Escuchadme bien, panda de snobs. Steven Meisel no es un simple fotógrafo de moda. Es el ojo implacable que ha diseccionado nuestra época, la mano que ha esculpido la identidad visual de toda una generación, y el espíritu que ha transformado la fotografía comercial en un verdadero manifiesto social. Desde que colocó su Instamatic sobre su primera víctima consentidora en los años 70, este neoyorquino nacido en 1954 ha reinventado los códigos de un medio que creíamos conocer.
Meisel es ese genio inquietante que se esconde tras cada portada de Vogue Italia durante más de dos décadas, ese visionario que orquestó el escandaloso libro “Sex” de Madonna, ese artista que ha creado casi todas las campañas Prada desde 2004. Pero reducir a Meisel a sus colaboraciones prestigiosas es como pretender que Picasso fue solo un decorador de cerámicas.
Meisel es ese fenómeno raro en el universo de la moda: un hombre que logró infiltrarse en este circo de vanidades para transformarlo en un teatro social. Su fotografía no es una simple documentación, es una insurrección visual permanente. Imaginen un poco: este neoyorquino que, desde la infancia, perseguía a las modelos por las calles con su Instamatic para capturar su esencia, se convirtió en quien redefine lo que consideramos bello, chocante, o digno de ser visto.
Su trayectoria es curiosamente irónica, este graduado en ilustración de la Parsons School of Design comenzó dibujando moda antes de capturarla a través de su objetivo. Transformó un ojo formado en el trazo y el color en una máquina para deconstruir el espectáculo social que llamamos “moda”. Esta metamorfosis no es casual, revela la profundidad filosófica que subyace en su trabajo.
Si examinamos su obra a través del prisma de la filosofía existencialista de Simone de Beauvoir, la conexión se vuelve evidente. Beauvoir nos enseñó que “No se nace mujer, se llega a serlo” [1], una declaración que resuena profundamente con el trabajo de Meisel. Sus series fotográficas no muestran simplemente mujeres, exponen cómo la sociedad fabrica “la mujer” como concepto y como espectáculo. Tomen su famosa serie “Makeover Madness” para Vogue Italia en 2005: modelos envueltas en vendajes postoperatorios, vestidas con alta costura. ¿No es esa la perfecta ilustración visual de la fabricación social de lo femenino que Beauvoir teorizaba?
Beauvoir escribía que “el cuerpo de la mujer es uno de los elementos esenciales de la situación que ocupa en este mundo” [2]. Meisel entiende esta realidad con una agudeza dolorosa. Cuando fotografía a Kristen McMenamy en el Ritz París en 1993, desnuda salvo por un sombrero suntuoso, no se trata de un erotismo fácil sino de una demostración cruda de cómo el cuerpo femenino es simultáneamente celebrado y objetivado en nuestra cultura.
El genio de Meisel reside en su capacidad de usar las mismas herramientas de la industria de la moda, la iluminación impecable, la composición perfecta, las modelos sublimes, para devolvernos el espejo y decir: “Miren lo que hacemos, miren lo que celebramos, miren lo que castigamos”. Es una proeza filosófica disfrazada de fotografía de moda.
Consideremos ahora su trabajo desde otro ángulo: el de la sociología y particularmente las teorías de Pierre Bourdieu sobre la distinción social. Bourdieu sostenía que el gusto nunca es inocente, siempre es un marcador de clase y una herramienta de dominación social [3]. Las fotografías de Meisel juegan precisamente en ese territorio. Su “Black Issue” de Vogue Italia en 2008, donde todas las modelos eran negras, no fue solo una celebración de la belleza negra, sino una crítica incisiva de los mecanismos de exclusión en juego en la industria de la moda.
“La moda es totalmente racista,” declaró el propio Meisel. “Tomar fotos a veces te permite hacer una declaración más amplia” [4]. A través de esta emblemática edición, usó su poder para exponer cómo la moda construye su propia jerarquía social racializada, su propia economía de valor basada en la exclusión. Eso es exactamente lo que Bourdieu llamaba la “violencia simbólica”, esa forma de dominación que se ejerce con la complicidad tácita de los dominados.
Meisel entiende que la moda es un sistema de signos que comunica y refuerza las jerarquías sociales. Su serie “Super Mods Enter Rehab” (2007) muestra a modelos interpretando a drogadictos glamurosos. Esta serie provocó indignación precisamente porque exponía cómo la moda se apropia incluso del sufrimiento para transformarlo en un espectáculo consumible. Bourdieu habría apreciado esta mise en abyme, una crítica del sistema realizada desde dentro del propio sistema.
En “State of Emergency” (2006), Meisel presenta a modelos acosadas por “policías” durante una sesión fotográfica. Los cuerpos femeninos glamurosos se convierten en el escenario de una violencia social estilizada. Como escribía Bourdieu, “el cuerpo es la objetivación más irrefutable del gusto de clase” [5]. Meisel transforma estos cuerpos en campos de batalla sociológicos.
La carrera de Meisel está marcada por momentos en que utiliza el lenguaje de la moda para cuestionar la moda misma. Cuando fotografió a Madonna para su libro “Sex” en 1992, no se trataba simplemente de provocación; era una exploración de cómo los cuerpos (particularmente los femeninos) están codificados, cómo se construye y se representa la sexualidad en nuestra cultura. Madonna y Meisel entendían ambos que el sexo nunca es simplemente natural, siempre está construido culturalmente, siempre es performativo.
Lo fascinante de Meisel es que opera desde dentro. A diferencia de la mayoría de los críticos de moda que lanzan sus flechas desde afuera, él está en el corazón de esta máquina. Ha fotografiado prácticamente todas las portadas de Vogue Italia durante dos décadas. Ha realizado campañas para Versace, Dolce & Gabbana, Prada y un sinfín de otras marcas de lujo. Es el insider definitivo que se ha vuelto subversivo.
Esta posición única le otorga una autoridad incontestable. Cuando Simone de Beauvoir criticaba la condición femenina, hablaba como mujer; cuando Bourdieu analizaba los mecanismos de distinción social, lo hacía como académico procedente de un entorno modesto. Meisel habla de la moda como creador de moda. Su crítica es aún más devastadora porque proviene de alguien que conoce íntimamente los engranajes del sistema.
Al final de su carrera, muchos fotógrafos caen en la repetición o la auto-parodia. No Meisel. Cada nueva serie es una reinvención. Esta capacidad de renovarse manteniendo una coherencia intelectual demuestra una inteligencia visual excepcional. Como escribía Susan Sontag: “La fotografía es, ante todo, una forma de ver” [6]. Y la forma de ver de Meisel siempre está en evolución, siempre alerta a las contradicciones de nuestra época.
Su retrospectiva reciente “Steven Meisel 1993 A Year in Photographs”, presentada en España, nos recuerda la intensidad creativa con la que trabajaba incluso al inicio de su carrera. En un solo año, produjo 28 portadas para Vogue y más de cien editoriales. Esta productividad frenética no es la de un simple técnico, es la de un artista poseído por la urgencia de comentar su tiempo.
Mientras algunos fotógrafos de moda buscan crear imágenes atemporales, Meisel busca capturar precisamente la temporalidad de nuestra época, sus obsesiones, sus miedos, sus fantasías. Su fotografía está arraigada en la historia, no como un documento pasivo, sino como una intervención activa. No fotografía simplemente la moda, fotografía nuestra relación cultural con la moda, nuestra inversión psíquica en esas telas y esas poses.
Beauvoir escribió que “es a través del trabajo que la mujer ha superado en gran parte la distancia que la separaba del hombre; es el trabajo el que puede garantizarle una libertad concreta” [7]. De manera similar, Meisel utiliza su trabajo fotográfico para salvar la distancia entre la superficialidad presumida de la moda y una crítica cultural sustancial. Su trabajo garantiza una libertad concreta a las imágenes de moda, la libertad de ser más que simples anuncios publicitarios, la libertad de llevar un comentario social.
Bourdieu, por su parte, señalaba que “el gusto clasifica, y clasifica a quien clasifica” [8]. Meisel, clasificando y categorizando constantemente a través de sus elecciones visuales, se somete él mismo al juicio. Su longevidad en una industria notoriamente volátil sugiere que ha ganado el derecho a clasificar, a establecer qué merece ser visto y cómo debe ser visto.
Lo más irónico quizás sea que el propio Meisel permanece en gran medida invisible. A diferencia de otros fotógrafos famosos que cultivan su propia imagen pública, Meisel es notoriamente discreto, rara vez fotografiado, dando pocas entrevistas. Esta ausencia deliberada del marco público contrasta con la omnipresencia de su trabajo. Se convierte así en una especie de presencia fantasmal en el mundo de la moda, en todas partes y en ninguna simultáneamente.
Esta postura no deja de recordar la del filósofo, que observa el mundo sin necesariamente implicarse directamente en él. Como Beauvoir, que analizaba las estructuras sociales manteniendo una distancia crítica, o como Bourdieu, que cartografiaba los campos sociales reconociendo su propia posición en dichos campos, Meisel observa, documenta y critica mientras permanece en la sombra.
Lo que distingue a Steven Meisel no es su dominio técnico (aunque sea indudable), ni su capacidad para capturar la belleza (aunque sea extraordinaria), sino su voluntad de transformar la fotografía de moda en una herramienta de investigación social y filosófica. En un mundo donde las imágenes son cada vez más numerosas pero menos significativas, Meisel crea fotografías que exigen y recompensan la atención.
Nos recuerda que ver nunca es un acto inocente, siempre es un acto de juicio, de categorización, de posicionamiento social. Y en esta economía visual sobrecargada que caracteriza nuestra época, su trabajo sigue siendo una invitación a mirar más atentamente, más críticamente, más profundamente. No simplemente para admirar la superficie brillante de la moda, sino para vislumbrar las estructuras profundas que sostienen esa superficie.
Steven Meisel no es solo un fotógrafo de moda, es un filósofo visual, un sociólogo de la imagen, un antropólogo del glamour. Y en un mundo cada vez más definido por imágenes superficiales, su mirada penetrante es más necesaria que nunca.
- Simone de Beauvoir, “El segundo sexo”, Gallimard, 1949.
- Simone de Beauvoir, “El segundo sexo, Tomo I: Los hechos y los mitos”, Gallimard, 1949.
- Pierre Bourdieu, “La distinción: Crítica social del juicio”, Les Éditions de Minuit, 1979.
- Steven Meisel, entrevista para 032c Magazine, diciembre de 2008.
- Pierre Bourdieu, “La distinción: Crítica social del juicio”, Les Éditions de Minuit, 1979.
- Susan Sontag, “Sobre la fotografía”, Christian Bourgois, 1979.
- Simone de Beauvoir, “El segundo sexo, tomo II: La experiencia vivida”, Gallimard, 1949.
- Pierre Bourdieu, “La distinción: Crítica social del juicio”, Les Éditions de Minuit, 1979.
















