Escuchadme bien, panda de snobs! Es hora de hablar de un artista que hace bailar a los demonios de nuestro tiempo con una intensidad rara. Damien Deroubaix no es simplemente un pintor, grabador o escultor, es un exorcista visual que extrae los monstruos de nuestro inconsciente colectivo para hacerlos desfilar en sus lienzos en una danza macabra contemporánea. Mis encuentros sucesivos con el artista, en París y en la galería Nosbaum Reding en Luxemburgo, no hicieron sino confirmar esa primera impresión. La pasión devoradora con la que habla de su trabajo, su manera única de tejer vínculos vertiginosos entre los grabados de Dürer, la música metal y las danzas macabras medievales, su manera de deconstruir cada imagen para revelar las capas ocultas, todo esto grabó en mi mente una visión del arte que no me ha abandonado. Estos encuentros transformaron mi manera de mirar no solo su obra, sino el arte en general.
En su taller entre París y Meisenthal en el Este de Francia, Deroubaix orquesta un ballet grotesco donde los esqueletos medievales conviven con los pulpos translúcidos, donde los árboles desollados de Rembrandt se entremezclan con los logos de grupos metal. Sus obras son testimonios visuales donde cada capa revela una nueva estrata de nuestra historia cultural, como si el artista hubiera emprendido una excavación arqueológica de nuestra psique colectiva.
Tome su obra monumental “World Downfall” de 2014 (268 x 410 cm), un tapiz en tres paneles ensamblados con añadidos de encaje, bordados de Lunéville, piel de potro y aplicaciones de telas: Las figuras se contorsionan en una coreografía infernal, recordando extrañamente las danzas macabras de la Edad Media. Pero Deroubaix no es un simple nostálgico, transpone esas referencias históricas en algo visceralmente contemporáneo. Los cráneos que hacen muecas llevan cascos de audio, los esqueletos blandan smartphones y los demonios exhiben logos de multinacionales.
Ahí reside justamente el genio de Deroubaix: en su capacidad para crear puentes temporales vertiginosos entre las épocas. Extrae de la historia del arte con la voracidad de un Cronos devorando a sus hijos, pero lo que escupe está invariablemente transformado, metamorfoseado por su mirada aguda sobre nuestra época. Las vanidades del siglo XVII se convierten bajo su pincel en meditaciones ácidas sobre nuestra sociedad de consumo.
Su trabajo resuena con las teorías del filósofo Walter Benjamin sobre la historia y la memoria colectiva. Para Benjamin, el pasado no es una simple sucesión cronológica de eventos, sino más bien una constelación de imágenes y momentos que se iluminan mutuamente, creando conexiones inesperadas a través del tiempo. Esto es exactamente lo que hace Deroubaix en sus composiciones caleidoscópicas.
En “Das große Glück”, una xilografía monumental de 2008, Deroubaix retoma la iconografía de la Némesis de Durero para crear una alegoría contemporánea del poder. La deidad alada, cuyos plumas se representan con una precisión obsesiva que recuerda al maestro alemán, se hibrida con la Artemisa de Éfeso de múltiples senos. Esta fusión anacrónica crea una figura monstruosa que encarna perfectamente la visión benjaminiana de la historia como una constelación temporal.
La exposición “En un día tan oscuro” en la Biblioteca Nacional de Francia (BnF), que acaba de finalizar, lleva aún más lejos este diálogo con la historia. Deroubaix confronta sus obras con los tesoros del gabinete de estampas, creando resonancias visuales que atraviesan los siglos. Una xilografía de Rembrandt encuentra su eco en una instalación contemporánea, un detalle de Durero reaparece en una pintura monumental. Estas yuxtaposiciones no son simples ejercicios de estilo, revelan las continuidades secretas que conectan nuestra época con las que la precedieron.
La figura del pulpo, recurrente en sus obras recientes, ilustra perfectamente este enfoque. En “Time” (2021), el cefalópodo lucha con un esqueleto en una extraña danza acuática. Esta criatura polimorfa se convierte bajo su pincel en un símbolo ambivalente del tiempo que pasa, de la inteligencia adaptativa, pero también de nuestra relación confusa con la naturaleza. La lucha coreografiada entre el molusco y el esqueleto evoca las xilografías de Durero, pero vista a través del prisma de nuestra ansiedad ecológica contemporánea.
Su uso del texto en sus obras es particularmente interesante. Las palabras que flotan en sus composiciones no son simples leyendas o comentarios, sino que forman parte integral de la imagen, como en los manuscritos medievales. “Life”, “Time”, “Death”, estas palabras simples se convierten en actores por derecho propio de sus dramas visuales, creando puentes semánticos entre los distintos elementos de la composición.
Este enfoque recuerda la teoría benjaminiana de la traducción, donde el sentido surge no de la simple transmisión de un mensaje, sino de las diferencias y resonancias entre los lenguajes. Deroubaix traduce constantemente entre diferentes vocabularios visuales, desde lo medieval a lo contemporáneo, de lo sagrado a lo profano, de lo histórico a lo personal. Cada traducción visual crea nuevas constelaciones de sentido, nuevas formas de comprender nuestra relación con el tiempo y la historia.
En “Homo Bulla”, instalación espectacular creada en el Centro Internacional de Arte Vidriero de Meisenthal, burbujas de vidrio grabadas con motivos macabros flotan en el espacio como planetas en un sistema solar mortuorio. Cada esfera está grabada con figuras tomadas de las danzas macabras del siglo XV, pero su disposición en el espacio crea una coreografía contemporánea que evoca tanto las instalaciones minimalistas como las portadas de álbumes metal.
La serie “El origen del Mundo”, conjunto de veinticinco aguatintas, lleva aún más lejos esta exploración de las capas temporales. Cada grabado es un microcosmos donde las referencias históricas se entremezclan con nuestro presente. Las figuras parecen emerger de las profundidades del papel como espectros convocados durante una sesión espiritista visual. El título mismo de la serie, que hace referencia al famoso cuadro de Courbet, añade una capa adicional de sentido a este entrelazamiento temporal.
La violencia está omnipresente en su obra, pero nunca es gratuita. Es una violencia sistémica, estructural, la de nuestro mundo contemporáneo vista a través del filtro de la historia del arte. En “Gott mit uns” (2011), una instalación monumental compuesta por paneles de madera grabados y cráneos de animales, Deroubaix crea un diálogo escalofriante entre los motivos de las danzas macabras medievales y la iconografía de los conflictos modernos.
Su uso de la grabación es particularmente significativo en este contexto. Esta técnica ancestral se convierte, en sus manos, en una herramienta de resistencia contra la proliferación de las imágenes digitales. Sus xilografías monumentales son como cicatrices en el tejido de nuestra cultura visual saturada, recordatorios físicos de la materialidad del arte. El propio proceso de la grabación, con sus gestos repetitivos y su violencia controlada, se convierte en una metáfora de nuestra relación con la historia.
En “Garage Days Re-visited” (2016), una obra monumental creada en respuesta a Guernica de Picasso, Deroubaix lleva esta lógica a su paroxismo. Los grandes paneles de madera grabados y entintados no se imprimen, sino que se exponen directamente, transformando las matrices en obras autónomas. Esta decisión radical subraya la materialidad del proceso artístico al tiempo que crea un diálogo complejo con la historia del arte.
La referencia a Guernica no es anodina, es esta obra, vista en forma de tapiz durante una exposición en Arlés en 1991, la que desencadenó la vocación artística de Deroubaix. Este momento fundacional ilustra perfectamente la teoría benjaminiana de la imagen dialéctica, donde el pasado y el presente se encuentran en un destello de reconocimiento mutuo.
Su exposición “Headbangers Ball” en el Museo de Arte Moderno de Saint-Étienne también ilustra muy bien esta síntesis. Las referencias a la música metal se mezclan con las citas de la historia del arte en una sinfonía visual ensordecedora. Las cabezas parecen oscilar como si siguieran el ritmo de una música metal imaginaria, creando una danza macabra contemporánea. Esta exposición revela cómo Deroubaix logra fusionar referencias aparentemente incompatibles en una visión coherente de nuestra época.
La manera en que trata el espacio en sus instalaciones también es reveladora. En “La Valise d’Orphée” en el Museo de la Caza y de la Naturaleza en París, las obras crean entornos inmersivos donde el espectador está invitado a navegar entre diferentes temporalidades. La reconstrucción de una cueva primitiva coexiste con cuadros de colores vivos y grabados en madera de gran formato, creando un laberinto temporal donde cada giro revela una nueva constelación de sentidos.
La influencia de Benjamin se siente particularmente en la forma en que Deroubaix trata la noción de progreso. Para el filósofo como para el artista, el progreso no es una marcha triunfal hacia adelante, sino más bien una acumulación de ruinas que el ángel de la historia contempla con horror. Las composiciones de Deroubaix, con sus fragmentos de historia que chocan entre sí, encarnan perfectamente esta visión.
En “Der Schlaf der Vernunft” (2011), Deroubaix crea una instalación que hace referencia directa a los “Caprichos” de Goya mientras incorpora elementos de la cultura contemporánea. Los monstruos que habitan el sueño de la razón ya no son sólo criaturas fantásticas, son los demonios bien reales de nuestra época: la destrucción ambiental, la violencia sistémica, la alienación digital.
Lo que hace que el trabajo de Deroubaix sea tan relevante hoy es que crea un arte que está profundamente arraigado en la historia y es decididamente contemporáneo. No se limita a citar el pasado, sino que lo reactiva, lo hace dialogar con nuestro presente de manera urgente y necesaria. Sus obras son como máquinas del tiempo que nos permiten ver nuestra época a través del prisma de la historia.
En “La hija de Tina” (2015), una pintura que hace referencia al famoso lema de Margaret Thatcher “No hay alternativa”, Deroubaix crea una alegoría compleja del capitalismo contemporáneo. Caballos con dientes afilados se reúnen alrededor de una hoguera, mientras las letras “A NN AA” flotan sobre la escena, haciendo referencia simultáneamente a las calificaciones financieras triple A y al decreto nazi “Nacht und Nebel”. Esta condensación de referencias históricas y contemporáneas crea una imagen poderosa de la violencia económica de nuestra época.
Lo que es particularmente impresionante en el trabajo de Deroubaix es que mantiene una coherencia estética a pesar de la diversidad de sus referencias. Ya trabaje con grabado, pintura, tapicería o vidrio, su lenguaje visual sigue siendo reconocible. Es un lenguaje que habla simultáneamente de nuestro pasado y de nuestro presente, que nos permite ver las continuidades y rupturas en nuestra historia cultural.
Los monstruos que pueblan sus lienzos no son simplemente criaturas fantásticas, son las manifestaciones de nuestros propios demonios, de nuestros miedos colectivos, de nuestras angustias contemporáneas. En “EA Señor de las Profundidades” (2011), una xilografía monumental que representa una deidad mesopotámica hibridada con elementos contemporáneos, Deroubaix crea una imagen que trasciende el tiempo, conectando nuestros miedos ancestrales con nuestras ansiedades modernas.
Su trabajo nos recuerda que el arte no es simplemente una cuestión de estética o técnica, sino una forma de pensar el mundo y nuestro lugar en él. A través de su diálogo constante con la historia del arte, su reapropiación de técnicas tradicionales y su visión aguda de nuestra época, Deroubaix crea un arte que es a la vez arraigado y radical, histórico y contemporáneo.
Mientras que el arte contemporáneo a menudo parece desconectado de la historia, el trabajo de Deroubaix nos recuerda la importancia vital de mantener ese diálogo con el pasado. No por pura nostalgia o erudición, sino porque solo comprendiendo de dónde venimos podemos entender hacia dónde vamos. Sus obras son brújulas temporales que nos ayudan a navegar por las turbulentas aguas de nuestro presente, recordándonos que los monstruos de ayer todavía están entre nosotros, simplemente vestidos de forma diferente.
















