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Martin Grelle y la dignidad del Oeste olvidado

Publicado el: 23 Abril 2025

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 10 minutos

Martin Grelle transforma el arte del oeste creando espacios visuales que son a la vez históricamente precisos y emocionalmente poderosos. Sus cuadros de nativos americanos y vaqueros capturan momentos de verdad humana donde cada elemento, luz, composición, expresión, contribuye a una narrativa visual compleja.

Escuchadme bien, panda de snobs. Sé que cuando oís hablar del “arte western americano”, empezáis a poner los ojos en blanco con un desprecio cosmopolita tan previsible. Inmediatamente pensáis en lienzos cursis colgados en moteles cutres estadounidenses a lo largo de la Interestatal 40. Pero dejadme contaros algo sobre Martin Grelle, ese pintor tejano que transforma el género western en un verdadero teatro visual digno de Shakespeare.

Sí, dije Shakespeare. Porque lo que hace Grelle no es simplemente una documentación nostálgica de un Oeste fantaseado. No, es dramaturgia pura sobre lienzo. Sus cuadros como “Monarchs of the North” o “Teller of Tales” son actos enteros de dramas humanos capturados en un solo marco temporal. Poseen esa cualidad que el gran dramaturgo inglés dominaba tan bien: la capacidad de condensar toda una existencia humana, con sus tensiones, sus esperanzas y sus tragedias, en un solo instante revelador.

El nacido en Clifton, Texas, no se limita a pintar vaqueros a caballo o indígenas junto a tipis. Crea momentos de verdad humana, instantes suspendidos donde la tensión dramática es palpable. En “She Awaits Her Warrior”, no vemos simplemente a una mujer indígena sentada en un tronco de árbol, sino la encarnación misma de la espera, la inquietud, la esperanza, ese sentimiento universal de incertidumbre ante el destino de un ser amado. Shakespeare habría reconocido ahí el material mismo de sus sonetos sobre el tiempo y la ausencia.

Las escenas de Grelle están estructuradas como piezas de teatro visuales, con sus protagonistas, sus antagonistas y, sobre todo, su tensión subyacente. Su composición “Memories of Horses and Men” es un monólogo silencioso tan poderoso como el de Hamlet. El encuadre cerrado en el busto del personaje nos obliga a enfrentar la emoción cruda de su rostro, mientras que los objetos que sostiene se convierten en los accesorios simbólicos de toda su vida. ¿No es exactamente eso lo que hacía Shakespeare cuando colocaba un cráneo en las manos de Hamlet para contemplar la mortalidad? [1]

La obra de Grelle comparte con Shakespeare esa comprensión innata de que la verdad humana se revela en los momentos de crisis, de decisión, de confrontación. Sus indígenas no son estereotipos fijos sino seres complejos captados en momentos de elecciones dramáticas, exactamente como los reyes y reinas de las tragedias shakesperianas. El escritor y crítico Harold Bloom tenía razón al decir que “Shakespeare nos enseñó a entender la naturaleza humana” [2], y eso es precisamente lo que intenta Grelle en un contexto visual e histórico distinto.

Pero no se equivoquen: Grelle no es un simple ilustrador de historias. Su arte trasciende lo anecdótico gracias a un dominio técnico que haría llorar de envidia a muchos pintores contemporáneos que se jactan de ser “vanguardia” mientras son incapaces de dibujar correctamente un caballo al galope. La manera en que Grelle captura la luz del crepúsculo sobre las montañas, cómo representa la textura de una camisa de cuero desgastada o la tensión muscular de un caballo en movimiento, nos recuerda que la destreza técnica no es enemiga de la profundidad emocional, sino su vehículo necesario.

Lo que me gusta de su cuadro “Two Coups”, que le valió el Premio de West en 2005, es cómo cada elemento visual, desde las expresiones faciales hasta las posturas de los caballos, contribuye a la intensidad dramática de la escena. Shakespeare construía sus escenas de manera similar, donde cada elemento, desde el diálogo hasta la colocación de los actores, servía para amplificar el impacto emocional. Grelle comprende que en la pintura narrativa, al igual que en el teatro, nada debe ser gratuito.

Pero permítanme introducir otro ángulo de análisis que podría sorprenderles: el de la arquitectura. Porque el arte de Grelle posee una cualidad arquitectónica notable. No en el sentido literal de edificios (aunque ocasionalmente pinta estructuras), sino en su meticulosa construcción de espacios visuales que son a la vez físicamente creíbles y emocionalmente resonantes.

Frank Lloyd Wright, ese genio de la arquitectura orgánica, hablaba de crear espacios que estén en armonía con la humanidad y el entorno. “La arquitectura es la madre de las artes”, decía, argumentando que todo arte verdadero comparte con la arquitectura esta preocupación fundamental por la organización significativa del espacio [3]. La obra de Grelle ejemplifica esta sensibilidad arquitectónica en su composición rigurosa. Mirad cómo estructura el espacio en “Monarchs of the North”, la forma en que los jinetes están dispuestos contra el imponente paisaje montañoso no es un accidente sino cuidadosamente orquestada para crear un sentimiento de armonía entre lo humano y lo monumental.

Esta construcción espacial en Grelle no es simplemente estética sino filosófica. Así como Wright integraba sus edificios en su entorno natural, Grelle integra sus figuras humanas en el paisaje occidental de manera que sugiere no dominación sino pertenencia. Sus jinetes nativos americanos no conquistan la naturaleza salvaje; existen en ella como una extensión orgánica. Es una visión arquitectónica de la humanidad en relación con su entorno.

Wright insistía en que “el espacio es la esencia de la arquitectura” [4]. Del mismo modo, el dominio del espacio está en el corazón del arte de Grelle. Observad cómo manipula la profundidad de campo, cómo utiliza planos sucesivos para crear una sensación de inmensidad sin perder nunca la intimidad emocional de sus sujetos en primer plano. Es una lección de arquitectura visual que muchos pintores contemporáneos deberían estudiar antes de imponernos sus composiciones chapuceras.

Pero lo que realmente es notable es cómo Grelle construye sus obras como espacios habitables para la imaginación del espectador. Así como Wright concebía sus casas no como objetos para contemplar sino como espacios para vivir, Grelle crea cuadros donde nuestra mirada puede circular, detenerse, explorar. El espacio pictórico se convierte en un lugar de experiencia, no simplemente un objeto de contemplación estética desapegada.

Esta cualidad arquitectónica es particularmente evidente en su forma de estructurar la luz. La luz en las pinturas de Grelle, a menudo la dorada del crepúsculo o del amanecer, no es simplemente un efecto decorativo sino un elemento estructural que define y articula el espacio. Wright hablaba de la luz como “la sonrisa de Dios sobre la creación” y la utilizaba como un material de construcción por derecho propio. Grelle hace lo mismo, usando la luz para esculpir el espacio y guiar nuestro ojo a través de la composición.

Tomad su cuadro “Signs Along the Snake”, que le valió el premio Nona Jean Hulsey Ramsey Buyer’s Choice en 2004. La luz rasante que baña la escena no es solo atmosférica; construye literalmente el espacio, definiendo los volúmenes, creando zonas de tensión y descanso visual. Eso es exactamente lo que Wright hacía con sus ventanas cuidadosamente posicionadas y sus juegos de luz natural.

Lo interesante es que Grelle fue en gran parte autodidacta, con mentores como James Boren y Melvin Warren, dos artistas de Cowboy Artists of America. Esta formación no convencional le permitió escapar de los dogmas académicos y desarrollar un enfoque visceral más que intelectualizado de su arte. Como él mismo dice: “Agradezco a Dios por la capacidad y las oportunidades que me ha dado, y espero poder seguir creciendo y aprendiendo con cada cuadro terminado”.

Esta humildad podría parecerles ingenua, queridos amigos snobs acostumbrados a los discursos pretenciosos y a las justificaciones teóricas enrevesadas. Pero no se equivoquen: hay una inteligencia visual profunda en el trabajo de Grelle que no necesita apoyarse en manifiestos o explicaciones verbales para demostrar su valor.

El problema con buena parte del arte contemporáneo es que a menudo depende de la explicación verbal para ser apreciado. Sin el cartel explicativo al lado, muchas obras “conceptuales” serían totalmente incomprensibles. Grelle, en cambio, crea un arte que habla directamente a través del lenguaje visual, como lo hacían Shakespeare con el lenguaje dramático y Wright con el lenguaje arquitectónico. Son lenguajes que no requieren traducción, aunque pueden enriquecerse mediante el análisis.

Pero volvamos un instante a Shakespeare para comprender la profundidad narrativa de Grelle. El dramaturgo inglés sobresalía en el arte de representar personajes atrapados en dilemas morales y existenciales, no abstracciones, sino seres humanos de carne y hueso enfrentados a elecciones imposibles. Las pinturas de Grelle poseen esa misma cualidad dramática. Sus guerreros nativos americanos, sus tramperos, sus cowboys no son simples figuras decorativas, sino personajes en el sentido shakespeariano del término, seres captados en momentos de verdad existencial.

Su cuadro “Teller of Tales”, que le valió el Premio de West en 2002, ilustra perfectamente esta dimensión shakespeariana. La obra presenta tres figuras nativas americanas en una intimidad conversacional que recuerda inmediatamente las escenas de confidencia en las obras de Shakespeare. No es tanto la acción física lo que capta nuestra atención, sino la tensión psicológica, la interacción humana en toda su complejidad. Shakespeare nos enseñó a ver el drama en las relaciones humanas ordinarias, y eso es exactamente lo que hace Grelle en un contexto visual diferente.

Esta capacidad de infundir dignidad y profundidad psicológica a sus sujetos es lo que eleva el arte de Grelle más allá del mero género western. Como señalaba la crítica de arte Susan Hallsten McGarry, “Grelle estudia minuciosamente para representar las diversas culturas del oeste americano con precisión y sensibilidad” [5]. Esta búsqueda de autenticidad histórica no es simplemente una cuestión de exactitud documental, es una forma de respeto por las vidas humanas que representa, un deseo de hacer justicia a toda su complejidad.

Como presidente de la Cowboy Artists of America, Grelle ha expresado su deseo de preservar la historia del oeste americano, manteniéndose abierto a perspectivas más contemporáneas. Esta tensión entre tradición e innovación está en el corazón de su obra. No se trata de momificar un pasado idealizado, sino de mantener un diálogo vivo con la historia, exactamente como Shakespeare reinventaba los relatos históricos de la Inglaterra Tudor o como Wright reinterpretaba los principios arquitectónicos orgánicos para una era moderna.

Ahora sé lo que están pensando, panda de cínicos sofisticados: “Es sólo arte comercial para coleccionistas ricos y conservadores”. Pero esta distinción arbitraria entre arte “comercial” y arte “puro” es uno de los mayores engaños del mundo del arte contemporáneo. Shakespeare escribía para agradar a su público pagador y a sus mecenas reales. Wright construía para clientes adinerados. Su arte no por ello era menos auténtico o significativo.

El trabajo de Grelle, al igual que el de Shakespeare y Wright, es tanto accesible como profundo, una combinación rara en nuestro panorama artístico contemporáneo dominado ya sea por un elitismo hermético o por una superficialidad comercial. Sus cuadros pueden ser apreciados por su belleza inmediata, su narrativa cautivadora, pero también ofrecen múltiples niveles de lectura e interpretación para quienes se toman el tiempo de involucrarse con ellos.

Y quizás esa sea la mayor lección que podemos extraer de Martin Grelle: el arte verdadero trasciende las falsas dicotomías entre tradicional y contemporáneo, accesible y profundo, comercial y puro. Como Shakespeare, que escribía tanto para los aristócratas de la corte como para el público popular del Globe Theatre, como Wright, que creaba espacios tanto bellos como funcionales, Grelle crea un arte que se niega a elegir entre placer visual y resonancia intelectual.

Así que la próxima vez que se sientan tentados de rechazar el arte occidental como un género menor o obsoleto, recuerden a Martin Grelle y la lección shakesperiana y wrightiana que nos ofrece: la grandeza artística puede surgir de cualquier género, de cualquier tradición, siempre que se alimente de una visión auténtica y una ejecución impecable. Es una lección que el mundo del arte contemporáneo, con su obsesión por la novedad a toda costa, debería meditar.

Porque al fin y al cabo, no es la etiqueta o la categoría lo que define el valor de una obra de arte, sino su capacidad para hacernos ver el mundo de manera diferente, para conectarnos con la experiencia humana en toda su complejidad. Y bajo este criterio, el único que realmente importa, la obra de Martin Grelle merece ampliamente nuestra atención y respeto. Incluso la vuestra, panda de snobs.


  1. Shakespeare, William. “Hamlet”. Acto 5, Escena 1.
  2. Bloom, Harold. “Shakespeare: La invención del ser humano”. Riverhead Books, 1998.
  3. Wright, Frank Lloyd. “Por la causa de la arquitectura”. Architectural Record, 1908.
  4. Wright, Frank Lloyd. “La casa natural”. Horizon Press, 1954.
  5. McGarry, Susan Hallsten. Cita en “Arte del Oeste”, Septiembre/Octubre 2018.
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Referencia(s)

Martin GRELLE (1954)
Nombre: Martin
Apellido: GRELLE
Género: Masculino
Nacionalidad(es):

  • Estados Unidos

Edad: 71 años (2025)

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