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La huella primitiva de Miquel Barceló

Publicado el: 1 Abril 2025

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 9 minutos

Miquel Barceló transfigura la materia en experiencia sensorial. Este nómada artístico, que navega entre Mallorca, París y África, transforma arcilla, pigmentos y materiales orgánicos en visiones primitivas y contemporáneas, cuestionando sin cesar nuestra relación con el mundo a través de una obra visceral.

Escuchadme bien, panda de snobs! Miquel Barceló no es un simple pintor, sino un arqueólogo del presente que excava en las capas de nuestro legado visual colectivo. Este niño de Felanitx, nacido en 1957 en esta pequeña ciudad de Mallorca con tradiciones milenarias, ha creado un universo artístico que escapa a las categorías fáciles y a las fórmulas masticadas que tanto aman los marchantes de arte y los comisarios de exposiciones en busca de inspiración.

Llegué frente a sus obras con esa mezcla de curiosidad e impaciencia que siempre me impulsa en mis peregrinaciones artísticas. ¡Y entonces, qué bofetada! Sus cuadros te saltan encima como un depredador hambriento. ¡Esa materialidad excesiva, esos empastes jugosos, esas grietas intencionadas y esas superficies trabajadas como campos arados después de una tormenta! ¡Estamos lejos de las tonterías bien limpias que nos sirven en las ferias internacionales!

Barceló practica una forma de sincretismo feroz, en la intersección de lo que yo llamaría una antropología visual y un expresionismo visceral. Sus gigantescas obras en la catedral de Palma de Mallorca (2001-2007) constituyen un manifiesto de este enfoque: el artista reinventa lo sagrado a través de un lenguaje contemporáneo que dialoga con la arquitectura secular. La pared de cerámica de 300 metros cuadrados que representa la multiplicación de los panes y los peces se convierte en un festín visual donde la arcilla habla, respira y cuenta la condición humana.

Lo que me impresiona en el trabajo de Barceló es su relación íntima con la filosofía existencialista. Este es el primer eje que quisiera explorar con ustedes. La obra entera de este mallorquín podría leerse como una meditación sartriana sobre el compromiso y la autenticidad. Cuando Jean-Paul Sartre escribía que “la existencia precede a la esencia”, definía sin saberlo el método de Barceló. Este último no busca ilustrar conceptos preestablecidos, sino dejar que la obra emerja de su confrontación con la materia. “Nunca he pintado una idea en mi vida”, confesó una vez, “pinto situaciones” [1]. Este enfoque fenomenológico de la creación se conecta directamente con las preocupaciones existencialistas: el ser-en-el-mundo precede toda abstracción intelectual.

Tomen su serie de “Bibliotecas” (1984): esos interiores cargados de libros, donde el artista aparece a menudo como una presencia fantasmal, constituyen menos una celebración de la erudición que una interrogación sobre nuestra relación con el saber y la transmisión. Como escribía Sartre en “Las Palabras”, “la cultura no salva nada ni a nadie, no justifica. Pero es un producto del hombre: en ella se proyecta, se reconoce” [2]. Barceló materializa esta ambivalencia en cuadros donde los libros parecen a la vez refugios y prisiones, fuentes de luz y masas aplastantes.

Su cuadro “El amor loco” (1984) lleva aún más lejos esta reflexión existencialista. El artista se representa desnudo, en erección, rodeado de sus autores favoritos, Nabokov, Joyce, Baudelaire. Esta obra audaz interroga frontalmente cómo nuestra identidad se construye a través de nuestras referencias culturales, recordando crudamente nuestra condición carnal. El existencialismo nos enseña que somos simultáneamente conciencia y cuerpo, trascendencia y facticidad. Barceló traduce esta dualidad en imágenes, sin compromiso ni pudor excesivo.

El segundo tema que atraviesa la obra de Barceló como un hilo rojo sangriento es su relación con la antropología. Lejos de ser un simple turista cultural, el artista mallorquín vivió durante años en Malí, inmerso en la cultura Dogon. No era un exotismo superficial, sino una búsqueda auténtica de los orígenes de la creatividad humana. Estableció paralelismos sorprendentes entre el arte contemporáneo occidental y las expresiones artísticas llamadas “primitivas”, revelando sus raíces comunes.

Claude Lévi-Strauss, en “El pensamiento salvaje”, sostenía que “el bricoleur es apto para ejecutar una gran cantidad de tareas diversas; pero, a diferencia del ingeniero, no subordina cada una de ellas a la obtención de materias primas y herramientas, diseñadas y procuradas a la medida de su proyecto” [3]. Esta definición del bricoleur como figura del artista se aplica perfectamente a Barceló. En sus talleres sucesivos, en Mallorca, París o Sangha, acumula materiales dispares (pigmentos naturales, arena, ceniza volcánica, algas) que transforma según las necesidades del momento.

Sus cuadernos de África, realizados entre 1988 y 2000, dan testimonio de este enfoque antropológico. Barceló documenta cuidadosamente la vida cotidiana de los Dogones, pero sin caer nunca en la trampa del exotismo fácil. Más bien busca captar lo que Mary Douglas llamaba las “estructuras de significado” que operan en todas las culturas [4]. Los rituales cotidianos, pescar, cocinar, construir, se convierten bajo su mano en actos cargados de un poder simbólico que trasciende su función primaria.

“Gran animal europeo” (1991) ejemplifica esta fusión entre antropología y práctica artística. Este inmenso lienzo que representa un animal crucificado funciona como un artefacto ritual contemporáneo. Barceló trasciende la simple representación para alcanzar el ámbito de lo sagrado, no en un sentido religioso convencional, sino en la acepción que le da el antropólogo británico Victor Turner: un espacio liminal donde las categorías habituales se suspenden temporalmente [5].

Lo que me gusta de Barceló es su capacidad para seguir siendo él mismo un animal salvaje en la jungla aséptica del arte contemporáneo. En una época en que tantos artistas parecen producir obras para satisfacer algoritmos e inversores, él sigue manchándose las manos. Su cerámica monumental para el Palacio de las Naciones en Ginebra (2008), esa cúpula policromada que cuelga como una cueva invertida, es una burla magistral a la arquitectura funcionalista que la rodea.

Las mejores obras de Barceló poseen esa cualidad paradójica de ser a la vez antiguas y nuevas, como si emergieran directamente de las cuevas prehistóricas pero hablaran nuestro lenguaje contemporáneo. Su fascinación por las pinturas rupestres de Chauvet o Altamira no es nostalgia ni regresión, sino reconocimiento de una continuidad fundamental en la experiencia artística humana. En 2016, cuando declara que “los artistas de Chauvet son mis contemporáneos” [6], no convierte la historia del arte en un museo polvoriento, sino en un espacio vivo donde las temporalidades se telescopan.

La ambivalencia de Barceló frente a la tauromaquia ilustra su posición compleja como artista contemporáneo arraigado en tradiciones ancestrales. En los años 1990, produjo una serie impactante de obras sobre este tema, no por fascinación morbosa por la violencia, sino para explorar lo que el antropólogo Clifford Geertz llamó un “juego profundo”, un ritual en que una sociedad representa sus contradicciones fundamentales [7]. Luego, en 2015, reconoce que “la tauromaquia está terminando”, mostrando una aguda conciencia de las mutaciones culturales en curso.

Esta tensión entre tradición y contemporaneidad también anima sus naturalezas muertas. Cuando Barceló pinta frutas, calaveras o peces, dialoga consciente con toda la historia de la pintura occidental, desde Zurbarán hasta Soutine. Pero los reinventa a través de un tratamiento material tan intenso que estos objetos familiares se vuelven extraños, inquietantes, casi monstruosos. Como escribe el antropólogo David Freedberg en “El poder de las imágenes”, “tendemos a suprimir nuestra reacción corporal ante las imágenes” [8]. Barceló, en cambio, reactiva esta dimensión física de nuestra relación con las representaciones.

El mar, omnipresente en su obra reciente, no es solo un motivo visual, sino un principio filosófico y antropológico. Para este buceador empedernido, la inmersión en las profundidades marinas es análoga al acto de pintar, un ejercicio de paciencia y atención, una suspensión del tiempo ordinario. “Pintar es como hacer apnea”, confiesa, “esperas el momento de actuar” [9]. Esta metáfora acuática nos remite a la fenomenología de Gaston Bachelard que, en “El agua y los sueños”, analizaba cómo este elemento primordial estructura nuestro imaginario.

Hoy, mientras tantos artistas navegan con precaución en las aguas tibias del pensamiento correcto contemporáneo, Barceló sigue sumergiéndose en las profundas y tumultuosas aguas de nuestra experiencia colectiva. Su exposición “La soledad organizativa” en la Caixa Forum de Madrid en 2010 presentaba un autorretrato en forma de gorila meditativo, imagen provocativa que recuerda que, bajo la capa de nuestra sofisticación cultural, seguimos siendo primates enfrentados a las mismas preguntas fundamentales que nuestros ancestros.

No puedo evitar pensar que si el existencialismo y la antropología resuenan con tanta fuerza en la obra de Barceló, es porque estas dos disciplinas interrogan qué significa ser humano en un mundo desencantado. El artista mallorquín rechaza la vía fácil de las respuestas prefabricadas. Como el antropólogo Claude Lévi-Strauss que buscaba entender “cómo los mitos se piensan en los hombres y a sus espaldas” [10], Barceló explora cómo las imágenes nos habitan y nos superan.

El arte de Barceló, nómada, proteico, visceral, se burla de las etiquetas. ¿Neoexpresionista? ¿Posmoderno? Estas clasificaciones que hacen las delicias de los catálogos de exposiciones y las tesis universitarias se desmoronan ante la potencia bruta de sus creaciones. Pertenece a esa categoría de artistas raros que transforman no solo nuestra forma de ver, sino también nuestra forma de estar en el mundo.

Mientras estamos saturados por imágenes digitales desincorporadas, Barceló nos recuerda la irredimible materialidad de la experiencia artística. Sus obras no piden ser “comprendidas” intelectualmente, sino vividas físicamente, como se experimenta la caricia del viento o la mordedura del frío. Nos invitan a reencontrarnos con esa dimensión sensual y existencial del arte que nuestra época hiperconectada tiende a descuidar.

En el fondo, lo que nos dice Barceló a través de su obra multitudinaria es que el arte no es un lujo ni un entretenimiento, sino una necesidad antropológica tan fundamental como comer, dormir o hacer el amor. “Hago arte porque lo necesito”, afirma sin rodeos [11]. Esta simplicidad desarmante en la afirmación de su vocación contrasta con el cinismo y las posturas que corroen con demasiada frecuencia la escena artística contemporánea.

En un mundo donde el valor mercantil amenaza constantemente con eclipsar el valor estético, donde las obras se convierten en activos financieros antes que en experiencias sensibles, el recorrido obstinado de Barceló recuerda que el arte auténtico siempre nace de una necesidad interior y no de las fluctuaciones del mercado. Su trayectoria singular, desde Mallorca a París pasando por África, dibuja una geografía personal que escapa a los circuitos marcados del arte globalizado.

Así que sí, panda de snobs, Miquel Barceló es mucho más que un pintor español que ha tenido éxito. Es un explorador de los límites de nuestra humanidad, un arqueólogo del presente que excava sin descanso las capas de nuestra experiencia colectiva para extraer imágenes tan antiguas como nuevas, tan universales como profundamente personales. Sus obras nos recuerdan por qué necesitamos el arte: no para decorar nuestras paredes o diversificar nuestras inversiones, sino para ayudarnos a habitar poéticamente este mundo.


  1. Entrevista con Miquel Barceló, Cahiers d’Art, París, 2014.
  2. Sartre, Jean-Paul, Les Mots, Gallimard, París, 1964.
  3. Lévi-Strauss, Claude, La Pensée sauvage, Plon, París, 1962.
  4. Douglas, Mary, De la souillure: Ensayo sobre las nociones de contaminación y tabú, La Découverte, París, 1992.
  5. Turner, Victor, El fenómeno ritual: Estructura y contratestructura, PUF, París, 1990.
  6. Barceló, Miquel, Discurso en la exposición “Sol y Sombra”, Musée Picasso, París, 2016.
  7. Geertz, Clifford, “Juego profundo: Notas sobre la pelea de gallos balinesa” en The Interpretation of Cultures, Basic Books, Nueva York, 1973.
  8. Freedberg, David, El poder de las imágenes, Gérard Monfort, París, 1998.
  9. Barceló, Miquel, entrevista con Jurriaan Benschop, Brooklyn Rail, junio de 2024.
  10. Lévi-Strauss, Claude, Lo crudo y lo cocido, Plon, París, 1964.
  11. Miquel Barceló, entrevista en El País, Madrid, 2005.
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Referencia(s)

Miquel BARCELÓ (1957)
Nombre: Miquel
Apellido: BARCELÓ
Género: Masculino
Nacionalidad(es):

  • España

Edad: 68 años (2025)

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