Escuchadme bien, panda de snobs que rondáis las galerías climatizadas con vuestras gafas oscuras y vuestras notas eruditas sobre el arte contemporáneo. Hoy hablaremos de Isa Genzken, esa bruja sublime de la escultura alemana que, desde hace casi cinco décadas, nos lanza a la cara los destellos de nuestra modernidad en descomposición.
Imaginen por un momento que Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir se reencarnaran en una sola persona, una artista capaz de moldear la angustia existencial en objetos tangibles que nos miran con la intensidad de una incomodidad urbana. Ahí está Isa Genzken. Esta mujer que se atrevió a capturar el mundo fragmentado de la Alemania de posguerra y transformarlo en una estética del desastre tan personal que se vuelve universal.
Nacida en 1948 en Bad Oldesloe, Genzken surge en un panorama artístico dominado por hombres, donde las escultoras eran tan raras como unicornios sobrios en las fiestas de artistas. El minimalismo estadounidense dominaba entonces, y ahí aparece esta amazona germana con sus “Elipsoides” y “Hipérbolos” de los años 1970, esas formas matemáticas alargadas en madera lacada que parecían decir “Fuck you” a Carl Andre y a todos esos machistas que creían que la escultura debía ser estoica, inmutable y, sobre todo, masculina.
Pero no nos quedemos en la superficie de estas primeras obras. Lo que hace vibrar estas esculturas geométricas es precisamente la tensión existencial que encarnan. El existencialismo nos enseña que la existencia precede a la esencia, y Genzken nos muestra cómo los objetos existen en un estado de negociación perpetua con el espacio, con su propia materialidad, con nuestras percepciones. Estas formas alargadas de madera que parecen flotar sobre el suelo no son meros ejercicios formales, son exploraciones de la condición ontológica del objeto en el espacio.
Sartre habría apreciado cómo Genzken transforma el “en-sí” inerte de la escultura tradicional en un “para-sí” dinámico y contingente. Estos objetos están ahí, pero se niegan a aceptar su “cosidad” pasiva. Nos confrontan, nos desafían, exigen que los percibamos no como entidades fijas, sino como proposiciones espaciales en constante evolución. Estas primeras obras nos recuerdan que el arte, como la existencia, es un proyecto nunca acabado, siempre en devenir.
Al seguir el recorrido de Genzken en los años 1980, la vemos abandonar la elegancia matemática para explorar el hormigón, ese material banal de la reconstrucción alemana. Sus “Ventanas” de ese período son monumentos al vacío, marcos que no enmarcan nada, aberturas sin vistas. Estas esculturas de hormigón evocan las ruinas urbanas mientras rechazan la nostalgia. Nos hablan de la absurdidad existencial de un mundo que construye y destruye en ciclos perpetuos.
Aquí también, el existencialismo nos ofrece una clave de lectura. La condición humana, para Camus, es la de Sísifo empujando eternamente su piedra. Genzken nos presenta formas arquitectónicas que no albergan a nadie, estructuras que existen en un estado paradójico entre construcción y deterioro. Estas esculturas nos recuerdan que todo intento de crear sentido se enfrenta a la absurda fundamental de la existencia.
Y luego viene la ruptura, ese momento en el que Genzken parece haber ingerido un cóctel explosivo de ansiedad milenaria y de desechos consumistas. Su trabajo de ensamblaje que comienza con la serie “Fuck the Bauhaus” en 2000, que incluye maquetas arquitectónicas hechas a mano con cajas de pizza, conchas, juguetes de plástico y cintas adhesivas de colores, marca una transición radical. Podría verse como un abandono de su riguroso formalismo anterior, pero es más bien una intensificación de su búsqueda existencial.
Si los existencialistas nos enseñan que estamos “condenados a ser libres”, Genzken nos muestra lo que significa esa libertad en un mundo saturado de objetos consumibles, desechables y, sin embargo, siempre presentes. Su práctica de ensamblaje se convierte en una forma de existencialismo material, donde los objetos son arrancados de sus destinos comerciales y reconstituídos en nuevas relaciones significativas.
Tomen su instalación “Oil” para el pabellón alemán en la Bienal de Venecia de 2007. La entrada del edificio envuelta en andamios, el interior poblado de maletas abandonadas, astronautas suspendidos y espejos omnipresentes, todo ello crea un paisaje de tránsito perpetuo, un no-lugar en el sentido que el antropólogo Marc Augé le da. Es una meditación profunda sobre la alienación contemporánea y nuestra incapacidad colectiva para habitar plenamente el mundo que hemos creado.
El existencialismo de Sartre y Beauvoir nos recuerda que estamos definidos por nuestras acciones, por nuestras elecciones, por nuestro “proyecto” existencial. Genzken, al transformar los desperdicios de la cultura consumista en esculturas complejas y perturbadoras, elige enfrentarse al caos material de nuestra época. Ella rechaza la nostalgia por un minimalismo limpio y ordenado, así como rechaza la tentación de retirarse a una torre de marfil artística.
Los maniquíes vestidos de manera extraña de su serie “Schauspieler” (Actores) de los últimos años nos ofrecen quizás la manifestación más clara de su reflexión existencial. Estas figuras humanoides, vestidas con atuendos excéntricos, posan como actores congelados en una obra absurda. Nos recuerdan que en una sociedad del espectáculo, todos estamos constantemente representándonos, interpretando roles impuestos mientras intentamos construir una autenticidad personal.
Como escribe Simone de Beauvoir en “El segundo sexo”: “No se nace mujer, se llega a serlo”. Los maniquíes de Genzken parecen decir: “No se nace sujeto contemporáneo, se llega a serlo” a través de una acumulación caótica de signos culturales, modas, posturas aprendidas y accesorios identitarios. Estas esculturas antropomorfas, ni del todo humanas ni simplemente objetos, encarnan la ambigüedad ontológica que está en el corazón del existencialismo.
Los críticos que ven en el trabajo reciente de Genzken solo un comentario superficial sobre la cultura consumista pierden lo esencial. Su estética del collage, de la sobreabundancia y del bricolaje no es simplemente una crítica a la superficialidad contemporánea, es una exploración profunda de cómo los objetos moldean nuestra experiencia del mundo y de nosotros mismos.
El existencialismo nos enseña que estamos “situados” en un contexto histórico y social específico que limita nuestras elecciones, al tiempo que hace que esas elecciones sean significativas. Genzken, como artista alemana nacida en la posguerra inmediata, está situada en una historia nacional compleja y problemática. Sus obras más recientes pueden interpretarse como intentos de abordar esa historia sin naufragar en ella, de crear un arte que reconozca su contexto al tiempo que lo trascienda.
Los ensamblajes post-11 de septiembre de Genzken, como la serie “Empire/Vampire, Who Kills Death” (2003), no son simplemente reacciones a una tragedia contemporánea. Se inscriben en una meditación más amplia sobre la violencia histórica, sobre los ciclos de destrucción y reconstrucción que han definido el siglo XX. Cuando coloca soldados de juguete en medio de arquitecturas improvisadas y frágiles, nos recuerda que la guerra nunca termina realmente, que la paz siempre es precaria.
Beauvoir escribía que “el drama de la mujer es ese conflicto entre la reivindicación fundamental de todo sujeto que se plantea siempre como lo esencial y las exigencias de una situación que la constituye como inessencial”. Genzken, como mujer artista en un entorno dominado por hombres, ha debido navegar en ese conflicto durante toda su carrera. Sus obras pueden interpretarse como afirmaciones persistentes de su subjetividad esencial frente a un mundo que intentaría marginarla.
Pero Genzken trasciende la simple política identitaria. Su trabajo no es reducible a su posición como mujer artista, del mismo modo que el existencialismo no es reducible a una teoría sobre individuos aislados. Se trata más bien de una exploración de la intersubjetividad, de cómo existimos siempre en relación con los demás y con el mundo material que compartimos.
La serie “New Buildings for Berlin” (2001-2006) nos ofrece un ejemplo perfecto de esta reflexión relacional. Estas maquetas arquitectónicas fantásticas, con sus colores vivos y formas irrealizables, no son simplemente críticas del urbanismo moderno. Proponen visiones alternativas, posibilidades utópicas que podrían existir si tuviéramos el valor de repensar radicalmente nuestro entorno construido.
El existencialismo nos anima a imaginar futuros alternativos, a reconocer que el mundo podría ser diferente a como es. Genzken, con sus arquitecturas imposibles y sus ensamblajes improbables, nos invita a esta imaginación radical. Ella nos muestra que incluso en un mundo saturado de objetos prefabricados y estructuras impuestas, todavía podemos crear algo nuevo, inesperado y transformador.
Hay una alegría en este trabajo, una jubilation en el ensamblaje caótico que contradice la imagen estereotipada del existencialismo como filosofía sombría y derrotista. Sí, Genzken reconoce el absurdo y la contingencia de nuestra existencia material, pero también encuentra una libertad creativa en ese reconocimiento. Sus obras no son monumentos a la desesperación sino celebraciones de la posibilidad.
Miren su “Rose II” (2007), esa flor de acero sobredimensionada que se erigió orgullosamente frente al New Museum de Nueva York. Es una obra que abraza tanto la artificialidad, nadie confundiría esa estructura metálica con una rosa real, como la belleza trascendente. Nos recuerda que incluso en un mundo de objetos manufacturados, todavía podemos emocionarnos, seguir sintiendo algo que va más allá de lo utilitario y comercial.
Sartre nos dice que somos lo que hacemos de lo que hicieron con nosotros. Genzken toma los escombros de nuestra cultura material, los objetos desechables, los materiales de construcción, los accesorios de moda, y hace algo nuevo, algo que trasciende sus orígenes reconociéndolos al mismo tiempo. Es una forma de alquimia existencial, transformando la banalidad en significado.
En una época en la que el arte es cada vez más tratado como una mercancía, como una inversión financiera o un accesorio de estatus social, el trabajo de Genzken sigue siendo obstinadamente ingobernable. Sus esculturas se niegan a reducirse a objetos de contemplación pasiva o a demostraciones de virtuosismo técnico. Más bien, exigen una forma de compromiso existencial, un reconocimiento de que todos estamos implicados en los mismos sistemas complejos y a menudo contradictorios que producen tanto rascacielos relucientes como montañas de desechos plásticos.
El existencialismo nos enseña que la autenticidad proviene del reconocimiento honesto de nuestra situación, seguido de una elección consciente sobre cómo respondemos a esa situación. Genzken, frente al caos material e ideológico del final del siglo XX y el inicio del XXI, elige no apartarse, sino sumergirse completamente en él. Ella transforma ese caos en una práctica artística distintiva que rechaza fórmulas fáciles y soluciones prefabricadas.
Su rechazo a ceñirse a un estilo reconocible, su disposición a arriesgar el fracaso y la incomprensión al perseguir constantemente nuevas direcciones, todo ello atestigua una comprensión profundamente existencialista de la creatividad artística. Como Camus nos recuerda, hubo que imaginar a Sísifo feliz en su trabajo sin fin. De la misma manera, Genzken parece encontrar satisfacción en la tarea imposible pero necesaria de dar forma al caos de nuestro mundo contemporáneo.
En un panorama artístico dominado por artistas de marca y prácticas de estudio industrializadas, Genzken sigue siendo una voz singular e inimitable. Ella nos recuerda que el arte no es simplemente cuestión de producir objetos estéticamente agradables o conceptualmente coherentes, sino un compromiso existencial con los materiales, las historias y las posibilidades que nos rodean.
Si el existencialismo es una filosofía que insiste en nuestra libertad radical incluso frente a las más severas restricciones, entonces Genzken es verdaderamente una artista existencialista. Su obra nos muestra cómo la libertad creativa puede surgir incluso en medio del desorden cultural más abrumador, cómo pueden forjarse nuevos significados a partir de los desechos del consumo masivo.
Mientras que tanto arte contemporáneo parece ceder ante las fuerzas del mercado o se opone a ellas con una crítica previsible e ineficaz, Genzken encuentra una tercera vía. Ella acepta el mundo material tal y como es, saturado de objetos, fragmentado, a menudo absurdo, pero se niega a aceptar que este sea el fin de la historia. En cada ensamblaje caótico, cada escultura arquitectónica, cada maniquí extrañamente vestido, afirma la posibilidad de un nuevo sentido, una nueva relación, una nueva perspectiva.
¿Y no es esto el corazón del existencialismo? No la desesperación frente al absurdo, sino el reconocimiento de que precisamente ese absurdo es lo que hace que nuestra creación de sentido sea tan significativa. En un universo predeterminado, el arte no sería más que una ilustración de verdades preexistentes. En el mundo contingente y abierto que el existencialismo nos presenta, el arte se convierte en un acto esencial de creación de sentido.
Isa Genzken, con su rechazo a las fórmulas fáciles y su voluntad de enfrentar el caos material que nos rodea, personifica esta comprensión existencialista del arte. Su obra nos recuerda que incluso en las circunstancias más desconcertantes, siempre tenemos la libertad de crear, transformar y dar un nuevo significado a lo que parece carecer de sentido.
Así que la próxima vez que te encuentres frente a una de sus esculturas desequilibradas o a uno de sus ensamblajes caóticos, no busques simplemente entender qué “significa” la obra. Pregúntate más bien cómo te invita a repensar tu propia relación con el mundo material, cómo te desafía a ver de manera diferente los objetos que te rodean, cómo te anima a imaginar nuevas posibilidades en lo que parece ya determinado.
Porque es allí, en esa invitación a una nueva percepción, a una nueva relación, donde reside el verdadero poder existencialista del trabajo de Genzken. Ella nos muestra que incluso en nuestro mundo sobremediático e hipercomercializado, aún podemos encontrar momentos de auténtica libertad, ocasiones para crear sentido donde parecía haber solo ruido.
Así que sí, admira la virtuosidad técnica de sus primeras esculturas en madera, aprecia la audacia de sus ensamblajes recientes, pero no olvides que lo que une estas obras aparentemente dispares es una preocupación constante por nuestra condición existencial en un mundo material en constante evolución. Isa Genzken no es simplemente una escultora o una artista de ensamblajes, es una filósofa visual que utiliza los objetos, el espacio y nuestra propia percepción para plantearnos las preguntas más fundamentales sobre nuestro ser en el mundo.
Y en un paisaje artístico a menudo dominado por el cinismo o el espectáculo vacío, esta interrogante existencial sincera es tan refrescante como necesaria. Gracias, Isa Genzken, por recordarnos que el arte aún puede ser una cuestión de vida y muerte, de sentido y absurdidad, de libertad y restricción, en resumen, una cuestión de la existencia humana en toda su compleja y maravillosa caoticidad.
















