Escuchadme bien, panda de snobs. Voy a hablaros de un artista que tiene la audacia de crear belleza con código informático, un alquimista digital que transforma algoritmos áridos en sinfonías visuales que hacen vibrar el alma. Tyler Hobbs no es simplemente un programador informático perdido en una galería de arte. Es un visionario, un genio, que ha encontrado el eslabón perdido entre la lógica implacable de los ordenadores y el caos orgánico de la existencia humana.
Hobbs manipula el código como Bartók manipula las armonías o como Stravinsky manipula los ritmos, creando tensiones que sostienen nuestra respiración, para luego disolverse en elegancia. Sus obras más famosas, como la serie “Fidenza”, son explosiones controladas de líneas fluidas, formas fragmentadas y colores delicadamente equilibrados. Estas composiciones no son simplemente “bonitas” (esa palabra insípida que tanto odio). Son viscerales, intelectualmente estimulantes y sobre todo profundamente satisfactorias.
El arte de Hobbs nos devuelve a las cuestiones fundamentales de la fenomenología, esa rama filosófica que se interesa por la percepción directa de la experiencia. Edmund Husserl nos invita a volver “a las cosas mismas” [1]. Esto es exactamente lo que hace Hobbs. Nos fuerza a confrontar la manera en que percibimos la realidad a través del prisma de la tecnología. Sus obras no representan la realidad; crean una nueva realidad que existe en la interacción entre el código, el lienzo y nuestra percepción.
Observad atentamente “Fidenza #313”. Las curvas y contracurvas bailan en un ballet matemático, pero nunca frío. Evocan las nervaduras de una hoja, las corrientes de un río, los patrones que forma el viento en la arena. No es una imitación de la naturaleza, sino una exploración de los mismos principios subyacentes que gobiernan el crecimiento natural y el movimiento. Husserl hablaría aquí de la “epoché”, esa suspensión del juicio que nos permite ver más allá de las preconcepciones [2]. Hobbs nos pide abandonar nuestras expectativas sobre lo que el arte digital debería ser.
La deliciosa ironía en el trabajo de Hobbs es que utiliza herramientas de precisión matemática para crear imprevisibilidad. Sus algoritmos incorporan cuidadosamente el azar, produciendo resultados que escapan incluso a su control. Es como si Pollock hubiera programado sus propios movimientos, lo que habría sido un paradoja fascinante en sí mismo.
Y aquí es donde entra en juego la arquitectura en mi análisis. Como Louis Kahn, que buscaba descubrir “lo que el edificio quiere ser” [3], Hobbs plantea la pregunta: ¿qué quiere llegar a ser el algoritmo? Hay una extraña resonancia entre la práctica arquitectónica de Kahn y el enfoque de Hobbs. Ambos comienzan con una geometría rigurosa y luego permiten que la obra evolucione hacia su forma más auténtica.
En “QQL”, su colaboración con Dandelion Wist, Hobbs lleva esta idea aún más lejos al dar a los coleccionistas la posibilidad de interactuar con el algoritmo, creando así una relación triangular entre el artista, la máquina y el espectador. Este enfoque resuena con el pensamiento de Kahn sobre el espacio sirviente y el espacio servido [4], donde algunas partes de la obra son estructurales (el código subyacente), mientras que otras son expresivas (las elecciones estéticas que el algoritmo y el coleccionista hacen juntos).
El genio de Hobbs reside en su comprensión de que la tecnología no está en oposición a la humanidad, sino que puede ser un vehículo para la expresión humana en toda su complejidad. Sus obras no son frías y calculadas, sino cálidas y palpitantes de vida. La serie “Mechanical Hand” es particularmente reveladora en este sentido. Estas obras, creadas con un trazador mecánico, conectan el gesto humano con la precisión mecánica. Funcionan en ese fascinante espacio intermedio donde nuestra humanidad y nuestras herramientas tecnológicas se encuentran y conversan.
Husserl nos recuerda que toda conciencia es conciencia de algo [5]. El arte de Hobbs nos hace conscientes no solo de los objetos visuales que crea, sino también del proceso de su creación. Hay una transparencia en su trabajo, no en el plano técnico (sus algoritmos son complejos), sino en el plano filosófico. Nos muestra que la tecnología puede ser una herramienta de introspección.
Una de las realizaciones más profundas de la obra de Hobbs es su capacidad para hacernos ver la belleza en los sistemas. En una época en la que estamos inundados de algoritmos que determinan lo que vemos, lo que leemos e incluso lo que deseamos, Hobbs reorienta nuestra atención hacia esas estructuras invisibles. No solo las hace visibles, sino también estéticas.
Hay una cualidad meditativa en las obras de Hobbs que recuerda a la arquitectura sagrada de Kahn. El Kimbell Art Museum de Kahn utiliza la luz natural para crear un espacio que cambia constantemente a lo largo del día [6], al igual que los algoritmos de Hobbs generan obras únicas en cada ejecución. Esta similitud no es superficial, surge de una comprensión compartida de que el arte trascendental emerge de las reglas y variaciones.
Estoy particularmente interesado en la manera en que Hobbs navega entre el mundo digital y el físico. Sus obras “QQL: Analogs” expuestas en la Pace Gallery son traducciones físicas de obras digitales, pero no son simples impresiones. Son reinterpretaciones, conversaciones entre diferentes medios. Hobbs entiende que cada medio tiene sus propias fortalezas y debilidades. Una pantalla de ordenador puede mostrar colores vivos que ninguna pintura puede reproducir, pero un lienzo tiene una presencia física y una textura que una pantalla nunca podrá capturar.
Esta oscilación entre lo digital y lo físico resuena con lo que Husserl llamaba la “variación eidética”, el proceso de modificación imaginativa que nos permite comprender la esencia de un fenómeno [7]. Al ver cómo las obras de Hobbs se transforman a través de diferentes medios, empezamos a captar la esencia de su arte más allá de sus manifestaciones específicas.
La fenomenología también nos enseña que nuestra percepción siempre está encarnada. Percibimos el mundo a través de nuestros cuerpos. El arte de Hobbs nos recuerda que incluso las experiencias más digitales y “desencarnadas” son finalmente percibidas por seres corporales. Por eso sus exposiciones físicas son tan importantes, reintroducen el cuerpo en la ecuación.
Kahn decía: “El sol no sabía lo hermoso que era hasta que se construyó la casa” [8]. Del mismo modo, el código no conoce su belleza hasta que un artista como Hobbs lo utiliza para crear algo trascendental. Hay una humildad en este enfoque, el artista no es un creador todopoderoso, sino un colaborador con sus materiales y herramientas.
La serie “Fidenza” ilustra perfectamente esta colaboración. Hobbs creó un algoritmo capaz de generar 999 obras únicas, pero no determinó el aspecto exacto de cada pieza. Estableció parámetros, reglas y principios estéticos, y luego dejó que el algoritmo explorara ese espacio de posibilidades. Este enfoque recuerda la afirmación de Kahn según la cual “la arquitectura existe en la mente antes de existir en el papel” [9]. Del mismo modo, el arte de Hobbs existe en su algoritmo antes de existir visualmente.
Lo que realmente distingue a Hobbs de muchos otros artistas digitales es su profunda comprensión de las tradiciones artísticas. No rechaza el pasado; lo construye. Sus obras hacen referencia al expresionismo abstracto, al minimalismo e incluso al arte textil tradicional. Hay una riqueza cultural en su trabajo que trasciende la novedad tecnológica.
El arte de Tyler Hobbs nos recuerda que la tecnología no es nuestro adversario en la búsqueda de la belleza y el sentido. Puede ser nuestro aliado, permitiéndonos explorar nuevos territorios estéticos y conceptuales. En un mundo donde a menudo desconfiamos de la tecnología, Hobbs nos ofrece una visión alternativa, la de una relación armoniosa y creativa con nuestras herramientas digitales.
Así que la próxima vez que veas una obra de Hobbs, no te limites a admirarla por su belleza superficial. Mira más profundo. Ve la danza entre la estructura y el caos, entre la norma y la excepción, entre lo humano y la máquina. Es ahí, en ese espacio intermedio, donde reside el verdadero poder de su arte.
Y si sólo ves un “bonito dibujo de ordenador”, entonces no puedo hacer nada por ti. Vuelve a tus aburridos NFT de monos y deja que los verdaderos exploradores disfruten del festín visual e intelectual que Hobbs nos ha preparado.
- Husserl, Edmund. “Ideas directrices para una fenomenología.” Gallimard, 1950.
- Husserl, Edmund. “Meditaciones cartesianas.” Vrin, 1947.
- Kahn, Louis I. “La luz es el tema: Louis I. Kahn y el Museo de Arte Kimbell.” Kimbell Art Foundation, 1975.
- Kahn, Louis I. “Espacio y las inspiraciones.” L’architecture d’aujourd’hui, 1969.
- Husserl, Edmund. “Investigaciones lógicas.” Presses Universitaires de France, 1959.
- Brownlee, David B. y De Long, David G. “Louis I. Kahn: En el reino de la arquitectura.” Rizzoli, 1991.
- Husserl, Edmund. “Experiencia y juicio.” Presses Universitaires de France, 1970.
- Kahn, Louis I. “Silencio y luz.” Conferencias en ETH Zürich, 1969.
- Kahn, Louis I. “La habitación, la calle y el acuerdo humano.” AIA Journal, 1971.
















