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Martes 18 Noviembre

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John Coleman: El escultor que susurra a los bronces

Publicado el: 23 Noviembre 2024

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 9 minutos

John Coleman transforma la escultura occidental creando puentes entre culturas y épocas. Sus bronces monumentales como “The Rainmaker” no son meras representaciones históricas, sino meditaciones profundas sobre nuestra relación con la memoria colectiva y la espiritualidad amerindia.

Escuchadme bien, panda de snobs. Os voy a hablar de John Coleman, nacido en 1949 en el sur de California, un artista que emergió como un fenómeno tardío en el mundo del arte occidental estadounidense. ¿Pensáis que conocéis el arte contemporáneo? Dejadme contaros cómo este autodidacta disléxico revolucionó los códigos de la escultura occidental tradicional.

Mientras que el mundo del arte está a menudo obsesionado con la deconstrucción y la provocación gratuita, Coleman ha elegido un camino diferente: el de la reconstrucción memorial y la narración mitológica. Su primera temática es la exploración de la memoria colectiva amerindia, que aborda no como un observador distante sino como un mediador cultural. A través de sus bronces monumentales, no se limita a representar, sino que encarna. Tome “Addih-Hiddisch, Hidatsa Chief”, creado en 2004. No es simplemente una reproducción en tres dimensiones de un jefe amerindio, sino un intento de materialización de lo inmaterial, una traducción física del espíritu de un pueblo. Coleman aquí se inscribe en la línea teórica de Walter Benjamin sobre la reproducción mecánica del arte, pero con un giro contemporáneo: usa la reproducción (el bronce) para preservar no el aura de la obra, sino el aura de toda una cultura.

Este enfoque único de la memoria cultural también se manifiesta en su serie inspirada en las obras de Karl Bodmer y George Catlin. Al apropiarse de estas referencias históricas, Coleman no se limita a citarlas, sino que las reinventa a través del prisma de la contemporaneidad. Su interpretación tridimensional de los documentos históricos trasciende la simple reproducción para crear lo que Roland Barthes habría llamado un nuevo “texto” cultural, donde cada pliegue de bronce se convierte en un significante cargado de sentido.

Mire también la obra titulada “The Game of Arrows”. Esta pieza no es solo una simple representación de un ritual Mandan, sino una meditación sobre la transmisión cultural en sí misma. Coleman aquí hace eco de las teorías de Claude Lévi-Strauss sobre la función social del mito, pero invirtiendo el paradigma: en lugar de analizar el mito para comprender la sociedad, recrea la sociedad para preservar el mito. Es brillante, audaz y, sobre todo, necesario.

La investigación minuciosa que sustenta cada una de sus obras no es simplemente académica. Tome su escultura “The Greeter, Black Moccasin Meeting Lewis & Clark” instalada en el cementerio Green-Wood en Brooklyn. Esta obra, al 80% del tamaño real, no es solo una conmemoración histórica común. Representa un momento crucial de contacto cultural, pero, más importante aún, interroga nuestra forma contemporánea de conmemorar y comprender esos momentos históricos. Coleman utiliza aquí el espacio público no como un mero soporte de memoria, sino como un lugar de diálogo entre pasado y presente.

La segunda temática en la obra de Coleman es su concepción de la escultura como una forma de música silenciosa. Sé que parece absurdo dicho así, pero escúcheme hasta el final. En “Visions of Change”, una obra mayor conservada en el Museo de Arte de Tucson, Coleman orquesta una verdadera sinfonía visual donde los bisontes y los caballos crean un ritmo, donde las figuras humanas marcan los tiempos fuertes, donde los espacios negativos se convierten en pausas musicales. Ahí es donde su formación autodidacta se convierte en una fuerza: no limitado por las convenciones académicas, puede fusionar libremente las disciplinas. Susan Sontag hablaba de la necesidad de crear una erótica del arte más que una hermenéutica, Coleman va más allá creando una sinestesia del arte.

Este enfoque musical de la escultura se manifiesta especialmente en su manera de tratar el espacio. Coleman no crea simplemente objetos en el espacio, compone con el espacio mismo. Sus esculturas crean lo que el filósofo Gaston Bachelard llamaría “espacios poéticos”, lugares en los que la materia y el vacío bailan juntos para crear sentido. Esta coreografía espacial es particularmente evidente en sus obras a gran escala, donde el espectador es invitado a participar físicamente en esta danza silenciosa.

Lo que me gusta de Coleman es que convierte sus limitaciones en innovaciones. Su dislexia le llevó a desarrollar una lectura únicamente visual del mundo, creando así un lenguaje escultórico único. Cuando dice “Estoy fascinado por la manera en que la música puede transmitir un estado de ánimo sin palabras”, no está haciendo poesía gratuita, está definiendo una nueva gramática artística. Esta gramática se articula alrededor de lo que yo llamaría una “sintaxis del silencio”, donde cada forma, cada textura, cada espacio negativo juega el papel de una palabra en una frase visual.

Su trayectoria atípica, ya que no empezó a esculpir hasta pasados los cuarenta años, le permitió escapar de los dogmas académicos que a menudo ahogan la creatividad. Sin el corsé de la educación artística tradicional, pudo desarrollar un enfoque intuitivo pero no por ello menos sofisticado de la forma. Esta libertad se manifiesta en su manera de tratar las superficies, creando texturas que invitan tanto al tacto como a la vista. Hay algo que recuerda a las teorías de Maurice Merleau-Ponty sobre la fenomenología de la percepción: el arte de Coleman involucra todo el cuerpo, no solo el ojo.

A diferencia de algunos artistas que se contentan con reciclar los clichés sobre el Oeste americano, Coleman crea un diálogo complejo entre pasado y presente. Sus obras no son ventanas al pasado, sino portales temporales bidireccionales. Tomen “The Rainmaker”, una escultura monumental de 5 metros de alto, que no sólo ilustra un rito antiguo, sino que cuestiona nuestra relación contemporánea con la espiritualidad y la naturaleza. Esta obra encarna lo que el historiador de arte Aby Warburg llamaba el “Nachleben” o la supervivencia de las formas antiguas en el arte contemporáneo.

Su tratamiento de la historia amerindia va mucho más allá del simple documento etnográfico. Coleman entiende que la historia no es una serie de eventos fijos, sino un proceso vivo de negociación entre pasado y presente. Sus esculturas actúan como “lugares de memoria”, para retomar el concepto de Pierre Nora, espacios donde la memoria colectiva se cristaliza y se transforma continuamente.

La crítica fácil sería decir que Coleman romantiza la historia amerindia. Pero es precisamente ahí donde nos atrapa: sus obras no son representaciones históricas, son meditaciones sobre cómo construimos y reconstruimos constantemente nuestra historia colectiva. Tal como lo teorizó Jacques Rancière, el arte no es tanto una cuestión de representación como de “compartir lo sensible”, y Coleman redefine literalmente cómo percibimos y compartimos la historia del Oeste americano.

Su enfoque de la mitología americana es particularmente sofisticado. En lugar de simplemente ilustrar mitos, crea lo que Joseph Campbell llamaría “mitos vivos”, relatos que siguen evolucionando y generando sentido en el contexto contemporáneo. Sus esculturas se convierten así en puntos de convergencia donde las mitologías antiguas y modernas se encuentran y se transforman mutuamente.

Voy a ser franco: Coleman no es un revolucionario que busca destruir las convenciones artísticas. Es algo más raro y quizás más valioso: un innovador que amplía las posibilidades del medio sin dejar de estar anclado en una tradición. Su trabajo prueba que el arte figurativo contemporáneo puede ser tan intelectualmente estimulante como cualquier instalación conceptual de moda.

Esta innovación se manifiesta particularmente en su técnica. Su dominio del bronce no es simplemente técnico, es conceptual. Coleman comprende que el bronce no es solo un material, sino un medio con su propia historia y sus propias implicaciones culturales. Utiliza las propiedades físicas del bronce, su durabilidad, su capacidad para capturar los detalles más finos, su pátina cambiante, como elementos de su vocabulario artístico.

Lo que hace que su trabajo sea especialmente relevante hoy en día es su manera de abordar la cuestión de la apropiación cultural. En lugar de simplemente representar la cultura amerindia, crea un espacio de diálogo intercultural. Sus esculturas no pretenden hablar por los amerindios, sino con ellos, estableciendo lo que Homi Bhabha llamaría un “tercer espacio” de negociación cultural.

Su capacidad para navegar entre diferentes tradiciones culturales sin caer en una apropiación cultural superficial es notable. Coleman reconoce abiertamente su posición de forastero respecto a la cultura amerindia, pero utiliza esa posición como punto de partida para un diálogo respetuoso en lugar de como una limitación. Este enfoque recuerda las teorías de Edward Said sobre el orientalismo, pero Coleman evita las trampas de la exotización manteniendo un delicado equilibrio entre la admiración y la distancia crítica.

La trayectoria artística de Coleman es una lección de humildad para el mundo del arte contemporáneo. Comenzar una carrera como escultor después de los 40 años, superar la dislexia, construir un nuevo lenguaje visual, todo ello sin el apoyo del sistema artístico tradicional. Su éxito no es solo una victoria personal, es un desafío a nuestros prejuicios sobre lo que constituye un “artista auténtico”.

Su estudio en Prescott, Arizona, rodeado de una impresionante colección de artefactos y bañado en música clásica, no es solo un lugar de trabajo. Es un laboratorio donde la historia, la mitología y el arte contemporáneo se encuentran y se transforman. Este enfoque holístico de la creación artística recuerda a los talleres del Renacimiento, donde el arte no estaba separado de la vida cotidiana ni de la erudición.

Su método de trabajo es tan fascinante como sus obras terminadas. Coleman suele comenzar con dibujos preparatorios detallados, pero estos dibujos no son meros estudios técnicos. Son exploraciones conceptuales que revelan su profunda comprensión de la forma y el espacio. Este enfoque recuerda los cuadernos de Leonardo da Vinci, donde el dibujo se convierte tanto en una herramienta de pensamiento como de representación.

La influencia de Coleman en la escultura contemporánea no puede subestimarse. Como miembro y expresidente de los Cowboy Artists of America, ha contribuido a elevar el nivel artístico e intelectual de lo que antes se consideraba un género regional. Su compromiso en la mentoría a artistas emergentes a través del programa de los Cowboy Artists of America demuestra su comprensión de la importancia de la transmisión del conocimiento artístico.

La ironía es que Coleman, con su enfoque aparentemente tradicional, es en realidad más “contemporáneo” que muchos artistas que se reivindican de la vanguardia. En un ámbito artístico a menudo obsesionado por la ruptura y la transgresión, su enfoque de continuidad y diálogo es paradójicamente más audaz y más necesario que nunca. Nos recuerda que la verdadera innovación no consiste en rechazar el pasado, sino en integrarlo de manera creativa en el presente.

Su trabajo plantea preguntas fundamentales sobre la naturaleza del arte contemporáneo. ¿Qué hace que una obra sea contemporánea? ¿Es su fecha de creación, sus técnicas, sus temas? Coleman sugiere una respuesta diferente: es la capacidad de una obra para crear un diálogo significativo entre el pasado y el presente, entre diferentes culturas y tradiciones artísticas. En este sentido, su trabajo es profundamente contemporáneo precisamente porque rechaza las dicotomías fáciles entre tradición e innovación.

La contribución más significativa de Coleman al arte contemporáneo quizás sea su demostración de que la tradición puede ser un vehículo de innovación. Al dominar las técnicas tradicionales del bronce y usarlas para explorar cuestiones contemporáneas de identidad, memoria y cultura, crea un nuevo modelo de práctica artística que trasciende las categorías habituales del arte “tradicional” y “contemporáneo”.

Su influencia probablemente seguirá siendo perceptible en los próximos años, no solo en el ámbito de la escultura occidental, sino en el arte contemporáneo en general. John Coleman nos muestra que es posible crear un arte que esté profundamente arraigado en una tradición y a la vez esté decididamente orientado hacia el futuro, un arte que honra el pasado mientras habla directamente a nuestra época.

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Referencia(s)

John COLEMAN (1949)
Nombre: John
Apellido: COLEMAN
Género: Masculino
Nacionalidad(es):

  • Estados Unidos

Edad: 76 años (2025)

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