English | Español

Martes 18 Noviembre

ArtCritic favicon

Hiroshi Senju: La poética del agua en movimiento

Publicado el: 2 Mayo 2025

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 9 minutos

Hiroshi Senju transforma pigmentos naturales en cascadas impresionantes sobre papel japonés. Maestro contemporáneo del nihonga, vierte sus colores desde lo alto del lienzo, dejando que la gravedad colabore en la creación. Sus obras monumentales capturan no solo la apariencia del agua, sino también evocan su sonido y textura.

Escuchadme bien, panda de snobs. Hiroshi Senju no es simplemente un artista que pinta cascadas. Es el creador de un mundo donde el agua se convierte en la encarnación misma del tiempo que pasa, inevitablemente, como nuestras vidas. En su taller neoyorquino, este hombre japonés transforma pigmentos minerales en verdaderos fenómenos naturales sobre papel de morera. A sus 67 años, sigue vertiendo sus colores como un alquimista contemporáneo, creando obras que desafían nuestra percepción del arte tradicional japonés.

Cada cascada de Senju es una paradoja visual: a la vez estática y en perpetuo movimiento. Es precisamente esta tensión la que nos atrae, nos hipnotiza, nos hace quedarnos plantados frente a sus monumentales lienzos durante minutos que parecen eternos. El agua cae, pero nunca toca el suelo. La espuma se forma, pero nunca se disipa. El tiempo está suspendido en un presente eterno.

Su obra monumental “The Fall” presentada en la Bienal de Venecia en 1995 se ha convertido en emblemática de su arte. Esta cascada de 14 metros de ancho parecía surgir de la nada, creando un ruido silencioso ensordecedor. Esta obra le valió una mención honorífica, siendo el primer artista asiático en recibir esta distinción por una pintura. Los críticos notaron cómo los visitantes se volvían de repente silenciosos ante esta inmensidad blanca sobre fondo negro. Como si el agua impusiera su propio lenguaje al observador.

La técnica de Senju es interesante en su aparente simplicidad. Literalmente vierte los pigmentos desde la parte superior del lienzo, dejando que la gravedad orqueste parcialmente la obra. Como señala la crítica de arte Elliat Albrecht: “Se ha sugerido que es un alquimista, transformando los pigmentos de la tierra en agua y aire para explorar la poética del mundo material” [1]. Pero esta descripción, aunque poética, no hace justicia a la complejidad de su proceso. Porque Senju no se limita a verter, guía, controla, ajusta, con una precisión casi obsesiva.

Como maestro del nihonga, esta pintura tradicional japonesa que utiliza pigmentos naturales, Senju podría haberse limitato a ser un fiel custodio de ese legado. En cambio, fusionó esta milenaria tradición con el expresionismo abstracto estadounidense, creando un lenguaje visual a la vez profundamente arraigado y decididamente contemporáneo. Esta hibridación no es un simple ejercicio de estilo, sino una reflexión profunda sobre nuestra condición humana en la era de la globalización.

El filósofo japonés Kitaro Nishida, en su concepto de “basho” (lugar), hablaba de la necesidad de un espacio donde las contradicciones puedan coexistir sin destruirse mutuamente [2]. Las cascadas de Senju encarnan perfectamente esta idea. Son a la vez cultura japonesa y expresión universal, tradición e innovación, naturaleza y artificio, instante y eternidad. Crean ese “basho” donde nuestra mirada puede posarse, perderse y, finalmente, encontrarse.

Muchos críticos resistieron durante mucho tiempo el atractivo de sus cascadas. Demasiado bellas, demasiado accesibles, demasiado… perfectas. Algunos sospechaban que eran objetos decorativos disfrazados de arte contemporáneo. Pero un análisis más profundo revela la sutileza de su compromiso con nuestra época fracturada. En un mundo donde el agua se convierte en un recurso preciado y disputado, donde los desastres naturales se multiplican, estas cascadas no son imágenes apacibles, son memento mori ecológicos.

Tomen “Ryujin I” y “Ryujin II”, esas cascadas fluorescentes que presentó en Venecia en 2015. Vistas bajo luz negra, adquieren una dimensión casi radiactiva, evocando tanto la belleza sobrenatural como la posible contaminación. Esta ambivalencia es el corazón del trabajo reciente de Senju, una ambivalencia que nos fuerza a reconsiderar nuestra relación con la naturaleza en la era antropocena.

El cineasta Andreï Tarkovski escribió que “el agua es un elemento místico y mágico” [3]. En sus películas, especialmente “El sacrificio”, el agua aparece como un símbolo de purificación, pero también de destrucción. Las cascadas de Senju poseen esa misma dualidad. Nos atraen por su belleza apacible, al tiempo que nos recuerdan la fuerza potencialmente destructiva del agua. “Las cascadas (símbolos heracliteanos de la vida, pero también, con el tiempo, fuerzas que pueden destruir algo tan aparentemente permanente como las rocas)” como señala acertadamente Albrecht [1].

El enfoque de Senju frente a la luz es particularmente revelador. Contrariamente a la práctica habitual de exponer las pinturas nihonga en espacios poco iluminados, él prefiere que las suyas se vean con luz natural. Esta preferencia no es casual. Testimonia su convicción de que el arte debe vivir en nuestro mundo, respirar con él, cambiar con él. Cuando el arquitecto Ryue Nishizawa diseñó el museo Hiroshi Senju Karuizawa en 2011, esta filosofía se tradujo en un edificio con muros de cristal, donde las fronteras entre el interior y el exterior se difuminan.

Este museo es en sí una obra de arte total, donde arquitectura y pintura dialogan con el paisaje circundante. El suelo inclinado sigue la pendiente natural del terreno, creando una progresión física que acompaña nuestro avance emocional a lo largo de la exposición. Como explica Senju: “Creo que durante mi vida, el mundo llegará a ser un lugar donde no habrá necesidad de muros, y donde nos confiemos mutuamente. Por lo tanto, el museo Karuizawa es en sí un mensaje al mundo del siglo XXI de un mundo sin fronteras” [1].

Esta visión de un mundo sin fronteras puede parecer ingenua en nuestra época de muros y resurgimiento del nacionalismo. Sin embargo, está en el corazón de la práctica artística de Senju. Como él afirma: “Para mí, no hay frontera entre la pintura figurativa y la pintura abstracta. Me muevo libremente entre ambas” [1]. Esta libertad de movimiento es más que un enfoque estético; es una postura ética en un mundo obsesionado por las clasificaciones.

Hoy en día, las obras de Senju adornan espacios públicos como el aeropuerto internacional de Haneda en Tokio, el templo Kongobuji en el monte Kōya, e incluso la casa japonesa Shofuso en Filadelfia. En cada uno de estos lugares, sus cascadas crean una pausa, un momento de contemplación en el flujo incesante de la vida moderna. Nos invitan a desacelerar, a respirar, a mirar realmente.

Pero no se equivoquen, estas obras no son simples ejercicios de meditación visual. Portan en sí una crítica sutil de nuestra relación con el tiempo. En una cultura dominada por lo instantáneo, la inmediatez, la gratificación inmediata, Senju propone una experiencia temporal distinta. Sus cascadas nos confrontan con un tiempo geológico, un tiempo que precede y sobrepasará a la humanidad.

En una entrevista, Senju compartió esta anécdota reveladora: “Intenté pintar mi primera cascada tras seguir a una manada de ciervos salvajes en una región remota de Hawái. Vi un macho que desapareció rápidamente entre los árboles. Más tarde, al intentar recrear la escena, decidí invocar la imagen del agua que cae como medio para sugerir la potencia y el carácter sagrado del animal” [4]. Esta génesis es particularmente significativa; la cascada no es un fin en sí misma, sino un medio para evocar algo inasible, fugaz.

Esta búsqueda de lo inasible está en el corazón del trabajo de Senju. Como todo gran artista, busca hacer visible lo invisible, dar forma a lo que no la tiene. Sus cascadas son manifestaciones físicas de una realidad que siempre se nos escapa, el paso del tiempo, la vida que fluye, nuestra propia mortalidad.

En sus obras más recientes, especialmente aquellas que utilizan pigmentos fluorescentes, Senju explora lo que él llama “la cualidad misteriosa y mística de la noche y esa parte de nosotros que reside en ella” [4]. Estas cascadas nocturnas, vistas bajo luz negra, crean una experiencia casi onírica. Nos recuerdan que la noche no es simplemente la ausencia del día, sino un espacio-tiempo con sus propias cualidades, su propia existencia.

Es interesante observar cómo Senju, tras cuarenta años de carrera y más de 10.000 obras producidas, sigue insatisfecho. Como confiesa: “Durante 40 años, he enfrentado mis pinturas con fervor, sea cual sea el periodo. Sin embargo, al mirar mis obras pasadas ahora, me encuentro pensando que todas son bastante amateuristas” [4]. Esta insatisfacción crónica es el motor de su creatividad continua. Da testimonio de una humildad rara en un artista de su calibre. En una época donde el arte contemporáneo parece a menudo reducido a gestos espectaculares o conceptos oscuros, el trabajo de Senju nos recuerda que la simplicidad puede ser profunda. Una cascada, ¿qué puede ser más banal? Y, sin embargo, en sus manos, ese motivo universal se convierte en una puerta hacia cuestiones existenciales fundamentales.

Lo más impresionante en la obra de Senju es quizás su capacidad para crear experiencias multisensoriales a partir de un medio esencialmente visual. Como explica: “Cuando comes, experimentas la comida por medios multisensoriales: temperatura, textura, sabor y vista. Fundamentalmente, el arte puede ser experimentado con todos tus sentidos. Cada sentido tiene una fuerte relación con otro” [1]. Frente a sus cascadas, casi se escucha el ruido del agua, se siente la humedad del aire, se percibe la frescura de la espuma.

Esta dimensión sinestésica está particularmente presente en su instalación en el templo Kongobuji. Los fusuma (puertas corredizas de papel) que creó para este lugar sagrado transforman el espacio arquitectónico en una experiencia inmersiva total. El visitante ya no es simplemente espectador, sino participante en una coreografía espacial donde la arquitectura, la pintura y la espiritualidad se unen.

El mundo del arte contemporáneo suele mostrarse escéptico ante los artistas que se vuelven hacia la espiritualidad. Muy a menudo, se trata de una pose, una capa nueva era sobre un vacío conceptual. Pero el trabajo de Senju escapa a esta trampa. Su espiritualidad no es impostada, es intrínseca a su práctica. Reside en su relación con los materiales, en su proceso creativo, en su concepción del tiempo.

En 2020, Senju recibió el 77º Premio Imperial y el Premio de la Academia de Arte de Japón por sus logros excepcionales. En 2022, fue elegido para la Academia de Arte de Japón, convirtiéndose en el artista más joven en recibir este honor. Estas reconocimientos institucionales confirman lo que muchos ya sabían: Senju es uno de los artistas vivos más importantes de Japón.

Pero más allá de estos honores, lo que constituye el verdadero valor de su obra es su capacidad para tocarnos, para hacernos sentir algo en un mundo cada vez más anestesiado. En una entrevista reciente, declaró: “Hoy, con pequeñas diferencias, la gente se pelea, el odio crece y comienzan las guerras. Pero el mundo natural es un lugar de refugio y un terreno común que compartimos que trasciende las fronteras naturales, culturales e ideológicas” [4].

Esta visión del mundo natural como refugio y terreno común está en el corazón del proyecto artístico de Senju. Sus cascadas no son imágenes de cascadas, son propuestas para una manera diferente de estar en el mundo, de habitar el tiempo, de coexistir con la naturaleza.

Mientras navegamos en un presente incierto y un futuro inquietante, la obra de Senju nos ofrece un momento de pausa, una respiración. No como una fuga de la realidad, sino como una inmersión más profunda en ella. Porque lo que sus cascadas nos muestran, al fin y al cabo, es que la belleza no es el opuesto de la verdad, es su manifestación más pura.


  1. Albrecht, E. (2017). “No hay necesidad de muros.” Ocula Magazine.
  2. Nishida, K. (1926). “Lógica del lugar y cosmovisión religiosa.” Iwanami Shoten.
  3. Tarkovski, A. (1989). “El Tiempo sellado.” Cahiers du cinéma.
  4. “Enfrentando el ‘Yo inadecuado’.” (2019). My Philosophy Global.
Was this helpful?
0/400

Referencia(s)

Hiroshi SENJU (1958)
Nombre: Hiroshi
Apellido: SENJU
Otro(s) nombre(s):

  • 千住博 (Japonés)

Género: Masculino
Nacionalidad(es):

  • Japón

Edad: 67 años (2025)

Sígueme