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Los mecanoides sensuales de Hajime Sorayama

Publicado el: 31 Marzo 2025

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 9 minutos

Las creaciones de Hajime Sorayama trascienden la aleación de cromo y carne en un manifiesto visual que cuestiona nuestra relación con la tecnología. Sus gynoides de curvas perfectas se convierten en metáforas de nuestro narcisismo tecnológico, reflejando nuestra condición humana en un espejo deformante.

Escuchadme bien, panda de snobs, ha llegado el momento de enfrentaros a una verdad incómoda: Hajime Sorayama no es simplemente un ilustrador japonés que dibuja robots femeninos con cuerpos perfectos. Es el testigo metálico de una revolución estética que cuestiona nuestra relación con el deseo, la tecnología y la eternidad. Nacido en 1947 en Imabari, este creador de un nuevo género ha transformado la improbable aleación de cromo y carne en un manifiesto visual que trasciende las fronteras entre lo orgánico y lo inorgánico.

Cuando te encuentras frente a una obra de Sorayama, tu mirada no puede evitar ser captada por el brillo metálico de esos cuerpos femeninos de curvas perfectas. El metal refleja todo lo que le rodea y se convierte en una metáfora de nuestro narcisismo tecnológico; contemplamos nuestro propio reflejo deformado en ese futuro cromado que hemos creado nosotros mismos. El hiperrealismo de sus creaciones es de una precisión quirúrgica, pero no te equivoques: Sorayama no dibuja robots, sino más bien “criaturas vestidas con piel metálica”, como él mismo afirma.

Tomemos un momento para examinar esta obsesión por la luz. Sorayama revela: “Veo a Dios en la luz, y mi Dios es una diosa, la luz es una chica” [1]. Aquí está la clave de su enfoque artístico, es en el reflejo de la luz donde sus gynoides cobran vida. Cada reflejo, cada destello en estos cuerpos metálicos se convierte en una celebración casi religiosa de la luminosidad. La técnica de aerógrafo que ha perfeccionado le permite capturar estos efectos con una meticulosidad que roza la obsesión.

Lo que distingue a Sorayama de sus contemporáneos no es tanto su habilidad técnica como su capacidad para transcender las contradicciones aparentes. Sus robots sexys no son ni completamente humanos ni totalmente mecánicos, encarnan un tercer camino, un futuro donde las fronteras entre el hombre y la máquina se difuminan hasta volverse indistinguibles. ¿No es acaso el sueño de eternidad de la humanidad hecho imagen? ¿El fantasía de un cuerpo perfecto, inmortal, pero que conservaría la esencia de nuestra sensualidad?

Si miramos la obra de Sorayama a través del prisma de las teorías del posthumanismo, descubrimos mucho más que una simple fantasía erótica futurista. Estas mujeres-robot representan la evolución última de una sociedad que busca constantemente perfeccionar el cuerpo humano. Como explica la filósofa Donna Haraway en su “Manifiesto Cyborg”, “el cyborg es una criatura que vive simultáneamente en la realidad social y la ficción” [2]. Las creaciones de Sorayama encarnan perfectamente esta dualidad, obligándonos a confrontar nuestros propios deseos de perfección y eternidad.

Sorayama no es un simple ilustrador comercial, sino un artista que utiliza los códigos de la publicidad para subvertirlos mejor. En sus obras, conjuga el lenguaje visual de las pin-ups americanas de los años 1950 con la estética futurista del Japón posmoderno. Esta fusión crea una tensión fascinante entre nostalgia y futurismo, entre el erotismo tradicional y una sexualidad tecnológica aún inexplorada. Es un diálogo constante entre el pasado y el futuro, una forma de cuestionar nuestra propia evolución cultural.

Cuando declara: “No dibujo un robot. Dibujo una criatura vestida con una piel metálica” [3], Sorayama nos invita a reconsiderar nuestra comprensión misma de lo que constituye la vida y la consciencia. Sus gynoides, con sus posturas imposibles y sus expresiones seductoras, no son objetos inanimados sino seres dotados de una forma de alma artificial, diosas modernas moldeadas por la mano del hombre.

La influencia de Sorayama va mucho más allá de la ilustración. Su colaboración con Sony para el diseño del robot AIBO en 1999 demuestra cómo su estética ha penetrado el mundo del diseño industrial. Este perro robótico, lejos de ser una simple máquina, encarnaba una visión más suave y accesible de la tecnología. Sorayama ha contribuido así a humanizar nuestras interacciones con las máquinas, difuminando aún más la distinción entre compañero vivo y aparato electrónico.

Si examinamos su trabajo a través del prisma del psicoanálisis freudiano, los robots de Sorayama se vuelven manifestaciones del “Unheimlich”, lo siniestro inquietante. Son simultáneamente familiares (por su forma humana) y extraños (por su naturaleza mecánica), creando así un malestar sutil que nos fascina tanto como nos perturba. Como escribía Sigmund Freud, “lo siniestro será ese tipo de terror que se relaciona con cosas conocidas desde hace mucho tiempo, y siempre familiares” [4]. La robot femenina, con su belleza perfecta pero imposible, se convierte así en el receptáculo ideal de nuestros deseos reprimidos y nuestras angustias tecnológicas.

El propio Sorayama parece consciente de esta dimensión psicológica de su obra cuando declara: “Dibujo lo que me gusta, según mi estética, para mí mismo. La forma en que mi obra es interpretada depende de cada uno” [5]. Esta libertad de interpretación es precisamente lo que le da a su arte su profundidad psicológica, cada espectador proyecta en ella sus propios deseos, sus propios miedos frente a un futuro cada vez más automatizado.

En esta fusión del cuerpo y la máquina, Sorayama nos ofrece un espejo deformante de nuestra propia condición humana. La piel metálica de sus creaciones refleja literalmente el mundo que las rodea, así como nosotros somos producto de nuestro entorno social y tecnológico. La perfección de estos cuerpos robóticos evidencia nuestra propia imperfección, nuestra mortalidad, nuestra fragilidad orgánica.

La dimensión cinematográfica de la obra de Sorayama es innegable. Su influencia en películas como “Blade Runner” (1982) de Ridley Scott o más recientemente “Ex Machina” (2014) de Alex Garland es evidente. Estas obras cinematográficas exploran las mismas cuestiones fundamentales sobre la naturaleza de la conciencia y la confusión de la frontera entre humanidad y tecnología. Como escribe el crítico de cine Roger Ebert sobre “Blade Runner”, “es una película sobre lo que nos hace humanos” [6], una exploración que hace eco de las preocupaciones artísticas de Sorayama.

Sería simplista considerar el trabajo de Sorayama como únicamente erótico o provocador. Detrás de la sensualidad cromada de sus creaciones se esconde una reflexión profunda sobre nuestro futuro como especie. Sus robots no son fantasías futuristas desvinculadas de nuestra realidad, sino proyecciones de nuestros deseos contemporáneos, el deseo de perfección, de inmortalidad, de trascender los límites biológicos que nos definen.

Cuando Sorayama afirma: “Me emociono especialmente cuando creo algo que no existía antes” [7], revela la esencia misma de su enfoque artístico: superar los límites de lo posible, crear imágenes que antes no podían haber sido concebidas. Es esta visión pionera la que le ha permitido crear un lenguaje visual completamente nuevo, a medio camino entre el pop art, el surrealismo tecnológico y el hiperrealismo.

La trayectoria de Sorayama es aún más fascinante porque atraviesa la historia reciente de Japón, desde la posguerra hasta la era digital contemporánea. Sus robots femeninos pueden interpretarse como una respuesta a la americanización del Japón de posguerra, una forma de apropiarse de la estética de las pin-ups americanas mientras se infunde una sensibilidad japonesa orientada hacia la tecnología y la innovación.

En el contexto del arte contemporáneo, Sorayama ocupa una posición única en la intersección de varios mundos: el arte comercial y las bellas artes, oriente y occidente, pasado y futuro. Esta posición intermedia le permite explorar territorios que artistas más convencionales no se atreverían a abordar. Como dice el crítico de arte Eddie Frankel: “Su arte funciona porque es exactamente lo que parece ser: robots sexys. Es erotismo futurista, es obscenidad tecnológica, es excitación androide” [8].

La incorporación de elementos de tabú y transgresión es central en la obra de Sorayama. Utiliza conscientemente estos elementos para crear un efecto de sorpresa y choque en el espectador. “La mejor manera de sorprender a la gente es jugar conscientemente con todo tipo de tabúes”, explica [9]. Esta estrategia de provocación calculada nos obliga a confrontar nuestros propios prejuicios y límites morales, especialmente en lo que respecta a la sexualidad y la tecnología.

La belleza de las superficies metálicas que Sorayama representa con tanta maestría está ligada a una fascinación infantil. Él cuenta: “Había una pequeña fábrica sin nombre en la ciudad donde crecí, que pasaba de camino a la escuela. Mi padre era carpintero, pero yo prefería el metal a la madera. Observaba cómo el metal se cortaba, su reflejo se transformaba en espiral, se enrollaba como una criatura viva” [10]. Esta observación temprana de la transformación del metal inerte en algo casi orgánico prefigura toda su obra posterior.

Para comprender realmente el alcance revolucionario del trabajo de Sorayama, hay que situarlo en el contexto más amplio del arte contemporáneo japonés y su relación con el cuerpo. Artistas como Takashi Murakami o Yayoi Kusama también han explorado la transformación del cuerpo humano, pero ninguno ha llevado tan lejos como Sorayama la fusión de lo orgánico y lo tecnológico. Sus robots sexualizados pueden verse como la culminación definitiva del movimiento superflat, donde la distinción entre alta y baja cultura, entre arte comercial y bellas artes, queda completamente abolida.

La dimensión arquitectónica de las obras de Sorayama también merece ser destacada. Sus robots no son simplemente cuerpos, sino construcciones complejas donde cada articulación, cada curva está meticulosamente estudiada. La arquitectura modernista, con su admiración por los materiales industriales y las formas depuradas, encuentra un eco en estos cuerpos robóticos de líneas perfectas. Como el arquitecto Ludwig Mies van der Rohe y su famoso “Less is more” [11], Sorayama crea una estética donde cada elemento es esencial, donde nada es superfluo.

Lo que Sorayama nos ofrece finalmente es una visión alternativa de nuestro futuro, un futuro donde la tecnología no es fría y deshumanizante, sino sensual y seductora. Sus robots femeninos, con sus poses lascivas y sus superficies reflectantes, nos invitan a abrazar en lugar de temer nuestro futuro tecnológico. Nos sugieren que la fusión del humano y la máquina podría no ser una pérdida de nuestra humanidad, sino su extensión última.

Al contemplar las creaciones de Sorayama, no estamos simplemente mirando ilustraciones eróticas futuristas, estamos contemplando nuestro propio reflejo deformado en el cromo del futuro, un futuro donde las distinciones entre lo real y lo artificial, entre lo vivo y lo inanimado, pierden su significado. Y quizá eso sea precisamente lo que nos fascina y nos perturba en su obra: el reconocimiento de que ya somos, de alguna manera, esas criaturas híbridas que él imagina, a medio camino entre la carne y la tecnología.

Porque en el fondo, ¿no es eso lo que ya hemos llegado a ser, con nuestros smartphones como extensiones de nuestra memoria, nuestras redes sociales como prolongaciones de nuestra identidad, nuestros implantes médicos que mantienen nuestros cuerpos vivos? Los robots sexys de Sorayama quizás no sean tanto fantasías futuristas como espejos de nuestra condición presente, seres de carne cada vez más aumentados por la tecnología, aspirando a una perfección que siempre nos escapa.


  1. Hajime Sorayama, entrevista con TOKION, 2023.
  2. Donna Haraway, “Un manifiesto cyborg”, 1985.
  3. Hajime Sorayama, entrevista con The Talks, 2021.
  4. Sigmund Freud, “La extraña inquietante”, 1919.
  5. Hajime Sorayama, entrevista con The Talks, 2021.
  6. Roger Ebert, crítica de “Blade Runner”, 1982.
  7. Hajime Sorayama, entrevista con The New Order Magazine, 2023.
  8. Eddie Frankel, “Hajime Sorayama: ‘I, Robot'”, Time Out London, 2024.
  9. Hajime Sorayama, entrevista con The New Order Magazine, 2023.
  10. Hajime Sorayama, entrevista con The Talks, 2021.
  11. Ludwig Mies van der Rohe, citado en “The Seagram Building”, 1958.

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Referencia(s)

Hajime SORAYAMA (1947)
Nombre: Hajime
Apellido: SORAYAMA
Otro(s) nombre(s):

  • 空山基 (Japonés)

Género: Masculino
Nacionalidad(es):

  • Japón

Edad: 78 años (2025)

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