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Martes 18 Noviembre

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Daniel Arsham: El arqueólogo del futuro

Publicado el: 24 Noviembre 2024

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 6 minutos

Daniel Arsham transforma nuestro presente en vestigios arqueológicos y nuestro futuro en pasado cristalizado. El artista estadounidense se ha impuesto como el maestro de la arqueología ficticia, creando obras que desafían nuestra percepción del tiempo y de la materialidad.

Escuchadme bien, panda de snobs. Daniel Arsham (nacido en 1980) es el ilusionista contemporáneo que nos engaña a todos. Con su talento innegable para transformar el presente en vestigios arqueológicos ficticios y su obsesión por la manipulación arquitectónica, nos ofrece una visión del futuro que coquetea peligrosamente con el presente.

Arsham se ha impuesto como el maestro indiscutible de lo que él llama “arqueología ficcional”. Una práctica que consiste en crear objetos contemporáneos como si hubieran sido descubiertos en un futuro lejano, cristalizados, erosionados, fosilizados. Transforma nuestros gadgets electrónicos, nuestros coches deportivos y nuestros símbolos culturales en reliquias preciosas. Es magistral y aterrador a la vez. Estas obras nos devuelven a nuestra propia mortalidad, a la fragilidad de nuestra civilización consumista. Como escribía Walter Benjamin en “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”, cada época sueña a la siguiente, pero Arsham va más lejos: nos hace soñar nuestro propio fin.

Tomemos sus “Future Relics”, esta serie de objetos cotidianos transformados en vestigios arqueológicos. Una consola de juegos Nintendo, una cámara Polaroid, un teléfono móvil de los años 90, todos atrapados en un estado de descomposición cristalina, como si el tiempo mismo se hubiera solidificado a su alrededor. Es una crítica mordaz a nuestra sociedad de consumo, pero también una celebración perversa de sus iconos. Estos objetos, tratados con el mismo respeto reverencial que las antigüedades griegas o romanas, nos obligan a cuestionar nuestra relación con la cultura material. Como señalaba Jean Baudrillard en “El sistema de los objetos”, vivimos en un mundo donde los objetos se han convertido en signos, y Arsham lleva esta lógica hasta su paroxismo absurdo.

La manipulación arquitectónica es otra obsesión de Arsham. Sus intervenciones en el espacio construido desafían nuestra percepción de la solidez y la permanencia. Las paredes parecen derretirse, las superficies se deforman, la arquitectura misma se vuelve líquida. Estas instalaciones nos recuerdan las teorías de Paul Virilio sobre la “dromología” y la aceleración del tiempo en nuestra sociedad contemporánea. Las estructuras de Arsham no se limitan a ocupar el espacio, lo devoran, lo digieren, lo transforman en algo extrañamente orgánico.

Sus muros que parecen haber sido golpeados por una catástrofe natural, sus figuras humanas que emergen de las superficies arquitectónicas como fósiles vivientes, todo ello crea una sensación de profunda desestabilización. Estas obras nos recuerdan que vivimos en un mundo donde, como dijo Marshall McLuhan, “avanzamos en el espejo retrovisor”, solo podemos comprender el presente mirándolo como si ya hubiera pasado.

Pero cuidado, no se equivoquen. Si Arsham juega con los códigos de la arqueología y la historia del arte, es para atraparnos mejor en nuestro propio presente. Sus obras son espejos deformantes que reflejan nuestra obsesión por la tecnología, nuestro fetichismo por los objetos, nuestro patético deseo de inmortalidad a través de la cultura material.

Este enfoque recuerda las reflexiones de Roland Barthes sobre la fotografía en “La cámara lúcida”. Así como la fotografía captura un momento que ya está muerto en cuanto se capta, las esculturas de Arsham congelan nuestro presente en un estado de descomposición perpetua. Son a la vez memento mori y celebración de la cultura pop, crítica social y ejercicio de estilo virtuoso.

El uso que hace Arsham de los materiales es particularmente revelador. El vidrio triturado, los cristales, la ceniza volcánica, el bronce, cada material es elegido por su capacidad para sugerir tanto la permanencia como la fragilidad. Como señaló Rosalind Krauss en “Pasajes en la escultura moderna”, la materialidad misma de una escultura puede portar significado, y Arsham explota esta idea hasta la obsesión.

Su colaboración con marcas de lujo como Porsche, Tiffany & Co., o Dior podría parecer contradictoria con su aparente crítica a la sociedad de consumo. Pero ahí reside el genio perverso de Arsham: utiliza los mismos mecanismos del capitalismo tardío para difundir su visión distópica. Es como si Andy Warhol hubiera decidido crear no serigrafías de latas de sopa Campbell’s, sino sus vestigios arqueológicos.

Las instalaciones de Arsham nos obligan a enfrentarnos a nuestra propia temporalidad. En un mundo obsesionado con el instante presente, con la novedad perpetua, nos propone una visión del futuro que ya está descomponiéndose. Es un golpe conceptual que nos deja profundamente incómodos, como si fuéramos los espectadores de nuestra propia extinción.

Esta tensión entre el presente y el futuro, entre la creación y la destrucción, entre la permanencia y lo efímero, está en el corazón del trabajo de Arsham. Como escribió Georges Didi-Huberman en “Delante del tiempo”, nuestra relación con la historia es siempre anacrónica, y Arsham juega precisamente con ese anacronismo fundamental.

Lucy Lippard, en “Six Years: The Dematerialization of the Art Object”, hablaba de cómo el arte conceptual cuestionó la materialidad de la obra de arte. Arsham hace exactamente lo contrario: rematerializa nuestros conceptos, deseos y miedos en forma de objetos que parecen haber sobrevivido a su propia destrucción.

Lo más fascinante quizás sea la manera en que Arsham logra crear un sentimiento de inquietante extrañeza, lo que Freud llamaba “das Unheimliche”. Sus obras nos resultan a la vez familiares y profundamente alienantes. Una cámara Leica fosilizada, un coche deportivo cristalizado, estos objetos son reconocibles pero se vuelven extraños por su transformación. Es como si mirásemos nuestra propia cultura a través de los ojos de una civilización futura que intenta comprender nuestros ritos y fetiches.

John Berger, en “Ways of Seeing”, nos recordaba que la forma en que vemos las cosas está afectada por lo que sabemos o creemos. Arsham juega precisamente con este principio al presentarnos objetos familiares en un estado de descomposición futura, obligándonos así a reconsiderar nuestra relación con esos mismos objetos en el presente.

La práctica de Arsham se inscribe en una línea de artistas que han cuestionado nuestra relación con el tiempo y la materialidad. Pero mientras Robert Smithson creaba obras que se descomponían naturalmente, Arsham acelera y congela el proceso de descomposición, creando ruinas instantáneas que parecen venir de un futuro imposible.

Su trabajo es una meditación sobre la obsolescencia programada, no sólo de los objetos tecnológicos, sino de nuestra civilización misma. Como escribió Marc Augé en “El tiempo en ruinas”, las ruinas siempre han tenido una función profética. Las ruinas de Arsham no nos hablan del pasado, sino de un futuro que ya está aquí, que nos mira a través de los cristales y las grietas de sus esculturas.

Este enfoque no está exento de riesgos. Al jugar con los códigos de la arqueología ficticia y la cultura pop, Arsham podría caer en la trampa de la repetición, de la fórmula. Pero hasta ahora, ha logrado mantener un equilibrio precario entre innovación formal y coherencia conceptual.

Daniel Arsham es más que un simple creador de objetos estéticos. Es un cronista de nuestro presente visto a través del prisma de un futuro imaginario. Sus obras son cápsulas temporales invertidas, mensajes enviados no hacia el futuro sino desde el futuro. Y el mensaje que transmiten es a la vez seductor y aterrador: todo lo que creamos, todo lo que valoramos, todo lo que consideramos permanente no es más que polvo en devenir, cristales en formación, ruinas a la espera.

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Referencia(s)

Daniel ARSHAM (1980)
Nombre: Daniel
Apellido: ARSHAM
Género: Masculino
Nacionalidad(es):

  • Estados Unidos

Edad: 45 años (2025)

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