English | Español

Martes 18 Noviembre

ArtCritic favicon

Jesse Mockrin: La cirujana del barroco

Publicado el: 3 Enero 2025

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 6 minutos

Jesse Mockrin disecciona las obras maestras europeas con precisión quirúrgica, transformando sus fragmentos en comentarios punzantes sobre género y poder. Su técnica virtuosa crea figuras andróginas inquietantes que desafían nuestras certezas sobre la representación del cuerpo en el arte.

Escuchadme bien, panda de snobs, permitidme hablaros de Jesse Mockrin (nacida en 1981 en Silver Spring, Maryland), esta artista que hace temblar los cimientos de nuestra bella historia del arte occidental con una insolencia deliciosa. La he visto deconstruir a los grandes maestros europeos con una precisión quirúrgica que haría palidecer a un neurocirujano bajo cocaína.

Primero, sumerjámonos en su reapropiación subversiva de las obras clásicas. No es simplemente copiar y pegar para impresionar al público, como algunos artistas contemporáneos que se limitan a reciclar la historia del arte con la sutileza de un elefante en una tienda de porcelana. No, Mockrin practica una verdadera cirugía estética sobre estos cuadros históricos. Los diseca, los fragmenta, los recompone con tal maestría que incluso Roland Barthes perdería su latín sobre la muerte del autor. Sus dípticos y trípticos no son simples ejercicios de estilo, crean rupturas temporales que hacen explotar nuestras certezas sobre la representación del cuerpo y del género.

Tomad sus manos manieristas, esos dedos que parecen bailar sobre el lienzo como tentáculos elegantes. Es Bronzino bajo ácido, Rubens que habría tenido un mal viaje. La artista lleva la elegancia al absurdo, hasta el punto en que la belleza se vuelve grotesca. Estas manos imposibles, privadas de sus articulaciones, cuentan una historia más profunda sobre nuestra obsesión colectiva por la perfección estética. Es Judith Butler encontrándose con Jacques Derrida en un hammam barroco.

¡Y hablemos de su técnica! Sus fondos negros no son solo vacíos decorativos para dar sensación de “profundidad”. No, son espacios teatrales que transforman cada fragmento en una escena dramática digna de las mejores óperas barrocas. Su dominio técnico es tan preciso que llega a ser casi indecente. Un mínimo de tres capas de pintura para cada tonalidad, obsesivamente fundidas hasta que la piel se vuelve tan lisa como la pantalla de un iPhone. ¿El resultado? Figuras que oscilan entre el hiperrealismo y la artificialidad más inquietante, como si la Madonna de Rafael se hubiera fusionado con un maniquí de escaparate.

Mockrin no está aquí para arrullarnos con ilusiones sobre la grandeza del arte occidental. Ella toma estas obras canónicas, esos cuadros ante los que generaciones de conservadores se han desmayado, y los transforma en comentarios punzantes sobre nuestra época. Sus apropiaciones no son simples homenajes respetuosos, son actos sofisticados de piratería cultural que revelan los prejuicios de género y las construcciones sociales ocultas en nuestro legado artístico.

Miren cómo trata la luz en sus obras recientes. Ya no es el claroscuro dramático de sus comienzos, sino una luminosidad más compleja que juega con nuestras expectativas. Crea contraluces imposibles, sombras que desafían la lógica física. Es como si Caravaggio hubiera tenido acceso a Photoshop y se hubiera dicho “¿Y por qué no?”. Esta manipulación de la luz no es solo un efecto visual, es una metáfora sobre cómo seguimos manipulando y recontextualizando las imágenes históricas en la era digital.

Lo que me gusta especialmente es su forma de tratar el género y la identidad. Sus figuras tienen una andrógina inquietante, como si hubiera tomado los cánones de la belleza masculina y femenina y los hubiera pasado por la licuadora. ¿El resultado? Seres que escapan a toda categorización fácil, que nos obligan a cuestionar nuestros propios prejuicios sobre el género. Es Judit decapitando a Holofernes que se encuentra con San Sebastián en un club BDSM intelectual.

Sus referencias a la historia del arte no son simples citas pedantes. Cuando se apropia de una Venus o una Lucrecia, no se limita a reproducir la imagen, la deconstruye para revelar los mecanismos de poder y deseo que la sustentan. Es como si tomara el “male gaze” teorizado por Laura Mulvey y lo volviera contra sí mismo con una elegancia vengativa.

Sus últimos trabajos sobre espejos y la vanidad son especialmente impactantes. Toma este motivo clásico de la mujer ante el espejo, tan querido por los pintores masculinos que gustaban de representar la “vanidad femenina”, y lo transforma en una reflexión compleja sobre la percepción y la auto-representación. Estas obras no son simples comentarios sobre el narcisismo contemporáneo en la era de los selfies, revelan cómo las estructuras de poder y las expectativas sociales continúan moldeando nuestra relación con la imagen.

Lo más fascinante es su forma de jugar con el tiempo. Sus obras crean cortocircuitos temporales vertiginosos donde el barroco se encuentra con Instagram, donde los santos mártires conviven con las estrellas del K-pop. No es un kitsch postmoderno fácil, es una reflexión profunda sobre cómo las imágenes viajan en el tiempo y el espacio, acumulando y transformando sus significados.

Los drapeados en sus cuadros no son simples ejercicios de virtuosismo técnico. Se convierten en personajes por sí mismos, masas de tela que engullen el espacio pictórico con una presencia casi amenazante. Es como si ella tomara las convenciones del barroco, donde el drapeado era un símbolo de riqueza y poder, y las llevara al absurdo, transformando estos significantes de estatus social en comentarios críticos sobre nuestra propia obsesión por las apariencias.

Su técnica es de una precisión casi maniática. Las carnaciones de sus figuras están trabajadas con tal minuciosidad que resultan inquietantes, demasiado perfectas para ser reales, como máscaras de porcelana que ocultarían algo aún más perturbador. Es un comentario sutil sobre nuestra época obsesionada con los filtros de Instagram y la perfección digital.

Lo que hace que su trabajo sea tan relevante hoy en día es su capacidad para revelar las continuidades históricas en nuestra relación con las imágenes. Cuando pinta una escena de toilette inspirada en el siglo XVIII, nos muestra que nuestros rituales contemporáneos de belleza y autopresentación no son más que los últimos avatares de una larga historia de performance social y construcción identitaria.

Su trabajo en las escenas de violencia histórica es particularmente impactante. Al fragmentar y recontextualizar estas imágenes, ella nos obliga a mirar verdaderamente la violencia que subyace en muchas de nuestras “obras maestras” occidentales. No es un sensacionalismo gratuito, es una invitación a reflexionar sobre cómo el arte ha estetizado y normalizado históricamente la violencia, especialmente la dirigida contra las mujeres.

Mockrin no está aquí para consolarnos con imágenes bonitas. Ella utiliza la belleza como un caballo de Troya para introducir cuestionamientos más profundos sobre el poder, el género, la violencia y la representación. Su trabajo es como un espejo deformante que refleja nuestra historia del arte, un espejo que revela los puntos ciegos y prejuicios que preferimos ignorar.

Sus obras son máquinas para viajar en el tiempo que anulan nuestras certezas sobre el progreso y la modernidad. Al yuxtaponer referencias históricas con preocupaciones contemporáneas, nos muestra que nuestras luchas actuales en torno al género, el poder y la representación no son más que los últimos capítulos de una historia mucho más larga.

Mockrin utiliza el virtuosismo técnico no como un fin en sí mismo, sino como una herramienta para deconstruir y reimaginar nuestro legado visual. Ella nos muestra que la belleza puede ser un arma de subversión masiva cuando se maneja con inteligencia y precisión.

Was this helpful?
0/400

Referencia(s)

Jesse MOCKRIN (1981)
Nombre: Jesse
Apellido: MOCKRIN
Género: Femenino
Nacionalidad(es):

  • Estados Unidos

Edad: 44 años (2025)

Sígueme