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Richard Prince y el arte del desvío visual

Publicado el: 20 Noviembre 2024

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 6 minutos

Richard Prince convierte el robo en acto creativo, metamorfoseando imágenes publicitarias banales en revelaciones culturales impactantes. Su refotografía de los vaqueros Marlboro no es sólo una apropiación, es una disección metódica del mito americano que revela nuestra obsesión colectiva por los simulacros.

¡Escuchadme bien, panda de snobs! Richard Prince (nacido en 1949) no es simplemente un artista que te hace arquear una ceja con sus apropiaciones descaradas. No, es el gran revelador de nuestra hipocresía colectiva, el espejo deformante que nos devuelve nuestra propia vanidad consumista. Durante más de cuatro décadas, este nacido en la zona del canal de Panamá disecciona nuestra sociedad con la precisión quirúrgica de un Michel Foucault visual, deconstruyendo nuestros mitos culturales con un deleite casi sádico.

En su búsqueda incessante de deconstrucción de las imágenes que nos rodean, Prince se ha impuesto como el gran deconstructor de nuestra época, aquel que, como habría dicho Roland Barthes, nos fuerza a mirar más allá del “studium” para alcanzar el verdadero “punctum” de nuestra cultura visual. Su práctica artística se articula principalmente alrededor de dos ejes mayores que merecen nuestra atención.

Primero, el robo como acto creativo, la refotografía como instrumento de subversión. Desde sus comienzos en los años setenta, Prince eligió robar, sí, he dicho robar, imágenes en lugar de crearlas. Trabajando en los archivos de Time-Life, empezó a fotografiar anuncios, particularmente los de los cigarrillos Marlboro. No se trataba simplemente de un acto de reproducción, sino de una forma de canibalismo artístico que habría hecho sonreír a Jean Baudrillard. Prince no se limitaba a copiar, devoraba la esencia misma de esas imágenes para regurgitar el simulacro perfecto.

Su serie emblemática “Untitled (Cowboys)” no es solo una apropiación de la imaginería publicitaria de Marlboro. Es una disección metódica del mito americano por excelencia: el vaquero. Al refotografiar estas imágenes, Prince no solo las roba, sino que las vacía de su sustancia comercial para revelar su vacuidad intrínseca. Como habría analizado Guy Debord, transforma el espectáculo en anti-espectáculo, la seducción publicitaria en revelación sociológica.

Estos vaqueros, figuras arquetípicas de la masculinidad americana, se convierten bajo su objetivo en fantasmas digitales, espectros de nuestro deseo colectivo de mitología. La técnica de refotografía de Prince recuerda la noción de “différance” de Jacques Derrida, cada nueva captura crea una brecha, una distancia crítica con el original que permite revelar sus mecanismos ocultos.

Pero no se equivoquen: Prince no es un simple crítico de la sociedad de consumo. Su genio radica en que es simultáneamente cómplice y crítico del sistema que subvierte. Es a la vez el virus y el antídoto, el veneno y el remedio. Cuando su “Untitled (Cowboy)” se vendió por más de un millón de dólares en Christie’s en 2005, demostró que incluso la subversión podía convertirse en un bien de lujo. Ahí está toda la ironía de su enfoque, una ironía que lo convierte en el heredero espiritual de Marcel Duchamp, pero con una dimensión más perversa, más contemporánea.

La refotografía en Prince no es una simple técnica, es una filosofía visual que anticipa nuestra era de la apropiación digital. Mucho antes de Instagram y los memes, comprendió que la copia podía ser más “auténtica” que el original. Walter Benjamin hablaba de la pérdida del aura de la obra de arte en la era de su reproducción técnica, Prince va más allá sugiriendo que el aura puede migrar, desplazarse, contaminar la copia misma.

El segundo eje de su práctica artística es la obsesión por el estereotipo americano para crear una antropología visual del deseo.

Si la primera característica de Prince es su técnica de refotografía, la segunda es indudablemente su obsesión por los estereotipos americanos. Sus series “Nurses”, “Jokes” y “Girlfriends” constituyen una antropología visual del deseo americano que habría hecho palidecer a Claude Lévi-Strauss.

Tomen sus “Nurse Paintings”: estas enfermeras sacadas de novelas pulp de los años 50 no son simples imágenes recicladas. Prince las transforma en íconos pop alucinados, saturados de deseo y ansiedad. En estos rostros enmascarados hay algo que evoca los análisis de Laura Mulvey sobre la mirada masculina, pero revertida. Las enfermeras de Prince son a la vez objetos de deseo y figuras amenazantes, seductoras y castradoras. Encarnan perfectamente lo que Julia Kristeva denominaba lo abyecto, esa fascinación mezclada con repulsión que caracteriza nuestra relación con el cuerpo, la enfermedad y la sexualidad.

Sus “Jokes Paintings” representan quizás el ejemplo más flagrante de esta exploración de los estereotipos estadounidenses. Estas bromas, a menudo vulgares, sexistas o racistas, pintadas sobre fondos monocromáticos, funcionan como ready-mades lingüísticos que revelan los prejuicios y las ansiedades de la clase media americana. Prince no se limita a reproducirlos, los monumentaliza, transformando estos fragmentos de la cultura popular en tótems de nuestro inconsciente colectivo.

La serie “Girlfriends”, con sus moteras fotografiadas por sus novios, lleva aún más lejos esta exploración de los estereotipos de género. Estas imágenes amateur, re-fotografiadas y recontextualizadas, se convierten bajo su objetivo en un estudio antropológico del deseo masculino y de la representación femenina en la subcultura motera. Es como si Susan Sontag se encontrara con Easy Rider en una galería de arte contemporáneo.

Lo que hace que la obra de Prince sea tan perturbadora es que es simultáneamente crítica y complaciente, denunciando los estereotipos mientras los perpetúa. Es como un virus que ha desarrollado una relación simbiótica con su huésped. Su obra es un espejo deformante que nos devuelve nuestras propias contradicciones, nuestros deseos inconfesados, nuestros prejuicios reprimidos.

Prince no se limita a documentar estos estereotipos, los lleva hasta lo absurdo. Sus series funcionan como estudios de caso sobre la construcción social del deseo y la identidad en la América posmoderna. Judith Butler probablemente habría visto en su trabajo una ilustración perfecta de la performatividad del género y de las identidades sociales.

El artista actúa como un etnógrafo perverso de la América contemporánea, coleccionando y catalogando sus obsesiones, sus neurosis, sus fantasías. Pero, a diferencia de un verdadero etnógrafo, no pretende objetividad. Al contrario, se deleita en la subjetividad, la manipulación, el desvío. Su trabajo es una especie de anti-documental que revela más verdades sobre nuestra sociedad que cualquier reportaje objetivo.

Lo fascinante de Prince es que transforma estos estereotipos en fetiches artísticos. Opera una especie de transubstanciación visual, convirtiendo el plomo de la cultura popular en oro conceptual. Sus apropiaciones no son simples copias, sino mutaciones culturales que revelan los mecanismos ocultos de nuestra sociedad de la imagen.

Richard Prince no es un moralista, es demasiado inteligente para eso. Es más bien un diagnostico de nuestras patologías culturales, un Dr. Frankenstein que recompone los miembros dispersos de nuestro imaginario colectivo para crear monstruos reveladores. Su trabajo es un espejo que refleja no tanto la realidad como nuestras fantasías sobre la realidad.

Richard Prince es el artista que comprendió antes que nadie que en nuestra sociedad de la imagen, la autenticidad se ha vuelto obsoleta. Ya no hay un original que copiar, solo copias de copias, simulacros que se reproducen infinitamente. Su genialidad fue transformar esta toma de conciencia en estrategia artística, creando una obra que es a la vez un síntoma y un diagnóstico de nuestra condición posmoderna.

Por eso su trabajo sigue fascinándonos y molestándonos. Es el artista perfecto de nuestra época, aquel que entendió que en un mundo saturado de imágenes, el robo puede ser más creativo que la creación, y que la copia puede ser más auténtica que el original. Es nuestra mala conciencia artística, el que nos obliga a mirar de frente nuestra propia vacuidad cultural. Y es precisamente por eso que es indispensable.

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Referencia(s)

Richard PRINCE (1949)
Nombre: Richard
Apellido: PRINCE
Género: Masculino
Nacionalidad(es):

  • Estados Unidos

Edad: 76 años (2025)

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