Escuchadme bien, panda de snobs, porque es hora de hablar de Liu Jingyun, este artista de la sombra que maneja el pincel como otros manejan las palabras, creando sobre seda y papel un universo donde la mujer no es solo objeto de contemplación, sino sujeto de una búsqueda estética profunda. Nacido en 1964 en la provincia de Hebei, más precisamente en el condado de Xianghe, Liu Jingyun se ha impuesto a lo largo de las décadas como uno de los maestros contemporáneos de la pintura tradicional china de mujeres, esa shinü hua que atraviesa los siglos desde la dinastía Tang.
Su trayectoria artística, comenzada desde la infancia con el aprendizaje del paisaje antes de dedicarse exclusivamente a las figuras femeninas, revela una progresión metódica hacia el dominio de un arte exigente. Liu Jingyun no pinta mujeres, él pinta la mujer en toda su complejidad ontológica, esa criatura que Simone de Beauvoir definía como “el Otro” en El Segundo Sexo [1]. Pero donde la filósofa francesa analizaba los mecanismos de dominación patriarcal, Liu Jingyun propone un enfoque radicalmente distinto: celebra la feminidad sin reducirla, la exalta sin fetichizarla.
En sus obras inspiradas en el Sueño en el pabellón rojo y el Pabellón del Oeste, Liu Jingyun reinventa la tradición pictórica china con una audacia controlada. Sus Jin Ling Shi Er Chai (Las Doce Bellezas de Jinling) no son simples retratos de cortesanas idealizadas, sino meditaciones visuales sobre la esencia misma de la belleza femenina. Cada pincelada, cada matiz de color forma parte de una búsqueda estética que trasciende la mera representación para alcanzar lo que Marcel Proust llamaba “la verdad interior” del arte [2]. Porque, como el narrador proustiano frente a las pinturas de Elstir, descubrimos en las obras de Liu Jingyun que “el arte verdadero no necesita tantas proclamaciones y se cumple en el silencio”.
El legado de Beauvoir: Cuando el arte interroga la condición femenina
La obra de Liu Jingyun resuena de manera inquietante con las interrogantes de Simone de Beauvoir sobre la creación artística femenina. En El Segundo Sexo, la filósofa se preguntaba: “¿Cómo es posible que las mujeres hayan tenido genio si se les negaba cualquier posibilidad de realizar una obra genial?” Esta pregunta, formulada en 1949, encuentra un eco particular en el arte de Liu Jingyun, no porque él sea mujer, que no lo es, sino porque hace de la representación femenina el corazón de su proceso creativo. Al elegir dedicar su arte a las figuras femeninas, Liu Jingyun realiza una forma de rehabilitación artística de esas “eternas menores” de las que hablaba Beauvoir.
Sus Shinü (仕女) nunca son pasivas en su belleza estática. Mirad atentamente sus Gui Fei Zui Jiu (貴妃醉酒): la concubina imperial Yang Guifei no aparece allí como un simple objeto de deseo masculino, sino como sujeto de su propia embriaguez, de su propia melancolía. Liu Jingyun rechaza lo que Beauvoir denunciaba como “la inmanencia” impuesta a las mujeres. Sus personajes femeninos habitan plenamente el espacio pictórico, lo estructuran y lo dominan. Este enfoque revela una comprensión intuitiva de lo que la filósofa francesa teorizaba: “No se nace mujer, se llega a serlo”. En el arte de Liu Jingyun, sus figuras femeninas nunca se dan de entrada en su feminidad, la construyen por medio de sus gestos, sus miradas, sus actitudes.
La técnica misma del artista da testimonio de esta aguda conciencia de los retos vinculados a la representación femenina. Sus trazos de pincel, poéticamente calificados en chino como “fluídos como las nubes y el agua corriente”, se ajustan a las formas sin nunca constreñirlas. Este enfoque técnico se opone diametralmente a lo que Beauvoir identificaba como la tendencia masculina a “fijar” a la mujer en roles predeterminados. Liu Jingyun libera a sus sujetos de toda rigidez formal, permitiéndoles existir en una temporalidad propia, la de la contemplación estética más que la función social.
Los precios obtenidos en subastas evidencian un reconocimiento creciente: cerca de 400.000 euros por Character (丽人行) en 2023, 100.000 euros por Figure (补天) ese mismo año (fuente: ArtMarket). Estas sumas, lejos de ser anecdóticas, revelan que el mercado del arte contemporáneo chino reconoce en Liu Jingyun a un artista capaz de renovar los códigos ancestrales de la pintura de mujeres. Este reconocimiento económico valida paradójicamente la intuición de Simone de Beauvoir según la cual “la mujer libre” acabaría “justificando la profecía” de una creación artística emancipadora.
La influencia de su libro El segundo sexo en nuestra lectura de Liu Jingyun no se limita a estas consideraciones generales. La filósofa francesa nos invita a examinar cómo el artista resuelve concretamente la tensión entre tradición y modernidad en su representación de lo femenino. Beauvoir había identificado en el arte tradicional una tendencia a reducir a la mujer al estatus de “musa” o “inspiración”, nunca de creadora. Liu Jingyun, heredero de una tradición milenaria de la pintura de mujeres, debe negociar constantemente con esta herencia. Su solución consiste en dotar a sus personajes de una interioridad psicológica que los libera de su estatus de objetos decorativos. Sus mujeres piensan, sueñan, sufren, en resumen, existen más allá de su belleza plástica.
El universo de Proust: Cuando la memoria se convierte en pincel
El arte de Liu Jingyun convoca también el universo de Proust por su capacidad de hacer surgir del presente pictórico toda la profundidad temporal de la cultura china. Como Marcel Proust transformaba la magdalena en vector de resurrección del tiempo perdido, Liu Jingyun convierte cada pincelada en un acto de memoria colectiva. Sus Xi Xiang Ji (El Pabellón del Oeste) no son meras ilustraciones literarias, sino actualizaciones visuales de relatos fundadores de la sensibilidad china.
La analogía con En busca del tiempo perdido se impone aún más porque Liu Jingyun procede, como Proust, por capas temporales superpuestas. Sus técnicas tradicionales, esos famosos “veinte años de formación rigurosa” mencionados por los críticos chinos, constituyen el equivalente pictórico de la prosa de Proust: un largo aprendizaje técnico al servicio de una visión personal del mundo. Pero a diferencia del escritor francés, que innovaba en la forma misma de la novela, Liu Jingyun elige revolucionar el contenido respetando la forma heredada.
Esta aparente fidelidad a los códigos ancestrales en realidad oculta una profunda subversión. Como Proust utilizaba las convenciones de la novela mundana para desviarlas hacia la exploración psicológica, Liu Jingyun emplea los cánones de la pintura tradicional para interrogar la modernidad china. Sus Fei Tian (飞天, bailarinas celestiales) de 2018 ilustran perfectamente este enfoque: retomando la iconografía budista milenaria de las apsaras, el artista infunde en ellas una sensualidad contemporánea que dialoga con nuestra época sin renegar de sus raíces.
La temporalidad de Proust encuentra su equivalente en la técnica de Liu Jingyun. Sus “líneas fantasma”, esas líneas apenas esbozadas que sugieren más que describen, funcionan como las “intermitencias del corazón” en Proust. Crean un espacio-tiempo pictórico donde pasado y presente coexisten, donde la tradición dialoga con la innovación. Este enfoque técnico revela una comprensión profunda de lo que Proust llamaba “el arte verdadero”: no la imitación de la realidad, sino su transformación en experiencia estética.
La obra de Liu Jingyun comparte con La Recherche una misma obsesión por la belleza como revelación metafísica. Sus mujeres no son bellas por accidente o por simple conformidad a los cánones estéticos; encarnan una belleza reveladora, aquella que, según Proust, “nos enseña algo sobre nosotros mismos y sobre el mundo”. Esta dimensión epifánica del arte chino tradicional encuentra en Liu Jingyun una expresión particularmente refinada. Cada mirada de sus personajes parece llevar en sí toda la melancolía del tiempo que pasa, tema central de la obra proustiana.
El reconocimiento internacional creciente de Liu Jingyun (ahora expone desde Pekín hasta Shanghái, pasando por Tianjin) testifica esta capacidad para universalizar la experiencia estética china, exactamente como Proust logró universalizar la experiencia de la burguesía francesa de la Belle Époque. Esta universalización no procede del abandono de las especificidades culturales, sino todo lo contrario, de su profundización hasta el punto en que tocan lo humano universal.
El arte como resistencia al tiempo
Lo que impresiona en Liu Jingyun es que hace de la pintura tradicional un lenguaje contemporáneo sin traicionar su esencia. Sus composiciones respiran una modernidad cierta, visible en sus encuadres audaces y sus juegos cromáticos sutiles, conservando esa “sabor antiguo” (古韵) que los conocedores chinos valoran tanto. Esta síntesis exitosa entre tradición e innovación sitúa a Liu Jingyun en la línea de los grandes renovadores del arte chino, esos artistas que saben hacer nuevo con lo antiguo sin caer jamás en la imitación burda.
La fuerza de su trazo, esa “línea de vida” que atraviesa sus composiciones como un aliento, revela una maestría técnica excepcional puesta al servicio de una visión poética personal. Sus Yu Chun Tu (游春图, Paseo primaveral) de 2019 ilustran perfectamente esta alianza entre virtuosismo y sensibilidad. Liu Jingyun despliega allí toda su ciencia de la composición conservando esa espontaneidad controlada que caracteriza a los grandes maestros.
Pero el aspecto más notable de su obra reside en su capacidad para actualizar la eterna fascinación masculina por la belleza femenina sin caer en las trampas de la objetivación. Sus mujeres nunca se reducen a su apariencia física, llevan en sí toda la complejidad de la condición humana. Este enfoque humanista distingue a Liu Jingyun de muchos epígonos de la pintura tradicional que se contentan con reproducir las fórmulas del pasado sin insuflarles una visión personal.
La evolución de su cotización en el mercado internacional del arte testimonia un reconocimiento creciente de esa singularidad artística. Esta progresión no es fruto del azar ni de estrategias de marketing hábiles, sino la consecuencia lógica de un trabajo artístico auténtico que sabe hablar a su época mientras se enraíza en una tradición milenaria.
Liu Jingyun encarna a esta nueva generación de artistas chinos que rechazan la alternativa simplista entre tradición y modernidad, prefiriendo inventar una tercera vía, la de la tradición reinventada. Su arte nos recuerda que la belleza, lejos de ser un lujo superfluo, sigue siendo una de las últimas barreras contra la barbarie de nuestra época. En ello, se une a la gran enseñanza de los maestros antiguos: el arte verdadero no imita la vida, la revela.
- Simone de Beauvoir, El segundo sexo, Gallimard, París, 1949.
- Marcel Proust, En busca del tiempo perdido, Gallimard, París, 1913-1927.
















