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Dong Shaw-Hwei: El arte como resistencia silenciosa

Publicado el: 6 Diciembre 2024

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 8 minutos

En sus impactantes obras, Dong Shaw-Hwei fusiona el impresionismo occidental con la filosofía taoísta para crear cuadros que trascienden las fronteras culturales. Sus naturalezas muertas y escenas de jardín se convierten en meditaciones profundas sobre la existencia misma.

Escuchadme bien, panda de snobs, vosotros que os pavoneáis en las ferias de arte contemporáneo con vuestras teorías esotéricas y posturas intelectuales. Os voy a hablar de Dong Shaw-Hwei, nacida en 1962 en Taipei, una artista que se niega categóricamente a plegarse a los dictados de vuestro pequeño mundo artístico narcisista y autosatisfecho.

En un paisaje artístico contemporáneo saturado de instalaciones estruendosas y obras conceptuales vacías, Dong Shaw-Hwei surge como una fuerza tranquila pero revolucionaria. Ha construido su identidad artística fusionando el impresionismo occidental con la filosofía taoísta, creando así una obra que trasciende no solo las fronteras culturales, sino también las modas efímeras que obsesionan tanto al mercado del arte actual.

Su serie “Courtyard” no es simplemente una colección de pinturas de jardines. Es un manifiesto visual contra nuestra época obsesionada con la velocidad y el cambio perpetuo. En estas obras, captura la esencia misma de esos patios interiores tradicionales de Taipei que desaparecen bajo los ataques implacables de la modernización urbana. Estos espacios, con sus árboles centenarios y sus piedras musgosas, se convierten bajo su pincel en testigos silenciosos de una sabiduría milenaria que se desvanece. Cada cuadro es una meditación profunda sobre lo que Walter Benjamin llamaba el aura, esa aparición única de un lejano, por muy cercano que sea. Estos jardines no son simples reliquias nostálgicas, sino espacios de resistencia cultural activa contra la uniformización galopante de nuestro entorno urbano.

La manera en que Dong trata la luz en estas obras es particularmente reveladora. A diferencia de los impresionistas que buscaban capturar el instante fugaz, ella crea una luminosidad que parece emanar de los propios objetos. Es como si hubiera conseguido materializar lo que Maurice Merleau-Ponty describía en “El ojo y el espíritu” como “la luz segunda” que no viene de fuera sino que emana de la cosa misma. Este enfoque único transforma sus cuadros en verdaderas meditaciones sobre la naturaleza de la percepción misma.

En su serie “Still Life of Black Table”, ella lleva aún más lejos su reflexión sobre el espacio y el tiempo. Estas naturalezas muertas trascienden su género tradicional para convertirse en lo que Martin Heidegger habría llamado “desvelamientos del ser”. La mesa negra, recurrente en sus composiciones, no es un simple soporte para los objetos. Se convierte en un teatro metafísico donde cada objeto, cada flor, cada sombra porta en sí una carga existencial profunda. El negro profundo de la mesa funciona como lo que Theodor Adorno llamaba “la apariencia de lo inaparecible”, creando un espacio de reflexión donde el espectador está invitado a contemplar no solo los objetos representados, sino también su propia relación con el mundo material.

La manera en que ella estructura el espacio en sus composiciones desafía todas las convenciones establecidas. No sigue ni las reglas de la perspectiva occidental ni las convenciones de la pintura tradicional china. En lugar de eso, crea lo que Gaston Bachelard llamaba una “poética del espacio”, donde las relaciones espaciales no están dictadas por reglas geométricas, sino por una lógica interna que pertenece más a la poesía que a la perspectiva. Este enfoque es particularmente evidente en obras como “The Golden Days in Courtyard” (2023), donde el espacio se convierte en una metáfora de la conciencia misma.

Su uso del color es igualmente revolucionario. Allí donde los impresionistas buscaban captar la vibración de la luz natural, Dong usa el color como una herramienta filosófica. Sus verdes profundos y sus negros aterciopelados no están para imitar la naturaleza, sino para crear lo que Gilles Deleuze llamaba “bloques de sensación”. Cada matiz está cargado de una intención meditativa que transforma el acto de mirar en una experiencia casi espiritual, pero sin caer jamás en la trampa del misticismo fácil.

Lo especialmente notable en su trabajo es que ella transforma lo banal en sublime sin recurrir nunca a los artificios espectaculares tan comunes en el arte contemporáneo. En “The Old Courtyard-Happy Flowerbed I-II” (2021), eleva un simple parterre de flores al rango de meditación cósmica. Esta capacidad para revelar lo extraordinario en lo ordinario recuerda lo que Georges Perec describía en “Lo infra-ordinario” como la necesidad de cuestionar lo que parece tan obvio que hemos olvidado su origen.

Su tratamiento de los motivos botánicos en sus obras recientes revela una comprensión profunda de lo que Michel Foucault llamaba “el orden de las cosas”. Las plantas en sus cuadros no son simples elementos decorativos, sino presencias vivas que participan en lo que el filósofo François Jullien denomina “la gran imagen sin forma”. Este enfoque es particularmente visible en obras como “Plum blossoms in Courtyard I-II” (2023), donde las flores se convierten en actores de pleno derecho en un drama cósmico silencioso.

La manera en que ella aborda la tradición es igualmente revolucionaria. En lugar de rechazar por completo la herencia pictórica como hacen tantos artistas contemporáneos, o someterse ciegamente a ella como los tradicionalistas, ella establece un diálogo crítico con esa herencia. Su comprensión profunda de la filosofía de Zhuangzi, sobre la cual escribió un libro en 1993, le permite trascender la dicotomía estéril entre tradición e innovación. Así crea lo que Pierre Bourdieu habría llamado un “habitus artístico” único, que no es ni totalmente oriental ni completamente occidental.

En sus composiciones recientes, especialmente en su serie de dípticos, ella lleva aún más lejos esta fusión de tradiciones. La estructura de dos paneles, inspirada en los rollos tradicionales chinos, se convierte bajo su pincel en un dispositivo conceptual sofisticado que interroga nuestra percepción del tiempo y del espacio. Este enfoque recuerda lo que Jacques Derrida llamaba la “différance”, esa tensión productiva entre presencia y ausencia que genera significado.

Lo que hace que su trabajo sea particularmente relevante hoy en día es que resiste la mercantilización desenfrenada que caracteriza el mundo del arte contemporáneo. Sus obras no están concebidas para selfies de Instagram ni para subastas espectaculares. Exigen una forma de atención que va en contra de nuestra cultura de la distracción permanente. En este sentido, su arte se convierte en lo que Guy Debord habría calificado como anti-espectáculo, una forma de resistencia silenciosa pero efectiva contra la sociedad del espectáculo.

La dimensión feminista de su obra, aunque nunca explícitamente reivindicada, está profundamente arraigada en su práctica. Como habría señalado Simone de Beauvoir, el simple hecho de crear como mujer en un mundo del arte todavía mayoritariamente dominado por hombres es en sí mismo un acto político. Pero Dong va más allá. Ella logra trascender los estereotipos de género mientras crea un arte que asume plenamente su sensibilidad femenina.

Su tratamiento de los bodegones es particularmente revelador en este sentido. Tradicionalmente considerado un género “femenino” menor, ella lo convierte en un vehículo para profundas reflexiones filosóficas. En obras como “A Peaceful Day-Pink Camellia” (2023), transforma un simple arreglo floral en una meditación sobre la naturaleza misma de la existencia, recordando lo que Julia Kristeva llama “el tiempo de las mujeres”, una temporalidad cíclica que se opone al tiempo lineal patriarcal.

La manera en que ella trata la abstracción en sus obras recientes también merece nuestra atención. Contrariamente a la abstracción occidental que tiende a una ruptura total con lo real, su abstracción emerge orgánicamente de la observación atenta del mundo natural. Este enfoque recuerda lo que François Jullien describe como la “gran imagen sin forma” en el pensamiento chino, donde lo abstracto no es lo opuesto a lo concreto sino su prolongación natural.

Su uso del espacio negativo en sus composiciones es particularmente sofisticado. Los vacíos en sus cuadros no son simples ausencias, sino presencias activas que estructuran toda la composición. Este enfoque recuerda lo que el filósofo japonés Kitaro Nishida llamaba el “lugar de la nada”, un concepto que trasciende la oposición occidental entre el ser y el no ser.

La manera en que ella aborda la cuestión de la memoria en sus obras de la serie “Courtyard” es profundamente conmovedora sin caer nunca en el sentimentalismo. Estos jardines que desaparecen bajo las excavadoras de la modernización se convierten bajo su pincel en lo que Pierre Nora llamaba “lugares de memoria”, espacios donde la memoria colectiva se cristaliza y refugia. Pero, a diferencia de muchos artistas que se conforman con documentar la desaparición, Dong crea obras que transforman esta pérdida en una fuente de belleza y reflexión.

Dong Shaw-Hwei nos recuerda que la verdadera innovación no consiste en rechazar el pasado, sino en integrarlo creativamente en una visión contemporánea. Su obra demuestra que es posible crear un arte profundamente arraigado en la tradición y, al mismo tiempo, radicalmente contemporáneo. Ella nos prueba que la verdadera revolución en el arte no reside en el rechazo espectacular de las formas establecidas, sino en su transformación sutil y profunda. Su obra es la prueba viviente de que el arte aún puede ser un espacio de resistencia y reflexión en un mundo dominado por el espectáculo y la instantaneidad. Ella nos recuerda que la verdadera radicalidad en el arte no reside en la provocación superficial, sino en la capacidad de crear obras que transforman nuestra manera de ver y pensar el mundo.

Así que sí, podéis seguir maravillándoos con vuestras instalaciones de vídeo llamativas y vuestras performances vacías de sentido. Pero, mientras tanto, Dong Shaw-Hwei sigue creando un arte que aún tendrá sentido mucho después de que las modas actuales hayan sido olvidadas. Ella nos recuerda que el verdadero arte no necesita gritar para ser escuchado; puede hablar suavemente pero profundamente al alma humana. Su obra sigue siendo un bastión de resistencia silenciosa pero poderosa.

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Referencia(s)

DONG Shaw-Hwei (1962)
Nombre: Shaw-Hwei
Apellido: DONG
Género: Femenino
Nacionalidad(es):

  • Taiwán (República de China)

Edad: 63 años (2025)

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