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Zhan Wang: El acero inoxidable como metáfora social

Publicado el: 20 Septiembre 2025

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 9 minutos

Zhan Wang metamorfosea el acero inoxidable en rocas contemplativas, creando esculturas que reflejan las contradicciones de la China contemporánea. Sus obras interrogan la autenticidad de nuestra época sustituyendo el metal industrial por las piedras de los literatos tradicionales, revelando mediante sus superficies pulidas nuestra relación ambivalente con la modernidad.

Escuchadme bien, panda de snobs, aquí tenemos a un artista que ha sabido hacer del acero inoxidable pulido un oráculo de nuestra época. Zhan Wang no es de esos creadores que se contentan con reproducir los cánones occidentales o con repetir una tradición congelada. No, este hombre de Pekín ha encontrado en el metal industrial el medio para revelar las vertiginosas contradicciones de la China contemporánea, y por extensión, las de nuestro mundo globalizado.

Nacido en 1962, Zhan Wang pertenece a esa generación de artistas chinos que vivió de lleno la transformación radical de su país. Formado en la Academia Central de Bellas Artes de Pekín en los años 80, primero exploró las vías del hiperrealismo antes de desarrollar su singular lenguaje escultórico. Pero fue con sus “rocas artificiales” en acero inoxidable, serie iniciada en 1995, cuando se impuso como una voz esencial del arte contemporáneo mundial.

Estas obras, que forman el corazón de su producción, no se basan ni en la nostalgia patrimonial ni en la crítica fácil a la modernización. Más bien operan una alquimia compleja entre memoria cultural y realidad industrial, entre contemplación tradicional y deslumbramiento tecnológico. Cada “roca” de Zhan Wang se obtiene mediante un proceso de extraordinaria minuciosidad: el artista martillea durante horas placas de acero inoxidable contra piedras verdaderas, reproduciendo cada aspereza, cada hondonada, cada matiz de la superficie natural. ¿El resultado? Esculturas huecas que conservan la forma exacta de su modelo al tiempo que adquieren las propiedades reflectantes del metal pulido.

Este enfoque encuentra sus raíces en una tradición milenaria china: el arte de las “piedras de literatos” (gongshi), esas rocas naturales de formas torturadas que los intelectuales confucianos y taoístas disponían en sus jardines para meditar sobre la naturaleza y cultivar su refinamiento espiritual. Estas piedras, a menudo agujereadas por la erosión, se consideraban concentrados de la esencia cósmica, microcosmos que permitían comprender el orden universal. Su contemplación debía elevar el alma y nutrir la sabiduría.

Sin embargo, Zhan Wang traslada esta tradición al universo del acero inoxidable, material emblemático de la modernidad industrial china. Esta elección no es arbitraria: el inoxidable constituye el esqueleto de los rascacielos que brotan por toda China, reviste las fachadas de los centros comerciales y equipa las cocinas domésticas. Al sustituir este metal por las piedras ancestrales, el artista interroga frontalmente la legitimidad de nuestros nuevos objetos de veneración. ¿Qué veneran los chinos de hoy? ¿Los valores confucianos transmitidos por las generaciones o las promesas relucientes del consumo? ¿Los jardines contemplativos o los centros comerciales llamativos?

El efecto producido por estas rocas metálicas va más allá de la simple provocación conceptual. Su superficie pulida transforma cada escultura en un espejo deformante que refleja imágenes fragmentadas del entorno. Instaladas en el espacio urbano, reflejan las torres de cristal, los neones publicitarios, los rostros de los transeúntes, creando un caleidoscopio perpetuamente en movimiento. Esta cualidad reflectante constituye el genio de la obra: imposibilita toda contemplación pasiva, toda evasión nostálgica hacia un pasado idealizado. El espectador no puede escapar a la confrontación con su propio reflejo y el de la modernidad que le rodea.

Esta dimensión reflexiva nos lleva a una interpretación más profunda, aquella que nos brinda la arquitectura. Porque las rocas de Zhan Wang dialogan estrechamente con la evolución del espacio urbano chino, y más ampliamente con la filosofía del hábitat contemporáneo. El artista vivió directamente las transformaciones brutales de Pekín en los años 1990, asistiendo a la destrucción de los hutongs tradicionales y a la erección de complejos inmobiliarios estandarizados [1]. Esta experiencia traumática alimenta su reflexión sobre las nuevas relaciones entre naturaleza y artificio, entre memoria y modernidad.

En la arquitectura tradicional china, el jardín de literatos constituía un espacio de mediación entre el hombre y el cosmos. Las piedras ocupaban un lugar central, organizadas según principios estéticos y filosóficos precisos que debían favorecer la circulación del qi (energía vital) y la armonía entre los elementos. Estas disposiciones reflejaban una concepción orgánica del hábitat, donde cada componente contribuía al equilibrio del conjunto. Las rocas naturales, por sus formas tormentosas y sus superficies rugosas, encarnaban la potencia creadora de la naturaleza al mismo tiempo que invitaban a la contemplación de su belleza impermanente.

La arquitectura contemporánea china, dominada por los principios funcionalistas y los imperativos económicos, ha roto ampliamente con esta tradición. Los espacios verdes urbanos, cuando existen, a menudo se reducen a parterres geométricos adornados con algunas rocas decorativas sin alma. En este contexto, las “rocas artificiales” de Zhan Wang adquieren una dimensión crítica evidente: denuncian el empobrecimiento espiritual de nuestros entornos construidos al mismo tiempo que proponen una alternativa poética. Sus superficies espejantes crean nuevos juegos de luz y multiplican las perspectivas, reintroduciendo una forma de misterio y dinamismo en espacios a menudo uniformes.

Pero el artista va más lejos al cuestionar los mismos fundamentos de la autenticidad arquitectónica. Sus piedras de acero, aunque artificiales, poseen una “verdad” que ya no tienen las rocas naturales colocadas frente a los edificios modernos. Estas, arrancadas de su contexto original y privadas de su función contemplativa, no son más que elementos decorativos vaciados de su sentido. Las creaciones de Zhan Wang, al contrario, asumen plenamente su naturaleza industrial al mismo tiempo que conservan el poder evocador de sus modelos naturales [2]. Así encarnan una nueva forma de autenticidad, adaptada a las realidades de nuestra época.

Esta reflexión sobre la autenticidad encuentra una extensión sorprendente en una de las acciones más espectaculares del artista: en 2000, hizo arrojar al mar una de sus rocas de acero más allá del límite de las aguas territoriales chinas, en aguas internacionales frente a la isla de Lingshan [3]. Esta obra, titulada “Más allá de doce millas náuticas”, escapa a toda apropiación nacional o privada. Flotando al compás de las corrientes, encarna un arte verdaderamente libre, sustraído a las lógicas mercantiles y a las reivindicaciones identitarias.

Este gesto radical ilustra perfectamente el alcance filosófico del trabajo de Zhan Wang. Al liberar su obra en el océano, el artista realiza un acto de pura generosidad creativa que recuerda los gestos rituales de los monjes budistas soltando linternas en el cielo. Renuncia a todo control sobre el devenir de su creación, aceptando que pueda desaparecer para siempre o ser descubierta por casualidad dentro de varias décadas. Este enfoque revela una concepción del arte como un don desinteresado a la humanidad, como un mensaje lanzado hacia un futuro incierto.

El océano se convierte aquí en una metáfora del inconsciente colectivo, un espacio neutro donde las obras pueden recuperar su poder de evocación primordial, despojadas de los códigos culturales que limitan su alcance. Al confiar su roca a las olas, Zhan Wang realiza simbólicamente el sueño de todo creador: que su obra sobreviva a sus intenciones y continúe hablando a las generaciones futuras en un lenguaje universalmente comprensible.

Esta dimensión espiritual del trabajo encuentra también su expresión en las instalaciones urbanas del artista. Sus “Paisajes urbanos”, ensamblajes de miles de utensilios de cocina de acero inoxidable dispuestos para evocar megalópolis en miniatura, revelan con una ironía mordaz nuestra relación fetichista con los objetos manufacturados. Estas acumulaciones de espumaderas, cacerolas y teteras convierten nuestros instrumentos culinarios cotidianos en rascacielos brillantes, creando ciudades fantasmáticas donde se mezclan la familiaridad doméstica y el vértigo urbano.

El efecto producido recuerda a las maquetas de arquitectura, pero a la inversa: en lugar de proyectar un futuro ideal, estas instalaciones revelan la dimensión obsesiva de nuestra acumulación de objetos. Cada utensilio brilla con el resplandor de lo nuevo, pero su multiplicación infinita evoca también la angustia de la sobreproducción industrial. Como observa Karen Smith, estas obras “reinterpretan el concepto tradicional chino de la montaña ornamental y las nociones preindustriales del paisaje” [4]. Así, Zhan Wang nos enfrenta a la ambigüedad de nuestra época: estos objetos que facilitan nuestra vida cotidiana son también símbolos de nuestra alienación consumista.

El artista prolonga esta reflexión crítica en sus performances e instalaciones efímeras. En 2001, “reparó” la Gran Muralla China insertando ladrillos de acero inoxidable pulido, un gesto a la vez insignificante y simbólico que cuestiona nuestras relaciones con el legado histórico. ¿Cómo preservar el patrimonio sin fosilizarlo? ¿Cómo hacerlo vivir sin desnaturalizarlo? Estas cuestiones atraviesan toda la obra de Zhan Wang y resuenan particularmente en una China en perpetua transformación.

Esta preocupación por la memoria y su transmisión también se expresa en sus series de los años 2000, en particular las “86 Figuras divinas” (2008) y “Medicina budista” (2004-2006). Estas obras exploran los sincretismos religiosos de la China contemporánea, donde coexisten tradiciones ancestrales e influencias occidentales, espiritualidades auténticas y recuperaciones comerciales. Una vez más, el artista rechaza las oposiciones binarias para revelar las hibridaciones complejas de nuestra modernidad.

El genio de Zhan Wang reside en su capacidad para transformar los materiales más prosaicos en soportes de meditación filosófica. Su acero inoxidable nunca es gratuito: lleva en sí toda la historia de la industrialización china, sus promesas de emancipación así como sus desilusiones. Al trabajarlo con la paciencia de un artesano tradicional, el artista reconcilia un gesto ancestral y material contemporáneo, creando objetos que son a la vez perfectamente de su tiempo e intemporales.

Esta síntesis paradójica constituye quizás la aportación más valiosa del arte de Zhan Wang a nuestra época convulsa. Frente a las tentaciones del repliegue identitario o de la uniformización global, propone una tercera vía: la de la transformación creativa, que asume la herencia del pasado adaptándola a los desafíos del presente. Sus rocas de acero nos enseñan que es posible preservar lo esencial de nuestras tradiciones mientras abrazamos resueltamente la modernidad, siempre que pongamos la paciencia y la inteligencia necesarias.

La obra de Zhan Wang nos recuerda, en última instancia, que el arte verdadero no se limita a decorar nuestras vidas o proporcionarnos emociones estéticas. Nos ayuda a descifrar el mundo, a comprender las fuerzas que lo transforman, a imaginar otras formas de habitarlo. En este sentido, los espejos de acero del artista chino son mucho más que simples esculturas: son instrumentos de óptica espiritual que nos permiten ver con mayor claridad en la niebla de nuestra época.

En un mundo donde el arte contemporáneo suele perseguir modas y especulaciones mercantiles, Zhan Wang nos ofrece el ejemplo de una creación auténticamente comprometida, que extrae su fuerza de la observación paciente de la realidad y la meditación sobre sus contradicciones. Sus rocas metálicas brillarán por mucho tiempo en nuestra memoria, devolviéndonos la imagen de lo que nos hemos convertido al tiempo que nos invitan a soñar con lo que podríamos ser.


  1. Li Xianting, “Empty Soul Empty – Temptation series”, Beijing Youth Daily, 14 de junio de 1994.
  2. Wu Hung, Transience: Chinese Experimental Art at the End of the Twentieth Century, Chicago, The David and Alfred Smart Museum of Art, 1999.
  3. Zhan Wang, “Más allá de doce millas náuticas, roca flotante deriva en alta mar”, propuesta de artista, 2000.
  4. Karen Smith, “Contemporary Rocks: Zhan Wang reworks the traditional Chinese concept”, World Sculpture News, invierno 1997.
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Referencia(s)

ZHAN Wang (1962)
Nombre: Wang
Apellido: ZHAN
Otro(s) nombre(s):

  • 展望 (Chino simplificado)
  • Zhǎn Wàng

Género: Masculino
Nacionalidad(es):

  • China

Edad: 63 años (2025)

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