¡Escuchadme bien, panda de snobs! ¿Pensáis que conocéis el paisajismo contemporáneo? ¿Creéis haberlo visto todo? ¡Estáis equivocados! Emma Webster expone actualmente en la Petzel Gallery de Nueva York con “That Thought Might Think”, una explosión visual que pulveriza nuestras certezas y redefine lo que significa pintar un paisaje en el siglo XXI.
Webster no es simplemente una pintora de paisajes, es una gran arquitecta de mundos. En su estudio de Los Ángeles, esta treintañera británico-estadounidense no se limita a capturar la naturaleza: la fabrica desde cero. Armada con tecnologías de realidad virtual, esculpe ambientes digitales que luego traduce en óleos sobre lienzo con una virtuosidad técnica que pondría celosos a los maestros antiguos. ¿El resultado? Visiones panorámicas tan desestabilizadoras, tan deliciosamente perversas en su relación con la realidad, que nos hacen dudar de nuestra propia percepción.
Tomemos “The Material World” (2025), una obra monumental de más de cuatro metros de ancho. Árboles con formas torturadas se elevan como espectros en un crepúsculo de tonos sintéticos, mientras que a lo lejos, montañas imposiblemente afiladas parecen atravesar un cielo que desafía las leyes de la física. ¡La luz, oh, esa luz!, no proviene del sol sino de una fuente teatral, artificial, como si estuviéramos frente a un decorado de cine en lugar de la naturaleza.
Es precisamente esta tensión entre lo real y lo artificial lo que hace vibrar el trabajo de Webster. Ella juega con nuestro deseo ancestral de naturaleza mientras nos recuerda constantemente que nuestra percepción del mundo natural está irremediablemente moldeada por la cultura, la tecnología y la imaginación. Como escribió Susan Sontag en “Sobre la fotografía”: “La naturaleza ofrece pocas cosas que se organicen en eventos; debemos estructurarla para que se convierta en un espectáculo”[1]. Webster toma esta idea de lleno, transformando la naturaleza en un espectáculo consciente de su propia teatralidad.
Pero esperad, no penséis que su trabajo se reduce a bonitos efectos digitales trasladados a la pintura. Eso sería pasar por alto la profundidad filosófica que subyace en su enfoque. En realidad, Webster se inscribe en una reflexión sobre la hiperrealidad que Jean Baudrillard habría degustado con deleite. Sus paisajes son simulacros que ya no tienen referente en lo real, son “la generación mediante modelos de un real sin origen ni realidad”, para usar las palabras del filósofo francés[2].
Considerad “Era of Eternity” (2025), donde el cielo se abre literalmente como un telón de teatro para revelar una luz sobrenatural. Esta obra no es una representación de la naturaleza, es una construcción que revela cuán fabricada culturalmente está nuestra propia idea de “naturaleza”. En nuestra era de catástrofe climática y ansiedad ecológica, Webster nos confronta con la incómoda verdad de que nuestras imágenes idílicas de la naturaleza pueden ser fantasías nostálgicas de un mundo que nunca existió realmente.
Y, sin embargo, sus lienzos nos atraen irresistiblemente. Estos panoramas son hipnóticos, haciéndonos oscilar entre la desconfianza intelectual y el abandono sensorial. Porque a pesar de toda su artificialidad asumida, estas obras tocan algo profundamente primordial en nosotros, un deseo de inmersión en un mundo que trasciende lo humano, que nos engulle en su grandeza.
Es ahí donde la dimensión teatral del trabajo de Webster cobra todo su sentido. Como ella misma explica: “El teatro es la primera realidad virtual” [3]. Sus paisajes funcionan como decorados que invitan al espectador a entrar en un espacio a la vez físico y mental, real y simulado. No es casualidad que Webster haya trabajado en el diseño de decorados antes de dedicarse a la pintura, ella comprende visceralmente cómo el espacio escénico puede convertirse en un portal hacia otros mundos.
En su práctica, la tecnología no es un fin en sí mismo sino una herramienta que enriquece un proceso fundamentalmente pictórico. A diferencia de algunos artistas digitales que se complacen en la perfección algorítmica, Webster abraza las imperfecciones, los accidentes, las huellas de la mano humana. Sus cincuenta tonos de verde, verdes fríos, sintéticos, deliberadamente artificiales, crean un laberinto visual lujuriante donde el ojo se pierde con deleite.
Y tal vez ahí reside la verdadera audacia de su trabajo. En una época en la que la tecnología nos promete experiencias cada vez más inmersivas, donde los metaversos nos seducen con sus entornos digitales “perfectos”, Webster retorna obstinadamente a la pintura, ese arte milenario, táctil, sensual, para explorar nuestras relaciones complejas con el mundo natural y sus representaciones.
La crítica Susan Sontag nos recuerda que “la realidad siempre ha sido interpretada a través de las imágenes que damos de ella” [4]. Desde esta perspectiva, el trabajo de Webster no es simplemente una reflexión sobre la naturaleza, sino sobre nuestra forma de percibirla, representarla y desearla. Sus paisajes son espejos que nos devuelven no a la naturaleza misma, sino a nuestra propia mirada sobre ella.
Esta mirada está hoy irremediablemente moldeada por la tecnología. Vemos el mundo a través de pantallas, aplicaciones, filtros de Instagram que transforman cualquier puesta de sol en un espectáculo kitsch. Webster no rechaza esta mediación tecnológica, la abraza para poder interrogarla mejor. Como subrayaba Baudrillard, “ya no es una cuestión de imitación, ni de reproducción, ni siquiera de parodia. Se trata de una sustitución a lo real de los signos de lo real” [5].
En “Griffith”, el follaje violáceo que enmarca un curso de agua iluminado como una escena teatral nos transporta a un espacio donde la naturaleza está a la vez presente y ausente. No es una naturaleza observada, sino una naturaleza imaginada, soñada, reconstruida a partir de fragmentos de memoria, deseo y ansiedad. Webster crea lo que Baudrillard llamaría un “hiperreal”, más real que lo real, también más seductor, porque liberado de las limitaciones de lo posible.
Sin embargo, a diferencia de la visión pesimista de Baudrillard para quien el hiperreal significa la muerte de lo real, Webster parece sugerir una coexistencia más compleja. Sus paisajes no reemplazan la naturaleza, enriquecen nuestro diálogo con ella, amplían nuestra capacidad para imaginarla, desearla, tal vez incluso protegerla.
Hablando de su proceso, Webster menciona cómo construye sus imágenes: “Cuando trabajo en realidad virtual, mezclo paisajes que he visto o parques con bocetos. Es un híbrido donde utilizo elementos de referencia del mundo real, pero muchos están hechos a partir de ideales, cosas que me gustaría ver en un paisaje, o cosas que me sorprenderían en un paisaje” [6]. Esta declaración revela a una artista profundamente comprometida no con la huida de lo real, sino con su expansión poética.
Porque se trata precisamente de poesía, una poesía visual que juega con nuestras expectativas, recuerdos y proyecciones. Webster nos recuerda que el paisaje nunca ha sido un género pictórico “inocente”, desde Claude Lorrain hasta Thomas Kinkade, siempre ha transmitido ideales, fantasías, ideologías. La diferencia es que ella asume plenamente esa subjetividad, esa construcción.
Lo que hace que el trabajo de Webster sea tan relevante hoy en día es su capacidad para navegar entre diferentes mundos, entre lo digital y lo analógico, entre lo real y lo virtual, entre la observación y la invención. En una época en la que la tecnología redefine constantemente nuestra relación con el mundo, nos ofrece un espacio de contemplación donde estas tensiones pueden coexistir de manera productiva.
Sontag nos recordaba que “la aprehensión misma de lo que es real ha sido transformada por el hábito de la representación fotográfica” [7]. Hoy podríamos decir que nuestra aprehensión de lo real está transformada por la omnipresencia de las simulaciones digitales. La genialidad de Webster es hacernos sentir esta transformación no como una pérdida, sino como una posibilidad, la de imaginar nuevos mundos, perspectivas inéditas, maneras diferentes de estar en relación con lo que llamamos “naturaleza”.
Así que sí, vayan a ver esta exposición. Déjense llevar por estas visiones alucinadas, estos paisajes imposibles que parecen surgir de un sueño febril. Y mientras están allí, pregúntense qué buscan realmente cuando contemplan un paisaje, ¿es la naturaleza misma, o la idea que tienen de ella?
Emma Webster, ella parece haber encontrado su respuesta. Y es luminosa.
- Sontag, Susan. Sobre la fotografía. París: Christian Bourgois, 2008.
- Baudrillard, Jean. Simulacros y simulación. París: Galilée, 1981.
- Webster, Emma. Entrevista con Carol Real, Art Summit, 25 de marzo de 2025.
- Sontag, Susan. Sobre la fotografía. París: Christian Bourgois, 2008.
- Baudrillard, Jean. Simulacros y simulación. París: Galilée, 1981.
- Webster, Emma. Entrevista con Carol Real, Art Summit, 25 de marzo de 2025.
- Sontag, Susan. Sobre la fotografía. París: Christian Bourgois, 2008.
















