Escuchadme bien, panda de snobs, mientras os hablo de Wynnie Mynerva, nacida en 1992 en Villa El Salvador, en la periferia de Lima. Si creéis que lo habéis visto todo en el arte contemporáneo, estáis equivocados. Aquí hay una artista que no se conforma con pintar cuadros bonitos para decorar vuestros salones estériles.
Mientras que la transgresión se ha convertido en una mercancía más, Mynerva logra el prodigio de sacudirnos realmente. No con provocaciones gratuitas, sino con un enfoque visceral que toma raíz en su experiencia personal, en las violencias sistémicas que ha sufrido, en su revuelta contra las normas de género y las estructuras patriarcales. Como escribía Simone de Beauvoir en El Segundo Sexo, “no se nace mujer, se llega a serlo”, pues bien, Mynerva va más allá demostrando que también se puede deshacer esa construcción social, hacerla estallar en mil pedazos en sus monumentales lienzos.
Tomemos su exposición “The Original Riot” en el New Museum en 2023. Un fresco de más de 21 metros de longitud, el mayor jamás expuesto en esta institución, que reescribe el mito bíblico de Eva y Lilith. Pero atención, no es una simple relectura feminista para complacer a los teóricos del género. No, Mynerva lleva la performance al extremo hasta someterse a la extracción quirúrgica de una costilla, la que llaman “la costilla de Adán”, para integrarla a la obra. Esto da un nuevo sentido a la expresión “poner el cuerpo al servicio del arte”. Susan Sontag nos había advertido en “Contra la interpretación” que el arte debe ser una experiencia sensorial antes que un ejercicio intelectual. Mynerva lo ha entendido bien, ella que hace de su cuerpo a la vez el sujeto y el medio de su obra.
La primera característica de su trabajo reside en su manera única de abordar la corporalidad. Sus pinturas no representan simplemente cuerpos, son cuerpos. Masas de carne que desbordan el marco, órganos que parecen pulsar sobre el lienzo, miembros que se entrelazan hasta formar criaturas nuevas. Es Francis Bacon encontrándose con Las Metamorfosis de Ovidio, pero con una dimensión política explosiva. Judith Butler, en Cuerpos que importan, teorizaba la performatividad del género. Mynerva va más lejos creando una performatividad pictórica donde el lienzo mismo se convierte en un cuerpo en transición, un espacio de metamorfosis perpetua.
En la Fondazione Memmo de Roma, en 2024, nos ofrece una meditación conmovedora sobre la enfermedad crónica con “Presagio”. Las cuatro pinturas monumentales del techo, “Casiopea”, “Andrómeda”, “Hydra” y “Berenice”, cada una midiendo 330 por 340 centímetros, trascienden el sufrimiento individual para alcanzar una dimensión cósmica. Al apropiarse del concepto antiguo de melothesia, que relaciona partes del cuerpo y constelaciones, transforma su vulnerabilidad en fuerza creadora. Esto es exactamente de lo que hablaba Georges Canguilhem en Lo Normal y lo Patológico cuando afirmaba que la enfermedad no es una simple desviación respecto a la norma, sino otra manera de estar en el mundo.
La segunda característica de su obra es su capacidad para subvertir los códigos de la pintura clásica mientras los domina perfectamente. Formada en la Escuela Nacional Autónoma de Bellas Artes del Perú, conoce a sus maestros antiguos al dedillo. Pero en lugar de venerarlos ciegamente, los canibaliza, los digiere, los transforma. Su serie “Violated Bliss” (2022) dialoga con el “Masacre de los Inocentes” de Rubens al mismo tiempo que invierte su perspectiva patriarcal. Los cuerpos que pinta ya no son objetos pasivos de la mirada masculina, como ha analizado tan bien Laura Mulvey en Visual Pleasure and Narrative Cinema. No, son sujetos activos, deseantes, a veces violentos.
En su exposición “My Weaponised Body” en la galería Gathering de Londres en 2024, Mynerva profundiza aún más esta reflexión sobre el cuerpo como sitio de resistencia política. Tras su diagnóstico de VIH, convierte lo que podría vivirse como una estigmatización en una poderosa afirmación de sí misma. Estas nuevas obras sobre lienzo en bruto sin tensar, a veces densamente pobladas de formas orgánicas, otras casi vírgenes, evocan una piel desnuda. Nuestros cuerpos llevan las marcas de las alegrías y sufrimientos que hemos vivido, de las luchas que hemos librado. Mynerva hace de esa inscripción corporal el motor mismo de su creación.
La manera en que trata la materia pictórica es revolucionaria. Los pigmentos parecen sangrar sobre el lienzo, creando zonas de densidad variable que recuerdan a los tejidos orgánicos vistos al microscopio. En “Transmutacion” (2024), las pinceladas violáceas y marrones construyen una pantorrilla musculosa o un vientre flexible antes de descomponerse en masas informes de gris estaño. Esto no puede dejar de recordar las teorías de Julia Kristeva sobre lo abyecto, pero Mynerva va más allá de la simple provocación para crear una nueva gramática visual del cuerpo enfermo.
La instalación escultórica “Hueso” (2024), una columna vertebral de resina, fibra de vidrio y poliuretano que serpentea a lo largo de dos plantas de la galería, dialoga con los lienzos como un esqueleto con su carne. Esta obra hace eco de las reflexiones de Michel Foucault sobre el cuerpo como lugar de inscripción del poder, pero también como sitio potencial de resistencia. Para Mynerva, el cuerpo seropositivo no es un cuerpo vencido, sino un cuerpo que se niega a someterse a las exigencias sociales de vergüenza y silencio.
Sus referencias a Lilith, esa primera mujer de Adán expulsada del jardín del Edén por haber rechazado la sumisión sexual, adquieren aquí una nueva dimensión. En la tradición abrahámica, Lilith es demonizada, sexualizada, fetichizada, exactamente como lo son hoy los cuerpos que no se ajustan a las normas heterosexuales. Pero Mynerva la convierte en un símbolo de resistencia, una figura tutelar para todos los cuerpos marginados.
Lo fascinante de Mynerva es que mantiene en sus obras un equilibrio precario entre belleza y violencia, entre seducción y repulsión. Sus obras son magníficas a la par que profundamente perturbadoras. Domina perfectamente lo que Roland Barthes llamó el “punctum”, ese detalle que viene a perturbar el “studium”, la lectura tranquila de la imagen. Una uña negra lacada que emerge de una masa de carne, un par de riñones ensangrentados que aparecen sobre un fondo gris, un torso sin cabeza con pechos perfectos, tantos elementos que vienen a agujerear nuestra cómoda percepción.
El poder de su trabajo reside también en su capacidad para trascender las dicotomías tradicionales: interior/exterior, masculino/femenino, sano/enfermo. Como escribe Donna Haraway, a quien cita con frecuencia, los virus, al infiltrarse y replicarse en las células, borran la distinción clara entre el organismo “interno” y el agente “externo”. Mynerva hace lo mismo con su pintura, creando obras que son a la vez superficies y profundidades, pieles y vísceras.
Su trabajo con el vidrio en la Fondazione Memmo es particularmente revelador de este enfoque. Las esculturas “Tesoros”, creadas en colaboración con un maestro vidriero veneciano, utilizan el aliento como medio, un recordatorio sutil del acto divino del aliento que da vida en el Génesis. Pero aquí, este aliento crea formas ambiguas, ni totalmente orgánicas ni totalmente artificiales, que cuestionan nuestras categorías habituales de percepción.
Hay algo profundamente revolucionario en la forma en que Mynerva aborda la enfermedad crónica. En lugar de verla como una invasión patógena a combatir, la considera un ecosistema complejo con el que hay que aprender a coexistir. Este enfoque hace eco a los trabajos de Paul B. Preciado sobre la farmacopornografía, pero Mynerva va más allá creando una verdadera estética de la convivencia con el virus.
Los críticos superficiales dirán que su trabajo es demasiado literal, demasiado corporal, demasiado político. Pero es precisamente ahí donde radica su fuerza. En un mundo del arte a menudo desencarnado, Mynerva nos recuerda que nuestros cuerpos son campos de batalla políticos, sitios de resistencia y transformación. Como escribió Audre Lorde, “nuestros silencios no nos protegerán”. Mynerva rompe esos silencios con una fuerza explosiva.
Su uso de la escala es particularmente notable. Cuando pinta esos inmensos lienzos que ocupan salas enteras, no busca simplemente impresionar. Crea ambientes inmersivos que obligan al espectador a confrontarse físicamente con la obra. Esto es lo que Maurice Merleau-Ponty llamaba la “carne del mundo”, esa interconexión fundamental entre el cuerpo que percibe y el mundo percibido.
Veo en el trabajo de Mynerva la emergencia de una nueva forma de arte corporal que supera los límites tradicionales del género. Ella no es simplemente una artista que pinta cuerpos o que utiliza su cuerpo como medio. Crea un nuevo lenguaje visual que da cuenta de la experiencia corporal en toda su complejidad política y existencial. Esto es exactamente lo que el arte contemporáneo necesita: menos cinismo posmoderno, más carne, sangre y convicción.
Así que sí, pueden seguir maravillándose con sus pequeños cuadros bien limpios que no molestan a nadie. Pero sepan que mientras tanto, Wynnie Mynerva está reinventando la pintura, empujando los límites de lo que el arte puede decir y hacer. Y lo hace con una urgencia y una autenticidad que hacen mucha falta en el mundo del arte contemporáneo.
















