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Robert Longo: El artesano de las sombras y la luz

Publicado el: 15 Febrero 2025

Por: Hervé Lancelin

Categoría: Crítica de arte

Tiempo de lectura: 9 minutos

La obra de Robert Longo impacta por su excepcional dominio del blanco y negro. A través de sus dibujos monumentales al carbón, captura los momentos críticos de nuestra época, transformando imágenes mediáticas en iconos contemporáneos de un poder impactante.

Escuchadme bien, panda de snobs, os voy a contar una historia que va a sacudir vuestras certezas sobre el arte contemporáneo. En el mundo saturado de imágenes en que vivimos, un artista se alza como un titán solitario, armado con sus palos de carbón y su rabia creadora. Robert Longo no es simplemente un artista, es un cronista obsesivo de nuestra época, un arqueólogo del presente que excava sin descanso en los escombros de nuestra cultura visual.

Mirad sus obras monumentales en blanco y negro. Estos dibujos al carbón que desafían toda lógica por su escala e intensidad dramática. Estas olas titánicas congeladas en su furia, estos retratos de tigres con miradas penetrantes, estas escenas de manifestaciones urbanas capturadas en su tensión explosiva. Cada obra es una lucha titánica entre el artista y su medio, una batalla encarnizada para extraer la verdad de la misma polvo.

El arte de Longo nos enfrenta a una realidad fundamental de nuestra condición contemporánea: estamos inundados por un diluvio incesante de imágenes, pero paradójicamente, ya no vemos nada. En esta tormenta visual, Longo actúa como un demiurgo que ralentiza el tiempo, que detiene el flujo para obligarnos a mirar de verdad. Sus dibujos no son simples reproducciones de imágenes existentes, son actos de resistencia contra la velocidad y la superficialidad de nuestra época.

Es precisamente aquí donde el pensamiento de Walter Benjamin resuena profundamente con la obra de Longo. Benjamin, en su ensayo “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”, hablaba de la pérdida del aura de la obra de arte en nuestro mundo moderno. Pero Longo, con un giro formidable, logra restituir esa aura perdida. Al transformar imágenes mediáticas en dibujos monumentales realizados a mano, reinyecta una forma de sagrado en lo profano, devuelve un alma a esas imágenes desencarnadas que nos bombardean diariamente.

Tomemos por ejemplo su serie de olas gigantes. Estos dibujos no son simplemente representaciones de fenómenos naturales, encarnan el concepto filosófico de lo sublime tal como lo desarrolló Emmanuel Kant. Lo sublime kantiano representa esa experiencia paradójica en la que nos enfrentamos a algo que va más allá de nuestro entendimiento, que nos aterroriza a la vez que nos fascina. Las olas de Longo son precisamente eso: manifestaciones de un poder que nos supera, que nos recuerda nuestra pequeñez mientras despiertan en nosotros un sentimiento de elevación.

La técnica misma de Longo es una metáfora de este concepto. El carbón, esa materia primitiva nacida del fuego y del tiempo, se convierte bajo sus manos en una herramienta de precisión quirúrgica. Hay algo sublime en esta transformación del polvo en luz, en esta capacidad de hacer surgir la belleza del caos. Cada dibujo es el resultado de un proceso laborioso que puede llevar meses, incluso años, una meditación prolongada sobre la naturaleza misma de la imagen y su capacidad de portar significado.

En sus dibujos más recientes, Longo aborda temas políticos candentes: manifestaciones, conflictos, catástrofes ambientales. Aquí también, su enfoque va más allá de la mera documentación. Al transformar estas imágenes de actualidad en obras monumentales, las eleva al rango de íconos contemporáneos. Crea lo que Gilles Deleuze llamaba “imágenes-tiempo”, imágenes que no se limitan a representar un momento, sino que cristalizan en sí mismas toda una constelación de significados temporales.

Esta dimensión temporal es fundamental en la obra de Longo. Sus dibujos son como congelaciones en el flujo continuo de la historia, momentos de suspensión que nos permiten ver lo que ya no vemos por ver demasiado. Hay algo profundamente melancólico en esta empresa, como si cada dibujo fuera un intento desesperado por salvar algo del gran naufragio del tiempo.

Pero no se equivoquen, la melancolía en Longo no es pasiva. Es activa, incluso combativa. Sus dibujos son actos de resistencia contra el olvido, contra la banalización, contra la indiferencia. Cuando dibuja una manifestación, una ola gigante o un tigre, no se limita a reproducir una imagen, crea un monumento a la memoria del presente.

La cuestión de la memoria nos lleva a otro aspecto interesante de su trabajo: su relación con la fotografía. Longo utiliza a menudo fotografías como punto de partida, pero sus dibujos nunca son simples copias. Los transforma, los combina, los reinventa. Al hacerlo, interroga nuestra relación con la verdad fotográfica y la manera en que las imágenes construyen nuestra percepción de lo real.

Esta interrogación hace eco a las reflexiones de Roland Barthes sobre la fotografía. En “La cámara lúcida”, Barthes hablaba del “ça-a-été” de la fotografía, esa capacidad única del medio para atestiguar un momento pasado. Los dibujos de Longo juegan con esta noción de manera compleja. Al reproducir fotografías a mano, introduce una distancia, una mediación que nos obliga a cuestionar nuestra relación con la imagen y la verdad que pretende portar.

Su trabajo sobre las imágenes de actualidad es particularmente revelador al respecto. Al transformar fotos de prensa en dibujos monumentales, les confiere una nueva temporalidad. Estas imágenes ya no son simplemente documentos de un evento pasado, se convierten en meditaciones sobre la misma naturaleza del evento y sobre nuestra capacidad para dar testimonio de él.

La virtuosidad técnica de Longo es asombrosa, pero nunca es gratuita. Cada trazo, cada matiz de gris, cada contraste participa en la construcción del sentido. Su uso magistral del blanco y negro no es una simple elección estética, es una posición filosófica. En un mundo saturado de colores chillones y efectos especiales, el blanco y negro se convierte en una herramienta de verdad, una manera de volver a lo esencial.

Esta búsqueda de lo esencial también se manifiesta en su elección de temas. Ya dibuje olas, animales salvajes o escenas urbanas, Longo siempre busca capturar ese momento preciso en que algo cambia, donde una fuerza invisible se vuelve repentinamente visible. Esos instantes de cambio son como revelaciones, epifanías que nos permiten ver el mundo de otra manera.

En esta búsqueda hay algo que recuerda el pensamiento de Maurice Merleau-Ponty sobre la percepción. Para el filósofo francés, ver no es un acto pasivo sino una forma de compromiso con el mundo. Los dibujos de Longo encarnan perfectamente esta idea. Nos piden no solo mirar, sino comprometernos física y emocionalmente con lo que vemos.

Esta dimensión física es esencial. Los dibujos de Longo no están hechos para ser simplemente vistos, están hechos para ser experimentados. Su escala monumental no es un capricho, es una necesidad. Nos obliga a confrontarnos físicamente con la imagen, a entrar en una relación corporal con ella.

Esa corporeidad se encuentra en su técnica misma. El carbón no es simplemente un medio más, es una materia primordial, cargada de sentido. Hay algo profundamente conmovedor en que estas imágenes espectaculares se creen con una materia tan humilde, tan frágil como el carbón.

La fragilidad, por cierto, es un tema recurrente en su obra. Sus dibujos, a pesar de su monumentalidad, están hechos de una materia que podría borrarse con un simple gesto. Esta tensión entre la potencia de la imagen y la fragilidad del medio crea una resonancia particular con nuestra época, marcada por un sentimiento creciente de precariedad.

El arte de Longo está profundamente anclado en su tiempo mientras aspira a una forma de intemporalidad. Sus dibujos captan el espíritu de nuestra época mientras dialogan con toda la historia del arte. Se pueden ver ecos de Géricault en sus composiciones dramáticas, de Caravaggio en sus contrastes impactantes, de Friedrich en su manera de confrontar al hombre con fuerzas que lo superan.

Pero no nos equivoquemos, Longo no es un nostálgico. Su arte es decididamente contemporáneo en la forma en que aborda las grandes cuestiones de nuestro tiempo: el poder, la violencia, la naturaleza, la tecnología. Sus dibujos son espejos tendidos a nuestra época, superficies reflectantes donde podemos contemplar nuestros miedos, esperanzas y contradicciones.

Hay una urgencia en su trabajo, una necesidad que se vuelve cada vez más evidente a medida que nuestro mundo se hunde en la crisis. Sus dibujos recientes de manifestaciones, catástrofes medioambientales, conflictos políticos son como señales de alarma, advertencias lanzadas a una civilización que corre hacia el abismo.

Pero incluso en sus obras más oscuras, siempre hay una forma de belleza que persiste. Quizá ahí reside la verdadera fuerza de su arte: su capacidad para encontrar la belleza en el caos, para transformar la violencia en poesía sin neutralizarla.

La obra de Longo es un testimonio monumental de nuestra época, un intento heroico de dar forma a lo informe, de hacer visible lo invisible. En un mundo donde las imágenes han perdido su poder por acumulación, logra el mérito de devolverles su fuerza original, su capacidad para emocionarnos, hacernos pensar, hacernos ver.

Su arte nos recuerda que ver verdaderamente es un acto de resistencia, que la contemplación puede ser una forma de acción. En un mundo que va cada vez más rápido, que produce cada vez más imágenes, que nos deja cada vez menos tiempo para pensar, los dibujos de Longo son como islotes de estabilidad, momentos de pausa donde finalmente podemos recuperar el aliento y mirar de verdad.

También nos recuerdan que el arte no está muerto, que aún tiene la capacidad de conmovernos, hacernos reflexionar, transformarnos. En un mundo cada vez más virtual, el trabajo manual, paciente, obsesivo de Longo adquiere una dimensión casi heroica. Nos muestra que todavía es posible crear imágenes que resisten el tiempo, que desafían el olvido, que llevan en sí una verdad.

Porque de verdad se trata, una verdad que no se encuentra en la reproducción fiel de lo real sino en su transfiguración. Los dibujos de Longo son más verdaderos que las fotografías en que se inspiran, más reales que el mismo real. Nos muestran no el mundo tal como es, sino tal como podría verse si nos tomásemos el tiempo de mirar realmente.

Quizá ahí radique también el verdadero genio de Robert Longo: en su capacidad para hacernos ver lo que ya no vemos, para hacernos sentir lo que hemos dejado de sentir, para hacernos pensar lo que hemos olvidado pensar. Su arte es un recordatorio constante de que la belleza no ha muerto, de que el sentido aún es posible, de que la esperanza persiste incluso en las horas más oscuras.

En el gran caos del mundo contemporáneo, sus dibujos son como faros en la noche, puntos de referencia que nos permiten orientarnos, encontrar un sentido. Nos recuerdan que el arte no es un lujo sino una necesidad, no un entretenimiento sino una forma de conocimiento, no una evasión sino un compromiso más profundo con lo real.

Robert Longo es más que un artista, es un testigo de nuestro tiempo, un visionario que transforma nuestro presente en mitología, nuestras noticias en epopeya. Su obra es un monumento a la persistencia de lo humano en un mundo cada vez más deshumanizado, un testimonio de nuestra capacidad para crear belleza incluso en el corazón de las tinieblas.

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Referencia(s)

Robert LONGO (1953)
Nombre: Robert
Apellido: LONGO
Género: Masculino
Nacionalidad(es):

  • Estados Unidos

Edad: 72 años (2025)

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