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El réquiem salvaje de Robert Nava

Publicado el: 30 Marzo 2025

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 9 minutos

Robert Nava transforma el arte contemporáneo con criaturas híbridas de colores eléctricos que desafían las convenciones pictóricas. Sus ángeles, dragones y tiburones, ejecutados con un estilo deliberadamente crudo, nos invitan a redescubrir el poder originario del mito y nuestra propia capacidad de asombro.

Escuchadme bien, panda de snobs, tenemos que hablar de Robert Nava, ese pintor que os hace poner mala cara con sus criaturas deliberadamente mal ejecutadas, vosotros que probablemente preferís los lienzos lisos donde la habilidad técnica hace las veces de mensaje. Dejad de levantar la nariz ante sus monstruos que parecen sacados directamente de un cuaderno escolar. Mirad mejor lo que realmente sucede en esos lienzos desmesurados.

Nava, nacido en 1985 en East Chicago, graduado de Yale con un MFA en 2011, no podría importarle menos vuestra aprobación, y es precisamente eso lo que hace que su obra sea tan electrizante. Sus ángeles, dragones, tiburones y criaturas híbridas de colores chillones pueblan universos caóticos que despiertan nuestra capacidad escondida para crear mitos. Contrariamente a ciertas estrellas en ascenso que buscan desesperadamente el asentimiento de la crítica, Nava invita a nuestra reprobación, incluso se deleita con ella, como un adolescente rebelde que ha descubierto que el escándalo es la forma suprema de la libertad.

A primera vista, sus pinturas parecen transgredir todas las reglas elementales del buen gusto. Pero, ¿no es la disonancia que provocan en nosotros similar a la que sintieron los primeros oyentes del Sacre du Printemps (1913) de Stravinsky? Como explica el musicólogo Richard Taruskin, la obra de Stravinsky “no sólo era disonante, sino que constituía un asalto deliberado contra las convenciones establecidas” [1]. Nava realiza esa misma ruptura en el campo pictórico contemporáneo, rechazando con un gesto casi violento la estética cuidada y técnicamente irreprochable que domina tantas galerías actuales.

Sus golpes frenéticos de pincel y sus líneas de lápiz grueso evocan inmediatamente un arte infantil, pero resultan ser el producto de un proceso sofisticado de desaprendizaje. Después de dominar las técnicas académicas en Yale, Nava trabajó conscientemente para deshacerse de ellas, como un virtuoso que decide tocar desafinado para alcanzar una verdad más profunda. Este enfoque no es sin recordar al de Jean Dubuffet, que buscaba en el art brut una autenticidad perdida. La diferencia fundamental es que Nava es plenamente consciente de la historia del arte que elige transgredir.

La música techno, que Nava escucha mientras pinta, infunde a sus obras una pulsación rítmica casi palpable. Cuando observo sus cuadros como Volcanic Angel (2020), no puedo evitar oír el latido sordo e insistente de un bombo, acompañado de sintetizadores estridentes que atraviesan la atmósfera. Estos ángeles incandescentes que emergen de fondos monocromáticos vibrantes parecen moverse al ritmo de una rave cósmica. La zona poética que abre no es la de los simbolistas del siglo XIX, sino la de una espiritualidad underground contemporánea donde los DJ son los nuevos chamanes.

La simbología del fuego reaparece constantemente en sus obras, especialmente en su serie de ángeles volcánicos. Este motivo recuerda extrañamente las reflexiones del poeta Arthur Rimbaud sobre la iluminación y la clarividencia mediante el “desarreglo de todos los sentidos”. En su carta del 15 de mayo de 1871 a Paul Demeny, Rimbaud afirmaba que “el Poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos” [2]. Esta visión del poeta como vidente encuentra un eco llamativo en la aproximación de Nava que, mediante un proceso simultáneo de construcción y deconstrucción, logra crear imágenes que nos transportan hacia un más allá mitológico.

En Night and Day Separator (2021), Nava nos presenta una criatura híbrida cuya función cósmica está inscrita en el propio título. Esta entidad de ojos múltiples, flotando en un espacio indefinido, parece encarnar el paso del tiempo primordial. La calidad cruda del trazo recuerda a los jeroglíficos o pinturas rupestres, pero se distingue por el uso de un vocabulario visual contemporáneo, impregnado de referencias a videojuegos y dibujos animados. Esta fusión temporal crea una nueva mitología sincrética que trasciende las épocas.

Contrariamente a las abstracciones asépticas que llenan tantas ferias de arte contemporáneo, las pinturas de Nava no ocultan su proceso creativo. Cada marca, cada garabato, cada salpicadura queda visible, creando una superficie estratificada donde el espectador puede reconstruir la coreografía frenética del artista. Como escribía Rimbaud, “asistía a la eclosión de mi pensamiento: lo miraba, lo escuchaba”. Nava nos invita a ese mismo tipo de observación activa, a seguir las huellas de su pensamiento visual en formación.

Su práctica diaria del dibujo, casi ritual, alimenta constantemente su imaginación. Estos bocetos preparatorios, realizados en cuadernos, constituyen la materia prima de sus lienzos monumentales. Sin embargo, al momento de pintar, Nava se libera de las restricciones de la reproducción fiel para dar lugar a lo imprevisible. Él mismo afirma que algunas de sus pinturas fueron realizadas en solo unos segundos, con un récord de 27 segundos para una de ellas. Esta rapidez de ejecución recuerda a la escritura automática de los surrealistas, pero sin su pretensión teórica.

El universo visual de Nava bebe de un repertorio ecléctico de influencias: pinturas rupestres prehistóricas, arte egipcio, dibujos animados, videojuegos como Castlevania. Sus criaturas híbridas, medio ángeles, medio alienígenas, encarnan esta fusión entre la cultura ancestral y la imaginación pop contemporánea. En Half Angel, Half Alien 3 (2022), la figura celestial con alas doradas se disuelve en una masa abstracta de rosa y blanco, mientras un ojo esférico nos mira fijamente, invitándonos a reconocer la extrañeza fundamental de esta aparición.

Lo que verdaderamente distingue a Nava de sus contemporáneos es su rechazo categórico al cinismo reinante. En un mundo artístico dominado por la ironía posmoderna y referencias infinitas, sus pinturas muestran una sinceridad desarmante. No pinta monstruos para deconstruir el concepto de monstruosidad o para hacer un comentario metacrítico sobre la pintura contemporánea, los pinta porque lo habitan visceralmente, porque son los mensajeros de una mitología personal en constante evolución.

En Splash Cloud (2020), un tiburón flota sobre olas estilizadas, escupiendo lo que podría ser sangre o fuego. Esta imagen, en su aparente sencillez, logra capturar la esencia misma del misticismo contemporáneo, un misticismo que ya no busca sus símbolos en las tradiciones religiosas establecidas, sino en las profundidades de nuestro inconsciente colectivo poblado de imágenes mediáticas. Como explicaba Rimbaud, “Yo es otro”. En Nava, esta otredad toma forma en esas criaturas que parecen surgir de un lugar íntimo y universal a la vez.

La musicalidad de Rimbaud encuentra un paralelo sorprendente en el ritmo visual de las composiciones de Nava. Así como el poeta francés buscaba el “color de las vocales” y asignaba un color a cada vocal en su famoso soneto “Vocales”, Nava crea sinfonías cromáticas donde cada tonalidad vibra en resonancia con las demás. Sus fondos monocromáticos, azules eléctricos, rojos sangrientos, amarillos ácidos, no son simples telones de fondo, sino campos energéticos que dialogan con las figuras que los habitan.

La poesía de Rimbaud, como la pintura de Nava, busca crear puentes entre lo visible y lo invisible, entre lo tangible y lo mítico. Cuando Rimbaud escribe “He tendido cuerdas de campanario a campanario; guirnaldas de ventana a ventana; cadenas de oro de estrella a estrella, y bailo”, evoca esa misma capacidad para trascender los límites de lo real que se encuentra en las composiciones aéreas de Nava, donde criaturas improbables flotan en espacios indefinidos.

La noción estravinskyana de “primitivismo culto” se aplica perfectamente a la obra de Nava. Lejos de ser una simple regresión a un estado pre-lógico, sus pinturas atestiguan un conocimiento profundo de la historia del arte que él elige transgredir. Como el compositor ruso que integraba elementos folclóricos en estructuras musicales complejas, Nava incorpora referencias visuales primitivas en un lenguaje pictórico sofisticado. El impacto provocado por sus obras recuerda al sentido durante el estreno del Sacrificio de la Primavera en 1913, una ruptura deliberada con las convenciones estéticas dominantes.

En Devouring Sadness (2017), Nava nos presenta una criatura cuya boca abierta parece engullir una sustancia abstracta que podría representar la tristeza mencionada en el título. Esta imagen, en su brutalidad aparente, aborda la cuestión universal de la transmutación de las emociones negativas. Como Stravinsky exploraba los ritos sacrificiales en su música, Nava explora los rituales internos por los cuales intentamos exorcizar nuestros demonios personales.

Hay en las obras de Nava una cualidad propiamente carnavalesca, en el sentido bakhtiniano del término, un volteo temporal de las jerarquías establecidas, una celebración de la irreverencia y lo grotesco. Sus monstruos de proporciones deformadas, con colores improbables, celebran la vitalidad caótica de la existencia, lejos de las representaciones pulidas que prefiere el arte contemporáneo dominante.

El mercado del arte, siempre ávido de novedades, se ha apoderado rápidamente de estas criaturas inclasificables. Sus pinturas, que hace algunos años se vendían por unos pocos miles de dólares, ahora alcanzan cifras de seis dígitos en las subastas. Este ascenso fulgurante ha despertado las habituales suspicacias en el medio: ¿es una moda pasajera o una contribución duradera al arte contemporáneo? Esta pregunta me parece finalmente menos interesante que lo que nos revela este éxito sobre nuestra época.

Si las obras de Nava tienen hoy tal repercusión, tal vez sea porque responden a una necesidad profunda de reencantamiento del mundo. En una sociedad saturada de imágenes técnicamente perfectas pero emocionalmente vacías, sus monstruos imperfectos nos recuerdan el poder originario del acto creador, no para reproducir el mundo, sino para inventar otro. En este sentido, Nava se une a la visión rimbaldiana del poeta como “ladrón de fuego”, aquel que se apodera de las fuerzas primordiales para forjar nuevas mitologías.

Guste o no la obra de Robert Nava, hay que reconocer que no deja indiferente a nadie. Y en un panorama artístico a menudo dominado por la tibieza conceptual, esta capacidad para provocar reacciones viscerales ya constituye una forma de victoria. Así que la próxima vez que te cruces con uno de sus ángeles desmembrados o uno de sus tiburones con mandíbulas desproporcionadas, no apartes la mirada demasiado rápido. Déjate sorprender por esta nueva mitología que, al igual que La consagración de la primavera en su momento, podría redefinir nuestra relación con el arte contemporáneo.

Lejos de ser un simple regreso a la infancia, las pinturas de Nava nos invitan a redescubrir esa capacidad de asombro que hemos perdido al crecer. Como escribía Rimbaud en 1870 en su poema “Sensación”:

“Por las tardes azules de verano, iré por los senderos,
Rozado por los trigales, pisando la hierba menuda:
Sueño, sentiré la frescura a mis pies.
Dejaré que el viento bañe mi cabeza desnuda.”

Esta frescura de mirada, esta capacidad de abandonarse a las sensaciones primeras, es lo que nos ofrece la obra salvaje y poética de Robert Nava.


  1. Taruskin, Richard. Stravinsky and the Russian Traditions: A Biography of the Works Through Mavra. University of California Press, 1996.
  2. Rimbaud, Arthur. Carta del vidente a Paul Demeny, 15 de mayo de 1871, en Obras completas. Gallimard, Biblioteca de la Pléiade, 1972.
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Referencia(s)

Robert NAVA (1985)
Nombre: Robert
Apellido: NAVA
Género: Masculino
Nacionalidad(es):

  • Estados Unidos

Edad: 40 años (2025)

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