Escuchadme bien, panda de snobs, la historia del arte está llena de figuras que han redefinido nuestra relación con la imagen, pero pocas han logrado hacerlo con tanta audacia y pertinencia como Cindy Sherman, nacida en 1954. Esta fotógrafa estadounidense, tan esquiva como omnipresente en su obra, ha construido durante más de cuatro décadas una vertiginosa exploración de la identidad que sigue interpelándonos con una agudeza renovada en la era de las redes sociales. Su trabajo, que desafía toda categorización simple, constituye una de las investigaciones más profundas y coherentes sobre la naturaleza de la identidad y la representación en el arte contemporáneo.
En el universo fotográfico de Sherman, cada imagen es un teatro donde ella representa una multitud de personajes, creando puestas en escena en las que es a la vez sujeto y objeto, fotógrafa y modelo. Esta dualidad fundamental nos remite directamente al concepto filosófico del “simulacro” desarrollado por Jean Baudrillard. Para el filósofo francés, el simulacro no es una simple copia de la realidad, sino una realidad autónoma que acaba sustituyendo al original, creando lo que él llama la hiperrealidad. Las fotografías de Sherman encarnan perfectamente esta noción: sus personajes no son imitaciones de personas reales, sino construcciones que revelan el carácter artificial de toda representación. Cuando se transforma en una estrella de cine de los años 50 o en un personaje de un cuadro del Renacimiento, no busca reproducir fielmente un original, sino crear una nueva realidad que expone los mecanismos de la representación misma.
Esta dimensión de su trabajo toma una resonancia particular en nuestra sociedad contemporánea saturada de imágenes. Sherman anticipó, ya en los años 1970, nuestra relación actual con la imagen de uno mismo, donde cada persona se convierte en el director de su propia vida en las redes sociales. Sus “Untitled Film Stills” (1977-1980) aparecen hoy como una prefiguración genial de nuestra cultura del selfie y los filtros de Instagram. La diferencia fundamental es que Sherman revela conscientemente el artificio donde las redes sociales intentan esconderlo. Al exponer sistemáticamente los mecanismos de la construcción identitaria, nos invita a una reflexión crítica sobre nuestras propias prácticas de representación personal.
La artista lleva esta reflexión aún más lejos en su serie “Centerfolds” (1981), donde subvierte el formato de las revistas eróticas para crear imágenes inquietantes de mujeres vulnerables. Estas fotografías horizontales de gran formato, inicialmente encargadas por Artforum pero nunca publicadas por la revista, transforman la mirada masculina tradicionalmente asociada a este formato en una experiencia perturbadora que obliga al espectador a cuestionar su propia posición de voyeur. Sherman aparece en poses que sugieren vulnerabilidad o angustia, creando una tensión deliberada entre el formato seductor y el contenido inquietante. Esta serie marca un giro en su carrera, demostrando su capacidad para usar los códigos visuales dominantes para deconstruirlos mejor.
La dimensión performativa de la obra de Sherman constituye otro aspecto mayor de su trabajo, que hace eco a las teorías de Judith Butler sobre la performatividad del género. Para Butler, el género no es una esencia sino una performance, una serie de actos repetidos que crean la ilusión de una naturaleza profunda. Sherman representa magistralmente esta performatividad: sus sucesivas transformaciones no revelan una identidad oculta sino que muestran, al contrario, que la identidad misma es una construcción, un papel que desempeñamos. En su serie “History Portraits” (1988-1990), recrea pinturas clásicas con una precisión inquietante, dejando intencionadamente visibles los artificios de la puesta en escena: prótesis mal ajustadas, maquillaje visible, accesorios contemporáneos que desentonan en estos pastiches de pinturas antiguas.
Este enfoque encuentra su prolongación en los “Society Portraits” (2008), donde ella encarna a mujeres de la alta sociedad. Estos retratos no son simples caricaturas de mujeres ricas, sino una exploración compleja de cómo el estatus social se manifiesta a través de signos visibles: ropa de lujo, joyas, cirugía estética. Sherman revela cómo estas mujeres representan su clase social, así como sus personajes de “Untitled Film Stills” representaban su feminidad. La performatividad se convierte así en un hilo conductor que atraviesa toda su obra, conectando sus primeras exploraciones del género con sus cuestionamientos más recientes sobre el estatus social y el envejecimiento.
El trabajo de Sherman también forma parte de una crítica más amplia sobre los estereotipos transmitidos por los medios y la cultura popular. Sus personajes, a veces llevados al extremo del grotesco, funcionan como un espejo deformante que nos devuelve nuestros propios prejuicios. En su serie “Clowns” (2003-2004), explora los límites entre lo cómico y lo inquietante, transformando estas figuras tradicionalmente asociadas con el entretenimiento en presencias perturbadoras que interrogan nuestra relación con la normalidad y la diferencia. Esta serie marca también su paso a lo digital, lo que le permitió crear fondos psicodélicos que acentúan aún más la dimensión pesadillesca de estos retratos.
El uso que Sherman hace de las nuevas tecnologías digitales es particularmente interesante. Mientras que sus primeras obras se realizaban con medios tradicionales, maquillaje, disfraces, accesorios, ella ha ido integrando progresivamente las herramientas digitales en su proceso creativo. Este paso hacia lo digital no representa una ruptura en su trabajo, sino más bien una evolución natural que le permite explorar nuevas posibilidades mientras permanece fiel a sus preocupaciones fundamentales. Las manipulaciones digitales le permiten llevar aún más lejos sus transformaciones, creando personajes que oscilan entre lo real y lo artificial de una manera que hace eco de nuestra propia relación con las tecnologías de la imagen.
En sus obras más recientes, Sherman se ha interesado en el envejecimiento y en cómo la sociedad trata a las mujeres mayores. Estas imágenes, donde ella encarna a mujeres maduras que luchan contra los efectos del tiempo, son particularmente conmovedoras en una cultura obsesionada con la juventud. En ellas explora las estrategias, a menudo desesperadas, empleadas para mantener una apariencia juvenil, al tiempo que revela la violencia simbólica ejercida sobre los cuerpos femeninos envejecidos. Estos retratos recientes demuestran su capacidad para renovar su mirada crítica a la vez que profundiza en sus temas predilectos.
La artista no se limita a criticar las representaciones existentes, sino que crea un nuevo lenguaje visual que desestabiliza nuestras certezas. Sus fotografías siempre son “sin título”, negándose deliberadamente a orientar nuestra interpretación. Esta estrategia se enmarca en la línea de la “muerte del autor” teorizada por Roland Barthes: al borrar su propia identidad tras sus múltiples personajes, Sherman deja al espectador libre para construir el sentido de la obra. Paradójicamente, es al multiplicarse cuando consigue desvanecerse. Este enfoque hace eco a la concepción barthesiana del texto como “tejido de citas”, siendo sus imágenes tejidos complejos de referencias culturales y artísticas.
La cuestión de la mirada es central en la obra de Sherman. Al controlar tanto la creación como la recepción de la imagen, ella es simultáneamente quien mira y quien es mirada, subvierte las dinámicas tradicionales de la mirada en el arte. Esta posición única le permite deconstruir lo que Laura Mulvey llamó el “male gaze”, la mirada masculina que objetifica tradicionalmente el cuerpo femenino en el arte y los medios. Las mujeres que ella encarna nunca son simplemente objetos pasivos de la mirada: miran hacia atrás, desafían al espectador o parecen absortas en sus propias preocupaciones, ignorando deliberadamente la presencia de un público.
La influencia de Sherman en el arte contemporáneo es considerable. Ha abierto el camino a quienes exploran las cuestiones de identidad y representación a través de la fotografía escenificada. Su trabajo también ha anticipado muchas preocupaciones actuales sobre la identidad virtual y la presentación de uno mismo en el espacio digital. En la era de las redes sociales, donde cada uno se convierte en el curador de su propia imagen, su exploración de la construcción identitaria adquiere una nueva resonancia.
Las cuestiones que plantea Sherman sobre identidad, representación y performatividad son más pertinentes que nunca. En un momento en que las identidades virtuales se multiplican, donde los filtros y avatares se convierten en extensiones de nosotros mismos, su obra aparece como profética. Ella había comprendido, mucho antes del advenimiento de lo digital, que la identidad no es un dato fijo sino una construcción en movimiento, un juego de máscaras y espejos. Sus fotografías nos invitan a reflexionar sobre nuestra propia participación en estos juegos de máscaras contemporáneos.
Su capacidad para reinventarse constantemente, explorar nuevos territorios mientras se mantiene fiel a sus cuestionamientos fundamentales, hace de Sherman una artista importante de nuestro tiempo. Su influencia se extiende mucho más allá del mundo del arte contemporáneo: ha cambiado nuestra forma de ver y de vernos a nosotros mismos, anticipando las transformaciones en nuestra relación con la imagen en la era digital. Si su trabajo aún nos fascina tanto, es porque sigue planteando preguntas esenciales sobre lo que significa ser uno mismo en un mundo donde la imagen se ha convertido en el principal vehículo de identidad.
Sherman sabe mantener un delicado equilibrio entre crítica y empatía. Incluso cuando lleva a sus personajes hacia lo grotesco o lo absurdo, se percibe una comprensión profunda de los mecanismos psicológicos y sociales que subyacen a nuestros comportamientos. Su trabajo nunca es simplemente burlón o acusatorio: revela la complejidad de las relaciones que mantenemos con nuestras propias imágenes y las de los demás.
Mientras navegamos en un océano de imágenes digitales, construyendo y reconstruyendo constantemente nuestras identidades en línea, la obra de Sherman resuena con una nueva fuerza. Nos recuerda que detrás de cada imagen hay una puesta en escena, que detrás de cada identidad hay una performance. En un mundo donde la frontera entre lo real y lo virtual se vuelve cada vez más difusa, su trabajo nos invita a mantener una mirada crítica y lúcida sobre las imágenes que nos rodean y nos constituyen.
El legado de Sherman no reside solo en sus innovaciones formales o en su crítica social, sino en su capacidad para hacernos ver de forma diferente. Al transformar su propio cuerpo en un espacio de experimentación infinito, nos muestra que la identidad es siempre una construcción, un proceso más que un estado. Esta lección, más que nunca pertinente en la era de las redes sociales y la realidad virtual, convierte su obra en una herramienta valiosa para entender nuestro presente y quizás incluso anticipar nuestro futuro.
















