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La turbulencia secreta de los cuadros de Victor Man

Publicado el: 21 Mayo 2025

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 14 minutos

Victor Man elabora una pintura figurativa en tonos oscuros donde las identidades se fragmentan y recomponen en una atmósfera crepuscular. Mediante un trabajo meticuloso de capas pictóricas y referencias históricas sutiles, crea un universo visual enigmático que cuestiona nuestra percepción y relación con la imagen.

Escuchadme bien, panda de snobs. Victor Man no es un artista al que se aborde a la ligera, como se haría con una exposición de pinturas florales en una galería de barrio. Su universo pictórico oscuro y misterioso exige una atención particular, una disposición a perderse en sus laberintos visuales donde la identidad humana se fragmenta y se recompone en cuadros enigmáticos que rehúsan la lectura directa.

Nacido en 1974 en Cluj, Rumanía, Victor Man surgió en la escena artística internacional en el momento en que Europa del Este comenzaba a afirmarse en el mundo del arte contemporáneo tras la caída del Muro. Ampliamente descubierto en 2007 durante la Bienal de Venecia, su trabajo explora desde hace veinte años las obsesiones virtuosas de una pintura de representación que cuestiona tanto como afirma. Pero no esperes explicaciones fáciles, Man cultiva la ambigüedad como otros cultivan su jardín.

Su pintura evoca un crepúsculo persistente, un entre dos donde las formas emergen en una paleta reducida de negros, azules profundos y verdes oscuros. Se podría hablar de una estética del misterio, pero sería demasiado simple. Más bien es una arqueología visual donde cada capa revela tanto como oculta, donde la memoria colectiva y personal se entremezclan en un juego de referencias constantes.

El artista rumano practica un arte de sutil desviación, tomando imágenes de diversas fuentes, medios, historia del arte, cultura popular, para vaciarlas de su significado primario. Como él mismo explica: “Suelo usar imágenes que tienen un significado específico en los medios. Vacíarlas significa que no las elijo por su ‘valor’ sino por su potencial representativo como imágenes, para construir un nuevo contenido con ellas” [1]. Este proceso de descontextualización crea un universo visual en el que el espectador se enfrenta a fragmentos narrativos incompletos, a historias interrumpidas que estimulan la imaginación sin llegar a satisfacerse plenamente.

Durante su primera exposición individual en Estados Unidos, titulada “Black Hearts Always Bleed Red”, Man desplegó esta estrategia con una eficacia temible. Las instalaciones, compuestas principalmente por pinturas e impresiones sobre acetato en grises atmosféricos, flotaban en las paredes como reliquias de sociedades secretas, desconectadas y a la deriva en los espacios blancos de la galería, impermeables a la mirada del espectador. En otras palabras, las imágenes de Man no carecen de historia, pero se niegan a revelarla. La mayoría son apropiadas a partir de fuentes mediáticas, elegidas para “provocar al espectador a buscar su propio reconocimiento” y por su potencial para influenciarse mutuamente, una estrategia que rompe con los relatos anteriores que podrían detenerse en la imagen individual [2].

El estilo pictórico de Man es suave y sutil, evocando imágenes oníricas similares a las de Luc Tuymans. Para ambos artistas, finas capas de pintura atenuadas rozan la materia del lienzo, de modo que el sujeto permanece integrado en su propia superficie etérea. Sin embargo, la obra de Man rechaza la definición que sitúa a los sujetos de Tuymans en un relato histórico más amplio. En cambio, golpea precisamente en el punto donde el sentido comienza a cristalizarse [3].

Esta tensión entre revelación y ocultamiento atraviesa toda la obra de Man. Se une a lo que Jacques Lacan, en su ensayo presentado en el XVI Congreso de la Asociación Psicoanalítica Internacional en 1949, identificaba como el momento fundacional de la formación del yo en el reflejo del espejo. La identidad, tal como la entendía Lacan, nacía en el reconocimiento de la imagen como uno mismo. En esencia, la representación de la forma humana en el arte ha seguido el mismo modelo: al desempeñar el papel del espejo, la obra de arte reinterpreta el momento de reconocimiento en un intercambio que, en última instancia, tranquiliza al espectador [4].

El psicoanálisis lacaniano nos ofrece una clave de lectura relevante para abordar la obra de Victor Man. Si la identidad se forma en el reconocimiento de la imagen especular, ¿qué sucede cuando esta imagen está fragmentada, oscurecida, parcialmente invisible? Las figuras humanas en las pinturas de Man suelen estar decapitadas, enmascaradas o parcialmente visibles, como en la serie “The Chandler” (2013), donde una mujer cuya cabeza fue deliberadamente cortada de la parte superior del cuadro sostiene una cabeza, presumiblemente la suya, sobre sus rodillas, modificando sutilmente su posición en enigmáticas variaciones en otras pinturas. Man extiende esta tradición surrealista de lo acéfalo a alturas igualmente siniestras desplegadas en obras similares como “Untitled” (2012), donde la cabeza de un joven está en gran parte cubierta por el puño sobre el que se apoya, un puño que también sirve de base a un cráneo negro que impide parcialmente al joven ver más allá [5].

Esta perturbación de la imagen especular crea una grieta en el proceso de identificación, un espacio donde la identidad se vuelve inestable, fluida, abierta a múltiples interpretaciones. Es precisamente en este espacio donde reside la potencia del trabajo de Man, no en la afirmación de una identidad fija, sino en la exploración de las posibilidades infinitas que se abren cuando la identidad se cuestiona.

Pero el psicoanálisis es solo una de las muchas capas de lectura posibles de la obra de Man. Su tropismo heideggeriano no es sin duda casual, considerando el existir como un “ser arrojado ahí” en un plano horizontal cuyo paralelismo con los otros sostiene un desplazamiento, esta vez vertical, de su línea de horizonte. Las siluetas y los rostros se superponen, se armonizan y se multiplican en los rasgos de otros que la memoria confunde, de una manera seguramente menos involuntaria que esperada. Surge la tentación de reconstruir una herencia mental y personal invitando al espectador a sumergirse en las capas de representaciones, a leer detrás de las sombras y delante de los velos las múltiples mezclas que hacen de cada una de las figuras, de cada uno de los recuerdos del artista, una quimera que sigue acechando el presente [6].

La filosofía existencialista de Martin Heidegger, con su concepto de ser-en-el-mundo y su análisis de la angustia como reveladora de nuestra condición fundamental, encuentra un eco visual en las pinturas de Man. Las figuras solitarias, sumergidas en atmósferas crepusculares, encarnan esa condición existencial donde el ser humano se enfrenta a su finitud y a la absurdidad de su existencia. Pero a diferencia de Heidegger, Man no busca resolver esa angustia existencial, la explora, la diseca, la transforma en experiencia estética.

Las obras de Man están impregnadas de una atmósfera oscura cargada de melancolía, en la que se mezclan preocupaciones subyacentes asociadas con la identidad personal, la memoria colectiva y lo sagrado, así como con la violencia, lo místico y lo erótico [7]. Esta complejidad temática se traduce en un enfoque pictórico que desafía las categorizaciones fáciles. Su estilo, complejo y difícil de categorizar, revela numerosas referencias a la historia del arte al mismo tiempo que representa una posición única en la pintura contemporánea.

Tomadas una a una o en su conjunto, las obras de Victor Man liberan fragmentos de historias inconclusas, suscitando las asociaciones libres de los espectadores y provocando cierta desorientación. Como explica el propio artista: “Evito dar un estatus definitivo a mis obras. Me gusta la idea de penetrar suavemente las cosas y mantener cierta distancia. Si las cosas se vuelven demasiado explícitas, agrego otro elemento que altera su coherencia” [8]. Esta ambigüedad es aparente en la relación de Victor Man con las imágenes que sirven de punto de partida para sus obras. Retiradas de su contexto, estas imágenes son “vacías” de su significado inicial y adquieren otros niveles de significado más subliminales.

Pero no se equivoquen, esta negación del sentido explícito no es un acto nihilista. Más bien, es una invitación a una forma de atención más profunda, más comprometida. Como señaló Neville Wakefield en su entrevista con el artista para Flash Art: “Es interesante lo que está contenido en una firma, la cantidad de información. Pienso en cómo se condensa la identidad artística. En cómo tal vez la gente entiende la obra de Victor Man como perteneciente, o representativa, de un cierto tipo de pintura o de una cierta clase de instalación. Es interesante hasta qué punto toda esa información está contenida en la firma, incluso cuando la firma es un estilo” [9].

Esta idea de la firma como estilo es especialmente pertinente para entender la obra de Man. Su paleta oscura, sus figuras fragmentadas, sus referencias crípticas a la historia del arte y a la literatura constituyen una firma visual inmediatamente reconocible. Pero esta firma no es una simple marca personal, es un lenguaje visual complejo que permite al artista explorar cuestiones fundamentales sobre la identidad, la memoria y la representación.

La exposición “The Lines of Life” en el Städel Museum de Frankfurt, que presenta una veintena de obras del artista rumano de los últimos diez años, está dedicada al enfoque artístico de Man: los retratos. En verdes, azules y negros profundamente oscuros, crea retratos tan sensibles como enigmáticos, dominados por un tono existencialista, oscuro e introspectivo. Surgen influencias sutiles del prerrafaelismo, densas en metáforas, en la imaginería melancólica de Man [10]. Estos retratos no son representaciones fieles de personas reales, sino exploraciones de la condición humana, meditaciones visuales sobre lo que significa ser sujeto en un mundo donde las certezas se desmoronan.

El título de la exposición, “The Lines of Life”, es una cita del poema de Friedrich Hölderlin “To Zimmer” (1812) y hace referencia al estrecho vínculo de Victor Man con la poesía y la literatura. Estas referencias, así como los lazos con su propia realidad vital, se encuentran regularmente en su pintura, por ejemplo, los individuos representados en los retratos de la parte principal de la exposición provienen de su entorno familiar y de su círculo de amigos. Sumidos en escenarios principalmente oscuros y con una mirada contemplativa, los modelos están envueltos en una pesadez existencial. Las pinturas atestiguan una exploración intensa de la existencia humana y hablan de la ambivalencia poética y trágica de la vida [11].

Esta dimensión literaria y poética es esencial para entender el enfoque de Man. Sus cuadros funcionan como poemas visuales, donde cada elemento está cargado de múltiples significados que resuenan entre sí. Como en la poesía, el sentido no se ofrece directamente sino que surge gradualmente, mediante un proceso de interpretación activo que implica al espectador en la creación del sentido.

Veo en Victor Man a un artista que renueva la pintura figurativa contemporánea sumergiéndola en las turbias aguas del inconsciente colectivo. Su técnica pictórica, de una precisión casi quirúrgica a pesar de la oscuridad que baña sus composiciones, atestigua un dominio del medio que va mucho más allá de la mera virtuosidad técnica. Cada pincelada contribuye a la construcción de un universo coherente, donde lo visible e invisible se entremezclan para crear una experiencia visual que desafía nuestros hábitos perceptivos.

La obra de Victor Man cuestiona desde hace veinte años las obsesiones virtuosas de una pintura de representación. La galería Max Hetzler presentó la primera exposición individual del artista en su espacio parisino [12]. Sin palabra de introducción, prefiriendo usar un texto de Georg Trakl en lugar de cualquier descripción de su trabajo, Victor Man mantiene el misterio anclando en la tradición y las referencias históricas la disonancia de su universo, donde añadidos y transformaciones se funden en personajes divididos [13]. Esta estrategia del misterio no es un simple ardid de marketing, es una posición estética y ética que rechaza la simplificación excesiva y el consumo rápido del arte en la era de la sobreproducción de imágenes.

Si la dimensión espiritual emerge en primer plano, la carne, el tono son sin embargo igual de predominantes en su trabajo, evidenciando un pensamiento más cercano a la poesía, más abierto a la imagen, al lenguaje, que encerrado en lo místico. El encierro, sin embargo, siempre es una cuestión con este artista, poco inclinado a la publicidad, fundamentalmente marcado, en su adolescencia, por la figura de Van Gogh; un callejón sin salida liberador en los años de la caída de la Unión Soviética, cuando su país vivía una revolución en 1989 [14]. Esta referencia biográfica ilumina la obra de Man desde un ángulo nuevo, su predilección por las atmósferas oscuras y melancólicas puede interpretarse como una respuesta a las conmociones históricas y políticas que moldearon su juventud.

Volcando el paradigma del simbolismo mientras extrae de su repertorio, el desequilibrio de Victor Man se ilustra por un vuelco esencial; subvertir la transmigración de órganos por la de las almas. Por el encuentro de cuerpos, la potencia de los objetos, la carne se convierte en un receptáculo de atributos que pesan sobre ella y pueden leerse no ya en el secreto de la mirada, en la gravedad invisible de la emoción, sino en el desequilibrio que la memoria hace soportar, en ese advenimiento del “cojo” contagioso, a través de la percepción, nuestra propia postura en el mundo [15].

Esta idea de contaminación perceptiva es determinante para entender el impacto de la obra de Man en el espectador. Sus pinturas no son simplemente objetos para contemplar a distancia, nos implican, nos desestabilizan, nos obligan a reconsiderar nuestra propia posición en el mundo. Como señaló el crítico y comisario Mihnea Mircan en su ensayo “Eyes Without a Head”, las incisiones y disecciones espaciales de Man perturban la construcción de la regularidad perspectivista: revelan su artificio mediante otro artificio [16].

Siguiendo el argumento de Stephanie Boluk y Patrick LeMieux, la anamorfosis une la extrañeza última de la materialidad de la pintura y las matemáticas de la perspectiva misma, indicando que las imágenes miméticas, por muy naturalistas que sean, requieren un salto cognitivo para resolver la relación entre un sistema matemático de representación y la visión encarnada. La perspectiva es un método matemático no natural de simulación de la luz más que un modelo práctico de visión. Al negar explícitamente la posición de visualización “correcta” frente a un lienzo, y en el caso de Man, la elucidación de lo representado, la anamorfosis excluye la posibilidad de alinear completamente la mirada humana con los parámetros geométricos de una imagen [17].

Este uso de la anamorfosis como principio estructurante de la obra sitúa a Man en una larga tradición de artistas que han explorado los límites de la representación visual. Desde Hans Holbein hasta Marcel Duchamp, pasando por Salvador Dalí, la anamorfosis se ha usado como un medio para cuestionar nuestra percepción del mundo y revelar las convenciones que rigen nuestra comprensión de la realidad. Pero Man va más allá combinando esta técnica con una exploración de las zonas oscuras de la psique humana, creando así un arte que es intelectual y emocionalmente estimulante y perturbador.

El crítico de arte Tom Morton calificó a Man de “cambiaformas” (shape shifter), destacando su capacidad para transformar constantemente su enfoque manteniendo una coherencia estilística reconocible [18]. Esta metamorfosis constante no es signo de indecisión o falta de dirección, sino una estrategia deliberada para evitar la fosilización artística y mantener la apertura que caracteriza su trabajo.

Las obras de Man capturan atmósferas, ofreciendo al espectador únicamente pistas ambiguas y vagas, dejándolo en la incertidumbre. También evocan una memoria de imágenes y objetos compuesta por diferentes capas de tiempo, que parece oscilar entre la desaparición y la reminiscencia. La poética muy personal de Victor Man y la diversidad ilustrativa de su producción trazan los contornos de un mundo artístico en el que hechos históricos e impresiones subjetivas provenientes de distintos mundos y épocas están anclados [19].

Victor Man prefiere la pintura en colores oscuros, que nos recuerda a los pintores paisajistas del siglo XVIII, quienes utilizaban espejos negros, también conocidos como “espejos de Claude”, para transformar los colores en matices de gris. Esta técnica crea un efecto de distanciamiento que sitúa al espectador en una posición de observador desapegado, reforzando así el carácter enigmático e introspectivo de sus obras.

El trabajo extremadamente meticuloso de Man juega con los símbolos y dispersa muchas trampas en sus intersticios que perturban la lectura inicial y ofrecen una pintura que resiste la prueba de uno mismo y de los demás, tentada por lo sublime y definitivamente contemporánea [20]. Esta meticulosidad técnica, combinada con una riqueza conceptual y referencial, coloca a Man entre los artistas más significativos de su generación.

Victor Man aparece así como un artista que navega hábilmente entre tradición e innovación, entre referencias históricas y sensibilidad contemporánea. Su obra, profundamente arraigada en cuestiones de identidad y memoria, ofrece una reflexión visual sobre la condición humana en la era de la fragmentación y la incertidumbre. Como él mismo declaró en su entrevista con Neville Wakefield: “La obra es más bien como un espejo; sólo puede continuar mientras la observes. Es lo mejor que ‘matar el tiempo’ puede ofrecer, su reflejo, y siempre puedes volverte” [21].

En un mundo saturado de imágenes consumibles al instante y rápidamente olvidables, las pinturas de Victor Man nos invitan a ralentizar, a mirar atentamente, a perdernos en sus profundidades enigmáticas. Nos recuerdan que el arte, en su mejor expresión, no es una simple decoración o entretenimiento, sino una experiencia transformadora que nos enfrenta a nosotros mismos y al mundo que nos rodea, en toda su complejidad y ambigüedad.


  1. Victor Man, Mudam Luxemburgo, 2012.
  2. “Victor Man”, Frieze, edición 2008.
  3. Íbid.
  4. Jacques Lacan, “La etapa del espejo como formadora de la función del Yo”, 1949.
  5. Javier Hontoria, “Victor Man”, Artforum, 2013.
  6. “Victor Man, Galerie Max Hetzler, Punto de vista”, Slash-Paris, 2022.
  7. “Victor Man”, Mudam Luxemburgo, 2012.
  8. Íbid.
  9. Neville Wakefield, “Victor Man”, Flash Art, 2016.
  10. “Victor Man: Las líneas de la vida”, e-flux, 2023.
  11. Íbid.
  12. “Victor Man, Galerie Max Hetzler, Punto de vista”, Slash-Paris, 2022.
  13. Íbid.
  14. Íbid.
  15. Íbid.
  16. Mihnea Mircan, “Ojos sin cabeza”, en “Victor Man: Pétalos luminosos en una rama húmeda y negra”, Galeria Plan B, 2016.
  17. Íbid.
  18. Tom Morton, “Cambiaformas”, Frieze, 2008.
  19. “Victor Man”, Mudam Luxemburgo, 2012.
  20. “Victor Man, Galerie Max Hetzler, Punto de vista”, Slash-Paris, 2022.
  21. Neville Wakefield, “Victor Man”, Flash Art, 2016.

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Referencia(s)

Victor MAN (1974)
Nombre: Victor
Apellido: MAN
Género: Masculino
Nacionalidad(es):

  • Rumania

Edad: 51 años (2025)

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