English | Español

Martes 18 Noviembre

ArtCritic favicon

Chantal Joffe: La verdad cruda sobre lienzo

Publicado el: 28 Diciembre 2024

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 6 minutos

Chantal Joffe no es la artista de salón que pinta bonitos retratos. Esta americana que se convirtió en británica crea obras que te abofetearán con la fuerza de una verdad que preferirías ignorar. Sus lienzos monumentales son como espejos deformantes de nuestra sociedad.

Escuchadme bien, panda de snobs, Chantal Joffe (nacida en 1969) no es vuestra artista de salón que pinta bonitos retratos para decorar vuestros interiores asépticos. Esta estadounidense convertida en británica, establecida en Londres, crea obras que os abofetearán con la fuerza de una verdad que preferiríais ignorar. Sus lienzos monumentales, algunos alcanzando los 3 metros de altura, son como espejos deformantes de nuestra sociedad, reflejando una realidad que la mayoría de nosotros somos demasiado cobardes para afrontar.

Lo primero que hay que entender: Joffe no está aquí para satisfacer vuestro apetito por el arte “agradable”. Ella pinta mujeres, sí, pero no como esos retratos pulidos que adornan vuestras revistas de moda. Sus pinceladas son brutales, sin concesiones, como si arrancara la carne misma de sus sujetos para exponer su alma. Es como un Lucian Freud que se hubiera fusionado con Alice Neel, pero más radical, más visceral. Sus retratos de mujeres son actos de resistencia contra lo que John Berger llamaba la “mirada masculina”, ya sabéis, esa forma en que la historia del arte siempre ha representado a las mujeres como objetos del deseo masculino.

Cuando Joffe pinta a una mujer, ya sea a su madre Daryll, a su hija Esme, o a ella misma, pulveriza las convenciones con la precisión de un francotirador. Sus figuras femeninas no posan, existen. No buscan agradar, afirman su presencia. Es como si Simone de Beauvoir hubiera cambiado su pluma por un pincel: cada cuadro es una declaración de independencia, un manifiesto que proclama “no se nace mujer, se llega a serlo”.

Toma sus retratos de madre e hija. Ahí es cuando Joffe se vuelve realmente interesante, queridos amigos snobs. Ha pintado a su madre durante más de treinta años, creando una crónica visual del envejecimiento que hace que tus selfies de Instagram parezcan tan profundos como un charco. Estos retratos son como capítulos de una novela de Virginia Woolf: cada pincelada cuenta la historia de una relación en constante evolución, marcada por el paso inexorable del tiempo.

¡Y hablemos de sus autorretratos! En 2018, se pintó a sí misma cada día durante un año. No esos autorretratos narcisistas que publicáis en redes sociales con quince filtros distintos. No, estas obras son como confesiones brutales, diarios íntimos expuestos a la vista de todos. Es como Robert Lowell en pintura, poesía confesional traducida a óleo sobre lienzo. Cada cuadro es un viaje a las profundidades de la psique, una exploración sin concesiones de lo que significa ser una mujer artista en un mundo que aún prefiere a sus creadoras sabias y dóciles.

Todos esos autorretratos de 2018 forman un corpus particularmente poderoso. Mirarse sin piedad durante un año, documentando cada estado de ánimo, cada cambio, eso es arte de verdad. Es como si Roland Barthes hubiera decidido hacer su “Chambre claire” en pintura, pero más visceral, más urgente.

La manera en que trata la carne es revolucionaria. No busca halagar, busca revelar. Sus cuerpos son territorios de verdad, no fantasías manufacturadas. Cuando pinta a una adolescente con minifalda, no es para satisfacer la mirada masculina, sino para capturar ese momento preciso de la vida en que se oscila entre vulnerabilidad y desafío. Es Julia Kristeva encontrándose con Jenny Saville en un combate pictórico de boxeo.

¿Su técnica? Tan brutal como eficaz. Pinta con una urgencia que hace que vuestros artistas favoritos parezcan tan dinámicos como una naturaleza muerta. Sus pinceladas son como puñaladas, cada trazo es una decisión, una afirmación. Usa la pintura como Sylvia Plath usaba las palabras: para diseccionar la realidad hasta el hueso.

Sus grandes lienzos te confrontan con una intensidad que convierte tus instalaciones favoritas de vídeo en nanas para niños. Cuando estás frente a un Joffe de tres metros de alto, no puedes escapar. Te obliga a mirar, a realmente ver. Es como estar atrapado en una conversación con alguien que se niega a fingir, que insiste en decir la verdad, toda la verdad.

Y no me hagas empezar con su forma de tratar el color. Usa los rosas y azules como armas, transformando tonos que podrían ser suaves en algo casi violento. Es como si Rothko decidiera pintar personas, pero manteniendo toda la intensidad emocional de sus campos de color.

Su trabajo sobre las adolescentes es especialmente revelador. Captura esa etapa crucial con una agudeza que duele. Estas jóvenes no son las criaturas etéreas a las que la historia del arte nos ha acostumbrado. Son reales, torpes, poderosas en su misma vulnerabilidad. Es como si Louise Bourgeois hubiera decidido hacer pintura figurativa.

Lo fascinante de su trabajo es su forma de tratar el tiempo. No pinta momentos, pinta duraciones, relaciones que evolucionan, identidades en mutación constante. Es Henri Bergson cobrando vida sobre el lienzo, la duración pura traducida en pigmentos y óleo. Cada retrato es como una capa geológica, revelando las estratas del tiempo que pasa.

Los críticos que la comparan con Lucian Freud sólo ven una parte de la historia. Sí, hay esa misma atención obsesiva al detalle de la carne, pero Joffe va más allá. No se limita a pintar lo que ve, pinta lo que sabe. Es como si combinara el enfoque fenomenológico de Merleau-Ponty con la brutalidad emocional de una Frida Kahlo.

Su uso de la fotografía como fuente también es fascinante. No copia las fotos, las disecciona, las reinterpreta. Es Walter Benjamin encontrándose con Francis Bacon: la reproducción mecánica transformada en algo profundamente, visceralmente humano.

Y no piensen ni por un segundo que sus retratos familiares son simples ejercicios de nostalgia. Cada cuadro de su madre, de su hija, es una exploración de las dinámicas de poder, de los lazos que nos unen y a veces nos asfixian. Es Michel Foucault quien se habría puesto a la pintura figurativa.

La manera en que trata el espacio es totalmente inédita. Sus figuras a menudo parecen flotar en un vacío que no está realmente vacío, un espacio cargado de emoción y tensión. Es Gaston Bachelard cobrando vida sobre el lienzo, el espacio íntimo convirtiéndose en un campo de batalla emocional.

Chantal Joffe navega constantemente entre lo personal y lo político. Cada retrato es una declaración, cada pincelada un acto de resistencia contra las normas establecidas. Ella hace lo que Judith Butler teoriza: performa el género a través de la pintura, pero de una manera que deconstruye en lugar de reforzar los estereotipos.

Chantal Joffe es la artista que necesitamos en este momento. En un mundo obsesionado con las apariencias, ella nos fuerza a mirar más allá de la superficie. Ella pinta la verdad, incluso cuando esa verdad es incómoda. Y si eso te hace sentir incómodo, mejor. El arte no está para arrullarte en tu zona de confort.

Was this helpful?
0/400

Referencia(s)

Chantal JOFFE (1969)
Nombre: Chantal
Apellido: JOFFE
Género: Femenino
Nacionalidad(es):

  • Reino Unido

Edad: 56 años (2025)

Sígueme