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Martes 18 Noviembre

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Anselm Kiefer transforma las ruinas en oro

Publicado el: 20 Diciembre 2024

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 5 minutos

Kiefer no se limita a pintar, acumula, pega, suelda y quema. ¿Plomo fundido? ¿Por qué no? ¿Paja calcinada? Por supuesto. ¿Fragmentos de hormigón arrancados del suelo? Evidentemente. Es como si Heidegger se hubiera encontrado con un chatarrero bajo ácido.

Escuchadme bien, panda de snobs, hay artistas que os hacen perder el tiempo y otros que os hacen perder la razón. Anselm Kiefer, nacido en 1945 en Donaueschingen, pertenece a la segunda categoría. Es como si este hombre hubiera decidido hacer de la Historia alemana su propia terapia mediante el arte, pero en lugar de convertirlo en una agradable sesión en el diván, nos ofrece una deflagración monumental que te explota en la cara como un búnker lleno de TNT.

Hablemos primero de esta obsesión casi enfermiza por el peso de la materia. Kiefer no se limita a pintar, no, eso sería demasiado sencillo para este gigante con calvicie asumida que deambula por su taller parisino en bicicleta como un niño en una tienda de juguetes apocalípticos. Apila, pega, suelda, quema. ¿Plomo fundido? ¡Por qué no! ¿Paja calcinada? ¡Claro que sí! ¿Trozos de hormigón arrancados del suelo? ¡Evidentemente! Es como si Heidegger se hubiera encontrado con un chatarrero drogado y juntos hubieran decidido reinventar el arte contemporáneo.

Y no me hagan empezar con sus bosques. Esos malditos bosques alemanes que acechan sus lienzos como los fantasmas de una memoria colectiva traumatizada. ¿Sabéis lo que decía Hegel? “La Historia es el tribunal del mundo.” Pues bien, Kiefer es a la vez juez, fiscal y acusado en ese tribunal donde los árboles son los testigos silenciosos de una cultura que se auto inmoló en el altar de su propia locura. Cada rama torcida, cada tronco ennegrecido es una metáfora que te abofetea con la fuerza de un Nietzsche enfadado.

¿Realmente creéis que estos paisajes devastados, estos campos arados hasta el agotamiento donde la tierra misma parece gritar de dolor, están ahí solo para embellecer vuestro salón climatizado? No, mis pequeños corderitos del arte contemporáneo, Kiefer hace algo mucho más radical: convierte la pintura en filosofía material. Walter Benjamin hablaba del aura de las obras de arte, aquí, el aura te atrapa de la garganta y se niega a soltarte.

Tomad sus libros de plomo. No esas porquerías digitales que hojeáis distraídamente en vuestras tabletas mientras sorbéis vuestro café ecológico, sino libros que pesan toneladas, literalmente. Es el conocimiento que se convierte en materia, que se derrumba bajo su propio peso como una civilización demasiado cargada de sus certezas. Es Gutenberg encontrándose con Prometeo en un vertedero industrial, y el resultado es sobrecogedor.

Y luego está esa manera que tiene de jugar con el espacio. Sus instalaciones son catedrales paganas donde lo sagrado se mezcla con lo profano en una danza macabra que habría hecho llorar de envidia a Baudelaire. Cuando entras en una de sus exposiciones, ya no eres simplemente un espectador, te conviertes en un participante involuntario en un ritual de la memoria. Es como si cada obra fuera una estación en un camino de cruz posindustrial.

El polvo, las cenizas, el barro, no son solo materias primas para él, son un lenguaje. Un lenguaje que habla de destrucción y renacimiento, de trauma y redención. Cada cuadro es una batalla entre la materia y el sentido, entre el caos y el orden. ¿Y sabéis qué? El caos gana a menudo, pero de una manera tan magnífica que no puedes evitar aplaudir.

Ahí reside el genio de Kiefer: ha entendido que el arte no está para consolarnos con imágenes bonitas, sino para enfrentarnos a aquello que preferiríamos olvidar. Toma los mitos germánicos, la Cábala, la poesía de Paul Celan, y los hace chocar como partículas en un acelerador espiritual. ¿El resultado? Una explosión de sentido que te deja aturdido pero extrañamente más lúcido.

Así que sí, sus obras son enormes, abrumadoras, a veces incluso opresivas. Pero ¿no es eso justo lo que necesitamos en una época en la que el arte a menudo se reduce a autofotos digitales y a instalaciones conceptuales tan ligeras que corren el riesgo de volar con la menor ráfaga del aire acondicionado? Kiefer nos recuerda que el arte aún puede tener peso, en sentido literal y figurado.

Y para quienes piensen que todo esto es demasiado serio, demasiado pesado, demasiado alemán, yo digo: ¡despertad! En un mundo donde la superficialidad reina, donde la historia se reduce a memes y la cultura a algoritmos, necesitamos desesperadamente artistas que se atrevan a excavar profundo, incluso si eso significa ensuciarse las manos con el barro de la historia.

Kiefer es el último de los titanes, un artista que trabaja a escala de mitos manteniendo los pies firmemente anclados en la realidad más brutal. Transforma los traumas en oro alquímico, las ruinas en catedrales, y nuestros miedos más profundos en experiencias estéticas trascendentes. Es un gigante que hace arte como otros hacen la guerra, con una intensidad absoluta y sin concesiones.

Y si encontráis que sus obras son difíciles de sobrellevar, bueno, quizás ese sea el propósito. El arte de Kiefer no está hecho para decorar vuestros muros, está hecho para sacudir vuestras certezas, para haceros dudar de todo lo que creíais saber sobre la historia, la memoria y la propia posibilidad de la representación tras la catástrofe.

Entonces, la próxima vez que te encuentres frente a una de sus obras monumentales, no busques la pequeña historia o la anécdota reconfortante. Déjate inundar por esta marea de materia y sentido. Porque Kiefer no solo hace arte, recrea el mundo cada vez, un mundo donde la belleza y el horror bailan juntos en un vals vertiginoso que nos recuerda que, al fin y al cabo, todos somos supervivientes de la historia.

Para terminar, debes saber que si no entiendes la importancia capital de este artista, quizás seas parte de esas almas delicadas que prefieren sus exposiciones como sus cafés, ligeros y sin sorpresas. Pero el arte de Kiefer es como un trueno en un cielo de verano: te despierta, te sacude y te recuerda que la belleza más profunda suele nacer de las cicatrices más dolorosas.

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Referencia(s)

Anselm KIEFER (1945)
Nombre: Anselm
Apellido: KIEFER
Género: Masculino
Nacionalidad(es):

  • Alemania

Edad: 80 años (2025)

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