pretenden combatir. Esta lucidez frente a las contradicciones humanas es precisamente lo que aporta a la obra de Maskili su credibilidad intelectual y su profundidad emocional.

El lugar de las mujeres en las dinámicas de poder es además un tema recurrente en el trabajo de Maskili. No porque adopte una postura esencialista que vería en la feminidad una garantía contra la violencia, al contrario, muestra cómo las mujeres, tanto como los hombres, pueden ser corrompidas por el poder cuando lo ejercen según los mismos paradigmas dominantes. Al hacerlo, se une a la perspectiva de Foucault sobre el carácter difuso y omnipresente del poder, que no se reduce a una simple relación binaria entre dominantes y dominados, sino que circula a través de todo el cuerpo social en una red compleja de microrelaciones.

A través de sus exposiciones individuales de los últimos años, incluida la más reciente “Power Causes Monsters” en la Istanbul Concept Gallery (2023), Maskili ha desarrollado un lenguaje visual coherente que explora sin descanso las tensiones entre nuestras aspiraciones éticas y nuestros impulsos animales. Su enfoque no es sólo estético; es profundamente filosófico. Se inscribe en la tradición de los grandes inquisidores de la condición humana, esos artistas que no se conforman con representar el mundo, sino que buscan revelar los mecanismos ocultos, los engranajes invisibles que determinan nuestros comportamientos y nuestras relaciones.

Lo que llama la atención en la evolución de Maskili es la coherencia de su visión artística a lo largo de los años. Desde su primera exposición individual “Dağınık Düşler” (Sueños desordenados) en 2006 hasta su exploración actual de las dinámicas de poder, se percibe una progresión lógica, un constante profundizar en sus temas predilectos. Cada nueva exposición no representa una ruptura con las anteriores, sino más bien una excavación más profunda de los mismos territorios psíquicos, como si la artista excavara pacientemente un túnel hacia la verdad subterránea de nuestra humanidad.

La exposición “¿Qué es el bien, qué es el mal?” (Qu’est-ce que le bien ? Qu’est-ce que le mal ?) de 2017 marca un punto de inflexión importante en su trayectoria. Al abordar frontalmente la cuestión ética fundamental que ha perseguido a la humanidad desde sus orígenes, Maskili sitúa explícitamente su trabajo en una perspectiva filosófica. Entonces evoca la figura de Bosch y su “Jardín de las Delicias Terrestres”, estableciendo un paralelismo entre su propio enfoque y el del maestro flamenco que, bajo una imaginería religiosa, ofrecía una profunda meditación sobre las locuras y los vicios de la humanidad. Como Bosch, Maskili crea su propia iconografía, su propio lenguaje visual para explorar las contradicciones morales de nuestra especie.

El trabajo de Maskili nos recuerda que el arte contemporáneo más significativo no es aquel que confirma nuestras certezas, sino aquel que nos confronta con nuestras contradicciones más dolorosas. En un mundo saturado de imágenes suavizadas y mercantilizadas, diseñadas para un consumo sin riesgos, sus cuadros actúan como una descarga eléctrica, despertando nuestra sensibilidad adormecida por el bombardeo visual diario y llevándonos bruscamente a lo esencial: esta lucha perpetua entre nuestras aspiraciones civilizatorias y nuestros impulsos destructivos.

El arte de Maskili es político, pero no en el sentido trivial de defender una causa específica. Es político en un sentido mucho más profundo, ya que interroga los fundamentos mismos de la convivencia, las condiciones de posibilidad de una sociedad que no esté simplemente regida por la ley del más fuerte. Al mostrar sin adornos la violencia latente que subyace en nuestras interacciones sociales, nos invita a imaginar otras modalidades de relación, otras maneras de ejercer el poder que no pasen necesariamente por la opresión del otro.

En este sentido, es tentador ver en el enfoque de Maskili una ilustración de las tesis de Nietzsche sobre la posibilidad de una transmutación de los valores. Al enfrentarnos al horror de lo que somos, o al menos de lo que podemos devenir cuando cedemos a nuestros impulsos de dominación, ella abre paradójicamente un espacio para imaginar lo que podríamos ser. Su pintura no ofrece soluciones fáciles ni remedios milagrosos a la violencia humana. Simplemente plantea el diagnóstico con precisión quirúrgica, dejando a cada espectador la responsabilidad de reflexionar sobre las implicaciones de lo que ve.

Si no estás dispuesto a ser desestabilizado, a cuestionar tu propia sombra, sigue tu camino. El arte de Sema Maskili no está hecho para decorar tus interiores asépticos ni para impresionar a tus invitados en cenas mundanas. Está aquí para sacudirte, molestarte, obligarte a mirar lo que preferirías ignorar, la violencia oculta en el corazón mismo de nuestra humanidad. Y tal vez, en este incómodo enfrentamiento con nosotros mismos, encontremos los recursos para inventar nuevas formas de ser humanos juntos, más allá de los ciclos de violencia y dominación que hasta ahora han definido nuestra historia colectiva.


  1. Friedrich Nietzsche, “Más allá del bien y del mal”, Obras filosóficas completas, Gallimard, 1971.
  2. Michel Foucault, “Vigilar y castigar: Nacimiento de la prisión”, Gallimard, 1975.

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Referencia(s)

Sema MASKILI (1980)
Nombre: Sema
Apellido: MASKILI
Otro(s) nombre(s):

  • Sema Maşkılı

Género: Femenino
Nacionalidad(es):

  • Turquía

Edad: 45 años (2025)

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