Escuchadme bien, panda de snobs, Chloé Wise (nacida en 1990) encarna perfectamente a la artista que sabe convertir nuestra sociedad de consumo en un teatro del absurdo, manteniendo al mismo tiempo una distancia crítica notablemente aguda. Esta canadiense establecida en Nueva York despliega un arsenal creativo que oscila entre la pintura al óleo, la escultura y la instalación, creando un universo donde la risa se mezcla con la reflexión más aguda sobre nuestra época. Su trabajo, profundamente arraigado en nuestro tiempo, disecciona con precisión quirúrgica los mecanismos que rigen nuestras relaciones sociales y nuestra relación con el consumo.
En su trabajo, se destacan dos ejes con una evidencia impactante. El primero se refiere a su manera única de abordar el consumismo y sus códigos, especialmente a través de una exploración de la relación entre la comida y el deseo. Sus esculturas de bolsas en forma de bagels o baguettes, como su famoso “Bagel No. 5” (2014), no son simples provocaciones. Se inscriben en una tradición filosófica que se remonta a Jean Baudrillard y su teoría del simulacro. Baudrillard, en “Simulacros y simulación” (1981), desarrolló la idea de que nuestra sociedad contemporánea había sustituido lo real por signos de lo real. Las obras de Wise ilustran perfectamente esta teoría creando objetos que son a la vez simulaciones de artículos de lujo y representaciones de comida, difuminando así las fronteras entre lo comestible y lo comercial, entre lo auténtico y lo artificial.
Este enfoque encuentra un eco particular en sus instalaciones más recientes, como la serie de candelabros en forma de ensalada César, donde lo falso se vuelve más real que la naturaleza, creando lo que Baudrillard llamaba la hiperrealidad. Estas esculturas no son simplemente trucos visuales sofisticados; cuestionan nuestra relación con la autenticidad en un mundo donde la frontera entre lo verdadero y lo falso se vuelve cada vez más porosa. Las gotas de vinagreta que parecen perladas sobre las hojas de lechuga de sus instalaciones lumínicas crean una tensión fascinante entre lo perecedero y lo eterno, entre lo utilitario y lo artístico.
El segundo eje de su trabajo reside en su enfoque del retrato contemporáneo. Wise revisita este género tradicional con una perspicacia muy particular, integrando los códigos visuales de la era digital. Sus retratos no son simples representaciones de personas, sino exploraciones profundas de cómo nos presentamos en la era de las redes sociales. Este enfoque hace eco de las reflexiones de Roland Barthes en “La cámara lúcida” (1980) sobre la fotografía y la forma en que construimos nuestra imagen. Barthes hablaba del “punctum”, ese elemento que en una imagen nos señala y nos toca personalmente. En Wise, este punctum se encuentra a menudo en las expresiones ligeramente desplazadas de sus modelos, en esas sonrisas que parecen a la vez auténticas y artificiales.
La manera en que pinta a sus amigos y conocidos, a menudo con productos de consumo corriente como accesorios, crea una tensión fascinante entre lo íntimo y lo comercial. Estos retratos no pueden dejar de recordar a las naturalezas muertas del siglo XVII holandés, donde los objetos cotidianos estaban cargados de un simbolismo profundo. Pero en Wise, los símbolos son los de nuestra época: envases de productos lácteos, marcas reconocidas, objetos cotidianos elevados a la categoría de iconos. Su técnica pictórica, heredada de los grandes maestros pero aplicada a temas contemporáneos, crea un diálogo fascinante entre tradición y modernidad.
En sus últimas obras, especialmente las presentadas en la exposición “Torn Clean” (2024), Chloé Wise lleva aún más lejos su reflexión sobre la vulnerabilidad humana y nuestra forma de ocultarla. La introducción de vendas en sus retratos crea una nueva capa de lectura: estos accesorios médicos se convierten en metáforas de nuestra fragilidad y de nuestra necesidad constante de reparación. Las sonrisas maniáticas de sus sujetos, combinadas con estas vendas discretas, cuentan una historia de resiliencia forzada, de esta obligación social de “poner buena cara” a pesar de nuestras heridas.
Su uso del color merece una atención particular. Los tonos de piel que emplea, a veces calificados como “lechoncito” en sus tubos de pintura, crean una tensión entre lo sublime y lo abyecto. Este enfoque recuerda las teorías de Julia Kristeva sobre la abyección en el arte, donde lo bello y lo repulsivo conviven en una danza compleja. Los fondos monocromáticos de sus retratos recientes, a menudo cercanos a los tonos de piel de sus sujetos, crean un efecto de camuflaje sutil que refuerza la sensación de una identidad en disolución.
Wise navega entre diferentes registros sin caer jamás en el cinismo puro. Su humor actúa como un caballo de Troya, permitiendo introducir cuestionamientos más profundos sobre nuestra época. Ella logra mantener un equilibrio delicado entre la crítica social y una forma de empatía por sus sujetos, creando así un arte que no es ni completamente acusador ni totalmente complaciente.
Su trabajo sobre las sonrisas, en particular, merece atención. En una sociedad donde la sonrisa se ha convertido en una forma de moneda social, Wise la convierte en un objeto de estudio antropológico. Sus retratos capturan esa extraña temporalidad de la sonrisa posada, aquella que dura demasiado para ser natural. Esta exploración hace eco a las observaciones de Baudrillard en “América” sobre la sonrisa americana como forma de comunicación codificada. Los sujetos de Wise parecen conscientes de ser observados, sus expresiones oscilan entre lo auténtico y lo performativo.
La artista no se limita a criticar esta performance social; también revela su extraña belleza y necesidad. Sus retratos recientes, con sus sonrisas exageradas y sus vendas discretas, cuentan la historia de nuestra resiliencia colectiva, de nuestra capacidad para seguir sonriendo incluso en la adversidad. Quizás ahí reside la mayor fuerza de su trabajo: en su capacidad para transformar nuestra cotidianidad mediática en una forma de poesía visual contemporánea.
Su enfoque hacia la fama y el reconocimiento artístico es particularmente interesante. Desde el revuelo causado por su “Bagel No. 5” llevado en un evento de Chanel, Wise ha sabido navegar en el mundo del arte con una inteligencia notable. Ella utiliza los mismos mecanismos que critica, redes sociales, cultura de influencers, marketing de lujo, para difundir su trabajo. Sus obras funcionan tanto como críticas sociales como objetos de deseo. Sus pinturas y esculturas, al señalar los excesos de nuestra sociedad de consumo, se convierten ellas mismas en objetos de colección codiciados. Esta ironía no escapa a la artista, que la convierte en un elemento de su reflexión sobre cómo el arte circula y adquiere valor en nuestra sociedad.
La dimensión performativa de su trabajo se extiende más allá del lienzo y la escultura. Sus instalaciones crean entornos inmersivos que transforman el espacio de exposición en un escenario donde se representa el teatro de nuestro consumo cotidiano. Los bloques de mantequilla derritiéndose lentamente sobre sus pedestales de vidrio en sus exposiciones recientes crean una tensión temporal que obliga al espectador a confrontar la naturaleza efímera de nuestros deseos y posesiones.
Su uso del medio tradicional de la pintura al óleo para representar nuestro mundo hiperconectado no es casual. Esta técnica, históricamente asociada a retratos de la aristocracia y naturalezas muertas suntuosas, se convierte en sus manos en una herramienta para documentar e interrogar nuestros nuevos rituales sociales. La virtuosidad técnica que despliega sirve para representar momentos aparentemente banales, alguien bebiendo leche de almendras, un amigo posando con sus auriculares inalámbricos, transformando esos instantes cotidianos en cuadros que merecen la misma atención que las vanitas del siglo XVII.
La pandemia añadió una nueva dimensión a su trabajo, especialmente en su forma de abordar la indiferencia como mecanismo de supervivencia. En un mundo saturado de información traumática, sus obras exploran cómo logramos mantener una fachada de normalidad. Sus retratos de ese período capturan esta extraña dualidad: la conciencia aguda de la catástrofe y la necesidad de continuar funcionando normalmente. Los cuerpos que pinta, a menudo desnudos pero nunca vulgarizados, también llevan las marcas de nuestra época: tatuajes, piercings, accesorios tecnológicos. Estos elementos se convierten en marcadores temporales que anclan sus obras en nuestro presente al mismo tiempo que les otorgan una dimensión arqueológica potencial.
Ella reserva a los objetos cotidianos un tratamiento muy particular. Sus naturalezas muertas contemporáneas, pobladas de productos de consumo corriente, transforman esos objetos en reliquias de nuestro tiempo. Un cartón de leche se convierte en un artefacto cultural, una tira adhesiva simboliza nuestra vulnerabilidad colectiva. Este enfoque recuerda la tradición de las vanitas, pero actualizada para nuestra época de sobreconsumo y obsolescencia programada.
La influencia de lo digital en su práctica es particularmente visible en su manera de componer sus imágenes. Sus encuadres, a menudo inspirados en los códigos de los selfies y las fotos de redes sociales, crean un diálogo entre la tradición del retrato pintado y las nuevas formas de autorrepresentación. Esta hibridación de referencias visuales produce obras que funcionan tanto como documentos sociológicos como objetos estéticos autónomos.
Su trabajo sobre la materialidad es particularmente fascinante en sus esculturas. El uso de uretano y pintura al óleo para crear simulaciones hiperrealistas de comida plantea preguntas fundamentales sobre nuestra relación con lo real en una sociedad donde lo virtual ocupa un lugar cada vez mayor. Estas obras no son simplemente sofisticados trampantojos; cuestionan nuestra capacidad para distinguir lo verdadero de lo falso, lo natural de lo artificial.
La dimensión política de su trabajo, aunque nunca didáctica, se manifiesta en su manera de abordar las cuestiones de género e identidad. Sus retratos de mujeres, en particular, deconstruyen los códigos de la representación femenina en el arte. Las expresiones a veces grotescas o inquietantes de sus modelos femeninos desafían las convenciones de belleza y docilidad tradicionalmente asociadas a los retratos de mujeres.
Wise logra crear un arte que habla profundamente de nuestra época mientras evita las trampas del comentario social simplista. Su trabajo es complejo precisamente porque rechaza las posturas morales fáciles. Ella nos muestra nuestro mundo en toda su absurdidad, su belleza y su horror, dejándonos libres para navegar entre estas diferentes interpretaciones.
El trabajo de Chloé Wise constituye un comentario complejo y matizado sobre nuestra época, donde lo auténtico y lo artificial se confunden constantemente. Ella logra capturar la esencia de nuestra relación ambivalente con el consumo, la representación del yo y la tecnología, mientras crea obras que siguen siendo profundamente humanas en su enfoque. A través de su mirada a la vez crítica y empática, Wise nos ofrece un espejo de nuestra sociedad, pero un espejo que no se limita a reflejar: revela, cuestiona y transforma nuestra percepción de lo real.
















